¿Cómo será el cerebro humano en el futuro?
¿Cómo será el cerebro humano en el futuro?
¿Qué podemos hacer con el futuro más que esperarlo? Mucho más. En principio, tratar de reconocerlo, saber de él para estar preparados. Porque esa posibilidad de mirar más allá de lo inmediato, sobre muchas otras, es una cualidad muy humana. Y si de futuro hablamos, un desafío aún mayor es pensar cómo será la evolución de nuestro cerebro, el órgano más complejo del universo. ¿Será posible tal desafío? Para esto sirve mucho aprender cómo llegó nuestro cerebro a ser lo que es en el presente, y a partir de eso hipotetizar cómo seremos en un futuro próximo o lejano. Veamos de qué se trata.
Durante muchos años las investigaciones sobre el cerebro humano se enfocaron en estudiar el aumento del tamaño del cráneo en los homínidos. Así, se observó que a medida que se acercaba al Homo sapiens, cada especie tenía un tamaño mayor al esperado. Este aumento se dio a expensas del desarrollo de la corteza cerebral. En el ser humano moderno, la corteza cerebral y sus conexiones ocupan el 80% del volumen cerebral. Y ello no es casual: esa área aloja las funciones más complejas del cerebro. Y particularmente, una porción de esa corteza evidenció un crecimiento abrupto en los seres humanos: la más anterior del lóbulo frontal o corteza prefrontal, la que se encuentra justo atrás de nuestra frente, que es la que nos hace humanos porque regula las funciones distintivas de nuestra especie. Algunas de ellas son nuestra capacidad para desarrollar un plan y ejecutarlo, para tener pensamiento abstracto, para llevar a cabo razonamientos lógicos, inductivos y deductivos, para tomar decisiones, para inferir los sentimientos y pensamientos de los otros, para inhibir impulsos y para tantas otras funciones que nos vuelven hábiles para vivir en sociedad. Somos la única especie capaz de desarrollar símbolos mentales para representar el mundo que nos rodea, como lo hace el lenguaje. También, hemos creado arte elaborado, sistemas políticos y económicos organizados, y podemos transmitir el conocimiento acumulado a través de las generaciones mediante la enseñanza explícita. Todos estos elementos, entre otros, forman nuestra cultura.
Si bien aún se desconoce qué fue exactamente lo que produjo este cambio en el tamaño del cerebro, una explicación conocida como la “hipótesis de la inteligencia social” plantea que fue la presión por ser socialmente inteligentes lo que dio lugar a estas transformaciones que extendieron el incremento del intelecto en otros dominios no sociales. Numerosas investigaciones muestran que existe una relación significativa entre el tamaño del grupo social, la frecuencia de comportamientos de aprendizaje social y la innovación y el tamaño del neocórtex. Sin embargo, esto no logra explicar por completo nuestras habilidades cognitivas.
Lo más relevante para la transformación del funcionamiento del cerebro sería la complejidad dada por las conexiones que se establecen entre las distintas partes que constituyen el sistema nervioso. Hay un fenómeno muy interesante denominado el “Efecto Flynn”, que muestra que cada generación obtiene puntajes más altos en pruebas de inteligencia que la anterior. La hipótesis multifactorial, que postula que las mejoras en la nutrición, la tendencia a familias más reducidas y la mayor complejidad ambiental, pareciera ser la explicación más acertada para explicar este fenómeno. En este sentido, las condiciones ambientales en las que nos desarrollamos y vivimos en la actualidad, desde el cambio climático global hasta los patrones de alimentación, de sueño y de uso de la tecnología, nos dan pistas sobre cómo podremos ser en el futuro.
Entonces podremos preguntarnos por fin ¿cómo será nuestro cerebro en el futuro? En términos anatómicos, el cerebro no cambiará en siglos. Teniendo en cuenta la historia evolutiva del cerebro humano que transcurrió a lo largo de millones de años y que no se observa un cambio notable en la apariencia física desde hace 200.000 años (esto, a pesar de las impresionantes transformaciones que tuvo la vida a través de los siglos, y sobre todo en estos últimos tiempos con la explosión de la tecnología), es difícil pensar que la estructura cerebral se modificará drásticamente. Vale preguntarnos entonces qué transformaciones precisará nuestro cerebro en constante adaptación desde que nos enfrentamos a una nueva manera de procesar la información mediada por la tecnología. Esto también nos lleva a reflexionar hasta qué punto nuestro cerebro puede sostener esa estimulación operativa y esas tareas múltiples.
