Biodiversidad, sostenibilidad, desastres naturales y crisis climática: ¿un círculo vicioso?

Biodiversidad, sostenibilidad, desastres naturales y crisis climática: ¿un círculo vicioso?

Durante los últimos años el mundo se ha visto afectado por desastres naturales de descomunal magnitud, que han destruido o dañado la biodiversidad y el patrimonio natural de numerosas regiones del planeta. Las secuelas de este drama recurrente han de servir de aviso para centrar la acción en controlar las causas que originan esta situación, y evitar tener que recurrir a medidas urgentes de control cuando los perjuicios adquieren magnitudes catastróficas.
21 Julio 2021

CRONICA DE UNA HISTORIA INFINITA

Con dramática frecuencia se difunden a los cuatro vientos y desde diferentes fuentes mediáticas las perturbadoras noticias que relatan la descomunal cantidad de incendios, inundaciones y sequías que asolan y destruyen, en diversas regiones del mundo, pueblos, urbanizaciones, superficies forestales, campos de cultivo y bosques de gran valor patrimonial. Estas noticias constituyen la confirmación de que las medidas para prevenir estas calamidades, a menudo publicitadas solo con intención sensacionalista, no han sido eficaces para evitar, y ni siquiera para frenar, la ola de episodios destructivos que se repiten con puntual periodicidad, como si se tratase de una epidemia contra la cual no ha sido posible descubrir ninguna vacuna ni ningún anticuerpo medianamente eficaz.

Esta realidad obliga a recordar los primeros pasos que se dieron a nivel mundial en materia de protección ambiental, cuando, en 1972, Naciones Unidas organizó en Estocolmo la primera Conferencia Internacional sobre Medio Ambiente. Esta reunión de expertos y autoridades de alto nivel, que también fue llamada “Cumbre de la Tierra”, fue el preludio de otras que años más tarde la siguieron: la de Río de Janeiro (1992), la de Johannesburgo (2002), y unas cuantas más que a lo largo del tiempo llevaron a desencadenar los Protocolos de Kioto, las COV, los Acuerdos de París, y las incontables y controvertidas políticas de reducción de los Gases de Efecto Invernadero. En su día, marcaron tendencias importantes en materia de protección de los recursos del planeta, y sentaron las primitivas bases de las opciones que hoy en día respaldan las conocidas estrategias contra la crisis climática, la salvaguarda de la biodiversidad, la apuesta por la sostenibilidad, o la necesidad urgente de repensar y reconducir la economía, los modelos de producción, y los hábitos de comportamiento de la sociedad civil.

Hablar de crisis climática, de biodiversidad y de sostenibilidad obliga a reflexionar una vez más sobre la estrecha relación existente entre estos conceptos, a los cuales se suman otros dos escenarios que aumentan la dimensión del problema: la emergencia sanitaria desencadenada por el Coronavirus, y la crisis económica que ha surgido como consecuencia de todo lo anterior. Un claro indicador de que se ha alcanzado un punto de inflexión que invita a reflexionar sobre cómo se habrá de gestionar la futura estabilidad geopolítica del mundo global.

La irregularidad pluviométrica, las sequías, los períodos recurrentes de temperaturas extremas, las agresiones al territorio natural, la distorsión de las estaciones, y la inestabilidad de las condiciones meteorológicas, alteran los ciclos naturales y reducen la capacidad de resiliencia del circuito biológico, provocando el deterioro de la biodiversidad y, como efecto colateral, incrementando en bosques y selvas la acumulación de gran cantidad de biomasa muerta, un combustible ideal para el desencadenamiento y la propagación de los incendios forestales. El alto coste que supone controlar todos estos episodios, y el perjuicio material que ocasionan a las actividades que se ven afectadas por sus efectos, genera la inevitable crisis económica que los acompaña, completando una espiral de efectos negativos estrechamente vinculados a la evolución cíclica que los acompaña y les confiere un carácter recurrente.

Los hechos anteriormente relacionados han inspirado a personas, instituciones, profesionales multidisciplinares y organismos a unir esfuerzos, y a llevar a la práctica campañas de sensibilización y promoción sobre los aspectos más elementales de la protección ambiental. Sin embargo, hasta la fecha las repercusiones de estas iniciativas no han sido relevantes, y a quienes, con la mejor voluntad, proponen acciones serias en este terreno, se les suele tildar de ilusos, de idealistas, de utópicos, e incluso, de románticos y de derrotistas. Se constata en cambio que muchos niegan que el medio ambiente sea un asunto de importancia para la sociedad y para los gobiernos de turno, y que es más importante resolver prioridades que ofrezcan la posibilidad de conseguir réditos más inmediatos para una sociedad ávida de igualdad y de solidaridad, que busca un camino más directo y cómodo hacia el ansiado estado de bienestar.

