Sostenibilidad, biodiversidad y crisis: Las incognitas

Sostenibilidad, biodiversidad y crisis: Las incognitas

Las crisis climática, sanitaria y alimentaria provocan serias dificultades para garantizar la sostenibilidad del planeta, y graves amenazas para la seguridad de la humanidad. Detrás de esta realidad se ocultan causas que identifican al ser humano como el principal responsable del problema.
15 Febrero 2021

Si algo hemos aprendido de este 2020 es que el mundo, tal y como lo conocíamos, está cambiando radicalmente. A la hora de hablar de “Sostenibilidad” nos hemos de situar en la realidad del actual contexto geopolítico mundial, un entorno confuso e incierto cuyas características más relevantes son los importantes problemas que están generando las crisis climática, alimentaria y sanitaria, que interactúan y dan lugar a múltiples efectos negativos para el planeta, uno de los cuales, el más relevante, es la crisis económica que surge tras ellas.

La diversidad es la base de la estabilidad y de la sostenibilidad. La naturaleza es un sistema constituido por diversas especies que interactúan entre sí permitiendo su evolución equilibrada a lo largo del tiempo, con una alta capacidad de reacción y resiliencia frente a episodios que tienden a distorsionar este equilibrio como resultado de los desastres naturales propios del ciclo climático. Pero si estos incidentes son causados por agresiones externas descontroladas ajenas al ciclo natural, pueden ocasionar la fragmentación y empobrecimiento de los ecosistemas y espacios naturales, y provocar una degradación que puede poner en situación de riesgo la integridad del medio físico, y por añadidura, la del propio ser humano.

La distorsión de los ecosistemas naturales constituye la principal causa que desencadena cada una de las crisis climática, alimentaria y sanitaria, cuyos efectos, con el tiempo, se manifiestan de modo ascendente y crónico, dificultando las medidas para paliar sus efectos cuando éstos adquieren niveles que desbordan los instrumentos disponibles para hacerles frente. Debido a los factores que las provocan y a la inevitable interacción que se produce entre ellas, las tres crisis se manifiestan de modo secuencial, o incluso, simultáneo, provocando una espiral ascendente de sinergias y externalidades negativas difíciles de controlar. El análisis de las principales características de las emergencias climática, sanitaria y alimentaria permite poner en evidencia los anteriores argumentos.

CRISIS CLIMÁTICA

Hablar de crisis climática es, desde las últimas décadas, un tema recurrente, que atrae la atención de científicos, políticos, historiadores, ambientalistas y ciudadanos, quienes se refieren a este fenómeno desde distintos puntos de vista y plataformas de opinión. El calentamiento global genera un gran impacto en la opinión pública. La sociedad ha tomado conciencia de que la acción humana mal dirigida afecta a su entorno de vida y a su seguridad. La atención se ha centrado en los efectos del aumento de la temperatura global producida desde mediados del siglo XIX como consecuencia del incremento de los gases de efecto invernadero en la atmósfera, atribuido principalmente a las emisiones de dióxido de carbono (CO2) por el uso desenfrenado de combustibles fósiles

El principal responsable del calentamiento global causante de la crisis climática es el ser humano, cuyas actividades generan emisiones de gases de efecto invernadero que hacen subir la temperatura de la tierra. Pese a que la principal causa de este fenómeno es el CO2, responsable de más del 60% del calentamiento global, existen también otros componentes que contribuyen a incrementarlo, entre los cuales destacan el metano, el óxido nitroso y los clorofluorocarbonos (CFC). Estos gases se acumulan en la atmósfera y, por efecto “invernadero”, la tierra se calienta en exceso, provocando las graves consecuencias ambientales, sociales y económicas que actualmente afectan a todo el globo.

Existe actualmente un problema que no ofrece lugar a dudas, y que no debe ser despreciado: el hielo de los polos de la tierra se derrite, los ciclos de lluvia son cada vez más dispersos, irregulares y turbulentos, se producen fenómenos meteorológicos más frecuentes y extremos, cambian caprichosamente los patrones de precipitaciones y temperaturas, y aumenta el nivel de los océanos. Desastres naturales, tales como sequías, inundaciones, huracanes e incendios forestales, son cada vez más frecuentes e intensos, la contaminación del aire genera epidemias y enfermedades mortales, y desaparecen componentes de la flora y de la fauna amenazando seriamente la biodiversidad. A este problema, se suma la necesidad de planificar la relocalización de ciertos cultivos agrícolas para adaptarlos a condiciones climáticas que permitan asegurar su viabilidad y rendimiento, y de gestionar los procesos migratorios de aquellas poblaciones humanas obligadas a abandonar territorios donde ya les es imposible prosperar.

