La Siega de Mirko Virius

La Siega de Mirko Virius

Cuadro recordatorio de los pesticidas, en la actualidad se encuentra en el Museo de Arte Naíf de Zagreb, Croacia.
20 Febrero 2015

Bajo un cielo oscuro y amenazador, una familia de trabajadores agrícolas se encuentra en plena siega, ocupada en cortar y recoger el trigo. El padre, con sombrero negro y la camisa empapada de sudor, se abre camino con su guadaña a través de un campo de cereal que le llega a la altura del pecho. Su mujer, vestida de manera sencilla con un traje campesino, le sigue y recoge los tallos con su hoz, mientras que su hijo se arrodilla para atarlos en gavillas.
 
Hacer calor y es un trabajo agotador, pero lo hacen en equipo, con ritmo y resolución. Se encuentran en forma, están sanos y bien alimentados. Alrededor ellos el campo croata es exuberante y verde; al fondo, un par de altas coníferas rompen el perfil de las onduladas colinas y seis pajares ya terminados son visibles entre los dos árboles centrales. Estamos a finales del verano y la cosecha debe ser recolectada antes que las inminentes tormentas lleguen, como es habitual en esta época del año. Sólo el cielo oscuro y las sombras arrastrándose sobre el terreno insinúan otra cosa muy distinta que una idílica paz… En la esquina inferior derecha aparecen las iniciales del artista (MV) y la fecha (1938), premonitoria de todo lo que está a punto de suceder.

Mirko Virius nació en 1889 en Ðelekovec, un pequeño pueblo a 80 kilómetros al noreste de Zagreb, la capital de Croacia. Asistió a la escuela local y después trabajó en la granja familiar. Durante la Primera Guerra Mundial combatió con el ejército Austro-Húngaro y fue capturado por las fuerzas rusas, encarcelado y obligado a trabajar en la acería de Ekaterinoslav (Ucrania), donde comenzó a dibujar. Volvió a Ðelekovec después de la guerra pero hizo caso omiso a su talento artístico durante casi 20 años, hasta que en 1936 dos artistas locales, Ivan Generalic y Franjo Mraz, le alentaron para que se dedicase a la pintura.

Aunque autodidacta, rápidamente produjo una vasta obra en acuarela, carboncillo y óleo, convirtiéndose rápidamente en uno de los tres miembros más destacados de la Escuela Hlebine, un grupo de pintores croatas “naífs” que trabajaban en las vecinas villas de Hlebine y Podravina desde 1932. Las autoridades croatas habían alentado la Escuela para crear un estilo nacional de expresión artística “basada en un estilo de las costumbres tradicionales e independiente de las ideas europeas occidentales".

La pintura naíf (también conocido como arte primitivo o arte ingenuo -del francés naïf-) describe el trabajo de artistas con poca o ninguna formación académica, cuya obras tienden a ser sinceras, puras, a menudo sin una apropiada perspectiva visual (los elementos se ubican en primer plano, a veces desproporcionados), con las figuras dibujadas torpemente , con infinidad de detalles en la composición y con un gran colorido y vivacidad, lo que les da una “inocencia infantil”. Exponentes notables de este estilo incluyen a Henri Rousseau (Francia, 1844-1910), Grandma Moses (EEUU, 1860-1961) y Beryl Cook (Reino Unido, 1926-2008).

Las primeras pinturas de Mirko Virius estaban a menudo relacionadas con el realismo social, en particular con la pobreza y la injusticia entre la comunidad campesina en la que vivió y trabajó. Sin embargo, La siega, con su bucólico paisaje, parece más una celebración de las comunidades rurales de Croacia, donde se festeja el trabajo honrado, la dignidad humana, el ciclo de las estaciones y la vida familiar campesina, con sus costumbres y tradiciones.

Desgraciadamente, la carrera artística de Virius fue muy corta. En la Segunda Guerra Mundial formó parte del movimiento de la resistencia contra los nazis, pero fue arrestado por la Gestapo y murió en el campo de concentración de Zedun, Serbia (1943), a la edad de 54 años. Aunque su obra atrajo una atención temprana, no fue hasta una exposición retrospectiva en el Pabellón de Arte de Zagreb, en 1950, en donde se dio a conocer al gran público.

Los pesticidas son ubicuos contaminantes de nuestro ambiente y han sido encontrados en aire, suelo, agua, y tejidos humanos y animales en todas las partes del mundo. Hoy existe una utilización masiva de plaguicidas para el control de diversas plagas en las áreas agrícola, sanitaria y veterinaria. Si bien esto ha traído beneficios para la población, también ha provocado problemas de contaminación del medio ambiente y problemas de salud para la población.

Por mencionar algunos de los impactos que provocan las intoxicaciones crónicas con plaguicidas sobre la salud humana, podemos señalar la disrupción hormonal, problemas en el sistema nervioso como cambios de conducta y depresión, cambios en el sistema inmunológico y cáncer, todo ello sin contar con las intoxicaciones agudas (según la Organización Mundial de la Salud, entre 1 a 5 millones anualmente, muchas de las cuales terminan en muerte).

Por eso, mientras ponemos nuestras esperanzas en la Química verde con el desarrollo de pesticidas selectivos de cuarta generación mucho menos tóxicos, conviene tener muy presente una oración croata “Querido Dios, ayúdame, soy tan insignificante” (“Dragi bogo cuvai meni tako malo”).

Nota: en la actualidad el mercado global para pesticidas, integrado por herbicidas, insecticidas, fungicidas, nematicidas, molusquicidas y rodenticidas, está valorado en 2.500 millones de dólares.

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