Walter Riso: “No veo que se esté haciendo nada por la salud mental”

Walter Riso: “No veo que se esté haciendo nada por la salud mental”

“Los guerreros descansan, pero no se jubilan”. Es una de las máximas de Walter Riso (Nápoles, 1951), uno de los psicólogos clínicos más reconocidos a nivel internacional y al que el trabajo se le acumula en estos tiempos de crisis sanitaria, económica y emocional.
13 May 2021

El psicólogo clínico Walter Riso. Foto: Antonio Navarro Wijkmark

En su nuevo libro, ‘Más fuerte que la adversidad’ (Ed Planeta/Zenith), reflexiona sobre cómo podemos afrontar el estrés que provoca la pandemia y mejor aún, aprender de esta experiencia. Sin caer en el optimismo recalcitrante, como él mismo dice, “mientras respires, hay posibilidades”.

¿Cómo surgió la idea de escribir el libro, fue a raíz del inicio de la pandemia?

Fue una coincidencia increíble y maravillosa. Yo venía trabajando un libro que sirviera para la adversidad en general. Cuando comenzó esto, empezó a llamarme mucha gente y entre las conversaciones con compañeros y las experiencias con los pacientes vi que surgían muchas cosas que había que incluir en el libro y así lo hice.

Ahora que vemos las vacunas como la gran esperanza, ¿hay vacunas contra los sentimientos o las emociones como la ansiedad o el miedo?

Sí, la gente puede crear estilos de vida saludables o no. De hecho, parte de lo que está pasando ahora es que la gente está aprendiendo cosas que le van a servir como vacuna después. Por ejemplo, muchos pacientes me dicen: “Yo no pensé que fuera tan fuerte”. Hay gente que ha cambiado su mirada, le dio un viraje, porque antes íbamos en control automático, multitarea, no alcanzaba el tiempo para nada… Y de pronto se para el mundo y la mirada ya no va dirigida a eso. ¿Adónde se dirige? Al entorno inmediato y a uno mismo. Ahí se empiezan a descubrir cosas. Una persona que no explora no descubre y si no descubre, no se asombra. Y si no se asombra es una planta. Con esa forma de ver aprendemos cómo crear un ambiente motivacional, cómo relacionarnos, la importancia del afecto, las carencias, cómo afrontar la incertidumbre…

¿Y como sociedad? ¿Qué opina de aquello de “vamos a salir mejores”?

No creo que como sociedad aprendamos. Porque han pasado muchas cosas en el mundo, igual o más graves que esta, y la gente sigue siendo egoísta. No creo que haya una transformación radical. Pero sí creo que algunas personas pueden llegar a cambiar sus paradigmas. Hoy, ¿qué tenemos? Una fatiga emocional, mental. ¿Por qué ocurre? Porque estamos en una especie de montaña rusa. Ilusión y decepción, como el mito de Sísifo. La mente no está preparada para esos altibajos. Después de un tiempo en esa situación, la mente entra en la desesperanza, que es la prima hermana de la depresión. Por ejemplo, la ilusión de que llega la vacuna, pero la decepción de que no la recibimos. O que hay vacuna, pero salió una nueva cepa. O que voy a volver a trabajar en mi bar, pero lo cierran… Esa fluctuación crea una fatiga emocional que todo el mundo tiene, en menor o en mayor grado.

¿Qué cosas fundamentales aprendemos de este tiempo incierto?

Tres cosas. Una es aprender a separar lo importante de lo que no lo es. La segunda, volver prescindible lo imprescindible. Pensábamos que había muchas cosas a las que no podíamos renunciar y el proceso de soltarse de eso es vital. Y la tercera es el secreto para vencer la ansiedad. Eso lo da la sabiduría quizá y es aceptar incondicionalmente lo inevitable. Estos tres principios, creo que hay gente que los está aprendiendo y que está reflexionando sobre ello. Si hay cambios van a ir por aquí y van a ser más individuales que sociales.

En una situación como la que vivimos, ¿es más peligroso el catastrofista o el optimista irracional?

Son igualmente peligrosos. El optimista extremo está sesgando la información, distorsionándola y eso produce bajar la guardia. Y el pesimista también, porque va a generar una cantidad de adrenalina, de ansiedad, que no la va a poder manejar. Lo ideal es el punto medio, el realismo. Ver las cosas como son, quizá con un optimismo moderado.

En el libro dices : “La libertad no es negociable para la vida. Ser libre es el mandato más esencial de la naturaleza”. En la pandemia con el confinamiento tuvimos la sensación de sentir que esa libertad la perdíamos en un instante. ¿A qué podemos agarrarnos para seguir adelante mientras dura?

Puede que no seas libre para salir de tu casa, pero eres libre para manejar tu hábitat como te dé la gana. Libre para conectarte con la persona que quieras, para leer el libro que quieras, cocinar lo que te guste… Hay una libertad relativa. Lo que pasa es que somos mamíferos y necesitamos luz, calle, movilidad. Al no tenerla, hay cierta irritabilidad, es normal. Pero por ejemplo, a mí me llama un hombre de 50 años y me dice: “Ayúdeme, doctor, no sé cómo manejar el aburrimiento”. Yo le dije: “¿Y por qué lo tiene que manejar? ¿Qué problema hay en aburrirse?”. Antes nos faltaba tiempo y en el confinamiento nos sobraba y no sabíamos qué hacer con él. Esto hace que las personas enfrenten una nueva filosofía de vida. Lo que está ocurriendo es que la gente está pensando más y mejor de lo que pensaba antes. Porque está desarrollando más el pensamiento crítico.

