Daniel Goleman, el gurú de la inteligencia emocional nos lleva ahora a un estado óptimo: "Tener un buen día en el trabajo nos deja con emociones positivas para el resto de acciones"
Daniel Goleman, el gurú de la inteligencia emocional nos lleva ahora a un estado óptimo: "Tener un buen día en el trabajo nos deja con emociones positivas para el resto de acciones"
El padre de la inteligencia emocional apenas necesita presentaciones. Es un conferenciante aclamado en todo el mundo. Formado en Harvard en Psicología Clínica, el Dr. Daniel Goleman (Stockton, California, Estados Unidos, 7 de marzo de 1946) nunca ejerció porque enseguida encontró su propósito de vida en el periodismo científico.
Tras teorizar, hace más de un cuarto de siglo, sobre cómo la conciencia de las emociones nos ayuda a saber qué estamos sintiendo y por qué reaccionamos de la manera en que lo hacemos, ahora revela métodos prácticos para conseguir más rendimiento, empatía y satisfacción vital en su nueva obra Óptimo (Ed. Kairós).
A este célebre defensor de que el éxito no reside tanto en la aptitud, con p, como en la actitud, con c, se le tiene en cuenta en todos los departamentos de Recursos Humanos. Su discurso, pronunciado hasta en el World Business Forum, resta importancia al coeficiente intelectual para dársela al esfuerzo, la capacidad de concentración, el aprendizaje de los errores, un trabajo en equipo o la motivación hacia los empleados.
DIFERENCIAS
Pero, ¿qué tiene que ver la inteligencia emocional con el estado óptimo? El pensador atiende a ZEN por Zoom desde California. "La conexión la vimos en una investigación en la que aquellos líderes o jefes que tenían una buena inteligencia emocional aumentaban la probabilidad de tener un día óptimo: ese momento en el que sentimos que podemos dar lo mejor de nosotros mismos. Nos sentimos bien y disfrutamos del trabajo que hacemos, nos encontramos implicados y conectados con quienes nos rodean", explica, distinguiéndolo del estado de flujo, una superación pasajera.
"Yo he estado evaluando empresas de Madrid, Barcelona o San Sebastián y, cuando he pedido que me dijeran los directivos o jefes que caen bien, todos eran emocionalmente inteligentes. Gente que sabe gestionar sus emociones y las ajenas. Que es capaz de inspirar y guiar. Y eso no se aplica sólo a los liderazgos, sino que cualquier trabajador puede participar de ese estado".
ANTE LA ADVERSIDAD
La pregunta es si podemos llegar a ser óptimos en circunstancias adversas. Goleman tira de filosofía clásica y el no es lo que nos pasa, sino cómo lo interpretamos. "Podemos cambiar nuestra realidad subjetiva a pesar de lo que nuestro jefe nos permita o no". Quita hierro a los teléfonos móviles, aunque, en sus propias palabras, pueden virar de nuestro mejor al peor enemigo. La mayor distracción no viene de un smartphone, contraviene, sino de la rumiación mental: "Aquella cosa que te dijo no sé quién y te molestó o por qué no me contesta esta persona y eso qué significará... Una de las formas más exitosas para entrar en estado óptimo es el proceso cerebral que facilita la concentración. Nos calma y fomenta la resiliencia", profundiza. Todos nos enfrentamos a desafíos y obstáculos, la cuestión es "si seremos capaces de sobreponernos a ellos".
Cuando se publicó su superventas apenas existían avales científicos, 25 años después, muchísimos datos evidencian que la corazonada de Goleman era cierta. "Los trabajadores con inteligencia emocional tienen más días óptimos y los líderes con inteligencia emocional acaban teniendo equipos más óptimos, gente que genera un mejor entorno de trabajo y no lo abandona porque a su vez aprecia a su jefe".
El problema, continúa, es la alta rotación, síntoma de una mala gestión. "La mejor forma de obtener buenos resultados es inspirando a la gente, pero, por desgracia, no todas las empresas valoran la cultura de la inteligencia emocional. No sólo es importante llegar a los objetivos, sino cómo se llega a ellos. Si es de una forma incorrecta, a la larga, perjudicará a la empresa", reflexiona.
IMPLICACIÓN Y FELICIDAD
En el estado óptimo puede haber una cierta serenidad, pero no es pasivo, sino implicado y activo. "El peligro de la serenidad es caer en la ecuanimidad o indiferencia, que las cosas dejen de importarnos. En el estado óptimo estamos implicados con nuestros compañeros", resume. Además, nos ayuda a alcanzar la felicidad. "Tener un buen día en el trabajo nos deja con emociones positivas para el resto de acciones, nos sentimos más conectados con todo lo que hacemos".
¿Qué herramientas proporciona para alcanzarlo? "Una sería el mantenimiento del foco, y para eso la meditación ayuda mucho: inspirar, espirar, hacer una pausa y volver a empezar. Es algo a lo que apenas hay que dedicar cinco minutos". Otro camino es pensar de forma diferente sobre nuestra situación, "concentrarnos en lo que está bien en lugar de en lo que está mal. Las emociones desplazadas son las que hacen que las personas terminen en terapia", concluye.