Cómo conocernos (y no enloquecer en el intento)

Cómo conocernos (y no enloquecer en el intento)

Todos tenemos una opinión sobre cine, política o economía, pero ¿qué ocurriría si empezásemos a reflexionar sobre nuestra vida mental? Cultivar la forma en que nos hablamos a nosotros mismos es el puente hacia la plenitud y el bienestar.
31 December 2022

Una voz yace dormida en las profundidades de nuestra psique. Es el diálogo interior que, como si de un león atrapado en una jaula se tratase, a veces se despierta para susurrar una crítica que resuena como un rugido. Alimentar a la bestia no es sencillo: estamos acostumbrados a que nos lance algún que otro bocado cuando nos dignamos a ofrecerle un mínimo cuidado. El resto del tiempo giramos en la rueda de una sociedad que incentiva las prisas, las rutinas automatizadas y la falta de pensamiento crítico; sin embargo, si el diálogo interior acaba muriéndose de hambre, no nos quedará nada, solo un vasto vacío.

Un punto de partida en este plan de rescate es definir el diálogo interior. De forma simplista, abarca todas las conversaciones que tenemos con nosotros mismos, pero para entender su importancia conviene rescatar los estudios de John Hurley Flavell, psicólogo especializado en epistemología y autor del concepto metacognición: la forma en que los humanos comprendemos nuestro propio funcionamiento mental, es decir, ese debate interno que analiza nuestros pensamientos con lupa, que disecciona nuestras emociones y que da significado a las interacciones sociales que tienen lugar en el día a día.

Gracias a esta capacidad somos capaces de perfeccionar procesos superiores psicológicos como la atención, la memoria, la inteligencia, las emociones, la motivación o el lenguaje. Sin embargo, no todo el mundo goza de la misma metacognición ya que, al igual que un músculo, se entrena y fortalece o se debilita cuando es ignorada.

¿Cuántas veces solemos reflexionar en torno a nuestras virtudes? ¿Y sobre las posibilidades de éxito en el futuro?

Podemos entenderla como dos caras de una misma moneda. Una suerte de Dr. Jekyll y Mr. Hyde que se diferencia por la intencionalidad. Por un lado, nos encontramos ese diálogo consciente con uno mismo. Por ejemplo, cuando sales de una entrevista de trabajo analizando al dedillo cada frase que has dicho en busca de un error o cuando te compras una prenda de vestir nueva y tienes el guapo subido.

En la otra cara se encuentra la metacognición inconsciente: el diálogo que tiene lugar sin que apenas nos demos cuenta. Por ejemplo, cuando alguien reconoce en voz alta que se le dan fatal las matemáticas, que es un desastre a la hora de recordar fechas de cumpleaños o que tiene mucho oído musical, internamente ha tenido lugar un diálogo metacognitivo del que no ha sido consciente, pero que le ha permitido reconocer sus flaquezas y fortalezas mentales.

Lo curioso es que la barrera que separa el diálogo interior inconsciente del consciente es permeable. En ocasiones, la información viaja de un plano a otro ya que los humanos tendemos a interiorizar todo aquello sobre lo que reflexionamos activamente, capacidad que puede utilizarse en nuestro beneficio, pero también como arma arrojadiza tal y como sucede con las críticas.

Lo sabe a ciencia cierta, aunque sea mentira

Si se para a pensar ahora mismo, ¿de dónde emana su mayor complejo? La vasta mayoría de las veces, lo hace de un comentario destructivo del abusón del instituto, de una pareja tóxica o de unos padres muy exigentes. Al escucharlo por primera vez, una semilla germinó en su mente y el diálogo interior comenzó a girar a su alrededor nutriéndola e induciendo un crecimiento imparable. Con el tiempo, la crítica externa se convirtió en una parte de su identidad y lo que era consciente –pensar activamente la frase «no soy capaz»– pasa a ser una creencia arraigada e incuestionable –ya no piensa que no es capaz, ahora lo sabe a ciencia cierta, aunque sea mentira–.

A nadie le resultará sorprendente que el diálogo interior consciente abarque casi en exclusiva mensajes negativos. ¿Cuántas veces solemos reflexionar sobre las virtudes? ¿Y sobre las posibilidades de éxito en el futuro? La respuesta es desalentadora. Nos cuesta autorreforzarnos: tal y como sostenía el psicólogo Lynn P. Rehm, las personas tendemos a castigarnos en exceso cuando nos alejamos mínimamente de un ideal de perfección inalcanzable. El resultado es una baja autoestima, problemas de ansiedad e incluso episodios depresivos que surgen en gran medida por un diálogo interior que es tan insuficiente como punitivo.

Nos cuesta autorreforzarnos porque tendemos, precisamente, a castigarnos en exceso cuando nos alejamos de un ideal de perfección inalcanzable

No nos confundamos, no es cuestión de promover un diálogo interior optimista pero ajeno a la realidad. Lo ideal es cultivar un pensamiento crítico sobre las cosas que nos rodean y, especialmente, sobre aquellas que tienen lugar en nuestro interior. Al igual que debatimos sobre política en redes sociales o nos convertimos en críticos de cine con nuestros amigos, es recomendable comenzar a situar el eje del debate en nuestro mundo interior, es decir, en las emociones, inseguridades, traumas sin resolver, creencias irracionales arraigadas, expectativas de futuro… Todo lo que circula en nuestros adentros pasando desapercibido.

Al principio, esta conversación interna será muy rudimentaria e incómoda. Se sentirá como en una cita a ciegas; sin saber qué decir o cómo reaccionar. La clave es no ceder ante el miedo. Todo lo que conoce hasta ahora sobre usted es solo la punta del iceberg. Bajo la superficie del océano se encuentran preguntas que, paradójicamente, tienen como respuesta nuevas preguntas y eso es precisamente lo más fascinante del diálogo interior: es sempiterno, nos acompaña a lo largo de nuestra vida, y somos nosotros quienes decidimos si el mensaje es tóxico o constructivo.

¿Qué opinas de este artículo?