Quizás el siguiente paso pueda no ser una evolución natural, sino que se relacione con la influencia de la ingeniería genética y la biotecnología para expandir las capacidades. Hay autores que sostienen que la evolución, en términos de selección natural, ya no es tan relevante en el mundo cultural y tecnológico en que nos desarrollamos. En cambio, la adaptación cultural y tecnológica tendría un rol prominente. Con los avances en la medicina y el cuidado de la salud, en la actualidad entre el 95% y el 99% de los partos son exitosos, la mayoría de las personas llegan a alcanzar la edad reproductiva y tiene una esperanza de vida mayor que hace veinte años. Entonces, se puede pensar que es la cultura –más que la herencia genética– la que determina quiénes sobreviven hoy y dejarán descendencia. Además, en la actualidad, somos capaces de manipular genes mediante selección artificial y modificar rasgos biológicos. Estudios recientes sugieren que ciertos aspectos del envejecimiento están programados genéticamente, lo cual abre la posibilidad de pensar en su manipulación. La tecnología está permitiendo el desarrollo de tejidos artificiales, como piel construida a partir de plástico, y dispositivos como retinas artificiales o implantes cocleares. Probablemente, en un futuro, sea posible crear o regenerar el tejido neuronal que compone el cerebro. Esto tendría importantes implicancias en el tratamiento de enfermedades que hoy no tienen cura, como la demencia. Sin ir más lejos, pensemos que ya contamos con medicamentos para mejorar el rendimiento en ciertas disfunciones cerebrales. Fármacos como los antidepresivos, el metilfenidato para el tratamiento del déficit atencional y agentes dopaminérgicos para el tratamiento del Parkinson y la enfermedad de Huntington han significado una gran mejora en la calidad de vida de estas personas.
Pero tal vez el ejemplo paradigmático de la evolución tecnológica es la interfaz cerebro-máquina, tecnología que permite registrar y procesar ondas cerebrales en tiempo real y traducirlas en una acción en el mundo exterior. Funciona interpretando y trasladando la actividad eléctrica neuronal a un dispositivo o prótesis que se estimula para generar comandos motores. Si bien esta tecnología se encuentra aún en etapa de investigación, tiene múltiples posibilidades de aplicación. Por supuesto que se podría utilizar eventualmente en personas sanas. Teóricamente, es posible potenciar funciones sensoriales o cognitivas mediante implantes cerebrales o dispositivos externos como percibir más colores o tener visión “nocturna” o “de 360 grados”. Estas ideas han llevado a reflexionar sobre la posibilidad de proveer a los humanos de habilidades ilimitadas de memoria o cálculo, produciendo una superinteligencia que nos haría entrar en una era poshumana. En conjunto con otras tecnologías, como el GPS, la interfaz cerebro-máquina tiene múltiples potenciales aplicaciones en la vida cotidiana, por ejemplo, en lo que concierne a la conducción de un auto o pilotear un avión. El desarrollo de estos dispositivos está siendo posible gracias a los avances en disciplinas como la nanotecnología, la biotecnología, la neurociencia y la tecnología de la información. Se ha sugerido que la interfaz cerebro-máquina nos está acercando a una revolución tecnológica, en tanto representa una fusión del cuerpo humano con dispositivos artificiales. En este sentido, varios investigadores sostienen que podemos convertirnos en Homocyberneticus, una especie humana ligeramente asistida por algunas mejoras tecnológicas.
Muchas veces se dice que el futuro ya llegó. Claro que se trata de una frase contradictoria, porque el futuro por definición es algo por venir. Aunque parece que esta vez de verdad ya vino y, encima, que no le gusta esperar. Sea como sea, tengamos listas las maletas.
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Facundo Manes es doctor en Ciencias de la Universidad de Cambridge, neurólogo, neurocientífico, investigador del CONICET y del Australian Research Council (ACR) Centre of Excellence in Cognition and its Disorders, Presidente de la Fundación INECO y profesor de la Universidad Favaloro (Argentina) y de la University of California San Francisco -UCSF- (EEUU)