No te aceptes (tal y como eres)
No te aceptes (tal y como eres)
La falsedad de un tópico suele ser directamente proporcional a la solemnidad con la que se enuncia. Tal vez por este motivo, y cada vez con más frecuencia, los gurús del humo de feria contemporáneo emiten, con gravedad, pero sin gracia, algunas exhortaciones de dudoso rendimiento moral y, sobre todo, sin ninguna vocación de certeza.
Allí donde miremos siempre habrá algún eslogan animándonos a creer que no hay nada imposible, algún coach invitándonos a «ser nosotros mismos» o alguna influencer afanada en hacernos creer que debemos aceptarnos «tal y como somos». No les hagan caso. Con respecto a la primera frase, en la que no deja de vislumbrarse la inquietante confianza en el triunfo de la voluntad que todo lo puede, no hará falta invertir ni una sola línea para enumerar el conjunto (este sí potencialmente infinito) de cosas que son humanamente imposibles.
Si bien la lógica y la naturaleza pautan el límite de la posibilidad de lo imposible, es el ámbito moral el que debería advertirnos del contrasentido que puede suponer la necesidad o conveniencia de ser nosotros mismos. De algún modo, eso de ser uno mismo resulta o bien redundante (lo formidable sería que pudiéramos ser algo distinto de lo que somos), o bien un alegato en favor de una autenticidad narcisista.
«Si la ética existe como uno de los productos más nobles de la inteligencia humana es para evitar que nos aceptemos de forma acrítica y vencida»
No deja de resultar sospechosa la confianza con la que muchos deciden resguardarse del esfuerzo y el coraje vital con la absurda e infantil coartada de aceptarnos tal y como somos. Es obvio que existe un catálogo de condiciones no elegidas en la vida de cada ser humano que haríamos bien en aceptar o, más específicamente, en saber conllevar con templanza. No deberíamos castigarnos demasiado por aquellas cosas que nos resultan inimputables y sería razonable, qué duda cabe, asumir con humildad aquellas determinaciones que nos hacen ser lo que somos sin haberlo elegido.
Hay, sin embargo, una autoindulgencia perezosa en esa aceptación y muy probablemente no pocos gramos de vanidad. Si la ética existe como uno de los productos más nobles de la inteligencia humana, es para evadir el conformismo con el «tú mismo» que somos o para evitar que nos aceptemos de forma acrítica y vencida.
El poeta Píndaro nos señaló hace siglos un camino mucho más atinado cuando formuló aquel inspirado imperativo en el que advirtió «llega a ser el que eres», recordándonos que el llegar a ser solo acontece cuando es nuestra mejor versión la que se impone. Recuerdo también unas palabras de Séneca, quien en De ira se interrogaba: «¿Qué defecto te has curado hoy? ¿A qué vicio te has opuesto? ¿En qué aspecto eres mejor?». Y qué quieren que les diga, puestos a seguir consejos siempre me fiaré más de la filosofía antigua que de los prescriptores del marketing moral de nuestro tiempo.
Si les soy franco, ahora que nadie nos oye, nunca he tenido interés en ser ‘yo mismo’ y haría todo lo que fuera por ser algo mejor que ese ego ensimismado. Del mismo modo, me atrevería a destacar que las biografías más logradas que he conocido siempre han sido aquellas que no se aceptaron y que lucharon, a veces solos y a veces en compañía de otros, por combatir y mejorar aquello que había y hay de inaceptable en el mundo. Y lo inaceptable muchas veces habita, nadie podrá negarlo, también en el interior de cada uno de nosotros.