Bestiario organizacional – El ganso barrigón y la metáfora

Bestiario organizacional – El ganso barrigón y la metáfora

En este nuevo episodio de nuestro viaje dentro de las Organizaciones, quisiera partir de un episodio que me sucedió durante una reciente conferencia en una Universidad Italiana, y que me dará la inspiración para hacer un razonamiento más amplio.
12 Enero 2024

Después de haber ilustrado el Bestiario Organizativo (que sabemos es una historia irónica y nada científica escrita por una "bestia" -yo- sobre las "bestias" que se encuentran en nuestras Organizaciones), una tarde se me acerca un señor y de manera profesoral no sólo cuestiona que haya usado al tigre como un ejemplo positivo, sino que afirma sarcásticamente que no sabía que varios tigres en el mismo territorio podían crear una fuerza, ya que el tigre es notoriamente un cazador solitario. Y después de estos comentarios, el señor se marcha, sin siquiera darme tiempo a responder.

Debo admitir que, desde un punto de vista rigurosamente y científicamente etológico, nuestro estimado profesor tiene toda la razón, y digo que, si expusiera estas tesis en el Congreso Mundial de la WWF o en algún simposio internacional de Etología Social, ciertamente estaría expulsado con ignominia y desterrado para siempre. Y obviamente no pienso en ir allí…

Este episodio tiene algo grandioso en sí mismo, diría por dos razones: la primera es que inmediatamente tuve la oportunidad de agregar un nuevo sujeto a nuestra colección bestial, la segunda es que la observación analítica de su comportamiento - lo confieso que en ese momento me lo habría comido vivo, hablando de tigres - me hizo pensar en cuántas veces nosotros mismos somos superficiales sin sentido y en cómo nuestras palabras a menudo están influenciadas por factores poco o ningún objetivo.

Pero vayamos en orden.

Tenemos un nuevo animal para el Bestiarium.

Cierra los ojos e imagina un ganso: bajito, ya no joven (es un eufemismo) y con una barriga desproporcionada; su cuello alargado a la fuerza para parecer más alto, su mirada arrogante y con un aire de superioridad. Aquí está el, caminando torpe y pomposamente entre los demás, con libros, presumiblemente suyos, bajo el brazo y tratando de llamar su atención, graznando sobre autores griegos y latinos y olvidando que cuando Esopo y Fedro hacían hablar a los animales en sus fábulas, no era porque sus lectores pensaran que milagrosamente tenían el don del habla, sino para hacernos meditar sobre la moraleja detrás de cada simple historia.

Sin entrar en la historia de la filosofía (uno de los primeros filósofos en mencionar específicamente la metáfora fue Aristóteles, a quien cada ganso debería conocer bien), me limitaré a decir que durante siglos se ha hecho uso de la figura retórica y en particular de la prosopopeya (figura retórica que atribuye a objetos inanimados, entidades abstractas, animales - como en los cuentos de hadas -y personas fallecidas la capacidad de hablar) y de metáforas - bestias, en nuestro caso - dentro de estrategias narrativas que tienen como objetivo estimular las emociones y la imaginación, y guiarlas hacia una interpretación “paralela” y creativa, “ultra” literal, “ultra” científica.

Por tanto, la metáfora es la base de todos aquellos relatos y expresiones que utilizan símiles, analogías y símbolos y abren nuevos horizontes cognitivos; al fin y al cabo, este hablar por similitudes todavía se utiliza hoy en día en el lenguaje cotidiano: "es terco como una mula", "tiene ojos de tigre", "es inteligente como un zorro", y mil cosas más.

Pero para utilizar figuras retóricas es necesario tener en cuenta el contexto cultural en el que uno se mueve: lo que quiero decir es que al tratar y desarrollar el mismo tema, el trasfondo cultural, la educación, los legados de la tradición popular, el lenguaje mismo inciden de manera decisiva en el proceso de comprensión de la metáfora y la identificación o no, la aceptación o no, la adherencia o no con los aspectos comportamentales, y las relaciones entre la bestia y la moral que el relato pretende ofrecer.

Para utilizar un lenguaje más comprensible utilizaría el ejemplo del proverbio coreano que encontramos en nuestros episodios anteriores: "cuando no hay tigres, un gato montés se siente como un rey".

Wikipedia nos dice que “el tigre está fuertemente asociado con el pueblo y la cultura de Corea, conocida en el pasado como la “tierra de los tigres”, debido a la gran población de felinos que habitaba sus montañas. Está presente en el mito fundacional de Dangun y es un motivo recurrente en la literatura y el arte funerario, budista y popular como espíritu protector. Considerado un símbolo nacional, se asocia con las cualidades de humor, coraje y nobleza."

