Cómo el teletrabajo cambiará el centro de las ciudades (y sus ascensores)
Cómo el teletrabajo cambiará el centro de las ciudades (y sus ascensores)
El teletrabajo domina ya nuestras vidas. Quien no haya experimentado el fenómeno directamente, sin duda habrá oído hablar de él. En Estados Unidos, por ejemplo, la cobertura mediática del trabajo remoto se ha disparado en un 12.000% desde el 1 de enero del 2020.
Sin embargo, la tendencia hacia el teletrabajo no es algo nuevo. En el 2014, publiqué un estudio sobre una compañía de viajes china, Ctrip, analizando los beneficios de su política en relación con esa modalidad de trabajo (Bloom et al. 2014). Y, en los últimos meses, mientras la pandemia del coronavirus obligaba a millones de trabajadores a establecer su oficina en casa, he asesorado a decenas de empresas y analizado cuatro grandes estudios sobre el trabajo remoto.
La investigación reciente ha puesto de relieve varios temas recurrentes que plantean todos ellos cuestiones de política, ya sea para las empresas o los funcionarios públicos. Ahora bien, la conclusión es clara: el teletrabajo será una parte importante de nuestra economía post-Covid-19. Por ello, cuanto antes piensen los encargados de formular políticas y los dirigentes empresariales en las consecuencias de una fuerza laboral basada en el propio domicilio, mejor posicionadas estarán nuestras empresas y comunidades cuando retroceda la pandemia.
La economía estadounidense es hoy una economía de teletrabajo
Según la situación laboral de un grupo de 2.500 estadounidenses que encuesté entre el 21 y el 25 de mayo pasado junto con mis colegas José Barrero (Instituto Tecnológico Autónomo de México) y Steve Davis (Universidad de Chicago), encuestados que tenían entre 20 y 64 años, habían trabajado a tiempo completo en el 2019 y ganaban más de 20.000 dólares y seleccionados para que fueran representativos de Estados Unidos por estado, sector e ingresos, descubrimos que un 42% de la fuerza laboral estadounidense trabajaba a tiempo completo desde su casa y que otro 33% no trabajaba, lo que constituye un testimonio del terrible impacto de la recesión provocada por las medidas para contener la pandemia. El restante 26% trabajaba en las instalaciones de su empresa, principalmente como trabajadores de servicios esenciales. Los empleados que trabajaban desde casa casi duplicaban a los que lo hacían en el lugar de trabajo.
Si ponderamos esos empleados en función de los ingresos en el 2019 en tanto que indicador de su contribución al PIB nacional, vemos que esos teletrabajadores representaban ya más de dos tercios de la actividad económica. En cuestión de semanas, nos transformamos en una economía de teletrabajo.
La pandemia ha afectado de tal modo la economía que probablemente no veamos una reversión de la tendencia hasta el 2022 (Baker et al., 2020), pero las cosas habrían ido mucho peor sin la capacidad de teletrabajar. El trabajo remoto nos ha permitido mantener el distanciamiento social en nuestra lucha contra la Covid-19. Por lo tanto, el teletrabajo no sólo es esencial desde el punto de vista económico, sino que es un arma crucial en la lucha contra la pandemia.
La bomba de tiempo de la desigualdad
Ahora bien, resulta importante comprender los posibles inconvenientes de una economía del teletrabajo y tomar medidas para mitigarlos.
No todo el mundo es candidato al teletrabajo. Solo un 51% de nuestra encuesta respondió que era capaz de trabajar a distancia con una tasa de eficiencia igual o superior a un 80%. La mayoría eran directivos, profesionales y trabajadores financieros que podían fácilmente llevar a cabo su trabajo usando el ordenador con videoconferencias, teléfono y correo electrónico.
La otra mitad de los estadounidenses no se beneficia de esas soluciones tecnológicas: muchos empleados de establecimientos, centros de salud, transporte y servicios comerciales sólo pueden hacer su cometido en el lugar de trabajo tradicional. Necesitan ver a los clientes o trabajar con productos o equipos. De modo que se enfrentan a la desagradable disyuntiva de tener que elegir entre ir a trabajar y enfrentarse a un mayor riesgo sanitario o renunciar a los ingresos y la experiencia y quedarse en casa.
