¿Sólo aprendo si estoy alegre? Hablamos sobre emociones y aprendizaje en la Maldita Twitchería

¿Sólo aprendo si estoy alegre? Hablamos sobre emociones y aprendizaje en la Maldita Twitchería

• Emociones como la alegría y la confianza pueden ayudar a reforzar el aprendizaje, aunque lo más importante para aprender es un estado de tranquilidad emocional • Es muy importante que el docente sepa reconocer los sentimientos que las etapas de aprendizaje generan y la mejor manera de aprovecharlos para reforzar la motivación de los alumnos • La motivación o el interés son fundamentales para aprender porque activan la dopamina, un neurotransmisor que pone en funcionamiento el circuito cerebral
15 Julio 2023

Los seres humanos aprendemos de muchas maneras y a lo largo de toda nuestra vida, es un proceso instintivo, pero nos cuesta más si tenemos un día de subidón máximo o si estamos furiosos con nuestra pareja. En la Maldita Twitchería de Educa hemos hablado con expertas sobre el impacto de las emociones y la importancia de la motivación a la hora de aprender.

La alegría ayuda a reforzar el aprendizaje, pero también aprendemos con el miedo

“Hay emociones que ayudan a reforzar el aprendizaje como la alegría, la seguridad y la curiosidad y otras que perjudican como el aburrimiento, la ira, el enfado o la competitividad.” explica Nerea Ortega, doctora en psicología experimental, profesora en la Universidad Loyola y maldita que nos ha prestado sus superpoderes.

Ortega explica que solemos empezar a aprender estimulados por un sistema de refuerzos, que pueden ser positivos o negativos (refuerzos a través de premios o castigos). El refuerzo positivo es el que mejor funciona para motivar el aprendizaje, sin embargo, el miedo es un sentimiento muy poderoso que puede dejarnos enseñanzas y condicionamientos tan profundos que es imposible quitarlos, detalla la experta.

Eso no quiere decir que exista una dicotomía de emociones: de un lado las que influyen negativamente en el aprendizaje y de otro los que impactan de forma positiva. Las emociones tendrán impactos distintos en cada trayectoria educativa, dependiendo de los recursos (o educación emocional) que cada persona tenga para identificar estas emociones a la hora de aprender, de acuerdo con Nerea Ortega. La frustración de no entender algo a la primera, por ejemplo, puede ser un factor motivador para algunas personas, mientras que para otras sirve de excusa para abandonar la tarea.

Emociones y sentimientos no son lo mismo: las emociones son fisiológicas, los sentimientos dependen de nuestras vivencias, deseos y autoestima

El primer paso, enfatiza esta experta en psicología experimental, es identificar las emociones y no confundirlas con nuestros sentimientos. Emociones como la alegría, la ira, el miedo, la tristeza o la aversión son reacciones primarias que podemos expresar físicamente:

“Una emoción puede tener tres componentes: una excitación fisiológica (noto que el corazón me late muy rápido, por ejemplo), una expresión conductual (sonrío porque me acuerdo de algo) y quizás una experiencia consciente (la cara que pones cuando piensas en la persona de la cual estás enamorada)”.

Los sentimientos son interpretaciones de esas emociones primitivas a partir de nuestra autoestima, nuestras expectativas y nuestros miedos. Saber identificar las emociones, concluye la psicóloga, “ayuda a evitar que algunas nos perjudiquen a la hora de aprender”.

Emociones en el aula: ¿qué sentimos mientras aprendemos?

Los profesores suelen tener claro la importancia de identificar las emociones (la alegría, la curiosidad o la frustración, entre otros) mientras enseñan, pero no siempre saben relacionar estos sentimientos con estrategias educativas eficientes, explica Rut Jiménez, catedrática de Didáctica de las ciencias en la Universidad de Almería.

Jiménez investiga el papel de las emociones en el proceso de aprendizaje de las ciencias y forma parte del grupo de investigación Sensociencia. Sus investigadores han desarrollado una serie de secuencias didácticas de indagación que pretenden ayudar a los maestros a relacionar las emociones con los mejores momentos de aprendizaje.

“No es posible aislar las emociones para aprender: estamos diseñados para sentir emociones, para posicionarnos altitudinalmente hacia lo que nos ocurre alrededor. Cuando aprendemos sentimos muchas emociones distintas, la alegría no debe ser la única emoción deseada”.

El papel del profesor, añade la experta, es sacar provecho de cada una de las emociones que los estudiantes pueden sentir mientras aprenden:

“Yo quiero que los alumnos tomen conciencia de las emociones que produce aprender. Esa toma de conciencia te hace valorar si a ti te merece la pena sentir emociones de cierta inseguridad o insatisfacción durante el proceso porque sabes que si llegas al final del experimento vas a sentir la satisfacción de aprender”.

Durante la Maldita Twitchería, Jiménez explicó cómo los docentes pueden sacar provecho de emociones como el asombro, la frustración y la alegría a través de un experimento que indaga sobre qué ocurre a la temperatura de la nieve cuando las quitanieves añaden sal a la carretera.

