Crisis de salud mental y laboral en la ciencia: las causas

Crisis de salud mental y laboral en la ciencia: las causas

Estudios recientes han destapado altos riesgos de estrés, depresión y ansiedad para los investigadores, especialmente los doctorandos
15 March 2020

La calidad de vida y las condiciones de trabajo en los laboratorios han sido el elefante en la habitación que durante años casi todo el mundo veía y del que apenas nadie se atrevía a hablar. Y la conversación parece haberse iniciado.

Trabajos recientes han mostrado los problemas de salud mental que afectan a los investigadores, especialmente a los más jóvenes. La revista Nature ha comenzado a publicar encuestas y realizar monográficos sobre el tema. El modelo por el que se mide la ciencia, basado en una supuesta excelencia que promueve la hipercompetitividad, empieza a cuestionarse.

En 2018, un estudio publicado en la revista Nature Biotechnology mostró resultados alarmantes. Tras encuestar a más de 2.000 estudiantes de doctorado en 26 países, encontraron que el 40 % de ellos presentaban síntomas moderados o graves de ansiedad o depresión, una probabilidad “seis veces mayor de la que tiene la población general medida con una escala similar”, aseguraban los autores. El riesgo era aún más elevado para las mujeres y las personas transgénero o de género no conforme. Dos factores relacionados eran la dificultad de conciliación entre la vida laboral y personal y la sensación de falta de apoyo de sus tutores.

Los datos eran alarmantes, pero no nuevos. Un año antes, un estudio realizado entre más de tres mil estudiantes de doctorado en Bélgica destapó que hasta la mitad de ellos presentaba al menos dos síntomas de una pobre salud mental y que un tercio mostraba cuatro o más, lo que implica alto riesgo de depresión.

Estas encuestas podrían dar cifras algo infladas, ya que no es descartable que las personas afectadas se presten más a responder. Sin embargo, comparativamente, la probabilidad es entre dos y tres veces superior a la que tienen otras personas con educación superior que no optaron por la carrera investigadora.

De entre los motivos, el más importante era el conflicto entre familia y trabajo. Entre los factores protectores, curiosamente, estaba sentir que a esa etapa le seguiría una carrera lejos de la investigación.

Puestas de sol en el laboratorio

Una revisión de estudios publicada por la Royal Society de Inglaterra llegó a conclusiones muy similares, destacando que solo el 6,2 % de los trabajadores llegaba a comunicarlo a sus instituciones (sobre una estimación de que el 37 % podría sufrir un problema de salud mental).

Una encuesta reciente a la que contestaron más de 6.000 estudiantes de doctorado de todo el mundo arrojó datos levemente contradictorios: el 38 % se mostraba muy satisfecho con haber elegido ese camino y el 75 % afirmaba estar satisfecho en alguna medida. Sin embargo, hasta un 36 % reconocía haber tenido que pedir ayuda por ansiedad o depresión.

Aunque la mayoría de estos trabajos se han centrado en los más jóvenes, varios de los problemas parecen proyectarse también a los investigadores posdoctorales, que se encuentran en una posición intermedia. Y, en bastante menor medida, pero también digna de consideración, a los sénior, que lideran los grupos de investigación.

Los autores del primer artículo concluían así: “El profesorado y los administradores deben establecer un tono de autocuidado, así como una ética de trabajo eficiente y atenta, a fin de pasar a un entorno laboral y educativo más saludable”. Porque “el equilibrio entre el trabajo y la vida privada es difícil de lograr en una cultura en la que se desaprueba abandonar el laboratorio antes de que se ponga el sol. El estrés o la presión cada vez mayor para producir datos a fin de competir por la financiación ha aumentado exponencialmente, y los campos de la ciencia están sintiendo una presión inmensa”.

En busca de las causas

“Se trata de un problema global, pero una de las principales causas es que existen muy pocas plazas en la carrera investigadora en comparación con la cantidad gente que aspira a ellas. Eso da lugar a una competencia feroz”, sostiene Fernando Maestre, director del Laboratorio de Ecología de Zonas Áridas y Cambio Global en la Universidad de Alicante, quien ha publicado varios artículos y columnas de opinión en la revista Nature sobre cómo mejorar la calidad de vida en los laboratorios.

Apenas existen estadísticas nacionales sobre el ciclo vital de los investigadores. El estudio más conocido es el realizado por la Royal Society en 2010, y los datos que presentaron son alarmantes. Al momento de defender la tesis, más de la mitad abandona o ya ha abandonado la ciencia, y solo un 3,5 % llegará a tener un puesto estable en la academia. Buena parte de los que continúan encadenarán contratos temporales y terminarán también por abandonarla o, en menor medida, por redirigir su carrera hacia la industria.

A ello se le une la presión por publicar la mayor cantidad de artículos posibles y en las revistas más importantes, ya que las publicaciones constituyen el principal requisito a la hora de obtener la financiación necesaria. “Eso da lugar a entornos hipercompetitivos, incluso dentro de un mismo grupo”, asegura Maestre.

“Yo veo a jefes que piensan en los doctorandos más como mano de obra que como personas en formación. Es un conflicto de intereses cruzados con mucha hipocresía de puertas hacia afuera, aun reconociendo que el sistema tiende a forzar esa situación”, continúa.

Esto hace que, como sostenía Gareth Hughes, investigador sobre el bienestar del alumnado en la universidad de Derby, hayamos “perdido a muchos investigadores que eran muy buenos académicamente porque no podían sobrevivir a la toxicidad”.

Fuente: Agencia Sinc

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