La innovación en España: una actividad débil que precisa cambios

La innovación en España: una actividad débil que precisa cambios

Francisco Marín ha sido galardonado con el Premio Nacional a la Trayectoria Innovadora 2020. Con este motivo aquí os dejamos dos piezas complementarias para conocerle un poco mejor: una breve tribuna sobre el futuro de la innovación en España y un breve perfil profesional.
8 Enero 2022

Cuando nos referimos a la innovación en España tenemos que partir de una afirmación que puede sonar dura: estamos ante una de esas actividades en las que hay mayor diferencia entre lo que se habla de ella y su verdadero estado de salud. Carecemos de una definición conocida y compartida por la sociedad, no disponemos de indicadores que nos den una señal correcta de dónde estamos y, por ende, la sociedad no tiene nada claro de qué se trata, en qué medida le afecta, las razones por las que es algo de lo que debe ocuparse.

Empecemos por la definición. Tenemos una que acuñó COTEC ya hace unos años y que me parece la que mejor reúne todas las mejores partes de algo tan simple y complejo a la vez, como es la innovación. Ahí va: innovación es todo cambio ‘no solo tecnológico’ basado en el contenido ‘no solo científico’ que genera valor ‘no solo económico’.

La definición ya da una buena idea de la dificultad que supone medir el impacto de esas actuaciones que tienen en sí mismas una dispersión amplia, afectan a múltiples actores de los tejidos productivos de un país y para las que hasta el presente no ha disfrutado de ninguna escala mundial de referencia. Por ello se han creado algunos problemas de interpretación con los más conocidos índices que están orientados a medir fundamentalmente las actividades de I+D. Como consecuencia, se producen serios problemas cuando usamos cifras como el 2% de inversión pública y privada en relación con el PIB de España, y en esas cifras se incluyen las tres partidas clásicas de este asunto: la investigación, el desarrollo y la innovación.

No disponemos de indicadores que nos den una señal correcta de dónde estamos en innovación

Nuestras cifras de inversión, según el último dato proporcionado por el INE, están en el 1,24% del PIB, muy alejadas de aquellas en las que debiéramos estar en relación con nuestros competidores. Además, tienen el problema de estar siempre sometidas a cuestión por la mala urdimbre de nuestro sistema estadístico a la hora de recoger el verdadero impulso en estas acciones transformadoras. Un elemento que nos puede ayudar a situar nuestra verdadera posición es nuestra plaza en los indicadores mundiales que ordenan a los países en estas actividades.

Una reciente publicación en mi blog resume bien dónde estamos en esta materia: “España ocupa el puesto treinta en el Índice Global de innovación, ranking mundial de países innovadores elaborado por la ONU. Su posición en otras escalas es bien distinta: somos la decimotercera economía mundial en la lista del Fondo Monetario Internacional (FMI) y estamos en el puesto décimo entre los países con producción científica reconocida. Esta diferencia se ve confirmada por la apreciación de la ciudanía: muy alta para el desempeño de los científicos y decreciendo en un 16 % en términos de apoyo a la innovación, siempre según el informe de percepción social de la Ciencia y la Tecnología elaborado por la FECYT en el reciente 2020”.

Es necesario formular políticas diferenciadas para la innovación de las ya tradicionales y más compartidas de la I+D

Concluyendo, no estamos bien y además no tenemos clara conciencia de ello. Algunos pasos correctos que se dieron en los pasados años, como juntar las estrategias españolas de Ciencia e Innovación -que en la todavía actual Ley de la Ciencia aparecen diferenciadas-, espero se vean consolidadas en la próxima revisión de esa Ley y den paso a algunos cambios imprescindibles para corregir el estado actual de las cosas.

La primera es la necesidad de formular políticas diferenciadas para la innovación de las ya tradicionales y más compartidas de la I+D. La segunda, la inaplazable revisión de las prácticas de cooperación (la antigua transferencia) entre la ciencia y la innovación. La tercera, la comunicación a la ciudadanía de la importancia que tienen para su calidad de vida las actividades de innovación. La cuarta, la aplicación real de firmes incentivos fiscales para que las empresas dediquen relevantes partidas en sus presupuestos a labores relacionadas con la innovación.

Cada uno de estos apartados ameritaría un capítulo de un libro específico. Pido disculpas a los lectores por semejante atrevimiento a la hora de comprimir su simple formulación. Lo cierto es que no hay mucho tiempo que perder si queremos sumarnos al grupo de países con liderazgo en INNOVACIÓN y en eso nos jugamos mucho para el futuro.

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