El ego es tu enemigo

El ego es tu enemigo

El ego es un escudo contra la inseguridad, pero también nos impide conectar honestamente. En un mundo ultracompetitivo que se alimenta del éxito y la exposición en redes sociales, el reto, según el filósofo estoico Ryan Holiday, es dedicar menos tiempo a hablar de nuestros logros y más a realizar lo que nos enriquece como personas.
27 Julio 2024

Tal vez eres joven y estás lleno de ambiciones. Tal vez eres joven y luchas por lograr tus objetivos. Tal vez ya has ganado un par de millones, has firmado tu primer negocio, has sido seleccionado para formar parte de un grupo de élite, has logrado suficiente para toda una vida. Tal vez te has quedado asombrado de ver lo vacía que está la cima. Tal vez te has encargado de dirigir a otros a través de una crisis. Tal vez te acaban de despedir. Tal vez acabas de tocar fondo.

Donde sea que te encuentres, sea lo que sea que hagas, tu peor enemigo ya vive dentro de ti: tu ego.

«A mí no me pasa eso —puede que pienses—. Nadie podrá decir nunca que soy un ególatra.» Tal vez siempre has creído que eres una persona bastante equilibrada. Pero para la gente con ambiciones, talentos, impulsos y potenciales por desarrollar, el ego es una característica natural. Precisamente aquello que nos hace ser tan prometedores como pensadores, hacedores, creativos y empresarios nos vuelve al mismo tiempo vulnerables a esta parte oscura de la psique.

Este no es un [texto] sobre el ego en el sentido freudiano. A Freud le gustaba explicar el ego a través de una analogía: nuestro ego era el jinete a caballo, con nuestros impulsos inconscientes representando al animal, mientras que el ego trataba de dirigirlos. Los psicólogos modernos, por su parte, usan la palabra «egoísta» para referirse a alguien que vive peligrosamente centrado en sí mismo y a quien los demás le son indiferentes. Todo esto es cierto, pero no es muy útil fuera del entorno clínico.

El ego que vemos con mayor frecuencia se rige por una definición más coloquial: es una creencia malsana sobre nuestra propia importancia. Esa es la definición que usaremos en este [texto]. Es ese chiquillo irritable que hay dentro de cada uno, aquel que elige hacer lo que quiere por encima de cualquier otra cosa. La necesidad de ser mejor que, más que, reconocido por, más allá de cualquier utilidad razonable. Eso es el ego. Es el sentido de superioridad y certeza que excede los límites de la seguridad en uno mismo y del talento.

El ego es el sentido de superioridad y certeza que excede los límites de la seguridad en uno mismo y del talento

Cuando la noción de nosotros mismos y el mundo se vuelve tan fuerte, comienza a distorsionar la realidad que nos rodea. Cuando, tal como explicaba el entrenador de fútbol Bill Walsh, «la seguridad en uno mismo se vuelve arrogancia, la asertividad se vuelve obstinación y la confianza en nuestras capacidades se convierte en descuido». Este es el ego que «nos tira hacia abajo como si fuera la ley de la gravedad», como advertía el escritor Cyril Connolly.

En este sentido, el ego es el enemigo de lo que deseamos y de lo que tenemos. El enemigo de poder llegar a dominar un oficio. De la verdadera intuición creativa. De la posibilidad de trabajar bien con los demás. De construir lealtad y apoyo. De la longevidad. De alcanzar repetidas veces el éxito y mantenerlo. El ego rechaza las ventajas y las oportunidades. Es un imán para los problemas y los conflictos. Es un imán para los enemigos y para los errores. Lo sitúa a uno entre la espada y la pared.

Nosotros, mayoritariamente, no somos «egocéntricos», pero el ego está en la raíz de casi cualquier problema y obstáculo que podamos imaginar, desde por qué no podemos ganar hasta por qué necesitamos ganar todo el tiempo y a costa de los demás. Desde por qué no tenemos lo que queremos hasta por qué tener lo que queremos no parece hacernos sentir mejor.

Por lo general, no vemos las cosas de esta forma. Pensamos que la culpa de nuestros problemas es algo más (la mayoría de las veces, los demás). Somos, como dijo el poeta Lucrecio hace unos cuantos miles de años, aquel enfermo proverbial «que desconoce la causa de su enfermedad». Especialmente para las personas exitosas, que no pueden ver lo que el ego les impide hacer porque todo lo que ven es lo que ya han hecho.

Con cada ambición y cada meta que tenemos, ya sean grandes o pequeñas, el ego está ahí, socavando nuestra fuerza a lo largo del viaje que nos hemos propuesto realizar.

Harold Geneen, el pionero director ejecutivo, comparaba el egoísmo con el alcoholismo: «El egoísta no se estrella contra los muebles ni tumba las cosas de su escritorio. Tampoco tartamudea ni babea. No. En cambio, se vuelve más y más arrogante, y algunas personas, que no conocen lo que hay debajo de esa actitud, interpretan equivocadamente su arrogancia como un sentido de poder y seguridad en sí mismo». Se podría decir que los egoístas empiezan a caer también en este error a pesar de ellos mismos, sin darse cuenta de la enfermedad que han contraído ni de que los está matando.

Si el ego es la voz que nos dice que somos mejores de lo que realmente somos, podemos decir que obstaculiza el verdadero éxito, porque impide que tengamos una conexión directa y honesta con el mundo que nos rodea. Uno de los primeros miembros de Alcohólicos Anónimos definía el ego como «una separación consciente de». ¿De qué? De todo.

Las formas en que esta separación se manifiesta de manera negativa son muchas: no podemos trabajar con otra gente si hemos levantado barreras a nuestro alrededor. No podemos mejorar el mundo si no lo entendemos ni nos entendemos a nosotros mismos. No podemos recibir retroalimentación si somos incapaces de oír lo que viene de otras fuentes, o sencillamente no nos interesa. No podemos reconocer las oportunidades, ni crearlas, si en lugar de ver lo que tenemos delante vivimos dentro de nuestra propia fantasía. Al no contar con una evaluación precisa de nuestras propias capacidades comparadas con las de los demás, lo que tenemos no es seguridad en nosotros mismos, sino delirio. ¿Cómo se supone que podremos conectar con otras personas, o motivarlas, o dirigirlas, si no somos capaces de relacionarnos con sus necesidades porque hemos perdido el contacto con las nuestras propias?

La artista del performance Marina Abramovic lo expresa claramente: «Si empiezas creyendo que eres grande, tu creatividad morirá». Solo hay una cosa que se beneficia del ego: la comodidad. La intención de hacer algo grande, ya sea en deportes, arte o negocios, suele ser intimidante. Pero el ego atenúa ese miedo. Es un escudo contra la inseguridad. Al reemplazar las partes racionales y conscientes de nuestra psique por bravatas y discursos egocéntricos, el ego nos dice lo que queremos oír cuando queremos oírlo.

Pero es una solución a corto plazo que tiene consecuencias a largo plazo.

Este texto es un fragmento de ‘El ego es tu enemigo’ (Planeta), de Ryan Holiday.

¿Qué opinas de este artículo?