Los alumnos saben que la nieve se derretirá por la sal, de acuerdo con la investigadora, pero casi todos piensan que la temperatura de la nieve mezclada con la sal sube cuando, en realidad, baja.

“Al realizar el experimento los estudiantes viven el momento sorpresa (de ver que la mezcla baja mucho, hasta 20 ºC) justo lo contrario de lo que preveían. Eso genera un autointerés, una alta concentración y, si después de la segunda parte de la actividad sabes explicar bien qué pasó, un alto grado de satisfacción. La nieve se derrite a pesar de que baja la temperatura”.

“Lo más motivador”, añade la investigadora, “es ser consciente de que estamos aprendiendo porque nosotros venimos diseñados para aprender. En este caso, los alumnos se quedarán con la anécdota del asombro al ver que la temperatura no variaba como esperaban, pero también recordarán el modelo que construyeron en la segunda fase del experimento”.

El papel de la motivación

Necesitamos motivación para aprender y esta muchas veces se confunde con emociones positivas. Charo Rueda, catedrática del Departamento de Psicología Experimental en la Universidad de Granada, enfatiza que el asombro o interés que nos pueden motivar durante el proceso de aprender, en realidad son conceptos asociados a la motivación, aunque tengan un vínculo importante con las emociones positivas que generan.

La experta explica que la motivación o el interés ponen el cerebro en un estado de máxima plasticidad por el efecto que tiene la dopamina (un neurotransmisor que se libera ante diversas situaciones de placer, miedo, creatividad...) y que puede ayudar a consolidar el aprendizaje.

“Lo que nos produce asombro nos despierta un mayor interés y esto sucede porque activa con mayor intensidad los circuitos cerebrales que son base de la atención. Eso hace que la información se procese de un modo más profundo, más lento y con un mayor grado de consciencia, y trae como resultado una mejor consolidación de lo que se ha aprendido”, detalla Rueda.

La motivación puede ser intrínseca (las ganas que uno tiene de aprender) o extrínseca (quiero aprender porque el conocimiento me aportará algo): “La motivación intrínseca es cuando estudio algo porque me gusta, la extrínseca es cuando estudio para aprobar o tener una matrícula de honor. En instituciones educativas muchas veces cambiamos esa motivación intrínseca brutal que todos tenemos por las extrínsecas y nos vamos cargando la curiosidad” puntualiza Nerea Ortega.

Aprender a lo largo de la vida

Aprendemos durante toda la vida, por sobrevivencia y también por motivación. Los mecanismos generales de aprendizaje son los mismos a lo largo de nuestra vida, apunta Charo Rueda, pero hay dos diferencias importantes cuando comparamos cómo aprendemos de niños y de adultos: la ventana de plasticidad y la capacidad de superar determinados tipos de aprendizaje.

La plasticidad neuronal es la capacidad de adquirir nuevos conocimientos mediante el establecimiento de nuevas conexiones neuronales (o sinápticas), lo que nos permite aprender durante toda nuestra vida. Cada nuevo aprendizaje genera una serie de conexiones neuronales o fortalece conexiones ya existentes en el cerebro. Esas conexiones están bastante más consolidadas en un cerebro adulto y, por lo tanto, cambiarlas es más difícil. Los niños, al contrario, tienen más fácil asimilar nuevos conocimientos:

“Podemos pensar en un árbol que crece con el vigor de la juventud sobre un espacio limpio y con todo el necesario para crecer y un árbol que ya está asentado y firme y que tiene que ser podado para que crezcan nuevas ramas”, compara la catedrática.

La segunda diferencia es la madurez del cerebro: cuando somos niños aún no estamos preparados para determinados tipos de aprendizaje como entender conceptos abstractos o la relatividad del tiempo. Eso ocurre porque el cerebro tiene una estructura jerárquica tanto en el modo en que se desarrolla como en la forma en la que aprende.

“No puedes aprender sobre el tiempo sin saber diferenciar entre rápido y lento o sin saber qué es un reloj. Primero se aprende qué es un reloj, un elemento concreto que es más fácil de aprender que la idea abstracta de la relatividad del tiempo” apunta Rueda.

La calma debe reinar si queremos aprender

El cerebro necesita tranquilidad para trabajar correctamente. “Un exceso de activación o de reactividad emocional no se lleva nada bien con la atención y por consecuencia con el aprendizaje”, explica Charo Rueda.

Para aprender siempre será mejor un estado de tranquilidad emocional que dé pie a poder concentrarse y razonar. Los momentos de alegría desorbitada que no falten (y pueden ser motivadores excelentes), pero, si lo que queremos es aprender, las emociones intensas no pueden tener el control: mejor que reine la calma.

“Las emociones pueden generar sensaciones positivas o negativas y producir mayor o menor cantidad de activación cerebral. Las investigaciones indican que los niveles moderados de activación son los que promueven una atención óptima. Un estado emocional positivo, pero con un grado moderado de activación siempre es el mejor aliado para razonar”, concluye la experta.

¿Qué opinas de este artículo?