RECURSOS, MEDIO AMBIENTE Y DESARROLLO SOSTENIBLE

RECURSOS, MEDIO AMBIENTE Y DESARROLLO SOSTENIBLE

La gestión inteligente de los recursos del planeta es un requisito ineludible para asegurar la sostenibilidad y el equilibrio ambiental del mundo global. Consolidar un orden socio económico estable obliga a actuar con cautela para evitar los errores del pasado que han llevado a que la humanidad se vea expuesta a significativas situaciones de riesgo.
9 Febrero 2019

CRONICA DE UN PASADO DE DESPILFARRO

La agresión hacia el medio ambiente, muchas veces de carácter irreversible, la inició el ser humano hace algo más de doscientos años. Actualmente, la humanidad tiene que hacer frente a las consecuencias de la falta de visión sobre los posibles efectos perjudiciales de dicha agresión. Las controversias hoy planteadas con relación a temas como la extinción acelerada de especies, el cambio climático, la destrucción de la capa de ozono, la desertización, la deforestación, la crisis energética, el deterioro de los esquemas de vida urbana y sus secuelas sociales, constituyen algunos ejemplos categóricos en este sentido.

El equilibrio global, mantenido con éxito a lo largo de milenios por compensación natural, sufrió un importante cambio de inflexión con el advenimiento de la sociedad industrial, promotora de medios y métodos de producción cuyos efectos devastadores no se han hecho esperar. Siempre que el hombre como especie ha impactado sobre la tierra, han surgido en paralelo los problemas ambientales.

La controversia mundial sobre las alternativas de cambio y transición, planteada por la necesidad de consolidar un medio ambiente equilibrado para el ser humano, puede sintetizarse en una evidencia cada día más asentada: la población y la industria no pueden continuar creciendo exponencialmente sin la perspectiva de un inminente desastre. Así ha quedado estipulado a lo largo del tiempo en numerosos informes, a menudo controvertidos, relativos al estado y futuro de los recursos naturales del planeta, cuya importancia hoy nadie discute. Uno de estos informes es el que llevó a cabo en su día el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), bajo el auspicio del Club de Roma, grupo internacional de empresarios, científicos y profesores creado en los remotos años sesenta del pasado siglo, abocado al análisis de los problemas ambientales que entonces comenzaban a manifestarse de modo testimonial e incipiente.

El citado informe analizó las perspectivas de los recursos en el contexto del progreso mundial. Sus conclusiones fueron dramáticas: las tasas de aumento poblacional e industrial no ofrecían garantías de poder ser soportadas dentro de unos cien años, aun cuando se lograsen adelantos sustanciales en materias relacionadas con el control de la natalidad, la producción de alimentos, la explotación de los recursos naturales y el control de la contaminación. De acuerdo con esta realidad, la solución no podía ser distinta a la que plantearon algunos economistas y filósofos hace más de dos siglos, que básicamente apuntaban a lograr el equilibrio global estabilizando la población, limitando las inversiones de capital, y sustituyendo los recursos productivos consumidos.

En 1972 Naciones Unidas organizó en Estocolmo la primera Conferencia Internacional sobre Medio Ambiente. Esta reunión de expertos y autoridades de alto nivel, que también fue llamada “Cumbre de la Tierra”, fue el preludio de otras que años más tarde la siguieron: la de Río de Janeiro (1992), la de Johannesburgo (2002), y unas cuantas más que a lo largo del tiempo llevaron a desencadenar los Protocolos de Kioto y las políticas de reducción de los gases de Efecto Invernadero. En su día marcaron tendencias importantes en materia de protección de los recursos del planeta, sentando las primitivas bases de las opciones que hoy en día respaldan las conocidas estrategias contra el cambio climático, la conservación de la diversidad biológica, la apuesta por la sostenibilidad, y la necesidad urgente de repensar y reconducir con responsabilidad los estilos de comportamiento de la economía, de la gobernanza, del liderazgo y de la sociedad civil.

