José Antonio Marina: “No basta con la experiencia, hay que querer aprender”

José Antonio Marina: “No basta con la experiencia, hay que querer aprender”

El filósofo y pedagogo analiza las lecciones que deja la pandemia y sostiene que nuestro sistema educativo ha respondido a ella como “un diplodocus dormido”.
20 December 2020

José Antonio Marina, retratado para el suplemento Cultura/s

José Antonio Marina es una de las figuras con más prestigio e influencia de la cultura española actual. Su obra ensayística, inaugurada en 1992 con Elogio y refutación del ingenio, abarca más de cuarenta títulos. A partir de una innovadora aproximación a la inteligencia humana desplegada en su libro Teoría de la inteligencia creadora, sus investigaciones se han desarrollado en campos del conocimiento humano tan distintos como la literatura, la filosofía, la ética, el lenguaje, la historia, y muy especialmente en el terreno de la educación y la pedagogía, donde ha impulsado el proyecto Universidad de Padres.

¿Cómo ha vivido el confinamiento?

El coronavirus ha respetado a toda mi familia, y el confinamiento apenas me ha afectado porque tengo la suerte de disponer de un bien inapreciable: espacio. He tomado las medidas de precaución normales. Por supuesto me ha conmovido la dureza de muchas historias, y en algún momento temí que realmente no fuéramos capaces de frenar la epidemia.

En estos dos meses, ¿qué ha aprendido sobre usted mismo que no supiera?

No creo que esta experiencia nos proporcione una lucidez especial. La situación nos ha hecho valorar lo que habíamos perdido, de la misma manera que valoramos la salud cuando estamos enfermos. Eso no significa que vayamos a valorarla más cuando la hayamos recuperado. ¿Y sobre la gente? Tampoco ha habido ninguna novedad. En una situación de miedo hay un reflejo de acercamiento a los demás. Surge un sentimiento de compasión que anima a conductas de ayuda. Pero son sentimientos reactivos, que cambiarán cuando cambie la situación. Se habla mucho de solidaridad, pero conviene recordar el estudio de Helena Béjar El mal samaritano. Estudiaba las motivaciones que llevaban a la gente a participar en oenegés.

¿Su conclusión?

Béjar distinguía dos grupos: quienes lo hacían movidos por “buenos sentimientos”, que no solían ser muy constantes, y quienes lo hacían porque creían que era su obligación hacerlo. Estos, que eran los mas serios y perseverantes, solían proceder de grupos religiosos o de grupos de izquierda. La solidaridad sentimental es efímera. Como decía el perspicaz y cínico Oscar Wilde: “Un sentimental es alguien que simplemente desea disfrutar del lujo de una emoción sin tener que pagar por ello”. Vamos a tener una ocasión de demostrar si esa solidaridad se mantiene. Me preocupa mucho la situación económica que se nos viene encima, y no veo la inteligencia política y social necesaria para enfrentarla adecuadamente. Dentro de poco volverá a plantearse monográficamente el tema del procés, que no es un problema de soberanía, sino de solidaridad. Y lo mismo ocurre con la crisis que vive Europa.

 

¿Cómo valora la reacción a la pandemia en España, tanto la institucional y política, como la médica y la social?

Lo que me pregunto es si estoy en condiciones de decir algo riguroso sobre ese tema. A mis alumnos más jóvenes les animo a que ejerzan el pensamiento crítico con un método muy sencillo. Cuando alguien os dé su opinión, preguntadle: ¿Y usted cómo lo sabe? Para juzgar cómo ha reaccionado el Gobierno, tendría que conocer qué información tenía en el momento de tomar las decisiones. Creo que ha hecho dos cosas mal: no atender a las residencias de ancianos y no proteger al personal sanitario. Por su parte, el personal sanitario se ha comportado ejemplarmente, sufriendo unos riesgos que podían haberse evitado. La sociedad, en esta pandemia, ha tenido pocas opciones. ¿Habría respetado las normas de confinamiento o de distanciamiento social si no nos las hubieran impuesto coactivamente? Creo que no, y me baso en dos hechos. El uso del cinturón de seguridad no se generalizó hasta que no empezaron las multas. Todo el mundo sabe que conducir bebido es peligroso, pero se sigue haciendo.