El teletrabajo será una parte importante de la economía post-Covid-19. Cuanto antes piensen los políticos y ejecutivos en las consecuencias de este hecho, mejor para empresas y sociedad
La misma encuesta muestra que muchos estadounidenses no disponen de instalaciones para trabajar efectivamente desde casa. Sólo un 49% de los encuestados puede trabajar de forma privada en una habitación que no sea el dormitorio. Y se detecta otra gran dificultad: la conectividad a la red. La conectividad a internet tiene que ser al menos de un 90% para las videollamadas, una capacidad que sólo afirmaron disponer dos tercios de los encuestados. El tercio restante tenía un servicio de internet defectuoso que les impedía trabajar eficazmente desde casa.
Vemos también que los empleados con mayor formación y mayores ingresos tenían muchas más probabilidades de trabajar desde casa. Esos empleados seguían ganando dinero, desarrollando habilidades y progresando en sus carreras. Quienes no disponían de esa opción, ya sea por la naturaleza de sus trabajos o por falta de un espacio o una conexión a internet adecuados, quedaban rezagados. Se enfrentaban a perspectivas sombrías en el caso de que sus capacidades se erosionaran durante el cierre económico.
En conjunto, esos hallazgos apuntan a la existencia de una bomba de tiempo de desigualdad.
Por lo tanto, en nuestros pasos en favor de la reactivación de la economía estadounidense, una prioridad importante debe ser la inversión en expansión de la banda ancha. Durante la Gran Depresión, el Gobierno de Estados Unidos lanzó uno de los grandes proyectos de infraestructuras de la historia de ese país cuando aprobó en 1936 la ley de Electrificación Rural. A lo largo de los siguientes veinticinco años, el acceso a la electricidad por parte de los habitantes de las zonas rurales pasó de sólo un 10% a casi un 100%. Los beneficios a largo plazo incluyeron mayores tasas de crecimiento en el empleo, la población, los ingresos y el valor de las propiedades.
Ahora que los responsables de formular políticas planean cómo enfocar el gasto en estímulo para reactivar el crecimiento, un aumento significativo de la inversión en banda ancha resulta crucial para garantizar que en Estados Unidos todos tengan una oportunidad justa de recuperarse de la Covid-19.
¿Problemas para las ciudades?
La comprensión de las consecuencias duraderas del teletrabajo en un mundo post-Covid-19 exige analizar el mundo laboral prepandémico. Antes, cuando la gente iba al trabajo, lo que hacía era realizar un trayecto diario hasta las oficinas situadas en el centro de las ciudades. Según nuestra encuesta, un 58% de quienes ahora trabajan desde su casa trabajaba en una ciudad antes del cierre debido al coronavirus. Y un 61% de los encuestados respondió que lo hacía en una oficina.
Dado que esos empleados también tienden a estar bien pagados, calculo que la consecuencia podría ser la desaparición en el centro de las ciudades de hasta un 50% del gasto diario total en bares, restaurantes y establecimientos. Es algo que ya está teniendo un efecto depresivo en la vitalidad de los centros de nuestras grandes ciudades. Y, como sostengo más abajo, ese aumento del teletrabajo está aquí, en gran parte, para quedarse. Así que preveo un declive a largo plazo del centro de las ciudades.
Ahora que los políticos planean cómo estimular el crecimiento, un aumento significativo de la inversión en banda ancha resulta crucial para garantizar que todos tengan una oportunidad justa de recuperarse de la Covid-19
Las ciudades estadounidenses más grandes han experimentado un increíble crecimiento desde la década de 1980, puesto que los estadounidenses jóvenes y cualificados han acudido en masa a los centros revitalizados (Glaeser, 2011). Sin embargo, da la impresión de que el 2020 invertirá esa tendencia, con una fuga de la actividad económica hacia el exterior.
Por supuesto, el lado positivo es que habrá una expansión en suburbios y zonas rurales.
El teletrabajo está aquí para quedarse
Una obra en tres partes, es el teletrabajo, todas ellas muy diferentes entre sí. La primera parte es pre-Covid-19, una época en que era escaso y estaba mal visto.
Según una encuesta a 10.000 trabajadores asalariados por la Oficina de Estadísticas Laborales estadounidense, sólo un 15% de los empleados había teletrabajado alguna vez un día completo.