Insinuaciones de economías de crecimiento cero fueron a menudo consideradas como retóricas en el pasado. Pero en el momento actual, las reglas del juego sugeridas por nuevas realidades obligan a considerar este tipo de planteamiento con mayor seriedad. Sicco Mansholt, durante los citados años sesenta uno de los vicepresidentes de la Comisión del Mercado Común Europeo, efectuó un llamado general para establecer un Plan Ecológico Europeo que, ante la alarma y la inquietud latentes, propiciase la sustitución del tradicional concepto de "producto nacional bruto" por otro de "producto nacional útil", más de acuerdo con la realidad del momento y con las incógnitas del futuro. Este postulado deja en claro que la inquietud por los problemas ambientales y por la gestión de los recursos del planeta es bastante antigua. Sin embargo, a pesar de que las repercusiones de estudios tan lejanos como el del MIT han ido captando adeptos día tras día, la contrapartida se sigue fundamentando en la fuerza tecnológica, que defiende la ancestral e innata capacidad de la humanidad para resolver los problemas del medio y de los recursos asociados al desarrollo socioeconómico.

Si el crecimiento industrial se mantiene atendiendo solo a los postulados de la economía lineal, la reducción de la contaminación puede ser desvirtuada, y puede volver a alcanzar niveles críticos a medio plazo. Un crecimiento demográfico alto puede también plantear una crisis de alimentos tanto en términos cuantitativos como cualitativos, pese a que se estimulen incrementos sustanciales del rendimiento de la agricultura, y se garantice que las fuentes energéticas sean sostenibles. Este límite está determinado por la excesiva presión de utilización de la tierra, que reduce su potencial productivo por agotamiento de los recursos, por la acción de una población exigente, y por el aumento de la contaminación.

El equilibrio de la naturaleza es dinámico, y se ajusta de acuerdo con el cambio de las circunstancias, sobre todo si éstas son de origen artificial y provocado. Pero este equilibrio es la parte más débil y vulnerable del ecosistema, y la más delicada frente a la acción del hombre, sobre todo frente a sus errores. El antiguo concepto de "explotación ilimitada" no es válido en momentos en que predomina un entorno social civilizado, al menos en términos absolutos. La presión que crean la necesidad y las expectativas humanas obliga a la sustitución de este término por criterios de gestión y de planificación enfocados a la productividad global “sostenible”.

La capacidad para la recuperación del equilibrio que resulta de la habilidad del hombre para resolver este tipo de problemas no ofrece lugar a dudas. Los adelantos tecnológicos han permitido y seguirán haciendo posible, por ejemplo, que la producción de alimentos supla el crecimiento poblacional, pero esta realidad pierde sentido cuando se constatan los límites y desequilibrios que resultan de la deficiente distribución y de la pérdida de alimentos a nivel mundial, principal causa de la desnutrición y del hambre que padecen muchas regiones y naciones emergentes. Para que esto no ocurra, se han de tener en cuenta dos requisitos: la racionalización inteligente de los procedimientos de uso y distribución de todo tipo de recursos, y la existencia de esquemas de gobernanza y liderazgo geopolítico que así lo permitan.

HACIA UN FUTURO SOSTENIBLE

 No se puede negar la realidad de la situación crítica que afronta el medio ambiente en términos de corto y largo plazo como consecuencia de los errores del pasado. Por ello, parece lógico anteponer el análisis de las alternativas preventivas a las acciones correctoras que ofrece la tecnología. La historia ha demostrado que una actitud avanzada permite obtener ventajas frente a las soluciones exigidas por la urgencia del momento o por los hechos consumados. La actitud preventiva no implica necesariamente poner fin al crecimiento socio económico.

Contra las agresiones al medio ambiente, producto de la deficiente gestión del patrimonio del planeta, no cabe esperar antídotos industriales. Todo adelanto tecnológico debe ser respaldado por transformaciones “revolucionarias” de las actividades económicas y de los modelos de comportamiento social, mediante las cuales sea posible cimentar estrategias responsables para la gestión del cambio. Es la vía esencial para distribuir equitativamente los recursos disponibles en una población en equilibrio con sus demandas vitales.

Los recursos, lejos de ser guardados celosa y obstinadamente, deben ser utilizados de forma apropiada, y no destruidos, para lograr de ellos los máximos beneficios, lo cual requiere de verdadera sensibilización por parte de la comunidad. Para ello, se dispone de tecnologías que ofrecen alternativas de uso sostenible de los recursos naturales, y de métodos de gestión innovadores, como los que propicia la Economía Circular, que vienen a ser el resultado de la experiencia adquirida a lo largo de la historia del propio proceso de degradación generado por la economía extractiva y por los malos hábitos de producción y consumo. La controversia planteada entre el beneficio o el perjuicio que puede representar la tecnología para la humanidad, debe encuadrarse dentro de un entorno mundial, que es finito.