¿Y en el mundo?

Hay un tema interesante: la diversidad de respuestas. Y también los cambios en las decisiones. Desde un punto de vista teórico me interesa el papel de los expertos en las decisiones políticas. He defendido la necesidad de políticas basadas en la evidencia, es decir, basadas en datos y no en ideologías. Todo el mundo se ha vuelto hacia la ciencia, como fuente de conocimiento. Y la ciencia creo que está respondiendo, al señalar las certezas, pero también las zonas de ignorancias. Me gustaría que esa confianza se demostrara también al tratar el cambio climático, y no está sucediendo. Ahora vamos a tener que enfrentarnos a problemas económicos muy serios, y espero que los economistas estén a la altura de las circunstancias. Su descrédito en el modo de tratar la crisis del 2008 fue notorio. Espero que ahora afinen mas.

Usted es un experto en temas de inteligencia y ética. ¿Cómo se han aplicado, en este tiempo, estos dos criterios?

La inteligencia se caracteriza, entre otras cosas, por la capacidad de identificar los problemas y de responder con presteza. Es lo que llamo inteligencia resuelta: actúa con resolución y resuelve los problemas. Es posible que no se supieran identificar dos problemas graves: la situación de las residencias de ancianos y la necesidad de proteger al personal sanitario. Enfrentarse al tsunami hospitalario fue una demostración de la inteligencia de los equipos sanitarios, que tuvieron que improvisar y sacar medios de donde no los había. Se planteó un problema éticamente grave, si había que dar preferencia en las UCI a la gente joven, aunque creo que no se llegó a plantear realmente, es decir, que a nadie se le dejó morir por su edad. Pero quisiera ampliar el campo de observación. Algunas de las medidas económicas que se están aplicando –como los ERTE– o diseñando –como una renta básica– no son medidas económicas, sino éticas.

¿Está de acuerdo en que la sociedad va a desarrollar mayor valoración de ciertas profesiones, como las relacionadas con la salud?

Desde hace años todas las encuestas indican que las profesiones médicas son las más valoradas socialmente, y seguirá siendo así. Es probable que se confirme la tendencia que indica que el mayor número de puestos de trabajo en el futuro se darán en el campo del cuidado, de la atención personal. Deberíamos insistir en eso porque son puestos que mejoran la calidad de vida y que no gastan energía, es decir, que son compatibles con la sostenibilidad del planeta. Me gustaría que con motivo de la pandemia la sociedad valorara más la investigación científica, lo que supone una mayor inversión en ciencia.

¿Cómo le parece que han vivido las familias –o los grupos familiares– esta inesperada intensificación de la convivencia?

La situación es estresante y el estrés produce en las parejas o en las familias dos tipos de reacciones. En unos casos une y en otros separa. Lo mismo habrá sucedido ahora. Recuerdo que una persona me decía hace años: “Estoy seguro de que no nos hubiéramos divorciado si hubiéramos tenido una habitación más en nuestra casa”. Insisto en lo del espacio porque me parece un factor importante. Ha habido familias en mejores condiciones que otras para ­vivir la cuarentena.

La educacion del talento (Ariel, 2010) inaugura la Biblioteca de la Universidad de Padres, el gran “proyecto vital” de José Antonio Marina, una plataforma que desde hace varios lustros imparte cursos educativos. Se trata de una serie de libros sobre educación y aprendizaje, la “actividad fundacional de la especie humana”. Ha publicado hasta el momento ocho volúmenes que abordan cuestiones como la motivación, la creatividad, la pareja, la adolescencia... “Para educar a un niño hace falta la tribu entera”, es uno de sus lemas.

