El profesional de la prevención y el mimetismo tipo “mantis religiosa”

El profesional de la prevención y el mimetismo tipo “mantis religiosa”

La r-evolución necesaria de los prevencionistas en un trabajo del mundo actual
27 Octubre 2016

No quisiera que nos comparáramos los y las Técnicos de Seguridad con un insecto, en sentido estricto. Aunque tal vez el mundo de los insectos sea un mundo deseable por su eficacia, laboriosidad, organización e incluso belleza. Me refiero a la “mantis religiosa” como un bello ejemplar de insecto que, en muchas ocasiones, me ha parecido disponer de muchos puntos de contacto con nosotros.

En primer lugar, la mantis religiosa (santateresa en español y pregadéu en catalán) es un ser capaz de mantener una especie de equilibrio estático/observador. Con sus grandes ojos y la movilidad de su cabeza observa lo que le rodea permanentemente con gran paciencia y habilidad. En segundo lugar, está siempre “rezando”, como pidiendo a un ser supremo o a la suerte que no ocurra nada, que nada altere la realidad circundante dadas las pocas expectativas de éxito que su intervención posibilita. A pesar de la habilidad y la técnica desarrolladas, “más vale que no pase nada” porque podemos hallarnos en una situación difícil. Finalmente, y en esto la comparación no puede ser, lógicamente, de carácter sexual, la mantis religiosa (en el caso real el macho, en la metáfora macho y hembra) es devorada una vez ha realizado su trabajo. Es como si una vez hecha la intervención importara un pito su existencia posterior, el agradecimiento y el respeto que merece. La mantis religiosa es devorada placenteramente, eliminada, olvidada.

Valga la metáfora, que debe ser entendida en el más positivo sentido (incluido el sentido del humor) para introducir el texto del Dr. Juan Francisco de la Fuente, Técnico de Prevención y profesor de la Universitat de Lleida. En el texto que sigue, el Dr. de la Fuente, nos muestra, en un muy breve esquema de uno de los apartados de su tesis doctoral, las características que posibilitarían una acción preventiva eficaz, en el marco de una nueva concepción del trabajo y la salud laboral. A mi modo de ver, la nueva mantis religiosa debe implicarse en el mundo del trabajo de una manera diferente (y, por supuesto, la estructura de ese nuevo mundo debe permitirle su trabajo). A continuación insertamos sus reflexiones con nuestro más sincero reconocimiento por su colaboración.

Profesional de prevención. Retos y oportunidades para una (r)evolución imprescindible

Una mirada a los principales medios de comunicación es suficiente para detectar que algo está cambiando en el mundo del trabajo. Es un hecho que el asunto de las condiciones de trabajo y su impacto como factor estratégico en las organizaciones está de gran actualidad. Incluso emergen, casi ya como mitos, organizaciones que han crecido desde entornos enfocados a la innovación, la gestión del talento y su supuesta sensibilidad por el factor humano.

Progresivamente se van incorporando al ámbito del “management” conceptos como bienestar, calidad de vida laboral, gestión del compromiso o sostenibilidad social. Aparecen, paralelamente, nuevas tendencias ligadas a la gestión de la experiencia de los trabajadores en las organizaciones: modelos de organización “saludables”, responsabilidad social, marketing interno, preocupación por la arquitectura de los espacios de trabajo,… Incluso algunos se atreven a condensarlo todo hablando de “felicidad en el trabajo”, queremos pensar que como metáfora simpática para sintetizar un conjunto coherente de elementos que, de manera agregada, contribuyen a generar un clima de trabajo óptimo que influya progresivamente sobre la cultura de la organización.

Obviamente toda esta evolución admite una mirada menos condescendiente. Desde una perspectiva crítica -que es conveniente no perder de vista del todo- es innegable que algunos de estos conceptos tan en boga han sufrido en los últimos años un cierto proceso de banalización, en línea con lo que Gilles Lipovetsky llamó, de manera brillante, “ética indolora”. Habrá, por lo tanto, que aplicar cierto escepticismo a estos nuevos modelos organizativos, y valorar si se ha posibilitado una mejora real en las condiciones de trabajo de las personas.