Si bien es cierto que en el último cuarto de siglo el mundo ha mejorado su visión sobre conceptos como el calentamiento global, la emergencia climática, las energías renovables, y las ciudades verdes, aún falta mucho por hacer. Los mayores problemas a afrontar se inscriben dentro del marco económico, puesto que las soluciones a adoptar tocan intereses que se resisten al cambio, insisten en negar las urgencias, y pretenden mantener el sistema tal como está. La acción requerida para frenar el calentamiento global no solo es responsabilidad de las grandes corporaciones vinculadas a los combustibles fósiles, sino también de las naciones que poseen bajo sus suelos y aguas enormes yacimientos de estos recursos, o disponen de territorios con selvas y bosques, que consideran como recursos para sus propios negocios, y de cuya explotación, a menudo descontrolada, no están dispuestos a prescindir.

Quizás no se podía esperar más de lo que ha salido de las Cumbres del Clima. En concreto, se aspira a que los Estados se comprometan a alcanzar la neutralidad climática en 2050, pero para alcanzar esta meta se requiere de una gobernanza transversal y multilateral que permita hacer frente a diferentes requisitos, tales como la transición energética, la consolidación de ciudades sostenibles, el desarrollo de la agricultura sostenible y la adecuada gestión del territorio y del patrimonio natural. Y todo ello, alineando las finanzas públicas y privadas con una economía cero emisiones.

El multilateralismo se manifiesta en contra de la transversalidad. Eventos como las COP, donde negocian y deben ponerse de acuerdo casi 200 países, constituyen el mejor ejemplo de multilateralismo. Sin embargo, las presiones y enfrentamientos presentes en el crispado entorno geopolítico conducen a que la comunidad internacional pierde la oportunidad de consensuar estrategias globales ajustadas a la necesidad de dar lugar a acciones eficaces, y agranda la desconexión que existe entre los gobiernos y la ciencia respecto a la crisis climática.

CRISIS SANITARIA

Los efectos negativos consecuencia del deterioro de los ecosistemas se han hecho evidentes de modo dramático a raíz de la COVID 19 y de la consecuente crisis sanitaria, que ha puesto en situación de riesgo extremo a toda la humanidad.

Pero no es la primera vez que el mundo sufre impactos de esta naturaleza. Son conocidos los problemas surgidos en su día como consecuencia del deterioro de ecosistemas naturales, que dieron lugar a las zoonosis causantes del Ebola, la Malaria, el Zica o la Rabia, producto de la transmisión al ser humano de patógenos por animales enfermos presentes en ecosistemas que perdieron diversidad, y en los cuales desaparecieron las especies “barrera” que permitían la recuperación del equilibrio. Los patógenos liberados por el deshielo vuelven a ser arrojados al medio ambiente con riesgo de reproducir episodios de contagio, epidemias y crisis sanitarias que se daban por superadas, tal y como ocurrió el año 2016 con un brote de Antrax en Siberia. Algunos científicos aseguran que algo similar puede ocurrir en los casquetes polares, posibles reservorios milenarios de virus y bacterias que, liberados como resultado de su fusión, pueden generar pandemias totalmente desconocidas en cuanto a sus efectos y consecuencias para la sociedad y el entorno vital.

Las agresiones al medio ambiente por parte del ser humano no son ninguna novedad. De hecho, el planeta sufre en estos momentos los efectos de varias de estas provocaciones, producto fundamentalmente de los efectos del calentamiento global, de la desforestación masiva, de la contaminación, de los incendios forestales, del uso de combustibles fósiles, y de la extracción desenfrenada de recursos finitos. El “Permafrost” del Ártico, que cubre sobre un 25% de la superficie terrestre, está siendo afectado por el deshielo causado por el aumento de la temperatura. Según estudios, esta “masa helada” constituye un reservorio milenario de virus, bacterias y otros agentes patógenos, entre los cuales destacan los que en su día causaron epidemias como la Gripe Española, la Peste Bubónica, la Viruela y otras. Efectos similares son atribuidos a la deforestación masiva para establecer explotaciones extensivas de monocultivos y ganadería.

CRISIS ALIMENTARIA

A finales del año 2019 Naciones Unidas advirtió de que 821 millones de personas están en riesgo de inseguridad alimentaria en el mundo, la peor crisis humanitaria desde la Segunda Guerra Mundial. Más del 10% de los 7.500 millones de habitantes que pueblan la Tierra no tienen acceso regular a alimentos que les garantice un desarrollo normal y, por tanto, una vida saludable. Además, en la actualidad existen muchas zonas de emergencia por hambre debido a guerras, desastres naturales, desequilibrios climáticos, migraciones, menor rendimiento de los cultivos, y falta de infraestructuras de procesamiento, distribución y almacenaje.

