“No quiero volver a la oficina”: la resistencia de quienes se niegan a retomar sus vidas de prepandemia

“No quiero volver a la oficina”: la resistencia de quienes se niegan a retomar sus vidas de prepandemia

Hay una porción de trabajadores que prefiere dejar su puesto antes que volver a marcar tarjeta todos los días. Pero la situación no es uniforme: mientras que la pandemia mejoró la calidad de vida de personas empleadas en ciertos sectores, dejó efectos muy adversos en otros.
16 May 2022

Googleo “vuelta a la oficina” y es evidente que muchas personas ya lo hicieron antes. Incluso el algoritmo sugiere otras búsquedas similares: “me niego a volver a la oficina”, “no quiero volver a la oficina”, “¿me pueden obligar a volver a la oficina?”. En Twitter la discusión reaparece casi a diario y toma la forma de una catarsis colectiva. “No puedo creer que no hayan aprendido que podemos trabajar igual desde nuestras casas. No caigo que me voy a perder los almuerzos en familia por comer en el escritorio mirando como uno traba la fotocopiadora”, escribe una usuaria y recibe el consuelo de decenas de desconocidos: “realmente insólito”, “inexplicable”, “una locura innecesaria”.

El mundo virtual, ese al que buena parte de los trabajadores fueron confinados con el inicio de la pandemia de Covid-19, es ahora también un espacio donde se investiga y se comparte un temor por el “retorno a la normalidad”, es el refugio de aquellos que se niegan a abandonarlo.

Según una encuesta publicada en enero de 2022 por la firma de recursos humanos Adecco Argentina, el 14% de los consultados no quiere volver de ninguna manera al trabajo presencial y el 46% solo está dispuesto a hacerlo con un formato híbrido; no todos los días. Es decir, 60% de los argentinos y argentinas incorporados en el estudio se niega a retomar su vida en el punto que la dejó en marzo de 2020. 

Marcos, que es periodista y vive en La Plata, se cuenta dentro de ese grupo. Antes de la pandemia viajaba cinco días a la semana a trabajar en una redacción de Buenos Aires, sin excepciones. Salía al mediodía y volvía tarde, siempre después de las 21. Acompañar a su hijo a hacer deporte un día de semana a las 7 de la tarde era esa clase de lujos solo disponible en vacaciones. 

60% de los argentinos y argentinas incorporados en el estudio se niega a retomar su vida en el punto que la dejó en marzo de 2020

“Ahora viajo dos veces por semana, variables, y hay semanas en las que incluso no voy. De ninguna manera estoy dispuesto a volver al esquema de antes”, afirma Marcos, que a fines de 2020 ingresó a un trabajo nuevo, con condiciones flexibles. “Sobre todo, entendí que era una costumbre instalada pero sin demasiado sentido, al menos en mi trabajo. Muchas horas de viaje, gastos, distancias recorridas para hacer cosas que podía resolver a distancia”, apunta. 

Pero, se sabe, los deseos personales no siempre determinan las condiciones laborales efectivas. Para 2022 el 51% de los empleadores prevé convocar a todo su personal a tiempo completo a las oficinas, el 46% impulsa un modelo mixto y el 3% apunta a mantener el formato exclusivamente remoto, según la encuesta de Adecco Argentina. Es decir, habrá empleados que deberán volver aunque no quieran. 

En Estados Unidos hablan de “the great resignation”: una oleada de renuncias que se desencadenó frente a la presión de las compañías por volver a la presencialidad. Según las estadísticas oficiales de ese país, el año pasado 47,4 millones de estadounidenses dejaron voluntariamente sus puestos –un récord–, en muchos casos como una reacción a decisiones corporativas unilaterales. Sirve como ejemplo el caso del banco Goldman Sachs, que ordenó el retorno total de sus empleados a las oficinas de Nueva York para febrero de este año. Cuando llegó el día, solo se apersonó la mitad. Se acumulan las encuestas que lo reafirman: hay una porción de trabajadores que prefiere dejar su puesto antes que volver a marcar tarjeta todos los días e incluso están dispuestos a resignar ingresos.

¿No hay vuelta atrás entonces, el teletrabajo será la nueva normalidad? El economista Eduardo Levy Yeyati, autor de Después del trabajo: el empleo argentino en la cuarta Revolución Industrial (Sudamericana), tiene sus dudas. “El teletrabajo puede sonar glamoroso, pero difícilmente se masifique sin una mejora de la conectividad y la formación digital, dos asignaturas pendientes de la Argentina”, dice. 

