Aprender a delegar tareas
Aprender a delegar tareas
En una sociedad en la que nuestras vidas están tan ocupadas tanto a nivel personal como profesional, aprender a delegar tareas se convierte en un auténtico arte. Y no solo porque te ahorre tiempo y esfuerzo, sino porque la capacidad de saber a quién, cuándo y cómo delegar se ha convertido en muchos procesos de selección de personal en una de las habilidades sociales más deseas y cotizadas en puestos de dirección y gestión de equipos.
Y es que, saber delegar tareas, supone también una forma de mejorar las relaciones personales, haciendo a personas importantes conocedoras de nuestros quehaceres y responsabilidades permitiéndolas involucrarse en ellos. Cuando adquirimos esta destreza y logramos dominarla, podemos mejorar nuestras relaciones personales y fomentar la colaboración de nuestro equipo de trabajo.
¿Por qué nos cuesta tanto delegar tareas?
Cada persona tiene sus propios motivos por los que le cuesta delegar tareas. Sin embargo, hay uno especialmente compartido por mucha gente, el control. Y es que, delegar supone en cierta medida dejar de controlar todos los aspectos de una situación. Supone dejar al otro hacer. Y esta sensación de pérdida de control suele ser mal tolerada por personas que son muy perfeccionistas y responsables, por lo que prefieren asumir el cansancio físico y mental de llevar a cabo diferentes tareas que aguantar la ansiedad y el malestar que implica el hecho de que otros lo hagan por ellos.
El grado de control sobre lo que hacemos está también relacionado con la responsabilidadque, cuando es excesiva o mal entendida, es otro de los grandes obstáculos a la hora de delegar tareas. Algunas personas que se sienten muy responsables de los hechos, viven el no ocuparse ellas mismas de estos como un importante problema a la hora de delegar.
Si combinamos los efectos del control y la responsabilidad excesiva, llegamos a otro motivo importante que nos impide delegar, y que tiene que ver con la dificultad para aceptar que, a pesar de que las cosas no estén realizadas como tú hubieras hecho, no por ello, tienen que estar necesariamente mal realizadas. Delegar supone “dejar hacer” al otro. Y para ello, hay que asumir que el otro puede tener su propio criterio, el cuál no tiene por qué coincidir precisamente con el nuestro. Para las personas rígidas, esta tarea es prácticamente inasumible debido a la frustración que les causa el hecho de que las cosas nos sean exactamente como ellos desean.
Por otro lado, la ansiedad de evaluación elevada (el miedo a que otro piense mal de mí) lleva a que muchas personas no deleguen por temor a ser vistos como unos caras dura, irresponsables, etcétera por parte de otros, ya sean empleados, jefes, madres…
Finalmente, y en el polo opuesto a lo anterior, encontramos a las personas narcisistas, prepotentes o con demasiada confianza en sí mismos, quienes en muchos casos no delegan porque consideran su actuación o ideas mucho mejores e inigualables por otro.