El despertar de la conciencia y de la sensibilidad ambiental ha empezado a estimular el interés creciente de la sociedad civil y de los estamentos empresariales y gubernamentales, lo cual ha permitido la puesta en marcha de programas dentro de los cuales el concepto de sostenibilidad ocupa hoy en día un lugar preponderante. Lamentablemente, en algunos casos esta realidad no ha estado exenta de demagogia, provocando confusión y desorientación en la sociedad civil, y distorsionando la credibilidad de las opciones en juego.

Cuando se habla de la necesidad de gestionar responsablemente los recursos, es preciso comprometer en ello y de modo transversal a todos los actores y agentes responsables de generar y asumir los cambios pertinentes. No solo es responsabilidad de los gobiernos y del sector público actuar en este terreno, sino también de todos y cada uno de los ciudadanos del planeta, que a menudo olvidan sus propios deberes y compromisos para con su sustrato vital. Cuidar el patrimonio natural no es función y obligación solo de las áreas de concentración del poder político y económico, sino de toda la sociedad, y la conciencia ambiental no lleva a resultados si todos sus integrantes no son conscientes tanto de sus derechos como de sus responsabilidades.

Los recursos naturales no constituyen un patrimonio local, sino global, y su protección, gestión y mejoramiento es una responsabilidad ineludible. Se requiere orientar la totalidad de las prácticas y actitudes de acción, tanto pública como privada, con un enfoque de visión y perspectiva planetaria, y se ha de asumir que es indispensable proteger lo que se tiene, pero también fortalecer lo que se puede mejorar, para así proyectar a futuro y con seguridad todo lo que se relaciona con el uso de la naturaleza, en beneficio inmediato de todos, y de las futuras generaciones que deberán vivir las consecuencias de las decisiones de hoy.

Para lograr las más amplias ventajas de la explotación inteligente de los recursos se requieren grandes cambios en la idiosincrasia popular y en la capacidad organizativa de los niveles de responsabilidad y decisión. Se requiere aprender a distinguir y separar los conceptos de "conservación" y de "gestión", y reservar este último término para enfocar las estrategias con visión transversal y criterios globales de sostenibilidad.

La información disponible en este terreno, en momentos de imparable globalización, es de indiscutible valía, y lo será cada vez más. Por su naturaleza compleja, diversa y voluminosa, es preciso canalizarla y compartirla inteligentemente, asimilando y asumiendo su impacto en la cultura y en los valores tradicionales, evitando que vuelva a ser manipulada negativamente por las presiones del mercado, por tendencias equivocadas, o por los obscuros intereses mezquinos de algunas minorías.

 Los diecisiete Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030 de Naciones Unidas sugieren principios, opciones, orientaciones y valiosas herramientas estratégicas para alcanzar la estabilidad del mundo global. Asumidos y puestos en marcha por todos y cada uno de los agentes del mundo político y empresarial, y de la sociedad en su totalidad, pueden conducir a implantar con éxito los nuevos modelos de producción y los hábitos de consumo y comportamiento necesarios para transformar las buenas intenciones en resultados eficaces.

Inducir el cambio de actitudes que requieren dichos modelos no es tarea fácil, puesto que ello implica asumir paradigmas que a menudo resultan transgresores y disruptivos, y que exigen al ser humano abandonar la “zona de confort” en la que lo ha acomodado la inercia de sus atavismos egocéntricos. El desarrollo socioeconómico sostenible es posible y compatible con el empleo y con la explotación de los recursos, sean estos de carácter limitado o renovable, siempre y cuando ello sea llevado a la práctica con cordura y sentido común, anteponiendo el principio de la “prevención” a la actitud de tener que pagar el precio de la “reparación” de errores y hechos consumados, que a menudo suelen tener consecuencias irreversibles.

La primera opción, la de prevenir, constituye una inversión rentable a largo plazo. La segunda, la de reparar y corregir, es un lamentable despilfarro.

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