¿Cuáles han sido los principales retos de educar en este periodo, y cuáles se van a plantear en los próximos meses?

Ha sido una situación imprevista que ha exigido a todos –docentes, alumnos y familia– un esfuerzo adicional. La escuela ha capeado el temporal como ha podido. Me consta que hay centros que han intentado estar pendientes de cada uno de los alumnos, de intentar proporcionarles tabletas o conexión a internet, hablando con ellos por el móvil, manteniendo la relación por todos los medios imaginables, proporcionado comida... Ha habido sin duda mucha falta de coordinación, que se ha ido mejorando. El principal reto es compensar las dificultades que pueden tener muchos alumnos para trabajar en casa. Son los más vulnerables. Pero me gustaría pensar en el curso que viene. Es un curso excepcional ­para el que hay que empezar a prepararnos ya. ¿Cómo vamos a mantener la distancia social entre los alumnos? ¿Vamos a mantener la mitad con enseñanza telemática, según ha sugerido la ministra? ¿Qué hacemos con los alumnos del curso actual, que desde marzo no han ido a la escuela?

¿Qué haremos?

Hay que tratar el tema caso por caso. Pedir a cada uno de los centros cuál es su situación, si tienen espacio para desdoblar aulas, cuál es la situación socioeconómica de las familias, cuántos profesores de refuerzo necesitarían (por ejemplo, para tener clases por la tarde), si en su barrio hay instalaciones municipales que se pudieran habilitar para estudio... Hay muchos centros que por la disminución de alumnos han cerrado líneas. Habrá que abrirlas. He dicho que el sistema educativo español es un diplodocus dormido, y sigue estándolo. Para colmo de males, se quiere aprobar precipitadamente, sin pacto ni consenso, una nueva ley de educación. Hay un asunto fundamental: el curso próximo es excepcional y las medidas deben ser excepcionales. De la misma manera que va a haber una financiación especial para que las empresas no cierren, necesitamos una financiación especial durante el próximo curso para contratar a más ­docentes.

¿Qué han aprendido los estudiantes, y los escolares españoles? ¿Qué ha sido lo más y lo menos formativo de este periodo?

Para la escuela, la flexibilidad. Tenemos un sistema educativo muy rígido y centralizado. En vez de copiar el modelo anglosajón, copiamos el francés, que presumía de que el ministro sabía hora por hora qué lección se estaba dando en todos los colegios de Francia. Esto es un disparate.

El programa de desescalada, ¿le parece correcto? ¿Es bueno que los escolares y estudiantes en general no vuelvan a clase –mayoritariamente-?

Creo que deberíamos recuperar los días de clase que pudiéramos, siempre que la situación sanitaria lo permitiera. No hay soluciones fáciles para problemas complejos. En otros países se están abriendo las escuelas, algunas comunidades españolas quieren hacerlo. Creo que no se están planteando las cosas con suficiente rigor.

Un editor de libros de texto nos dijo que la pandemia ha mostrado que las escuelas españolas no estaban al día desde el punto de vista tecnológico-digital...

Hace un año, la OCDE publicó un informe indicando que la introducción masiva de nuevas tecnologías en el aula no había cumplido las expectativas. No se ha hecho bien, porque las TIC (tecnologías de la información y la comunicación) se han usado para buscar información, y no en el mismo proceso de aprendizaje. Por ejemplo, mientras que el libro de texto es estático y uniforme, las TIC nos permitirían adaptaciones curriculares para los distintos alumnos. Sobre este tema trabajan las grandes compañías informáticas. Así, Microsoft está invirtiendo mucho en el adaptative learning: cómo adaptar el aprendizaje al desarrollo de cada alumno. Me gustaría que esa investigación la hiciéramos dentro del sistema educativo. Durante años he estado trabajando con mis colaboradores en este tema, en lo que llamo Proyecto Centauro, cuya primera versión se publicará dentro de unos meses.