La discusión que pone en el centro la voluntad o no de volver a la presencialidad es uno más de los privilegios que tiene el segmento más acomodado de la sociedad

Según un informe de Cippec, el porcentaje de trabajos totales del país que tiene el potencial para realizarse desde el hogar se encuentra entre un 27% y un 29%, ratio que se reduce si se considera la disponibilidad de computadora y conexión a internet en los hogares, llegando a una estimación de piso de 18%. La discusión que pone en el centro la voluntad o no de volver a la presencialidad es uno más de los privilegios que tiene el segmento más acomodado de la sociedad. No se puede cuidar niños ni limpiar una casa por videollamada, tampoco atender mesas en un bar ni repavimentar una ruta. 

Mientras que la pandemia mejoró la calidad de vida de personas empleadas en ciertos sectores “teletrabajables”, dejó efectos muy adversos en otros. Las trabajadoras de casas particulares, por caso, fueron las más afectadas por los cambios derivados de la pandemia. Según datos oficiales, desde 2019 hasta el primer trimestre de 2021 la caída de esta actividad fue del 26,1%; un declive que duplica al del sector hotelero y gastronómico y más que triplica al de la construcción y la industria. 

En la vida de Beatriz la pandemia significó la interrupción de una rutina de más de una década: la de recorrer, cada día, el camino desde su casa humilde en Los Troncos del Talar, en Tigre, hasta el complejo de barrios cerrados Nordelta, donde trabajaba —siempre en la informalidad— como empleada doméstica. “No conseguí más trabajo adentro de Nordelta. Empecé a vender sahumerios y perfumitos en las plazas y me estoy arreglando con eso”, cuenta la mujer, madre de ocho hijos. Su ocupación se reconvirtió, pero sin captar nada de la prometedora revolución digital; el mismo cuerpo en el centro, la misma informalidad, una inestabilidad de ingresos incluso mayor. 

Un año atrás Levy Yeyati proyectaba que la post pandemia vendría con una caída del empleo y del salario y un aumento de la precarización: más trabajo independiente e informal. Hoy ratifica su postura a la luz de los datos, pero insiste en la necesidad de distinguir la situación local de la del mundo desarrollado. “La debilidad del empleo formal privado en la Argentina también remite al estancamiento de la actividad económica, que no crece en términos per cápita desde hace 12 años”, precisa. La salvedad vale en muchos aspectos. El fenómeno del “gran renunciamiento” emerge en Estados Unidos vinculado a un contexto laboral en el que los ciudadanos tienen opciones; no es el caso de la mayoría de los argentinos. 

Cada vez menos los vínculos entre las empresas y sus trabajadores tienen forma de relaciones de dependencia tradicionales y cada vez más los trabajadores se constituyen como proveedores externos

Gustavo Aguilera, director de la división de consultoría Talent Solutions de ManpowerGroup Argentina, dice que en el mercado ya se vislumbra una tendencia clara de la postpandemia, un efecto perdurable: cada vez menos los vínculos entre las empresas y sus trabajadores tienen forma de relaciones de dependencia tradicionales y cada vez más los trabajadores se constituyen como proveedores externos. Asegura que no es el resultado de una imposición de los empleadores, que se ahorran cargas sociales pero tienen mayores problemas en la planificación del trabajo, sino también de los propios colaboradores. 

“Mucha gente se revinculó con otras áreas de su vida personal durante la pandemia: su familia, su uso del tiempo, su bienestar y decidió pasar a la figura de freelance, que le da mayor libertad”, señala. Hoy los empleados quieren tres cosas: elegir sus horarios, tener más vacaciones y regular la presencialidad, y por eso ofrecer esas condiciones se volvió una parte central de la estrategia de seducción a los talentos más escasos. “Hoy nos preguntamos ¿quién tiene el poder de la contratación? ¿lo siguen teniendo las empresas? Yo creo que no, que hoy hay una doble responsabilidad. El paradigma de los empleadores que deciden ya ha caído”, apunta Aguilera. 

Si bien la expansión del trabajo por cuenta propia implica una precarización en muchos casos, en otros facilita su globalización. La tribu de los “nómades digitales” –jóvenes que viajan por el mundo y trabajan desde cualquier lugar en el que puedan plantar su laptop– se multiplicó en los últimos dos años y las capitales del mundo se pelean por atraerlos. El motivo: gastan más dinero que los turistas tradicionales y tienen estadías más largas. Los argentinos y las argentinas participan del fenómeno. De acuerdo con el Reporte Global 2021 de la empresa especializada Deel, la Argentina se encuentra en el tercer puesto dentro de los países en los que más creció la contratación internacional de freelancers o trabajadores independientes, con un aumento de 209%.

