Esto es lo que pasa cuando vas por la vida de víctima

Esto es lo que pasa cuando vas por la vida de víctima

El psicólogo José Miguel Sánchez revela cuáles son las consecuencias de integrar en nuestro día a día una actitud y un discurso con un amplio protagonismo de la queja, el pesimismo impostado y la búsqueda insistente de atención
1 gener 2023

Hay personas que van por la vida quejándose a todas horas de lo que les pasa, de la supuesta mala suerte que les persigue y de la falta de consideración que tienen los demás hacia ellos. Los reconocerás por frases recurrentes como: «Nunca tienes en cuenta mi opinión», «siempre me sale todo mal», «no puedo tener peor suerte», «en realidad no me quiere nadie», «soy cada día más torpe», «te molesta todo lo que digo», «nunca valoras lo que hago»... Bajo este tipo de discurso victimista suele esconderse una necesidad imperiosa de ser atendido, querido, elogiado, premiado o valorado. Sin embargo, el efecto suele ser el contrario. De hecho, según explica el psicólogo José Miguel Sánchez, especialista en entornos empresariales y profesor de la IE Business School y de la IE University, este tipo de comunicación caracterizado por la queja continua no solo nos hace pequeños, sino que además no ayuda a creer en uno mismo ni tampoco permite verse fuertes y con capacidad para conseguir grandes logros.

Para estas personas siempre hay un culpable detrás de lo que les pasa que puede ser una persona en concreto, un grupo, una situación, el mundo en general o incluso un concepto: la mala suerte que, según ellos, no les deja avanzar ni seguir creciendo. Pero lo que suele ser habitual en ellos, según revela Sánchez, es que cuando se expresan en esos términos siempre lo hacen en situaciones o delante de personas sobre las que saben que este tipo de lenguaje puede causar algún efecto: será escuchado y tomado en cuenta.

Qué hay detrás del victimismo

El objetivo de usar este tipo de lenguaje casi siempre suele estar relacionado con captar la atención de los otros. Así, el trasfondo sería: si me pasan cosas que no me gustan o que me preocupan o muestro que la vida juega en mi contra, el otro sentirá que necesito ayuda y estará ahí para ofrecérmela.

Por tanto, según revela Sánchez, suele ser habitual ver que el lenguaje victimista se dirija sobre todo hacia aquellos entornos predipuestos, es decir, aquellos contextos en los que esa persona sienta que los otros harán sí o sí algo por ayudarle. «Estos sujetos no buscarán soluciones, sino tan solo esa atención que retroalimenta su lenguaje víctima, que es el que seguirán utilizando siempre que consigan su propósito», apunta.

Es diferente en cada contexto

Los victimistas ven la vida desde lo que los psicólogos denominan el «locus de control externo». «Eso quiere decir que piensan que no tienen control sobre la mayoría de las cosas que les ocurren y además creen que su influencia es mínima tanto en las situaciones como sobre las personas y por ello se sienten víctimas», describe el experto.

¿Y cómo se manifiesta esta actitud en cada contexto? El psicólogo explica que, en el entorno laboral pueden llegar a convertirse en tóxicas para otros si no consiguen lo que se proponen, pero además también pueden ser tóxicos para sí mismos pues pueden llegar a pasar por un enorme sufrimiento personal.

En el entorno familiar las personas que han integrado un lenguaje victimista en esas relaciones suelen utilizar a los demás para tenerlos cerca y para hacerles sentir culpables cuando no les dan lo que ellos quieren con frases del tipo: «ya no vienes a verme tanto como antes» o «ya nunca me cuentas tus cosas».

En cuanto al plano sentimental el 'lenguaje víctima' puede hacer mucho daño porque la falta de confianza en uno mismo puede hacer que esa persona acepte cosas en la relación que le dañen. O incluso en los casos más extremos esa persona puede resignarse a vivir dentro de una relación tóxica en la que uno de los miembros de la pareja ejerce el poder sobre el otro.

Cuidado con lo que aprenden los niños

Los niños no desarrollan su parte racional situada en el lóbulo frontal hasta los 7-9 años. De hecho esta parte del cerebro sigue desarrollándose hasta los 21 años. Antes de los 7 años los niños son principalmente seres emocionales que imitan y copian aquello que ven en los demás. Sin embargo, a través de la repetición y de la asunción como propias de las frases que escuchan en los adultos que les rodean, acaban haciendo suyas algunas de estas frases.

Pongamos algunos ejemplos. Si le dices a tu hijo o a tu nieto que es torpe, es probable que, a través de la repetición, acabe diciéndoselo a sí mismo durante una parte importante de su vida y acabe creyendo que realmente es torpe. Lo mismo sucede cuando le dices a un niño que no es suficiente y que tiene que demostrar más en el colegio, en los deportes, en la música, etc. Ese niño tratará de conseguir demostrar siempre el máximo porque su diálogo interno será el de «no soy suficiente».

Cómo ayudarles

Las personas que usan ese lenguaje en realidad sufren mucho internamente. Creen que no tienen más recursos y que este lenguaje es lo único que puede generar lo que necesitan de la otra persona. Pero lo cierto es que, aunque sufran, se mantienen con este discurso porque con él entran en esa llamada zona de confort de la que creen que no pueden salir porque no tienen las habilidades necesarias para hacerlo. De hecho, a nivel social, acaban viéndose como personas tóxicas, pues no generan buenas relaciones con los demás. Por eso el psicólogo redefine esa mal llamada zona de confort como «zona de dolor», pues es un punto que acarrea un importante sufrimiento personal.

Para ayudar a estas personas que, según apunta el psicólogo, lo habitual es que hayan integrado esa forma de comportarse y están acostumbrados a usar ese lenguaje en su día a día, sería aconsejable acudir a un profesional de la psicología, pues lo habitual es que no hagan caso de las reflexiones que les aporten los que tienen cerca.

Lo que hará el profesional durante ese trabajo con ellos, según revela Sánchez, es ayudarle a tomar conciencia del sufrimiento personal que conlleva esta conducta y de los recursos que puede tener o generar para usar un lenguaje más empoderado que le permita ir obteniendo pequeñas metas que le lleven a aumentar su confianza y a darse cuenta de que su zona de influencia sobre las cosas que cree que le pasan o que le pasan es mayor de lo que piensa.

Los cambios que se deben hacer, por tanto, no tienen tanto que ver con el lenguaje como con los pensamientos que lo provocan. «Por ello estas personas tienen que aprender a utilizar herramientas que les lleven a la reflexión al cambio de pensamientos y a la eliminación de aquellos que les mantienen sin confianza en sí mismos. Y aquí a ayuda de un profesional para aportar esas técnicas y herramientas es clave», aconseja.

Adiós al victimismo

Hablarse con cariño, con respeto y sabiendo que uno merece esa forma de relacionarse con uno mismo y con los demás genera emociones positivas que le llevan a liberar hormonas que aportan equilibrio y que le alejan del estrés y de la ansiedad asociadas a este tipo de sufrimiento.

Además, tal como revela Sánchez, liberándose del victimismo también se aprende a aceptar aquellas cosas que de verdad están fuera de nuestro control como las adversidades extremas. Eso da tranquilidad, aporta capacidad de reflexión y contribuye a que esa persona sea capaz de relativizar las cosas para analizar las situaciones en su justa medida.

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