ANALIZAR LA REALIDAD CON OBJETIVIDAD: UN RETO INELUDIBLE

Hoy es preciso reflexionar sobre varias cuestiones en relación con la necesidad de proteger el patrimonio natural de la humanidad, sustituyendo la fatal costumbre de “reparar” o “corregir” hechos consumados, por la adopción responsable de los principios elementales de la “prevención”. El hecho de tomar como ejemplo uno de los escenarios más dramáticos de los desastres naturales, el de los incendios forestales, no significa que las incógnitas sean conceptos aplicables exclusivamente a este terreno: los glaciares de la tierra se están fundiendo, el nivel de los océanos aumenta, y la temperatura del planeta es cada vez más elevada, razones de más para hacer estas reflexiones extensivas a la totalidad del término “medio ambiente”, una expresión que envuelve relaciones e interacciones amplias y complejas que hoy nadie está en condiciones de negar.

Constatada esta realidad, los aspectos que han de servir de base para la reflexión y el debate que el tema requiere, son los expuestos a continuación.

¿Por qué se anuncian a los cuatro vientos campañas de prevención de incendios, que impactan con dudosa eficacia por la vía sensacionalista, pero que no consiguen llamar la atención de la ciudadanía sino cuando la devastación ya se ha producido? El despliegue de recursos para extinguir los incendios forestales adquiere características de espectáculo mediático, pero solo impacta como producto del efectismo cuando el desastre es un hecho consumado, y se constata con claridad que los recursos necesarios para controlar el desastre son insuficientes.

La acción preventiva y las estrategias de formación y sensibilización pública no son publicitadas con la fuerza suficiente para generar actitudes responsables por parte de administraciones y ciudadanos. Al final, todo se traduce en lamentos, y en la fácil denuncia del chivo expiatorio más próximo o probable, sin que se desarrollen acciones preventivas eficaces, ni se apliquen sanciones disuasivas contundentes que lleven al escarmiento de los presuntos autores de los siniestros, o desaconsejen a aquellos que puedan sucumbir a la tentación de llegar a serlo.

Lo que ocurre con los incendios forestales es también extrapolable a otros desastres naturales, tales como sequías, inundaciones, tornados, erosión de la tierra, desertización, así como a otros efectos negativos sobre el medio ambiente, consecuencia de la interacción de múltiples factores. Tras todos ellos se esconde el fantasma del calentamiento global y de la crisis climática, la pérdida de biodiversidad y las amenazas a la sostenibilidad, todos ellos fenómenos que actúan dinámicamente entre ellos y acentúan los problemas, con evidentes secuelas negativas para el medio natural y para la sociedad.

Para controlar los incendios forestales, las inundaciones y la crisis climática, la acción se centra fundamentalmente en “apagar fuegos”, en controlar los efectos de la devastación, olvidando que lo fundamental yace en controlar las causas que a lo largo del tiempo han conducido a esta situación: deficiente gestión de las masas forestales, sequías crónicas, deforestación masiva para implantar la agricultura extensiva, y un largo etcétera de acciones resultado de la imprudencia y de la especulación. La repetición crónica de los incendios forestales y el aumento de la incidencia y frecuencia de fenómenos como los huracanes, son consecuencia de carencias en los métodos y sistemas empleados en la gestión del territorio y en las campañas para prevenirlos y controlarlos. No se controlan las causas, y mientras tanto, áreas y regiones del mundo sufren devastadoras catástrofes, se lucha desesperadamente para paliar sus efectos, se constata la inacción, y se olvidan las medidas preventivas para ponerles freno de modo eficaz y definitivo.

Muchos piensan a fe ciega que el estado de bienestar es algo inamovible, que es un derecho adquirido y gratuito. Se deslumbran con el éxito que proporcionaron los años de bonanza previos a las crisis, pero aún no han aprendido ni aprobado las lecciones que con dramática claridad insinuaron dichas crisis. Buena parte de la humanidad insiste en seguir viviendo de acuerdo con unos esquemas de vida y consumo respaldados por la quietud, sin tener en cuenta que esta situación tiene fecha de caducidad y conduce al caos.

La indolencia vuelve a tropezar una y otra vez con la misma piedra, y la humanidad no aprende la lección. Es cierto que el actual contexto geopolítico, cuyas principales características son la volatilidad, la incertidumbre, la complejidad y la ambigüedad, entorpece la adopción de medidas preventivas contundentes, pero ello no es excusa para actuar sin visión de futuro, ni para dejar de lado el ejercicio inteligente de la imaginación, la innovación y la creatividad, base para emprender con éxito toda labor constructiva.

SOSTENIBILIDAD GLOBAL: UNA ASIGNATURA PENDIENTE

Al plantear con sentido global la sostenibilidad y la gestión de recursos, sus principios se deben aplicar de modo transversal a todos y cada uno de los aspectos que permitan garantizar la estabilidad del planeta y la vida de sus habitantes, incluyendo en el proceso el compromiso de participación proactiva y responsable de todos los agentes implicados en ello. El tiempo ha confirmado la validez de las previsiones y de los postulados generados cuando se publicó el estudio “Los límites del crecimiento”, dirigido por Dennis L. Meadows, y elaborado por el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). El trabajo fue realizado a solicitud del Club de Roma, grupo internacional de empresarios, científicos y profesores creado en los remotos años setenta del pasado siglo, abocado al análisis de los problemas ambientales que entonces comenzaban a manifestarse de modo revelador.