La situación empeoró después de un periodo de bonanza en que los expertos señalasen la reducción del hambre en el mundo y se lograsen grandes avances en la lucha contra la pobreza extrema, pero muchos de estos supuestos se quedaron a mitad de camino cuando el mundo se enroló en la guerra en Oriente Medio y surgió la crisis financiera del 2008, que redujo la disponibilidad global de recursos financieros. A este panorama se ha sumado el progresivo agravamiento de la crisis climática y sus secuelas bajo la forma del aumento de la frecuencia e intensidad de los desastres naturales. Además, es un hecho que la insolidaridad internacional ha ganado terreno en el mundo, lo que ha agravado las desigualdades tanto entre naciones como dentro de ellas, provocando que el problema del hambre haya vuelto a surgir como factor de preocupación mundial.

Se estima que se deberá aumentar la producción de alimentos en un 70% de aquí al año 2050 para hacer frente a la demanda ocasionada por el aumento de la población mundial. El mundo se enfrenta al reto de alimentar a más de 9.000 millones de personas y aumentar la producción de alimentos en un 70% de aquí al año 2050. Urge la transformación de los modelos de producción y distribución para hacer que las explotaciones agropecuarias sean más productivas, rentables y sostenibles, y que la cadena de valor alimentaria sea gestionada con rigor para satisfacer las necesidades nutritivas de la población del planeta.

El actual sistema alimentario es incompatible con la preservación del medio ambiente. El sistema en que se basan la agricultura y la ganadería contemporáneas es una de las principales causas del calentamiento global y su repercusión en el clima. Según la FAO, la ganadería es responsable del 18% de las emisiones de gases de efecto invernadero como resultado de la producción de metano durante la digestión de los rumiantes, y de la generación de óxido nitroso por el estiércol.

A esta realidad se suma la tendencia que lleva a un mayor consumo de carne en el mundo a medida que los países en desarrollo reivindican sus expectativas de consumo de alimentos de contenido proteico animal, y los efectos de la deforestación masiva para destinar la tierra a explotaciones ganaderas extensivas, reduciendo en consecuencia el efecto positivo que tienen los bosques por su poder de mitigación del calentamiento global.

Además, es necesario corregir con urgencia una situación tan irracional como descabellada que afecta a la producción y distribución de alimentos en todo el planeta: más de un 30% de la producción se pierde o desperdicia en forma de residuos, una situación inadmisible teniendo en cuenta que más de 800 millones de personas padecen hambre en todo el mundo, están subalimentadas, o sufren de desequilibrios alimentarios que las llevan a situaciones extremas de sobrepeso y desnutrición. Los residuos orgánicos originados en la agricultura, en el sector forestal, o contenidos en la fracción orgánica de los flujos de residuos sólidos urbanos y de las aguas residuales que fluyen a través de los sistemas de alcantarillado, son habitualmente considerados como un problema, tanto en términos económicos como ambientales. Sin embargo, esta situación puede revertirse mediante el diseño de sistemas de recuperación y procesamiento más efectivos, orientados a convertir los residuos orgánicos y la biomasa en una fuente de valor, y restaurar por esta vía el capital natural.

Se estima que el volumen global de gases de efecto invernadero (GEI) producido como consecuencia del desperdicio anual de alimentos ocupa el tercer lugar en el ranking mundial de emisores, sin olvidar que la degradación de la tierra afecta a aproximadamente un cuarto de la superficie del planeta. La eutrofización o acumulación de nutrientes, causada por el crecimiento excesivo de la vida vegetal como consecuencia del uso masivo de fertilizantes, ha creado zonas acuáticas muertas en muchos lugares de todo el mundo, y los ecosistemas generados por la agricultura y la ganadería extensivas son inestables, vulnerables, no son autosuficientes ni propician la biodiversidad ni un entorno sostenible. Todo lo anterior conduce a destacar que los sectores agroalimentario y forestal basan gran parte de su actividad en la explotación del recurso “suelo”, motivo más que suficiente que justifica orientarlos a hacer uso de habilidades innovadoras en la utilización del medio ambiente y de los recursos sin provocar su deterioro.

