GRABIELA MISTRAL. Poeta y pedagoga

GRABIELA MISTRAL. Poeta y pedagoga

Chile. A los 70 años de la concesión del Premio Nobel de Literatura
17 març 2016

Enseñar con la actitud, el gesto y la palabra
(Tapiz colgado en la fachada del Ministerio de Agricultura. Frente al Palacio de La Moneda. Santiago de Chile marzo 2016)

Tal vez se conozca mucho más la actividad poética de Gabriela Mistral pero, a nuestro entender, si su poesía en algunos momentos le cuesta aceptar el paso de los tiempos (no toda por supuesto y el arte debe siempre contextualizarse por más se le desee “universal”), los aspectos de la mujer “maestra” suelen olvidarse relativamente. Gabriela Mistral fue una pedagoga, una maestra de colegios “normales” y sin pretensiones abiertamente innovadores. La innovación era su propia idea de enseñanza. En el tapiz que presentamos y que cuelga actualmente en la fachada del Ministerio de Agricultura en Santiago de Chile, pude leerse una de las frases más “modernas” de la enseñanza. Enseñar es modificar actitudes (a través de la propia actitud), manejar los gestos (la realidad expresiva) y transmitir a través de la palabra (de la palabra eficaz).

Desgraciadamente hemos calificado de “modernos” anteriormente unos principios que desearíamos lo fueran (modernos realmente). Si atendemos a la pedagogía más elemental, a la que puede aprenderse y que todo enseñante debería conocer (incluyendo los prevencionistas, que tanta formación deberíamos hacer según la ley y la lógica y tan poca o tan poco eficaz hacemos), enseñar es modificar un conducta concreta, sea del tipo o categoría que sea, de manera que lo que antes se desconocía o se hacía de manera errónea reconvierta su hacer o su pensar hacia un objetivo que, en principio, mejoraría la propia actuación del “enseñado”. Entendiendo, como hemos dicho un montón de veces, que aquí aprendemos todos juntos o no aprende nadie. Mejora social, personal, económica, moral, artística, vivencial, segura. Toda aquella mejora que determine un cambio (alusión directa a Paulo Freire) hacia una situación “mejor” (y no definamos qué entendemos por ello dado que el lenguaje, el habla de Saussure, lo entiende y expresa todo sin necesidad de hacer grandes aspavientos).

Y este cambio no puede darse si no se han dado las tres patas de una conducta (cognitiva, afectiva, psicomotora o como nos parezca más oportuno clasificarla, que poco importa en nuestra realidad de simples “usuarios”  de la pedagogía). Tres patas que tradicionalmente identificamos como los conocimientos (el saber), los procedimientos (el poder) y las actitudes (el querer). Esas tres patas deben ir “pegadas” y deben estar orientadas todas ellas hacia ese objetivo de mejora que planteábamos. Para que una persona utilice correctamente un EPI debe saber qué es y para qué sirve, cuáles serán los resultados positivos o negativos de su uso o no uso, los tipos que existen y la idoneidad para cada momento. Esto será el objetivo de saber, la parte “teórica” para entendernos (pero importantísima y que debe estar realizada con la habilidad que caracteriza a los profesionales de la prevención). Además, los EPIs no serán debidamente utilizados si la persona no es “hábil” en su manejo, no sabe cómo funcionan, cómo se utilizan, cómo se hace el mantenimiento de ellos, en qué momento deben ser usados, etc. Eso sería la práctica, los procedimientos o habilidades de la persona en el uso concreto y adecuado del EPI. El poder. Pero finalmente, la persona en cuestión, el deseado usuario permanente y convencido del EPI, debe querer utilizarlo. Debe tener muy clara la necesaria utilización, no porque lo diga la ley o el Técnico de Prevención, sino porque su uso forma parte de la manera “natural” de trabajar. Y eso es la tercera pata (la más difícil de enseñar), el querer, el hacerlo casi inconscientemente, como una actuación automática ante la realización de determinado trabajo que requiera ese EPI. Y ese es el difícil mundo de las actitudes.

Cuando Gabriela Mistral habla de enseñar con actitudes es enseñar actitudes a través de actitudes y gestos (valga la redundancia). Es decir: enseñar a través, inicialmente, de la experiencia observable, de la actuación (en algunas ocasiones la habíamos denominado transversal), del propio enseñante, convencido “profesionalmente” de que su actuación, sus gestos, los mecanismos expresivos utilizados serán portadores de la información necesaria para que se produzca el cambio. Y sabe también que disponemos de la palabra (pero no únicamente de la palabra, como creen algunos enseñantes), la palabra usada en su sentido más comunicativo, es decir: el signo cargado de contenido con el que dialogamos, transmitimos y escuchamos (porque también escuchamos las palabras del otro). Por la palabra penetran los conocimientos, propiamente dichos, por el gesto y la manifestación de las actitudes penetra la forma de actuar.

Y no quisiéramos finalizar esta reflexión aprovechando la clarividencia pedagógica de Gabriela Mistral, sin insistir en lo que llevamos muchos años diciendo: esas técnicas (por llamarlas de alguna manera aunque en este caso pertenezcan al más corriente sentido común) se aprenden (especialmente deseable para los enseñantes con poco sentido común) y no son obra de las cualidades innatas de los enseñantes. Todos podemos enseñar de manera eficaz, solo es necesario que conozcamos tal vez de manera elemental pero muy práctica que no solo de dar clases vive el hombre (en el sentido más ramplón de convertir la enseñanza en un discurso aburrido, apartado de la realidad y, sobre todo, apartado del verdadero deseo de enseñar).

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