Conocerse a uno mismo: la clave para cambiar el mundo

Conocerse a uno mismo: la clave para cambiar el mundo

Un progreso social duradero debe apoyarse en el crecimiento personal de cada ciudadano. La sintonía con nuestro impulso vital nos permite transformar el mundo.
1 Septiembre 2019

A través de procesos de transformación personal y de cambio de vida (empezando, sin duda, por mi propia terapia) me he encontrado en repetidas ocasiones con los mismos interrogantes.

Al principio, en la época en que fui abogado, fui testigo de ellas en los llamados "jóvenes de la calle" que tenían todo tipo de dificultades; y luego, como terapeuta, en mi asistencia a numerosos adolescentes y adultos de todos los estratos sociales.

Aunque puedan sonar a broma, estas “sencillas” preguntas: “¿De quién huyo?, ¿adónde corro?, ¿para qué sirvo?”, nos vienen a la mente a todos tarde o temprano.

LAS CONSECUENCIAS DE IGNORAR NUESTRA TENDENCIA INTERIOR

Con el tiempo, he comprendido que si nos instalamos en una vida que no responde a nuestro impulso vital profundo y evitamos plantearnos voluntariamente esas famosas preguntas para revisar nuestras elecciones, reajustar nuestras prioridades, abandonar viejos escenarios y abrirnos a nuevas formas de ser, estamos alimentando, primero, la frustración y, después, la amargura.

De este modo caemos inevitablemente en una violencia sutil contra nosotros mismos y los demás (ironía, desprecio, cinismo...), o en formas de escape compensatorias (gastar demasiado, comer demasiado, beber demasiado, trabajar demasiado, hacer demasiado deporte...).

Pero la vida, que busca nuestro bien, se las arregla a menudo para sacudirnos. Así, un golpe, como una separación, un accidente o una enfermedad, puede hacer que nos sentemos con nosotros mismos.

Sea voluntaria o no, esta parada nos permite sumergir la conciencia en el pozo de la interioridad para extraer de ahí un recurso seguro: la sabiduría que, tal como nos enseñan todas las tradiciones desde hace milenios, espera en el fuero interno de cada uno a que la consultemos.

Hoy, tras asistir como terapeuta desde hace más de veinte años a personas y parejas en los ciclos, estaciones y meandros de la vida, he adquirido estas dos convicciones:

  1. Ante una dificultad, lo que nos falta no son recursos, sino el acceso a estos recursos.
  2. Lo que nos plantea problemas no son tanto nuestras condiciones de vida como los condicionamientos de nuestra mente; no es tanto lo que nos sucede, sino cómo vivimos lo que nos sucede.

Necesitamos, pues, aprender a conocer nuestros recursos (“Conócete a ti mismo”) y revisar nuestro sistema de pensamiento para poder transformar o dejarnos transformar por lo que nos sucede.

TRANSFORMARSE DESDE LA CONEXIÓN CON EL INTERIOR

Pero suele haber un problema. A pesar de sus buenas intenciones, nuestra educación familiar, escolar o incluso religiosa, no nos ha proporcionado las claves del proceso de escucha y de de observación crítica de nuestros sistemas de pensamiento.

La “interioridad transformadora” es la capacidad de retirarnos a nuestro interior para elevar nuestro nivel de conciencia, centrarnos en nuestro propio impulso vital, captar eso que las tradiciones coinciden en llamar “el soplo” y dejarnos transformar por lo que nos sucede.

La sabiduría que necesitamos espera en el fuero interno de cada uno a que la consultemos

Si no accedemos a esta interioridad transformadora, corremos el riesgo de encontrarnos en uno de los mecanismos siguientes (o incluso en ambos):

  • El mecanismo de la olla a presión, que puede ser de explosión inmediata o retardada. A fuerza de ser muy amables, olvidamos ser auténticos, nos tragamos los desacuerdos y las frustraciones hasta explotar de manera agresiva. La olla a presión puede ser también de implosión: al estar la tapa de nuestros condicionamientos tan bien cerrada, explotamos hacia dentro con una violencia que se vuelve contra nosotros mismos, en forma de enfermedades, el síndrome de burnout (síndrome de desgaste profesional o de “estar quemado”) y depresiones.
  • Mecanismos de compensación más o menos admitidos socialmente –alcohol, drogas, televisión, trabajo, control, poder, pornografía, consumo y dinero...– en los que podemos encontrarnos atrapados con facilidad.

EL IMPACTO SOCIAL DE NEGAR NUESTRO IMPULSO VITAL

Las violencias verbales, físicas, psicológicas, hacen estragos a todos los niveles, tanto como los mecanismos de compensación que llevan a las adicciones (las manías tóxicas) y a los fenómenos de acaparamiento.

