La virtud de olvidar
La virtud de olvidar
Qué rabia, esta memoria mía, que ha olvidado la capital de Suecia y el último ingrediente de la paella. Qué rabia, más todavía, olvidar la cara de mi primer amigo, el olor de la casa de mi abuela y la calle donde me rompieron el corazón. Qué rabia da olvidar, pero, sobre todo, que me olviden a mí.
A menudo, la desmemoria se vive con impotencia, vergüenza, dolor y frustración, lo que induce a pensar que se trata de un signo de deterioro cognitivo o un defecto de carácter. Al final, las limitaciones humanas se perciben como eso, limitaciones, que deben solucionarse con evolución biológica o tecnología. ¿Quién no querría tener una memoria infinita y superprecisa? No obstante, su estructura y función lleva decenas de millones de años en constante desarrollo, y si de algo podemos estar seguros, es que -casi- todo tiene un porqué.
En este caso, los psicólogos norteamericanos Jonathan M. Fawcett y Justin C. Hulbert firmaron un artículo detallado sobre las ventajas que tiene la fragilidad de la memoria, especialmente útiles en nuestra vida cotidiana. Las virtudes del olvido son siete en total, sugieren Fawcett y Hulbert, y están organizadas en tres roles distintos: el guardián, el bibliotecario y el inventor.
Las ventajas del olvido están organizadas en tres roles distintos: el guardián, el bibliotecario y el inventor
Qué intensidad nos ofreció el amor adolescente, y qué intensidad tan agridulce. Hicimos daño y nos lo hicieron a nosotros. Traicionamos y fuimos traicionados, incluso prometimos vengarnos por un sufrimiento que, a día de hoy, ha desaparecido. Olvidar nos aleja de las consecuencias emocionales de eventos pasados, ya sea porque el recuerdo se vuelve inaccesible o porque las propiedades emocionales se adormecen. El olvido -con su faceta de guardián- facilita el perdón, nos ayuda a superar acciones pasadas y nos motiva a seguir adelante a pesar de la adversidad. El olvido, por tanto, es serenidad, que es la primera virtud. La segunda es la estabilidad, dado que olvidar elimina los detalles de nuestro pasado en los que fuimos incoherentes con nuestra forma de entender el mundo: un mal gesto a una madre, una opinión política controvertida, o un delito menor en una noche de excesos con amigos, por ejemplo.
La amnesia también adopta un rol de bibliotecario, ya que ordena nuestro conocimiento en las estanterías mentales. Cuando olvidamos, nos deshacemos de las experiencias mundanas, de los detalles que probablemente sean inservibles en el futuro. El recuerdo, para que exista, debe ser funcional. Asimismo, olvidar permite actualizar los «capítulos» de nuestra vida, maximizando las partes relevantes. La última virtud del olvido -como agente bibliotecario- es la abstracción, es decir, la capacidad de reunir las experiencias comunes de esos capítulos vitales para mejorar la base de nuestro conocimiento.
El inventor, el impulsor de la creatividad
¿Qué hacen algunos escritores cuando tienen están bloqueados y no consiguen desarrollar su historia? La abandonan por un tiempo, se olvidan de ella y de sus personajes para luego retomarlos con un punto de vista diferente. De este modo, el olvido tiene un rol de inventor con dos grandes tareas: la inspiración y el redescubrimiento. Por un lado, nos ayuda de limitar las preconcepciones del pasado, lo que nos permite identificar soluciones creativas a nuevos problemas. Por otro lado, nos motiva a reconectar con actividades y personas del pasado mediante la nostalgia. Gracias al olvido, aquello que una vez nos importó puede volver a florecer. ¿Cómo, si no, habría Proust disfrutado tanto de una simple magdalena?
Olvidar en un momento inadecuado puede ser, sin duda, desagradable. Sin embargo, recordar también puede serlo. Así pues, la amnesia puede ser útil para nuestro correcto desarrollo psicológico, aunque sea un proceso que pase desapercibido. Puede ser que precisamente por eso el olvido está tan infravalorado: cuando nos incomoda, lo notamos, pero cuando acierta, no nos percatamos de su mérito. En conclusión, el mejor sistema de memoria no es aquel que recuerda absolutamente todo, sino aquel que regula el acceso a la información según las necesidades del entorno.