Proyecto Centauro

“Es importante que la toma de decisiones siga residiendo en la inteligencia neuronal, aunque la mayor cantidad de información esté en los poderosos sistemas de inteligencia artificial. El Proyecto Centauro insiste en la formación de los nodos, como medio de hacer más inteligentes las redes, y no al revés”.

¿En qué consiste ese proyecto?

El nombre lo he tomado de un comentario que hizo Gari Kaspárov después de perder con un programa de IBM: “El jugador de ajedrez del siglo XXI será un jugador centauro. Una inteligencia humana parte en formato neuronal y parte en formato digital”. Lo que estamos estudiando es cómo debemos desarrollar ambas memorias en nuestros alumnos concretos, para que la toma de decisiones siga residiendo en la inteligencia neuronal, aunque la mayor cantidad de información esté en los poderosos sistemas de inteligencia artificial. Los datos pueden estar en la memoria electrónica pero los esquemas de comprensión de los datos deberían estar –si sabemos hacerlo– en la inteligencia personal. Esto supone muchas cosas. Por ejemplo, en una sociedad en red estamos privilegiando las aristas, los enlaces, y estamos devaluando los nodos, que son las personas. Si decimos que el conocimiento está en la red, los nodos son sustituibles y si me apuran, intrascendentes. El Proyecto Centauro insiste en la formación de los nodos, como medio de hacer más inteligentes las redes, y no al revés.

Hoja de ruta para el futuro. ¿Qué recomienda hacer en el plano privado y en el público?

Aunque se dice con frecuencia que hemos entrado en la “sociedad del conocimiento” o “en la era de la tecnología de la información”, donde hemos entrado realmente es en la sociedad del aprendizaje, que se rige por una ley implacable: “Toda persona, empresa o sociedad para sobrevivir necesita aprender al menos a la misma velocidad con la que cambia su entorno, y, si quiere progresar, a más velocidad”. No me extraña que uno de los últimos libros de Stiglitz, premio Nobel de Economía, se titule Creating the learning society.

¿Qué piensa hacer usted en el próximo año? ¿Cómo afecta lo ocurrido a sus planes educativos y a sus proyectos de escritura?

Continuar con mis proyectos de investigación, que son siempre a largo plazo. ­Estoy cada vez más convencido de que ­necesitamos conocer para comprender, y comprender para tomar decisiones y actuar. La inteligencia práctica es más compleja e importante que la meramente teórica. Las cosas cambian con mucha rapidez, y necesitamos herramientas intelec- tuales para manejarlas. La tecnología nos ofrece una “realidad aumentada” y para saber gestionarla necesitamos una “inteligencia aumentada” también.

Publicó hace poco una Biografía de la humanidad. ¿Qué ejemplos del pasado pueden ayudarnos a superar la crisis presente?

En estos días he leído tres libros que guardan relación con nuestra situación. El fatal destino de Roma, de Kyle Harper, que explica el papel que tuvieron el cambio climático y las epidemias en la caída del imperio romano; Un espejo lejano, de Barbara Tuchman, sobre la pandemia del siglo XIV, y Crisis. Cómo reaccionan los países en los momentos decisivos, de Jared Diamond. De ellos se desprende una enseñanza muy elemental: tenemos mucha suerte de haber nacido en esta época y debemos tener la inteligencia para no desaprovechar nuestras posibilidades.

Finalmente, ¿cuál cree que va a ser la gran lección de la crisis del coronavirus?

Podemos sacar una mala lección, parecida a la que aprendimos de la crisis del 2008. Las cosas estuvieron muy mal, pero acabaron por arreglarse, de modo que todo puede seguir igual. Basta con mejorar algunas herramientas para cuando la próxima crisis se presente. No vale la pena esforzarse en que no suceda. Podemos, en cambio, sacar una buena lección. La simple experiencia no enseña nada. Hace falta un decidido y esforzado deseo de aprender, para aprender algo.

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