CRISIS ECONOMICA

El mundo está cambiando, y los retos económicos, ambientales y sociales a los que se enfrenta la humanidad hacen imprescindible la consideración de la sostenibilidad en el tejido social y empresarial. El tradicional modelo lineal extraer-usar-desechar recursos deja de ser una opción segura, y se hace necesario que las organizaciones y la sociedad civil se abran a la innovación en todos los campos del desempeño. Retos de gran trascendencia, tales como asumir el cambio climático, la escasez de materias primas y los problemas ligados a la salud ambiental, motivan y hacen imprescindible la adopción de acciones inteligentes en materia de gobernanza social, política y económica. En este sentido, es preciso también tener en cuenta que las consecuencias de la pérdida de biodiversidad en la economía global y en el aseguramiento de la sostenibilidad integral son y serán mucho mayores en los mercados emergentes, donde se prevé que tendrá lugar el mayor crecimiento del consumo per cápita. Algunas de estas acciones implicarán la adopción de modelos disruptivos que será necesario implantar como estrategias de retorno a largo plazo, que no siempre serán fáciles de asumir para desterrar la inercia de los habituales modelos de producción y consumo.

Tampoco hay que olvidar las lecciones del pasado, aquellas que en determinadas épocas generaron las “burbujas” y la controvertida “crisis del 2008”, producto de no haber reconducido a tiempo unos modelos empresariales y de comportamiento social basados exclusivamente en la bonanza coyuntural. En su día, muchos creyeron que el estado de bienestar era algo inamovible, un derecho adquirido y gratuito. Deslumbrados por el éxito que proporcionaron los años de “vacas gordas”, políticos, empresas y ciudadanos, a veces acompañados de tentaciones que les condujeron hacia la corrupción, la especulación y el derroche, vivieron en un engañoso “mundo de fantasía”, sin aprender ni asumir las lecciones que anunciaron los desastres a los que siempre conducen la especulación, la pasividad y el conformismo.

La sociedad no puede prosperar sobre la base de aceptar como inamovibles aquellas situaciones que deslumbran ocasionalmente mientras las cosas van bien, sin tomar conciencia de que dichos escenarios tienen fecha de caducidad y conducen irremediablemente al caos. Para constatar esta lamentable realidad, no hay más que observar cómo muchas empresas murieron de éxito durante épocas de crisis por no rediseñar y reconducir a tiempo sus negocios. Y cómo simples ciudadanos, por ingenuidad, negligencia o ignorancia, vieron evaporarse sus ilusiones cuando vieron frustrados sus intentos de alcanzar niveles de vida excesivamente alejados de los medios y recursos reales de que disponían.

OBJETIVO: RESOLVER LAS INCÓGNITAS

Para afrontar el desafío de prevenir nuevas crisis, se debe respetar una serie de requisitos, entre los cuales destaca la necesidad de conservar la biodiversidad y de optimizar la conservación del patrimonio natural. La naturaleza es resiliente, y puede prosperar por sí misma si el ser humano no distorsiona su equilibrio, y le permite regenerar los ecosistemas. Hoy en día se dispone de tecnologías y medios para superar cualquier crisis con eficacia, y para apostar por la reconstrucción “verde” del planeta, pero para que este planteamiento prospere, es preciso llevar a cabo una acción responsable que incluya cambios sustanciales en los modelos de producción y consumo, que frene la contaminación, que excluya la especulación, que reduzca la “huella ecológica”, y que se comprometa de modo transversal, holístico y multilateral con la protección del medio ambiente. Las externalidades negativas de cualquier acción irresponsable generan daños globales. Las crisis, sean del tipo que sean, se repetirán una y otra vez si no se evitan las agresiones a los ecosistemas, pilares esenciales para asegurar niveles de sostenibilidad integral.

Con metas como garantizar una producción y un consumo más responsables y salvaguardar los ecosistemas, para evitar las crisis las acciones se deben identificar, entre otras opciones, con la Agenda 2030 de Naciones Unidas. El cumplimiento de los diecisiete Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas constituye un reto insoslayable para alcanzar la estabilidad del mundo globalizado, cuyo futuro depende en gran medida de la seguridad ambiental y del uso inteligente del territorio y del patrimonio natural.

Plantear la sostenibilidad como el objetivo básico de la era global requiere actuar con visión preventiva, holística, realista y responsable, proyectada más allá de los intentos desesperados por solucionar las crisis cuando éstas adquieren carácter urgente, como ha ocurrido y sigue sucediendo con la crisis climática, la crisis alimentaria y la emergencia sanitaria, que conducen a la inevitable crisis económica. Para evitar que estas situaciones adquieran carácter crónico, la acción se ha de centrar en evitar la principal causa que las provoca: las agresiones a los ecosistemas naturales que ponen en peligro la biodiversidad del planeta.

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