Por el contrario, el gato montés tiene un significado completamente diferente (al menos en el espíritu del proverbio), de subespecie, de pariente pobre, de “me gustaría, pero no puedo”.

Poco importa, para el propósito que se propuso quien escribió el proverbio, qué es realmente el tigre, que es un cazador despiadado (pero ¿no es la compasión un sentimiento humano, o más bien cristiano? Por lo tanto, lógicamente no tiene nada que ver con animales) y si caza sola o no. Tampoco que el gato sea (a veces) una dulce mascota y por tanto tenga una connotación positiva en nuestro imaginario.

Aquí es la moral coreana la que debe inspirarnos y mover nuestra imaginación hacia imágenes precisas de liderazgo verdadero y liderazgo "falso", si se me permiten decirlo.

También añadiría que la propia traducción a un idioma distinto al original puede causar confusión: en nuestro caso, mi traducción al español hizo que el gato se convirtiera en “gato montés” o “gato salvaje”, mientras que otros participantes en una conferencia en Chile me dijeron que mejor hubiera sido definirlo como “gato de campo”.

Mi "lección aprendida" (“lesson learnt”) fue que siempre que se utiliza una figura retórica, más que buscar la traducción más adecuada al contexto cultural, es necesario explicar mejor qué concepto se esconde detrás del mero significado literal, ofreciendo elementos precisos de interpretación.

Creo que, en las relaciones y comunicaciones organizativas, así como en las actividades de difusión y formación corporativas, el uso de figuras retóricas (alegoría, metáfora, hipérbole, analogía, pregunta retórica, oxímoron, etc.) añade atractivo e interés y hace que la comunicación sea más fácil, comprensible y, en consecuencia, más fácil de recordar, más eficaz y capaz de cambiar el comportamiento en un sentido positivo.

Mientras que hace miles de años la prosa de cuento de hadas sólo se expresaba a través de escritos, hoy las figuras retóricas (y la prosopopeya y la metáfora) pueden encontrar múltiples medios expresivos - caricaturas, vídeos, imágenes - sumamente útiles para reforzar los conceptos que se quieren transmitir y la formación que se pretende realizar.

Creo que en la comunicación corporativa, en las actividades de información y formación -especialmente en las vinculadas a las llamadas “Soft Skills” y Sostenibilidad, entre ellas Seguridad y Salud - cualquier medio que pueda hacer pensar a la gente y que permita al participante identificarse con la situación que se describe, especialmente si está directamente relacionado con el entorno de trabajo específico (su fábrica, su empresa, su sector), multiplicará el resultado y garantizará que el público permanezca atento y pueda absorber mucha más información que los cursos de formación teórica, rigurosamente científica y asépticamente impartida.

Pero como anticipé, de la historia descrita y del análisis de las conductas surge un aspecto sumamente importante: es decir, la relación entre el hablante y el oyente, y la facilidad con la que cualquier conversación, opinión, pensamiento, teoría, puede ser percibida, sentida o escuchada, interpretada, juzgada (o prejuzgada), catalogada, casada o destruida a veces por razones objetivas, y otras, en cambio, por razones que nada tienen que ver con el tema, sino “hijas” de soberbia, presunción, superficialidad, pereza, prejuicios o simplemente antipatía personal, o mucho más tristemente, por envidia.

Poniéndome en el lugar de cualquier oyente, comprendo bien lo difícil que puede ser la neutralidad, diría la capacidad, el esfuerzo de permanecer aséptico.

Escuchar es difícil, pero productivo.

Ayuda a nuestra mente a entrenarse para desafíos de retórica intelectual, donde idealmente desempeñamos dos roles con respecto a un tema específico.

Si puedo hacer una comparación judicial, el hecho de jugar una vez a ser acusador e inmediatamente después a defensor, demostrando tesis y antítesis con la misma convicción y éxito (utilizando la famosa “retorica”) es crucial para fortalecerse intelectualmente y prepararse para afrontar cada discusión, fortaleciendo paradójicamente nuestra capacidad para lograr el resultado que queremos lograr.

No hacerlo, lo que significa no sólo no escuchar, sino también no escuchar plenamente, sacar conclusiones precipitadas o peor aún, juzgar sin haber comprendido las premisas y el contexto, hará que se pierdan oportunidades extraordinarias de crecimiento y discusión, también y sobre todo con tú mismo.

No debería sorprendernos, por tanto, que un día, preguntando por enésima vez en el espejo mágico quién es el/la más bello/a (o lo/a más inteligente) del reino, la respuesta sea que no somos nosotros (ya), sino algunos millones de otras personas...

