'¿Tienen género las emociones?’

'¿Tienen género las emociones?’

Antes de adentrarnos en esta cuestión, quizás deberíamos conocer primero qué es una emoción y cuál es su función para entenderlas y saber gestionarlas.
6 Marzo 2020

Toda emoción tiene la finalidad de transmitirnos un mensaje, por lo que debemos escucharla pero sin juzgarla; solo aceptarla y tomar conciencia para poder observarla de manera correcta y darle el espacio que se merece. Es decir, una emoción me indica algo que está ocurriendo y tengo que actuar mediante la observación, buscar la causa que me está generando esa emoción y después, desde la razón, gestionarla. No podemos negar las emociones ya que, si las dejamos y no hacemos caso de ellas, al final se van enquistando y se convierten en un estado anímico.

Se podría decir que las emociones nos ayudan en nuestra guía interna, pero ¿se tiene una correcta conciencia emocional? Socialmente existe la creencia de que las emociones perturban y nos hacen mostrar nuestra vulnerabilidad desde una perspectiva negativa, sin ser conscientes de que toda emoción tiene un mensaje que transmitir para el bienestar de la persona y que tan solo será negativa si no se hace una buena gestión de ella o se obvia.

Además de esta creencia, tenemos que hablar de las emociones desde una perspectiva de género porque ¿se nos atribuyen las mismas emociones independientemente del género?

Ante una situación vamos a sentir una emoción primaria adaptativa: alegría, tristeza, rabia y miedo. Sin embargo, muchas de estas emociones son reprimidas por creencias culturales y surge una emoción secundaria para tapar esa emoción primaria que nos cuesta aceptar. En muchas ocasiones, ocurre como consecuencia de unas emociones que, cultural y socialmente, no están bien vistas e instintivamente preferimos negarlas encubriéndolas con otras “más apropiadas” socialmente.

Por ejemplo: “los niños no lloran”. Estamos transmitiendo el mensaje de que los chicos no pueden estar tristes. La consecuencia es que muchos van a negar y reprimir esa emoción para dar paso a otra como la rabia. Otro ejemplo: “las mujeres son débiles”. Aquí transmitimos el mensaje de que las mujeres son más propensas a la emoción de la tristeza. Pueden sentirse culpables por sentir esas emociones, llevándolas a un conflicto interno de autoexigencia.

¿Qué estamos consiguiendo con estas creencias? ¿Cuáles son sus consecuencias? Una mala gestión emocional y una pérdida de identidad del individuo generando desigualdades en nuestra sociedad, porque somos producto de una cultura que internaliza en cada persona. Define al varón como masculino y a la mujer como femenina y nos dice qué debemos y qué podemos sentir en función de nuestro género, es decir, se nos atribuyen una serie de etiquetas como consecuencia de los estereotipos de género.

El rol tradicional de los varones conlleva una serie de mandatos sociales: ser valiente, competitivo, arriesgado, exitoso, fuerte físicamente. El de las mujeres: cuidadora, sensible, dulce, amable... reprimiendo todas aquellas emociones que se puedan alejar de estas etiquetas.

¿Cuál es la herramienta para conseguir una correcta inteligencia emocional? La educación emocional, desde edades muy tempranas, para enseñar que las emociones no tienen género y no hay que reprimirlas para ser aceptados en la sociedad. Por lo tanto, para educar de una manera correcta debemos eliminar frases tan cotidianas y normalizadas en la sociedad como “Los niños no lloran”, “Lloras como una niña”, “Esas cosas son de niños. ¡No seas marimacho!”, “Esas cosas son de niñas. ¡No seas mariquita!”, “Sé un hombre”, “No te pongas histérica”... Eliminémoslas porque reflejan una clara diferenciación en los roles de género, es decir, en los comportamientos y las emociones que están permitidos expresar en función de si eres niño o niña.

El poder de las palabras puede llegar a influir en la gestión emocional del individuo. Por ello, para desarrollar una correcta inteligencia emocional debemos empezar a romper con esas etiquetas culturales y recordar que la expresión "emocional" no viene limitada genéticamente por sexos, sino que es una capacidad humana maravillosa que nos permite disfrutar de nuestras relaciones, sentirnos en equilibrio con nuestra salud psicológica y, por ende, conseguir una sociedad más igualitaria sin “expectativas” en función de la etiqueta otorgada culturalmente.

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