De hecho, sólo un 2% de los trabajadores había teletrabajado a tiempo completo. A lo largo de años de entrevistas con decenas de teletrabajadores para mis proyectos de investigación descubrí que en su mayoría eran trabajadores poco cualificados dedicados a la entrada de datos o la televenta o bien empleados de alta cualificación que eran capaces de realizar su trabajo en buena parte on line y que a menudo habían podido mantener un empleo a pesar de trasladarse a una nueva zona.
Antes de la pandemia el teletrabajo estaba muy mal visto y solía ridiculizarse diciendo que trabajar desde casa suponía “no dar golpe desde casa” o cosas como “trabajo a distancia, a distancia del trabajo”.
En una charla TEDx del 2017, mostré que la búsqueda de imágenes en línea relacionadas con las palabras “working from home” (trabajar desde casa) devolvía cientos de imágenes negativas de dibujos animados o viñetas, personas semidesnudas o progenitores con un ordenador portátil en una mano y un bebé en la otra.
El teletrabajo durante la pandemia es muy diferente. Ahora resulta de lo más común, no está mal visto, pero se realiza en condiciones difíciles. Muchos trabajadores tienen niños con ellos en casa. No hay un espacio tranquilo, no hay elección sobre esa modalidad de trabajo y no hay más opción que realizarlo a tiempo completo. Tengo cuatro hijos, de modo que es algo que he experimentado. A muchos, la Covid-19 nos ha obligado a teletrabajar en las peores circunstancias.
El teletrabajo está teniendo un efecto depresivo en la vitalidad del centro de las grandes ciudades. Como está aquí para quedarse, preveo un declive a largo plazo de esa parte de las ciudades
Ahora bien, el teletrabajo después de la Covid-19 debe ser lo que deseamos. En las decenas de empresas con las que he hablado, el plan típico es que los empleados teletrabajen entre uno y tres días a la semana y acudan a la oficina el resto del tiempo. Es lo que corroboran los datos de un millar de empresas en la Encuesta de incertidumbre empresarial que llevo a cabo con el Banco de la Reserva Federal de Atlanta y la Universidad de Chicago (4).
Antes de la Covid-19, se teletrabajaba un 5% de los días laborales. Durante la pandemia, el porcentaje se multiplicó por ocho hasta un 40%. Y, tras la pandemia, es probable que la cantidad baje a un 20%.
Sin embargo, ese 20% sigue representando cuatro veces el nivel anterior a la Covid-19, lo cual subraya el hecho de que el teletrabajo está aquí para quedarse. Aunque pocas empresas planean continuar con esa modalidad a tiempo completo cuando finalice la pandemia, casi todas aquellas con las que he hablado del tema se han mostrado gratamente sorprendidas de lo bien que ha funcionado.
La oficina sobrevivirá, pero con otro aspecto
“¿Tenemos que deshacernos de nuestra oficina?”. Es una pregunta que me hacen mucho. La respuesta es: “No, pero a lo mejor van a querer trasladarla”.
Aunque las empresas planeen reducir el tiempo que sus empleados pasan en el lugar de trabajo, la demanda de espacio físico total no se reducirá por la necesidad de distanciamiento social. Las empresas con las que hablo suelen considerar reducir la densidad de las oficinas a la mitad, lo cual conlleva un aumento de la demanda total de espacio de oficina. Es decir, la disminución de un 15% en los días laborales presenciales es ampliamente contrarrestado por el aumento de un 50% en la demanda de espacio por empleado.
Sin embargo, lo que sucede es que las oficinas se están trasladando desde los rascacielos hasta los polígonos industriales. Otro tema dominante de los últimos cuarenta años en las ciudades estadounidenses fue el desplazamiento del espacio dedicado a oficinas hacia los rascacielos del centro de las ciudades. La Covid-19 está invirtiendo drásticamente esa tendencia, puesto que los rascacielos se enfrentan a dos enormes problemas en un mundo post-Covid-19.