Como un efecto espejo del aumento de la virtualidad, en los últimos dos años las empresas locales apostaron al repliegue de su espacio físico y devolvieron oficinas e incluso pisos completos de alquiler. Hasta el momento, no se arrepintieron. El último reporte de la firma de servicios inmobiliarios Colliers muestra que la vacancia de oficinas no paró de crecer desde el inicio de la pandemia y cerró 2021 en un pico histórico de 19,7% en la Ciudad de Buenos Aires, cuando la tasa promedio suele ser de un tercio: el 6% o 7%.  

El Estado, que fue el empleador que más personas envió a sus casas —los trabajadores públicos representan cerca del 18% de ocupados de la Argentina— es al que más dificultad le genera internalizar la experiencia. Ana Castellani, secretaria de Gestión y Empleo Público de la Nación afirma que se está volviendo a un esquema de “presencialidad completa” y que se apunta a que el trabajo remoto sea “muy minoritario, en algunas áreas específicas”. “No hay claridad todavía de que sea una ventaja en todos los puestos y organismos”, argumenta. Castellani habla de las “rigideces” que tiene el Estado para modificar su operación y detalla que la forma final que tomará el trabajo en la administración pública nacional se debe consensuar con los sindicatos en la instancia de las paritarias. Por ahora, todos a la oficina. 

La profundización de la precariedad no es el único “lado B” de la modalidad remota. Trabajar desde el hogar propicia un continuo entre la vida personal y productiva que a menudo resulta en una jornada laboral más extendida, sin transiciones claras. Abrís los ojos, agarrás el celular, estás trabajando. Para las mujeres, que duplican a los varones en cantidad de tiempo que le dedican a las tareas domésticas y de cuidado, la pandemia significó en muchos casos una doble jornada laboral simultánea: el trabajo remunerado y, en paralelo, “eso que llaman amor”. Volver a la presencialidad no es un mal plan para todas.  

“Mirá que es para trabajar, no para dormir la siesta”, le dijo su jefe a Dolores, empleada de una compañía de publicidad, cuando en marzo de 2020 le avisó que pasarían a un esquema de trabajo remoto. “Me descolocó esa advertencia, porque si había alguien que trabajaba en ese lugar, era yo”, recuerda. Alejandro Melamed, especialista en management y director de Humanize Consulting, señala que el cambio en el mundo laboral debe ir acompañado de un desplazamiento del paradigma de monitoreo y control físico a de la responsabilidad y la confianza. Implica, necesariamente, una transformación de la mentalidad de los superiores y de los modos de ejercer el poder.  

Melamed dice que las empresas deben trabajar en la “propuesta de valor de la oficina”: generar acciones que le den sentido a estar ahí y seducir a los empleados ya no solo con dinero, sino con un “salario emocional”. ¿Estamos, entonces, frente a un momento bisagra? ¿Es esto una revolución silenciosa de trabajadores y trabajadoras que reaccionan a un modo de vivir maquínico, que encuentran debajo de la hojarasca de las necesidades artificiales un deseo genuino? 

“No tan rápido”, parece decir el doctor en Ciencias Sociales Christian Ferrer, especializado en la filosofía de la técnica y en las ideas libertarias. “La gran mayoría de las personas no son rentistas, es decir que no pueden ganarse el pan de cada día sino con el sudor de sus frentes, están forzadas a trabajar y a aceptar los reglas que impone el mercado de trabajo, mucho más en una época de crisis económica, desempleo, empobrecimiento general y alta inflación”, opina. 

La gran mayoría de las personas no son rentistas y están forzadas a aceptar los reglas que impone el mercado de trabajo

Ferrer admite que, al menos desde la década de 1960, entró en crisis la “ética protestante del trabajo” y surgieron brotes de disidencia sobre la “filosofía del progreso”. Sin embargo, considera que la mayoría de las personas todavía se perciben a sí mismas como “seres de trabajo”, consecuencia necesaria de la definición del ser humano moderno como productor y consumidor de energía. 

“La ‘energética’ es la metafísica de la vida moderna –de personas, ciudades o naciones–. Todo debe estar en movimiento y en transformación”, dice Ferrer. “La lentitud y la vida contemplativa nunca han tenido mucha publicidad positiva. En última instancia, hasta que no se haga carne la pregunta ‘¿es así cómo quiero vivir, desgastándome incontables horas en los campos de trabajo hasta que al fin uno es descartado por la maquinaria laboral?’, será difícil cambiar el rumbo del futuro”.

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