“Contrariamente a una idea muy extendida, una parte esencial de todos los problemas a los que se enfrenta la humanidad podría solucionarse si fuéramos capaces de entender que la mayoría de las dificultades no se sitúan en el orden del tener, debido a la escasez de recursos, sino en el orden del ser, pues la mayor parte de las escaseces han sido producidas artificialmente por unas relaciones sociales mundiales destinadas a compensar el malestar de la minoría ‘poseedora’”.
Patrick Viveret, consejero del Tribunal de Cuentas de París

La verdadera cuestión reside, pues, en la incapacidad de los que tienen acceso al poseer y al poder para hacer frente a sus angustias existenciales.

Cuando no se desarrolla una vida interior que permita crecer en la confianza, sentirse parte del mundo sustentador, encontrar un sentido a la propia existencia y extraer los recursos interiores... el riesgo es que el individuo busque su seguridad fuera de sí, acumulando y acaparando recursos exteriores.

Quienes no cultivan su vida interior buscan la seguridad acumulando bienes y reconocimientos.

Y lo que vale para el tener y los bienes, vale para el poder y el control. Cuando no nos concedemos a nosotros mismos un reconocimiento mesurado, nos arriesgamos a pasarnos la vida buscando desesperadamente en el exterior un reconocimiento desmesurado, atrapados en el ego.

UNA CIUDADANÍA ALINEADA CONSIGO MISMA

La interioridad ciudadana significa, en primer lugar, que un ciudadano pacificado es un ciudadano pacificador. No es pasivo: deja a su paso una estela de benevolencia, de cocreación y de sinergia.

  • Ya como abogado comprendí la importancia de que cada persona pueda adquirir un mínimo conocimiento de sí mismo, asimilar algunas nociones de gestión de las emociones y clarificar sus reflexiones sobre el sentido de la vida.
  • Más tarde, como animador de jóvenes en situación de riesgo, he podido confirmar mi intuición de que la vida interior no pertenece al ámbito privado, puesto que nuestra interioridad no solo ordena, sino que también fecunda nuestra acción en el mundo.
  • Finalmente, al hacer mi propia terapia y acompañar como terapeuta a muchas personas en la suya, he comprendido que el conocimiento de uno mismo es una cuestión de salud pública que debería enseñarse en las escuelas desde infantil, con la misma intensidad que se enseña a leer, escribir y calcular.

Cuántas personas arruinan su vida –y tarde o temprano la de los demás– por no haber aprendido “¿cómo funciona?” y reflexionado sobre “¿para qué sirve?”.

La interioridad ciudadana significa también que un ciudadano que ha descubierto lo mejor de sí mismo lo pone al servicio de todos. Quien ha aprendido a alinearse con su impulso de vida propio y ha descubierto su capacidad creadora se convierte ineludiblemente en una persona participativa y creativa a la que le gusta compartir lo que tiene.

La transformación puede manifestarse con el descubrimiento de un talento artístico ignorado o reprimido. O también, y esto ocurre a menudo, por el “simple” hecho de reencontrar la alegría de una vida en común, en pertenencia y ya no en lucha. Los ejemplos abundan:

  • Una madre de familia que sale de su depresión y reencuentra el gusto de acoger alegremente a sus hijos en torno a una mesa.
  • Un experto contable que retoma el placer de ayudar a que se materialicen proyectos sociales.
  • Un empresario que decide transformar la gestión de su empresa reemplazando el sistema piramidal patriarcal estresante por la toma de decisiones compartida en un círculo responsable (sociocracia).
  • O ese otro patrón que invierte en su empresa para conseguir cero emisiones de carbono en unos meses.

Actualmente, la humanidad se enfrenta a un desafío común, global, de carácter histórico: cambiar o desaparecer. Frente a este enorme reto, un número cada vez mayor de individuos está comprendiendo que no podremos transformar colectivamente nuestra relación con la naturaleza y los recursos naturales que empleamos si no cambiamos individualmente la relación con nuestra propia naturaleza y con nuestros recursos personales.

Una persona que descubre lo mejor de sí misma se convierte en alguien participativo y creador.

La sociedad que hemos creado, que se revela mortífera en muchos aspectos, corresponde a nuestros sistemas de pensamiento, de creencias y de interpretaciones del mundo; es decir, a nuestra programación. No podremos tener un impacto duradero sobre el exterior sin transformar desde el interior nuestros propios sistemas de programación.

La interioridad es la clave de esta transformación colectiva. Hoy, todas las personas que se implican en un proceso de desarrollo personal profundo contribuyen al desarrollo social duradero. La interioridad es ciudadana.

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