Además, aspectos como la deconstrucción de la relación laboral, la precariedad por defecto, las nuevas vulnerabilidades, la pérdida del trabajo como elemento de construcción de la identidad, las nuevas formas de trabajo, la brecha entre las condiciones de trabajo del primer mundo con respecto al resto o los retos de la transformación tecnológica ofrecen una perspectiva menos alentadora y amable de eso que llamamos trabajo.

No obstante, es una realidad que se está produciendo un giro hacía la “empatía” en algunas organizaciones. Muchas de ellas son, además, las más representativas de la nueva economía. Las motivaciones son múltiples: mejora de la productividad, aumento de la capacidad de innovación, reconocimiento social, influencia de los grupos de interés -clientes, entorno social, medios de comunicación-, mejora de la marca como empleador,…

En definitiva, y soslayando las motivaciones más prosaicas, lo innegable es que este escenario supone una oportunidad para desplegar acciones que pueden contribuir de manera notable al bien común. Emergen, paralelamente, nuevos retos y nuevas oportunidades para el desempeño del profesional de prevención en las organizaciones. Por lo tanto, suponen una oportunidad para poner en valor la figura del profesional como agente que, desde un rol de experto, puede guiar a las organizaciones en la gestión de estos procesos de cambio y mejora.

También, porque no decirlo, puede servir para mejorar la percepción social de una profesión que, a pesar de ser tan joven, se ha asociado desde el principio a ciertas connotaciones negativas: burocratización, reactividad, coerción,…

Para ello, se requiere una transformación significativa en la configuración de la profesionalidad y, sobre todo, en el propio autoconcepto profesional. No es un mal comienzo empezar por recuperar la esencia de la profesión y su misión.

Para ello, proponemos diez claves:

1

Ampliar el concepto de salud laboral, asumiendo desde la prevención nuevas asuntos y retos alineados con las expectativas sociales, como la gestión del bienestar laboral en todas sus dimensiones (en colaboración con otros profesionales: recursos humanos, calidad o incluso marketing).

2

En línea con lo anterior, generar una evolución progresiva del marco conceptual hacía un lenguaje con connotaciones positivas (salud, productividad, eficiencia) que contribuya, por lo tanto, a construir una nueva realidad en torno a la profesión.

3

Parafraseando a Peter Drucker, la intervención debe orientarse a de hacer las cosas correctas, más allá de hacer las cosas correctamente. Desarrollar, por lo tanto, una gestión preventiva basada en la mejora continua y que se evidencie como relevante, viable, oportuna, útil y orientada a generar un impacto significativo.

4

Desplegar sistemas de evaluación que permitan analizar y comunicar de manera inequívoca los logros de la gestión de la salud laboral y orientar la toma de decisiones.

5

Influir en el clima preventivo de la organización desde el liderazgo, el compromiso y la coherencia.

6

Asumir definitivamente que vivimos en un contexto donde predominan las pequeñas empresas y microempresas, y cualquier sistema o acción debe repensarse teniendo en cuenta esta realidad.

7

Cuestionar, de manera tajante y sin cortapisas, la contribución real que los actuales modelos de gestión (especialmente los servicios de prevención ajenos) están haciendo en términos de impacto, transformación y generación de cultura.

8

Desde la perspectiva profesional, realizar una construcción colectiva de la profesionalidad a través de sistemas que permitan crear redes profesionales efectivas, generar conocimiento compartido y que puedan constituirse incluso como grupos de presión a favor de la calidad.

9

Evolucionar el perfil y el marco de competencias de los profesionales para alinearlo con las necesidades y expectativas de todos los grupos de interés.

10

Y, como consecuencia de todo lo anterior, cuestionar los modelos de formación inicial y continua.

Estos últimos aspectos (competencias y formación) son los elementos clave de la evolución de la profesionalidad, por lo que ahondaremos específicamente en ellos en posteriores artículos.

En definitiva, el prevencionista se enfrenta a escenarios de gran complejidad, que requieren a reinterpretación de la profesión, en relación a las expectativas, valoración social, roles, funciones, competencias y modelos formativos.

No es fácil, pero es, sin duda, un reto inaplazable, una (r)evolución imprescindible. No solo está en juego la competitividad de nuestra economía sino que nos va (literalmente) la vida en ello.

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