¿Qué opina de los negacionistas?

Lo mismo que de aquellos muchachos que se juntaron en un barco para contagiarse a propósito en una fiesta. Tú vas por la calle y encuentras gente sin mascarilla. Tú la llevas puesta, te encuentras con otro que no y te ajustas la tuya y sostienes el aire. Ese tipo tiene el derecho a ser negacionista, pero no a no ponerse una mascarilla, porque es obligatorio. Y eso es responsabilidad individual. ¿Tú crees que esos negacionistas van a cambiar? No, la Tierra va a seguir siendo plana para ellos.

Hablas también de la importancia de sentirse amado para superar situaciones traumáticas. ¿Qué papel juega en una pandemia el amor?

En una investigación que hice en Haití se descubrió que los niños que habían tenido a alguien que los aceptaba incondicionalmente, cuando eran mayores creaban más resiliencia. Aceptemos que hay un amor universal, que es el amor altruista que se da y no espera nada a cambio; y hay un amor individual. La diferencia es que del individual sí hay reciprocidad, si yo doy afecto espero afecto, si doy sexo espero sexo, si soy fiel espero fidelidad. No veo que el amor global esté ejerciendo mucha función ahora mismo. El amor individual sí se ha exacerbado o ha hecho que las parejas se separen. El amor hacia los familiares, los hijos, los padres, ese tipo de amor se ha revalorizado, igual que el contacto físico, que va de su mano.

Estamos hablando todos de los daños obvios a la salud física que la pandemia está causando. Y se intuye que cuando esto pase estallará el problema de la salud mental y empezarán a llenarse vuestras consultas. ¿Crees que será así?

Pienso que sí. Esto va a dejar dos consecuencias muy fuertes, la económica y la mental. La gente ya se está moviendo. Es el mismo efecto de una guerra grande, que luego llega la posguerra, que deja miseria, mucha gente mal psicológicamente… Yo he dado en este tiempo unas 50 conferencias gratuitas, pero creo que se deberían dar más, así como más prevención sobre salud mental, que los medios se ocupen más de esto… La televisión nunca ha tenido tanta audiencia como ahora, pero yo no veo que se esté haciendo nada a favor de la salud mental. No veo espacios dentro de las tertulias para ello, es como si no existiera.

Cualquier persona que hayamos vivido esto lo hemos pasado o lo estamos pasando mal en mayor o en menor medida. ¿Cómo podemos saber cuándo necesitamos acudir a un especialista a pedir ayuda?

Cuando tú no puedes desarrollar una vida normal. Es decir, cuando ese sentirte mal dura mucho. Si uno está deprimido durante dos meses o ansioso durante seis, ya hay que pedir ayuda. Hasta la procrastinación puede volverse patológica. Por eso, cuando te cuesta hacer lo que tienes que hacer, te cuesta levantarte por la mañana, andas con mucha ansiedad, tienes miedos nuevos… No hay que esperar a estar arrastrándote como una ameba. Uno puede pedir una cita para contar lo que está pasando y yo recomiendo asistir a una terapia cognitivo conductual. Es la que creo que mejor funciona.

La pandemia también ha puesto de relieve que en nuestra sociedad la muerte es un tema tabú. Y de repente nos estalla en la cara. ¿Crees que hablar de la muerte nos haría bien?

No sé si nos haría más felices, pero desde luego sí más lúcidos. Tú te empezaste a morir desde el día en que naciste y yo también. Una vez hice una preparación budista para la muerte y me sirvió. Yo siempre veía a la muerte que venía detrás de mí y yo la identificaba, porque desde chiquito me la enseñaron así, como un esqueleto con una hoz y una capucha. Pero después de esto ya no la veía detrás, sino al lado. Claro que hay que hablar de la muerte, no puede ser un tema solo de médicos, de sacerdotes y de sepultureros. Hay que hablar y es un tabú, por supuesto. Mira la eutanasia lo que está costando. Pero ¿qué pasó con todo esto? Que como especie somos más vulnerables de lo que creíamos. Y además el tamaño impresiona. El virus nos arrolló a todos y nos pone el tema de la muerte de frente. Todas estas cosas pueden hacer que las personas tengan una actitud más realista aunque se sientan un poquito más tristes. Porque la tristeza no es depresión, es necesaria y cumple su función, igual que la ira o el miedo. La idea no es sufrir cero, es rescatar el sufrimiento útil y dejar el inútil.

¿Se puede aprender a dar un sentido positivo al sufrimiento?

Sí, claro. El sufrimiento es la expresión mental del dolor físico. La función del dolor físico es avisar de que hay algo que está dañado para que tú lo arregles. A nivel mental aparece el sufrimiento, en el que hay estructuras psicológicas que están funcionando mal y si tú sufres porque perdiste una partida de ajedrez y no duermes tres días, ese insomnio te está diciendo que tienes un problema, que no sabes perder, que tienes mucha autoexigencia… El sufrimiento nos avisa y nos sirve. No hay que negarlo, pero tampoco hacer un culto al sufrimiento, eso no.

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