Sólo hay que pensar en el tráfico masivo y en los ascensores en una época de distanciamiento social obligatorio. ¿Cómo conseguir que varios millones de trabajadores entren y salgan cada día de grandes ciudades como Nueva York, Londres o Tokio manteniéndose todos a dos metros de distancia? Y pensemos en el último ascensor al que subimos. Si aplicamos estrictamente un distanciamiento social de dos metros, es posible que la capacidad máxima de los ascensores disminuya en un 90% (5), lo cual hace imposible que quienes trabajan en un rascacielos lleguen a sus puestos de trabajo de forma adecuada.
Por supuesto, quizá eso no importe si el distanciamiento social desaparece después de la Covid-19. Pero, dado el clima de incertidumbre, mi predicción es que la sociedad se habrá acostumbrado al distanciamiento social. Y dadas las recientes enfermedades que no fueron pandemias por poco, como el SARS, el ébola, el MERS y la gripe aviar, puede que muchas empresas y muchos empleados estén preparándose para un nuevo brote y una nueva necesidad de distanciamiento social. Por ello, supongo que muchas empresas serán reacias a regresar a unas oficinas llenas de gente.
¿Cuál es, entonces, la solución? Quizá sea sensato que las empresas abandonen los edificios del centro de la ciudad y acudan a oficinas situadas en polígonos industriales, o campus, como suelen llamarlos las empresas de alta tecnología de Silicon Valley. Esos lugares ofrecen los enormes beneficios de un amplio estacionamiento para todos los empleados y de espaciosos edificios de poca altura que son accesibles mediante escaleras.
Cabe explorar dos tipos de políticas para abordar semejante desafío. En primer lugar, las ciudades deben ser flexibles en relación con la zonificación y permitir la transformación en oficinas de centros comerciales, cines, gimnasios y hoteles en dificultades. Son estructuras casi todas ellas de poca altura con amplio estacionamiento, perfectas para el desarrollo de oficinas.
En segundo lugar, debemos pensar más como economistas e introducir precios al estilo de las compañías aéreas para el transporte masivo y los ascensores. Los problemas relacionados con el distanciamiento social surgen durante los picos de capacidad, por lo que tenemos que reducir las cargas máximas.
En el caso del transporte público, eso significa un aumento considerable de las tarifas en horas punta y su reducción en horas valle para animar a los pasajeros a que se distribuyan a lo largo del día.
En el caso de los viajes en ascensor, debemos pensar más radicalmente. Por ejemplo, el alquiler del metro cuadrado de oficina por metro cuadrado podrían reducirse en un 50% y poner un precio elevado al uso del ascensor durante las horas punta de la mañana y la tarde. Cargar a las empresas, digamos, 10 dólares por viaje en ascensor –entre las nueve menos cuarto y las nueve y cuarto de la mañana y las cinco menos cuarto y las cinco y cuarto de la tarde– las alentaría a escalonar su jornada laboral. Eso trasladaría el tránsito en los ascensores a períodos valle con exceso de capacidad. Estamos pasando de un mundo con escasez de espacio de oficina a otro con escasez de espacio de ascensor, y los propietarios comerciales deberían considerar cobrar a sus clientes en consonancia con ello.
Realizar una transición tranquila
Como resultado de todas mis conversaciones e investigaciones, tengo tres consejos para cualquiera que diseñe políticas de teletrabajo.
Primero, el teletrabajo debería ser a tiempo parcial. El trabajo remoto a tiempo completo es problemático por tres razones: es difícil ser creativo a distancia, es difícil sentirse inspirado y motivado en casa, y la lealtad de los empleados se debilita sin interacción social.
Segundo, el teletrabajo debería ser opcional. El consejo más simple es dejar que los empleados elijan, dentro de unos límites. Nadie debería ser forzado a teletrabajar a tiempo completo, ni tampoco ser forzado a trabajar en la oficina a tiempo completo. Las dos excepciones son los contratados nuevos, para quienes uno o dos años a tiempo completo en la oficina tal vez tenga sentido, y los empleados de bajo rendimiento, que son el tema de mi último consejo.
Tercero, trabajar desde casa es un privilegio, no un derecho. Para que el teletrabajo tenga éxito, es esencial contar con un sistema eficaz de evaluación del rendimiento. Si es posible valorar la producción de los empleados (sus logros), entonces estos pueden fácilmente trabajar desde casa. Si son efectivos y productivos, estupendo; si no lo son, se les hace una advertencia, y, si continúan teniendo un rendimiento bajo, deben volver a la oficina.