El Arca de Noé
El Arca de Noé
Comencemos nuestra historia.
Siempre me han fascinado las teorías de la evolución humana y la antropología criminal, especialmente la de finales del siglo XIX. Devoré los libros de Darwin y Gerald Darrell, y recuerdo haberme presentado al examen de Antropología estudiando con placer cada palabra de aquel enorme tratado.
En fin, me fascina la relación entre el comportamiento y el entorno (cultural, social, organizativo y físico).
El hecho de trabajar en el campo de los Recursos Humanos y la Organización me dio la oportunidad de ver realmente las cosas desde un punto de vista privilegiado; y me gustaría, solo para hacer el tema divertido, utilizar la analogía entre los animales (los reales y los de Disney...) y los humanos-tipos que viven en empresas.
Unirse a una nueva organización (mediana-grande) es un poco como subirse al Arca de Noé.
Hermoso a la vista, grande, aparentemente sólido y capaz de navegar en todas las condiciones; el timonel parece sabio y competente, la tripulación motivada y bien organizada, el plan de navegación claro; en resumen, estamos a punto de emprender un viaje apasionante.
Recuerdo que hace muchos años, después del Master en Business Administration tomado inmediatamente después de graduarme - cosa que nunca haría si pudiera volver atrás: mucho mejor pasar unos años en la empresa primero y luego aprovechar al máximo lo que se va aprender - envié 52 currículos; me respondieron en tres o cuatro empresas, si mal no recuerdo, y una de las cuatro me contrató.
Fue allí, en esas entrevistas y en las que siguieron a lo largo de los años, donde conocí a las primeras "bestias", hablando con respeto: los "seleccionadores" o "reclutadores".
Extraño animal, el reclutador.
En realidad, hay más de un tipo: los que, más que seleccionar, hablan sobre todo de sí mismos, mostrando su hermosa cola de pavo real o, mejor aún, hinchándose como un pavo (normal); los que ya han decidido lo que haremos de mayores sin preguntarnos nunca, los que interpretan las señales observándonos como hace mi perro con las lagartijas, los que se apoyan en técnicas psicológicas o grafológicas olvidando que quien está delante de ellos es una persona y no un asesino en serie o un cadáver a diseccionar, aquellos que aún escuchan, observan, preguntan y tratan de comprender si y en qué medida las expectativas de ambas partes involucradas pueden combinarse, tal vez simplemente usando los sentidos ( Me recuerda el olfato, pero ahora que lo pienso, para volver a nuestros animales, los "bigotes").
Superado el primer escollo, y admitido haber obtenido un contrato digno y no de los que se utilizan hoy en día con los jóvenes, precarios de por vida, comenzamos.
Luego de los trámites de ingreso al Arca, información y capacitación inicial, la entrega de las herramientas necesarias para el recorrido, miramos a nuestro alrededor y comenzamos a conocer a los habitantes.
Recuerdo que cuando entré a trabajar en un gran grupo cementero italiano, pasé unas semanas en la sede central, aprendiendo poco a poco la administración de personal.
Ha sido un hermoso momento.
Mi jefe en ese momento era un contador muy inteligente sin edad definible. Un verdadero zorro, en resumen. Una de esas personas de las que siempre hay algo que aprender, y sobre todo capaz de entender cuándo era el momento de conducir y cuándo en vez de soltar. Todavía puedo verlo, con su mirada astuta y aguda, un poco encorvado, aparentemente frágil, pero con una agilidad de pensamiento y una rapidez de acción extraordinaria. De los que cazan de noche.
De él aprendí el arte de la mediación, la capacidad de ver siempre una solución incluso en los conflictos más difíciles, de buscar y encontrar un compromiso conveniente (algunos hoy dirían "win-win"), de ser el aceite y el filtro de la organización, para intuir las habilidades, el talento, el potencial de las personas, para comprender cuándo es el momento de tirarlos al agua, sabiendo que aprenderán a nadar por sí mismos.
Creo que todos tienen habilidades extraordinarias en diversos grados y en diferentes esferas.
Muchos años después, cuando ya trabajaba en una multinacional americana, asistí a un curso de Desarrollo de Liderazgo; el formador nos preguntó si conocíamos las habilidades reales de las personas que trabajan en la empresa, no solo las relacionadas con las tareas o roles asignados. Es decir, las que expresan -si me permiten el juego de palabras- cuando son libres de expresarlas.
Citó el caso de un simple trabajador de limpieza de fábrica que, en su vida no laboral, dirigía el servicio territorial de la Cruz Roja; y nos preguntó cómo era posible que, a nadie, aun consciente de su compromiso extralaboral, se le hubiera ocurrido darle un rol diferente en la empresa.