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Bestiario organizzativo – L’oca panzuta e la metafora

In questa nuova puntata di questo viaggio all’interno delle Organizzazioni vorrei partire da un episodio successomi durante un recente congresso in una Università Italiana, e che mi darà lo spunto per fare un ragionamento più ampio.

Dopo aver illustrato il Bestiario Organizzativo (che noi sappiamo essere un racconto ironico e per nulla scientifico fatto da una “bestia” – io - sulle “bestie” che si incontrano nelle nostre Organizzazioni), una sera un signore mi avvicina e con fare professorale contesta non solo il fatto che abbia usato la tigre come un esempio positivo, ma afferma sarcasticamente che non gli era noto che più tigri nello stesso territorio potessero creare una forza, essendo la tigre notoriamente un cacciatore solitario. E dopo questi commenti, il tipo si allontana senza neppure sentire darmi il tempo di dare una risposta.

Devo ammettere che dal punto di vista rigorosamente e scientificamente etologico, il nostro esimio professore ha perfettamente ragione, e aggiungo che se esponessi queste tesi nel Congresso mondiale del WWF o in qualche simposio internazionale di Social Ethology, sicuramente ne verrei cacciato con ignominia e bandito per sempre. E infatti non ci penso neanche, ad andarci.

Questo episodio ha in sé qualcosa di grandioso, direi per due ragioni: la prima è che immediatamente ho avuto l’opportunità di aggiungere un nuovo soggetto alla nostra collezione bestiale, la seconda è che l’osservazione analitica del suo comportamento – confesso che sul momento l’avrei sbranato vivo, a proposito di tigri - mi ha fatto pensare a quanto spesso noi stessi siamo insensatamente superficiali e come le nostre parole siano spesso influenzate da fattori poco o nulla oggettivi.

Ma andiamo con ordine.

Abbiamo un nuovo soggetto per il Bestiarium.

Chiudete gli occhi e immaginate un’oca: bassa, di età non più giovane (è un eufemismo) e con un pancione sproporzionato; il collo forzatamente allungato per sembrare più alto, lo sguardo superbo e con un’aria di sufficienza. Eccola caracollare goffa e tronfia in mezzo agli altri cercando di attirarne l’attenzione, starnazzando di autori greci e latini per darsi un tono e dimenticandosi che Esopo e Fedro quando nelle loro favole facevano parlare gli animali, non era perché i loro lettori pensassero che questi parlassero davvero, ma per farci meditare sulla morale che sta dietro a ogni semplice racconto.

Senza entrare nella storia della Filosofia (per citarne uno: Aristotele, che ogni oca panzuta dovrebbe ben conoscere), mi limito a dire che da secoli si fa uso della figura retorica e in particolare della prosopopea (figura retorica che attribuisce ad oggetti inanimati, entità astratte, animali (come nelle favole) e persone defunte la capacità di parlare)  e della metafora - le bestie, nel nostro caso - all’interno di strategie narrative che hanno lo scopo di stimolare le emozioni e l’immaginazione e guidarle verso una interpretazione “parallela” e creativa, ultra-letterale, ultra-scientifica. Dunque, la metafora è alla base di tutti quei racconti ed espressioni che utilizzano similitudini, analogie e simboli e aprono nuovi orizzonti cognitivi; del resto, questo parlare per somiglianze viene usato ancora oggi nel linguaggio quotidiano: “è testardo come un mulo”, “ha gli occhi di tigre”, “è furbo come una volpe”, e mille altri.

Ma per usare le figure retoriche occorre tenere conto del contesto culturale in cui ci si trova: ciò che voglio dire è che pur trattando e sviluppando lo stesso tema, il retroterra culturale, l’educazione, i retaggi della tradizione popolare, la lingua stessa incidono in modo determinante sul processo di comprensione della metafora e di identificazione o meno, accettazione o meno, aderenza o meno con gli aspetti comportamentali, e le relazioni tra la bestia e la morale che il racconto intende offrire.

Per usare un linguaggio più comprensibile userei l’esempio del proverbio coreano che abbiamo incontrato durante le nostre puntate precedenti: “quando non ci sono tigri, un gatto selvatico si sente re”.

Ci dice Wikipedia che “la tigre è fortemente associata al popolo e alla cultura della Corea, nota in passato come "terra delle tigri", per la grande popolazione felina che abitava le sue montagne. È presente nel mito di fondazione di Dangun ed è un motivo ricorrente nella letteratura e nell'arte funeraria, buddhista e popolare come spirito protettore. Considerata un simbolo nazionale, è associata alle doti di umorismo, coraggio e nobiltà”.

Al contrario, il gatto selvatico ha un’accezione completamente diversa (almeno nello spirito del proverbio), di sottospecie, di parente povero, di “vorrei ma non posso”.