El citado estudio puso en relieve la necesidad de modificar las tendencias del desarrollo, destacó las características y los límites del modelo tradicional de crecimiento, y estableció las condiciones para prosperar en un planeta estable y respetuoso con el medio ambiente.

La creciente complejidad del actual marco geopolítico y económico, la globalización, y la interdependencia de los sistemas, refuerzan hoy en día la necesidad de promover el desarrollo sostenible como respuesta a este desafío. Sin embargo, pasados casi cincuenta años desde la publicación del informe del MIT, aún no han sido adoptadas las medidas elementales para orientarlo de modo eficaz, prueba de lo cual queda reflejada en el hecho de que, entre otras anomalías, las emisiones de gases de efecto invernadero causantes del calentamiento global siguen hoy creciendo a ritmo alarmante.

Nadie discute hoy la necesidad de adoptar medidas contundentes para evitar los desastres naturales que acosan cada día con mayor frecuencia e intensidad a naciones del mundo entero, todos ellos resultado de no aplicar a tiempo las medidas para evitarlos, o al menos, para reducir sus efectos negativos. Se cuenta actualmente con medios, métodos y sistemas que los avances tecnológicos ponen a disposición para ser utilizados con éxito en la prevención de este tipo de desastres, entre los cuales, por citar los más conocidos, están la meteorología, las herramientas de geolocalización vía satélite, las técnicas avanzadas de gestión forestal y de recursos hídricos, todas ellas reforzadas por el efecto multiplicador y las sinergias que es posible generar con el advenimiento de la era digital. Todo ello, sin descartar la valiosa contribución que, en materia de control y vigilancia ambiental, deberían prestar de modo solidario y organizado la policía y las fuerzas armadas, reforzando la acción de iniciativas voluntarias tales como las agrupaciones de defensa forestal, las organizaciones sin ánimo de lucro y los grupos ecologistas.

Aplicada con proyección holística y transversal en el mundo global, la acción ambiental constituye para las naciones industrializadas no solo un reto de obligado cumplimiento, sino también una valiosa alternativa para frenar el deterioro de los recursos naturales, y asegurar por esta vía la sostenibilidad y la biodiversidad en la Tierra. Pero también representa para éstas una herramienta reactiva de gran valor para corregir los efectos negativos a los cuales han conducido modelos de desarrollo a menudo marcados por la irresponsabilidad, la improvisación, la especulación y el despilfarro. En igual sentido, para las naciones emergentes, actuar preventivamente constituye tanto un compromiso como una oportunidad, aquella que surge de aprovechar el análisis de los errores propios y ajenos del pasado, extraer de ellos las lecciones pertinentes, y capitalizar todo este conjunto en beneficio de la adopción de iniciativas políticas, sociales y económicas que conduzcan a la consolidación de un planeta acogedor, equilibrado y estable.

Es un hecho que actualmente el multilateralismo se manifiesta en contra de la transversalidad. Eventos como las Cumbres o las Conferencias internacionales sobre el clima y el medio ambiente, donde negocian y deben ponerse de acuerdo cerca de 200 países, constituyen el mejor ejemplo de multilateralismo. Sin embargo, las presiones, conflictos de intereses y enfrentamientos presentes en el crispado entorno geopolítico conducen a que la comunidad internacional desprecie la oportunidad de consensuar estrategias globales ajustadas a la necesidad de apostar por acciones eficaces, y amplía la desconexión entre los gobiernos y la ciencia respecto a las crisis, sean éstas de naturaleza ambiental, sanitaria, climática o económica.

Esta realidad es otro recordatorio de que, de una vez por todas, la humanidad ha de reflexionar, aprender la lección y optar por la sensatez. En momentos en que diversas crisis y emergencias azotan al planeta, todo el mundo está inmerso de modo desesperado en buscar soluciones para paliar o eliminar sus efectos, olvidando que, para lograr resultados eficaces, la atención se debe centrar en corregir “en su origen” las causas que las han generado. Si no se actúa así, los problemas volverán a repetirse una y otra vez con iguales o peores secuelas, ya que contingencias de similar dramatismo están esperando a la vuelta de la esquina.

La Tierra se encuentra en alerta roja. A un entorno geopolítico confuso e inestable se suman la emergencia climática, la pérdida de biodiversidad, la crisis sanitaria, el riesgo de suministro de recursos naturales, y la falta de consenso transversal y multilateral para emprender las acciones que eviten el caos. Ya no hay tiempo para la imprudencia, la irresponsabilidad, la indiferencia y la negación de las evidencias. Es urgente adoptar medidas efectivas para garantizar un futuro seguro y acogedor para los habitantes del Planeta.

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