Y entonces me acordé de otro caso de un trabajador de la fábrica de cemento, un pequeño montañés seco con un gran bigote tártaro que sólo hablaba occitano de nuestros valles piamonteses; estaba a cargo del Departamento de Materias Primas con otros 3 trabajadores, distribuidos en diferentes turnos. La tarea consistía en revisar la gran planta y, si era necesario, alimentar las tolvas recogiendo el material con una enorme pala mecánica.
Pero él era el único al que no se le permitía usarla; nadie pensó que valía la pena enseñarle, dada su apariencia de oso salvaje; un día, sin embargo, debido a la simultánea urgencia de alimentar la planta y la falta de personal adecuado, se subió al vehículo y realizó el trabajo, como los demás, en general asombro.
Y cuando el Gerente de Planta le preguntó cómo era posible, Mario (así se llamaba) dijo con franqueza que después de su turno en la planta de cemento, había estado ayudando durante años en una cantera de sílice cercana, usando una pala mecánica.
¿Cuántas veces nos detenemos en la apariencia? ¿Cuántas veces juzgamos sin saber? ¿Cuántas veces nuestra ceguera torpe y arrogante nos impide simplemente mirar, observar y luego evaluar?
El topo, que ve poco, es mejor que nosotros; logra construir inmensas ciudades subterráneas, desconocidas para los habitantes de la superficie - ¿y no crees que es consecuente llamarlos "superficiales"?
Lo que creo que debemos hacer todos los días, y que yo con un esfuerzo inmensamente titánico, trato de hacer todos los días, es permanecer neutral, no dejarme vencer por los prejuicios, observar las cosas y a las personas desde diferentes ángulos, tener dudas, verificar (algo así como “ingeniería inversa”), confiar, creer, no tener miedo de elegir y hacer crecer personas que algún día serán mejores que nosotros.
Digamos que para este episodio de nuestra historia hemos puesto, como dicen en Italia, mucha carne al fuego.
Es tarde, la ceniza se ha apagado y es hora de ir a dormir, pero antes de irme, les dejo un proverbio coreano que dice: "cuando no hay tigres, un gato salvaje se siente rey".
Interesante para la próxima vez, ¿no crees?
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L’Arca di Noè
Bene, è passato un mese, l’inverno sta arrivando e il nostro camino comincia a funzionare. Fuori tira vento, una volta entrati ci sediamo sul divano vicino al fuoco. Se avete freddo, prendete le coperte che ho appena comprato per le nostre serate; il vino è già nel decanter, pronto.
Iniziamo il nostro racconto.
Sono sempre stato affascinato dalle teorie sull’evoluzione umana e dall’antropologia criminale, specie da quella di fine Ottocento. Ho divorato i libri di Darwin e di Darrell, e ricordo di aver dato l’esame di Antropologia studiando con piacere ogni singola parola di quell’enorme trattato.
Insomma, e per farla breve, sono affascinato dalla relazione tra i comportamenti e l’ambiente (culturale, sociale, organizzativo e fisico).
Il fatto poi di lavorare nell’ambito delle Risorse Umane e Organizzazione mi ha dato l’opportunità davvero di vedere le cose da un punto di vista privilegiato; e vorrei, giusto per rendere l’argomento divertente, usare l’analogia tra gli animali (quelli veri e quelli di Disney…) e i tipi-umani che vivono nelle aziende.
Entrare in una nuova organizzazione (di medio-grandi dimensioni) è un po' come salire sull’Arca di Noè.
Bella da vedere, grande, apparentemente solida e in grado di navigare in ogni condizione; il timoniere sembra saggio e competente, la ciurma motivata e ben organizzata, il piano di navigazione chiaro; insomma, ci si accinge ad un viaggio eccitante.
Ricordo che tantissimi anni fa, dopo il Master in Business Administration preso immediatamente dopo la laurea – cosa che non farei più se potessi tornare indietro: molto meglio passare prima qualche anno in azienda per poi sfruttare appieno quanto verrà insegnato – inviai 52 curricula vitae; mi risposero in tre o quattro aziende, se non ricordo male, e una delle quattro mi assunse.
E lì, durante quelle interviste e in quelle che negli anni seguirono, che ho incontrato le prime “bestie”, con rispetto parlando: i “selezionatori”.
Strano animale, il selezionatore.
In realtà ce n’è più di un tipo: chi più che selezionare parla soprattutto di sé stesso, mostrando la sua bella ruota da pavone o meglio ancora gonfiandosi come un tacchino; chi invece ha già deciso cosa faremo da grandi senza mai chiedercelo, chi fa l’interpretazione dei segni osservandoci come fa il mio cane con le lucertole, chi si affida alle tecniche psicologiche o alla grafologia, dimenticandosi che chi ha di fronte è una persona e non invece un serial killer o un cadavere da sezionare, chi ancora invece ascolta, osserva, chiede e cerca di capire se e quanto si possano combinare le aspettative di entrambe le parti in causa, magari usando semplicemente i sensi (mi viene in mente l’olfatto ma a pensarci bene, per tornare ai nostri animali, le “vibrisse”).
