¿Podemos hacer más comprensible la normativa de Tránsito y la Seguridad Vial?
¿Podemos hacer más comprensible la normativa de Tránsito y la Seguridad Vial?
Durante más de diez años ininterrumpidamente y sin necesidad de aportes de auspiciantes vinculados a la actividad, se desarrolló la experiencia del micro de tránsito, en donde comenzó mi aprendizaje en el difícil oficio de comunicar oralmente temas poco conocidos y menos demandados por tan importante audiencia.
Si bien en cada programa desarrollaba un tema, uno de los desafíos más impactantes era que el conductor realizaba preguntas espontáneas sin haberlas anticipado, luego de lo cual con su mirada directa imponía respuestas claras, concretas y sin dilaciones. Cada programa constituía un verdadero examen y eso, indudablemente lo percibían los oyentes, los cuáles además se veían estimulados a enviar sus propias consultas o dudas.
Fue una experiencia muy fuerte y superadora, aunque no sería completa sino agrego una situación que me sucedió y que me permitió dimensionar años más tarde, la necesidad de responder a la pregunta que titula esta nota.
En cierta ocasión y llegando de visita a la casa de mis padres, mi mamá luego de saludarme, comenzó a felicitarme por mi participación en el programa de su preferencia, hablando hasta emocionarse, lo que me generó cierto pudor que no pude disimular demasiado. Pasados esos momentos, y como no podía ser de otra manera para una persona frontal y sincera como era ella, ratificó ¡estuviste muy bien… si bien hubo algunas cositas que no entendí… pero estuviste muy bien! Repitió, no deseando empañar su elogio.
Ese sincericidio me permitió años después entender que las leyes de tránsito no solo deben ser conocidas, entendidas y aplicadas por los funcionarios públicos y los integrantes del Poder Judicial, sino que, al tratarse de normas que regulan la circulación por la vía pública, constituyen un verdadero Código Ético de Convivencia, el que deben conocer, entender y aplicar todos y cada uno de los ciudadanos. Cuando se observan los estilos de redacción, la terminología utilizada y la poca claridad de sus conceptos, uno llega a la conclusión que le pedimos a los sufridos ciudadanos que vean como hacer que un manzano produzca peras.
Para agravar esta situación, recuerdo que hace unos años accedí a un informe de la Real Academia Española, en donde mostraba los resultados de distintas investigaciones, concluyendo que las nuevas generaciones manejaban solo un 25% de los términos que usaban las anteriores, lo cual claramente es un agravante de la situación cuando se maneja un lenguaje técnico o demasiado específico.
Si a estos datos lo proyectamos a países en donde se habilita a conducir a personas que no reciben formación profesional o la misma se limita a una preparación destinada a incorporar automatismos propios del manejo únicamente, nos damos cuenta lo dificultoso que resultará disminuir la siniestralidad vial.
Cuando en la nota anterior planteaba la necesidad de acompañar la seguridad con la educación vial, buscaba mostrar la necesidad de pensar también en el destinatario de la seguridad vial (la persona humana), buscando a través de buenas estrategias pedagógicas, comprenderlo, acompañarlo y convencerlo de incorporar los buenos hábitos que prevengan las tragedias a causa del tránsito. Considero que es un error pensar que el ciudadano decide no cumplir una norma o cometer una infracción pues quiere matar o morir en un siniestro vial.
Paradójicamente, esas nuevas generaciones que tienen un vocabulario más reducido, son más prácticas y concretas a la hora de aprender nuevos conocimientos. En las capacitaciones a jóvenes, ellos reclaman reiteradamente que cuando le hablemos del tránsito, seguridad vial o buenas prácticas en la vía pública, le presentemos los temas con lenguaje simple y amigable, con expresa mención del porque y del para qué tiene que adquirir y aplicar ese contenido o consejo práctico. En especial, que se eviten discursos extensos ni se apelen a las lágrimas o amenazas para intentar convencerlos.
Es necesario tomar nota y cambiar una histórica forma de comunicar en materia de seguridad vial. Durante muchos años se ha apelado a frases que van desde lo trágico hasta lo simpático, pasando por múltiples matices. Así, “Atate a la vida”, pretende estimular el uso el cinturón, aunque en escasas oportunidades se explica la forma de usarlo correctamente. “Si Tenes cerebro usa casco”, sin que se informe cuál sería el tipo o modelo más recomendable o cómo usarlo eficazmente o, “El alcohol al volante mata”, sin precisar que esta sustancia constituye una droga, que afecta al sistema nervioso central y vuelve a la persona lenta, torpe y poco reactiva, lo que ayudaría a comprender la importancia eel consejo.
Una parte importante de la publicidad presupone que usando mensajes contundentes o imágenes fuertes o dolorosas inmediatamente los ciudadanos readecúan sus conductas y hábitos en la vía pública, olvidando que la experiencia ha demostrado que ello no alcanza o sus efectos se diluyen con el paso del tiempo. Lo que sì ha funcionado, es cuando la publicidad o información preventiva explica con simpleza el riesgo que se quiere mitigar y transmite los beneficios que ese cambio tiene para la vida y calidad de vida del individuo y de sus afectos. Un ejemplo muy potente de esto fue las campañas realizadas por el Covid 19, de las que incluso, pudimos aprender cosas tan simples como lavarse correctamente las manos o cubrirnos adecuadamente ante un estornudo.
Por supuesto que estas situaciones también las encontramos en las señales viales, las que constituyen un lenguaje de comunicación que busca brindar información muy importante para facilitar la fluidez y seguridad en los desplazamientos. Este lenguaje debería ser, en líneas generales, universal, sobre todo en estos tiempos de la globalización, pero ello no lo es, bastando recordar que en líneas generales en Europa existe un manual de señalización y en América otro, con diferencias bastante importantes. Ni que hablar la inventiva que se observa en los distintos países para incorporar señales muchas veces equívocas y otras de muy difícil interpretación, las que se generan a partir del leal saber y entender de algún funcionario o fabricante.
Por todo lo expuesto, y a favor de los ciudadanos, me parece importante hacer un esfuerzo no solo para simplificar la terminología y redacción de la normativa legal aplicable al tránsito, sino fundamentalmente, a la forma de difundirlas, buscando transmitir claramente lo que debe hacerse y también el porqué y el para qué, conocimientos indispensables para entenderlas, valorarlas y ponerlas en práctica.
De esta manera, contribuiremos eficazmente para que las normas de tránsito y las buenas prácticas que previenen los siniestros viales, se constituyan en hábitos seguros que se repitan espontáneamente en cada comunidad.
Hacer más comprensible la seguridad vial tiene como premio nada más y nada menos que lograr una sociedad con menos víctimas, lo que nos debe estimular a intentarlo.