Competencias Emocionales: La comunicación en el grupo

Competencias Emocionales: La comunicación en el grupo

Hablar de la comunicación en el grupo, especialmente si de lo que estamos hablando es de IE, presupone aceptar, de una manera u otra, que existe una IE del grupo.
22 Octubre 2020

Hemos manifestado muchas veces que la denominada Inteligencia Emocional (que no debe ser entendida como una fórmula mágica, pero sí puede ayudarnos en el control de nuestras emociones y sentimientos), podría ser entendida como la suma de dos potencialidades, como su propio nombre indica, por una parte la inteligencia y por otra las emociones. Conjugar ambos términos es difícil. Particularmente entendemos la inteligencia como una característica del ser vivo, probablemente circunscrita a los humanos, capaz de, en principio, actuar coherentemente en nosotros y nuestro entorno de manera que la vivencia (el “cuerpo vivido” de Gabriel Marcel) sea lo más placentera, útil y social posible. Está claro que la inteligencia tiene contactos importantes con la consciencia y con la evolución como seres vivos que hemos desarrollado a través de los tiempos.

No se trata únicamente del cociente intelectual, es mucho más que ello, se trata del cómputo conjugado de posibilidades que nuestro cuerpo y nuestro cerebro (que uno es parte del otro) juega para sobrevivir y para hacerlo de forma consciente, práctica y, también por supuesto, aunque en ocasiones no lo parezca, social.

Podemos decir que lo que “nos hace humanos” por utilizar la famosa proposición, estaría formado según los expertos por la autoconsciencia, el pensamiento simbólico y el lenguaje (Xurxo Mariño). Personalmente considero que de ello se trata cuando hablamos de inteligencia. Fundamentalmente, de la capacidad para resolver situaciones, del tipo que sea, sin que la resolución sea la respuesta automática de unos genes, sino la respuesta consecuente con nuestra identidad particular.

La evolución, a partir más o menos de los tres millones de años, ha hecho que nuestra capacidad craneal pasara de 400 centímetros cúbicos a los 1500 del homo sapiens actual. Esta capacidad craneal no es gratuita, por supuesto es el aumento de volumen de nuestro encéfalo. La evolución ha potenciado este incremento con el paso del tiempo y lo ha permitido al ser humano, misteriosamente, dando origen a la posibilidad por nuestra parte de razonar, de generar pensamientos que impliquen “desplazamiento” es decir: la capacidad para actuar a partir de previsiones futuras y a partir de reconocimientos anteriores. Esta conjunción hace que los humanos podamos resolver problemas antes de hallarlos concretamente, en el aquí y ahora, prever su resolución de manera “creativa” a partir de nuestra subjetividad y de nuestras habilidades. Pero nos interesa el tema en tanto suponemos que esa “inteligencia” propiamente humana tiene un componente de sociabilidad claro.

Tal vez el lenguaje fuera uno de los mecanismos exigidos por nuestro cerebro para aumentar su tamaño, y con él sus capacidades. La capacidad simbólica de nuestro cerebro, la posibilidad por lo tanto de gestionar situaciones fuera de la realidad, a partir de imágenes creadas y recordadas, a partir de la implicación de todos los sentidos en el mapeo de la realidad y en la respuesta a situaciones no inmediatas. Y ello se da tanto individualmente como en grupo.

Los grupos tienen que plantearse, aparte de la colaboración para la obtención más rápida y eficaz de sus objetivos, la posibilidad de comunicarse situaciones y sentimientos individuales, tanto porque compartirlos es un sinónimo de “terapia”, como porque es el mecanismo de hacer intervenir al otro en nuestras preocupaciones, y ello es alejarnos de la soledad. El lenguaje es la capacidad de los humanos de “hablarnos” incluso con nosotros mismos a través de la conversión en símbolos de las realidades parciales descubiertas y analizadas por nuestro cuerpo/cerebro y la posibilidad de que dichos símbolos puedan encadenarse ilimitadamente para dar explicación del mundo (y de nosotros en él). Se ha dicho que la “sintaxis”, la posibilidad de entrelazar de manera coherente los símbolos creados en nuestro cerebro a partir de las imágenes percibidas, es uno de los mecanismos que nos permite hacer lo que estamos contando.

Si los expertos hablan constantemente de la homeostasis como el mecanismo que equilibra la vivencia y que equilibra las entradas y salidas de las manifestaciones y los estímulos, está claro que existe una homeostasis “básica” y una homeostasis sociocultural (Damasio). La primera es de carácter bilógico y permite que el cuerpo establezca los mecanismos oportunos para la supervivencia fundamentalmente. Lo que nos interesa en estos momentos es la existencia de la homeostasis sociocultural. Ello quisiera decir que existen una serie de mecanismos entre los seres pertenecientes a un grupo que equilibran las respuestas grupales hacia el logro de objetivos comunitarios. Dicho en otras palabras, podría ser que los diversos elementos de un grupo (prioritariamente humanos) compensarán sus deficiencias, conocimientos y habilidades para el logro de un fin superior, las finalidades del grupo. Está claro que hablamos de competencias únicamente pertenecientes al ser humano. Las colaboraciones de los grupos de animales, incluidas las manifestaciones comunicativas entre ellos están determinados por mecanismos genéticos que no disponen de capacidad para la abstracción ni para el desplazamiento ni menos aún para modificar actuaciones deliberadamente según una situación concreta.

Hablamos de grupos que modifican voluntariamente sus actuaciones adaptándolas al grupo. El individualismo acérrimo sería fatal para el grupo humano. Tal vez una de las características de la aparición del lenguaje fuera la necesaria cooperación entre los elementos, pero una cooperación que requería apuestas concretas y diferenciadas en cada caso según las variables que se percibían. Está claro que la “inteligencia”, la capacidad para percatarse de la situación, para recordar situaciones anteriores y para buscar estrategias apropiadas para la resolución del problema, posibilitaría la cohesión social y, además, marcaría “roles” para cada uno de los componentes según las habilidades específicas para la colaboración en el grupo hacia la resolución correcta del problema.

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