Poco importa, per il fine che chi ha scritto il proverbio si è dato, ciò che la tigre sia davvero, che sia una cacciatrice spietata (ma la pietà non è un sentimento umano, anzi cristiano? quindi a rigor di logica non ha nulla a che fare con gli animali) e che cacci o meno da sola. E neppure che il gatto sia (a volte) un dolce animale da compagnia e quindi abbia nella nostra immaginazione una connotazione positiva.

Qui è la morale coreana che deve darci l’ispirazione e muovere la nostra fantasia verso immagini precise di leadership vera e di leadership “posticcia”, se posso così dire.

Aggiungo ancora che la traduzione stessa in una lingua diversa da quella originale può causare confusione: nel nostro caso, la mia traduzione in spagnolo ha fatto diventare il gatto un “Gato Montès” o Gato Salvaje”, mentre altri partecipanti al congresso mi hanno detto che sarebbe stato meglio definirlo come “Gato de campo”.

La mia “lesson learnt” è stata che ogniqualvolta si usa una figura retorica, più che cercare la traduzione più consona al contesto culturale, occorre spiegare meglio quale concetto stia dietro il mero significato letterale, offrendo elementi di interpretazione precisi.

Credo che, nelle relazioni e comunicazioni organizzative, così come nelle attività di divulgazione e formazione aziendale, l’uso delle figure retoriche (allegoria, metafora, iperbole, analogia, domanda retorica, ossimoro, eccetera) aggiunga attrattività e interesse e renda la comunicazione più comprensibile e di conseguenza più semplice da ricordare, più efficace e tale da modificare in senso positivo i comportamenti.

Mentre migliaia di anni fa la prosa favolistica era solo espressa con gli scritti, oggi le figure retoriche (e la prosopopea e la metafora) possono trovare mezzi espressivi molteplici – la cartoonistica, i video, le immagini – estremamente utili per rafforzare i concetti che si vogliono trasmettere e la formazione che si intende fare.

Credo che nelle comunicazioni aziendali, nelle attività di informazione e formazione – soprattutto in quelle legate alle cosiddette Soft Skills e alla Sostenibilità, ivi compresa la Sicurezza e Salute - ogni mezzo che possa far pensare e che permetta al partecipante di immedesimarsi nella situazione che viene descritta, in particolare se direttamente collegato all’ambiente di lavoro specifico (la tua fabbrica, la tua azienda, il tuo settore), moltiplicherà il risultato e farà sì che l’uditorio rimanga attento e che possa assorbire molte più informazioni rispetto a corsi di formazione nozionistici e asetticamente erogati.

Ma come ho anticipato, dalla vicenda descritta e dall’analisi dei comportamenti viene fuori un aspetto estremamente importante, cioè il rapporto tra chi parla e chi ascolta, e alla facilità come qualsiasi conversazione, opinione, pensiero, teoria, possa essere percepita, sentita o ascoltata, interpretata, giudicata (o pre-giudicata), catalogata, sposata o distrutta a volte per ragioni obiettive ed oggettive, altre invece per ragioni che non hanno nulla a che fare con il tema, ma piuttosto figlie (parlo di quelle negative) di arroganza, presunzione, superficialità, pigrizia, preconcetti o semplicemente di antipatia personale, o molto più tristemente, per invidia.

Mettendomi nei panni di un qualsiasi ascoltatore, capisco bene quanto possa essere difficile la neutralità, mi verrebbe da dire la capacità, lo sforzo di rimanere asettici.

Ascoltare è difficile, ma produttivo. Aiuta la nostra mente ad allenarsi a sfide di retorica intellettuale, dove idealmente si gioca ad avere due ruoli, rispetto ad un argomento determinato; se posso fare un paragone giudiziario, il fatto di giocare ad essere una volta l’accusatore e immediatamente dopo il difensore, dimostrando tesi ed antitesi con la stessa convinzione e successo, è determinante per irrobustirsi intellettualmente e per prepararsi ad affrontare ogni discussione, paradossalmente rafforzando la nostra abilità di raggiungere il risultato che si vuole ottenere.

Il non farlo, che significa non solo non ascoltare, ma anche non ascoltare fino in fondo, saltare alle conclusioni o peggio giudicando senza avere compreso le premesse e il contesto, farà perdere straordinarie occasioni di crescita e di confronto, anche e soprattutto con sé stessi.

Non ci dovremo stupire quindi se un giorno, chiedendo per l’ennesima volta allo specchio magico chi è la più bella (o la più intelligente) del reame, la risposta sarà che non siamo (più) noi, ma qualche milione di altre persone…

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