Superato il primo scoglio, e ammesso di aver ottenuto un contratto decente e non quelli che si usano oggi con i giovani, precari a vita, si comincia.
Dopo le procedure di entrata sull’Arca, le informazioni e la formazione iniziale, la consegna degli strumenti necessari per il viaggio, ci si guarda intorno e si iniziano a incontrarne gli abitanti.
Ricordo che quando iniziai a lavorare in un grande gruppo cementiero italiano, trascorsi alcune settimane nella sede centrale, imparando piano piano l’amministrazione del personale.
Fu un bel periodo.
Il mio capo di allora era un intelligentissimo ragioniere senza un’età definibile. Una vera volpe, insomma. Una di quelle persone da cui davvero c’è sempre da imparare qualcosa, e abile soprattutto a capire quando era il momento di guidare e quando invece di lasciare andare. Me lo vedo ancora, con il suo sguardo furbo e acuto, un po' ingobbito, apparentemente fragile ma con un’agilità di pensiero e rapidità di azione straordinaria. Di quelli che cacciano di notte.
Da lui ho imparato l’arte della mediazione, la capacità di vedere sempre una soluzione anche nei conflitti più duri, di cercare e trovare un compromesso conveniente (qualcuno oggi direbbe “win-win”), di essere l’olio e il filtro dell’organizzazione, di intuire le doti, il talento, le potenzialità delle persone, di capire quando è l’ora di buttarle in acqua, sapendo che impareranno da soli a nuotare.
Credo che tutti abbiano in misura diversa e in ambiti diversi, capacità straordinarie.
Molti anni dopo, quando ormai lavoravo in un’azienda multinazionale americana, partecipai ad un corso sul Leadership Development; il formatore ci chiedeva se conoscessimo le vere abilità delle persone che lavorano in azienda, non solo quelle relative ai compiti assegnati o ai ruoli. Cioè quelle che esprimono – se mi concedete il gioco di parole – quando sono libere di esprimerle.
Citava il caso di un semplice operaio addetto alle pulizie di fabbrica che, nella sua vita non lavorativa, gestiva il servizio di Croce Rossa territoriale; e ci chiedeva come fosse possibile che nessuno, pur a conoscenza del suo impegno extra-lavorativo, avesse mai pensato di dargli un ruolo diverso nell’azienda.
E allora mi venne in mente un altro caso di un operaio della cementeria, un montanaro secco e minuto, con dei grandi baffi alla tartara che parlava solo l’occitano delle nostre valli piemontesi; era addetto al Reparto delle Materie prime con altri 3 operai, distribuiti su turni diversi. La mansione era quella di controllare il grande impianto e, alla bisogna, di alimentare le tramogge prelevando il materiale con un’enorme pala gommata.
Ma lui era il solo che non era autorizzato a usarla; nessuno pensava meritasse la pena insegnarglielo, visto il suo aspetto da orso selvatico; un giorno però, a causa della contemporanea urgenza di alimentare l’impianto e della mancanza di personale idoneo, egli saltò sul mezzo e fece il lavoro, esattamente come gli altri, nello stupore generale.
E quando il Direttore di Stabilimento gli chiese come fosse possibile, Mario (questo il suo nome) candidamente disse che finito il suo turno in cementeria, da anni dava una mano in una cava di silice vicina, usando appunto la pala gommata.
Quante volte ci fermiamo all’apparenza? Quante volte giudichiamo senza sapere? Quante volte la nostra ottusa e arrogante cecità di impedisce di semplicemente guardare, osservare e poi valutare?
La talpa, che pur ci vede poco, è più brava di noi; riesce a costruire città sotterranee immense, ignote a noi abitanti della superficie – vogliamo definirci “superficiali”?
Ciò che penso si debba fare ogni giorno, e che io con uno sforzo immensamente titanico cerco di fare ogni giorno, è quello di rimanere neutrale, di non farsi vincere dai pregiudizi, di osservare le cose e le persone da differenti angolazioni, di avere dubbi, di verificare (una cosa tipo il “Reverse Engineering”), di dare fiducia, di credere, di non aver paura di scegliere e crescere persone che un giorno saranno migliori di noi.
Diciamo che per questa puntata del nostro racconto abbiamo messo, come si dice in Italia, tanta carne sul fuoco.
Si è fatto tardi, la cenere si è spenta ed è tempo di andare a dormire, ma prima di lasciarci vi lascerei con un proverbio coreano che dice:” quando non ci sono tigri, un gatto selvatico si sente re”. Interessante spunto per la prossima volta, non vi pare?