Por qué al cerebro no le gusta el cambio

Por qué al cerebro no le gusta el cambio

Es importante conocer los mecanismos cerebrales que se ponen en marcha durante los cambios y las resistencias que aparecen con sólo pensar en cambiar.
28 agost 2022

Redacción

Uno de los hallazgos de gran importancia tiene que ver con el papel que juega el funcionamiento de los ganglios basales y el funcionamiento de la memoria en los cambios, ya que el pensamiento tiende a comparar la información nueva con la que ya tenemos conocida y aprendida.

En efecto, por ejemplo, cuando a los miembros de un equipo se les presentan un nuevo proyecto, o un cambio de enfoque en el trabajo o, cuando en cualquier organización se plantea a alguien un cambio de puesto o manera de realizar su gestión, entre otros ejemplos, enseguida la mayoría de las personas tienden a efectuar comparaciones entre la información nueva con la que ya tenían.

En este proceso lo que sucede es que se activa la corteza prefrontal, generando, así, una alta intensidad de energía. A su vez, se activan los ganglios basales, responsables de poner en primer lugar todas aquellas cosas que nos llevaron al éxito en el pasado, es decir, las experiencias previas y no evalúa nuevas alternativas. Esta forma de accionar es una manera natural que tiene nuestro organismo de ahorrar energía, tomando atajos y explica el por qué tendemos a mantenernos en la zona de seguridad o confort, repitiendo viejos patrones que nos fueron útiles en el pasado pero que, quizás, en el presente ya no.

El miedo es una de las emociones que actúa como resistencia al cambio y su circuito neuronal está ubicado en el sistema límbico. Cuando éste vislumbra un cambio importante, activa la región prefrontal, que es lo que provoca que uno se sienta cansado o agresivo, ya que hay un gasto de energía alto. El cerebro es un gran conservador de energía tendiente a la supervivencia, por si acontece algún imprevisto, es decir, una “amenaza”, y así estar preparado para el ataque, el bloqueo o la huida. Esto hace que, ante cualquier desafío intelectual, primero se busque información en lo ya conocido (memoria). El cerebro no tiene que esforzarse ni gastar energía en lo que ya conoce y esto tiene su función positiva. Tiene patrones y estructuras de pensamiento que se van estableciendo en las redes neuronales según pasan los años y que permiten resolver cuestiones cotidianas de forma automática.

Es difícil cambiar ya que dentro del Sistema Nervioso Central (SNC) “hay estructuras que rechazan el cambio. Una de ellas, por ejemplo, es el tronco cerebral, que aparece por primera vez en los reptiles. Dentro del tronco cerebral, formando parte de este sistema reptiliano, están los llamados ganglios basales. Allí están las conductas que hemos aprendido y, una de sus características, es que tiene neofobia, es decir, miedo a lo nuevo. Este es un factor neto de resistencia al cambio.”

Muchas veces, uno actúa como si estuviese viviendo en el paleolítico y este miedo tan humano hace que no se adapte al mundo actual. Ante un pensamiento negativo o no adaptativo, las personas actúan como si un animal salvaje le estuviese persiguiendo.

Muchos neurocientíficos coinciden en que esta es una de las razones por las cuales hay un alto nivel de ansiedad, cansancio y estrés en los tiempos actuales.

Sigmund Freud decía que “todos tenemos un museo de historia natural dentro, porque guardamos, sin saberlo, todas las conductas que nos llevaron al éxito en la historia de la especie y, por eso, se tienden a repetir.” Sin embargo, la buena noticia es que el cerebro es plástico. La neuroplasticidad facilita crear nuevas conexiones neuronales para aprender y poder adaptarse a los cambios.

Haciendo referencia al ejemplo anterior de un cambio relacionado a un nuevo proyecto, o un cambio de puesto que implica nuevas responsabilidades, al principio es posible que haya algunos inconvenientes en poner este cambio en marcha. Sin embargo, posteriormente la persona se va adaptando, hasta hacerlo de forma exitosa y satisfactoria.

Lo importante para desarrollar un buen liderazgo es tener en cuenta que los hábitos y las rutinas tienen una correlación anatómica en el cerebro, es decir, son redes neuronales fuertes que se van instalando y reforzando a través de repetirlos durante mucho tiempo. Gracias a la neuroplasticidad, es posible reformular actitudes, hábitos y creencias, generando nuevas redes neuronales. Para poder salir de la zona de confort o lo conocido, es necesario plantearse objetivos motivadores que alienten a seguir aprendiendo. Salir de la zona de confort significa ampliar la zona de aprendizaje.

Al hablar de aplicar la neurociencia al cambio en los equipos de trabajo, se tienen que tener en cuenta los patrones de pensamiento, creencias y valores de todos los miembros del grupo con respecto a la organización donde trabajan, a las tareas y funciones que realizan, a sus pares y líderes. Por lo tanto, de la unidad cerebromente, hay que tener en cuenta:

· A los ganglios basales, “centro de hábitos” del cerebro, implicados en las recompensas y el movimiento;

· Al córtex prefrontal, que elige objetivos, hace planes y dirige la acción;

· A la amígdala, que responde sobre todo a estímulos cargados emocionalmente o negativos como el miedo, y;

· Al hipotálamo, que regula impulsos primarios (además de controlar el apetito, la sed y el deseo sexual).

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