O dejamos de trabajar tanto o nos cargamos el planeta
O dejamos de trabajar tanto o nos cargamos el planeta
Atenta, atento. Si eres un asalariado este artículo te va a interesar: una semana de cuatro días no solo favorecería la conciliación y, según muchos, a aumentar la productividad. También puede ser clave para frenar el deterioro medioambiental que sufre el ecosistema mundial.
“El debate sobre la sostenibilidad lleva décadas dominado la búsqueda de un consumo ético”, explica el investigador alemán Philipe Frey, adscrito al suizo Centro de Políticas Investigadoras y contribuidor al Foro Económico Mundial. “Cada vez más voces reclaman enfrentarse a la raíz del problema: un sistema económico de crecimiento infinito que prioriza la obtención de beneficios frente al bienestar de los trabajadores e incluso la preservación de la base natural de nuestra vida en común”, asegura. En su opinión, para desarrollar un modelo económico sostenible, está cada vez más claro que debemos romper “con los imperativos impuestos por las necesidades de la acumulación de capital” (crecimiento sin fin) y “encontrar una manera de proporcionar un nivel de vida digno y respetar los límites planetarios”.
La conclusión a la que llega Frey es que “hay que cambiar la conversación” y preguntarnos: “dados los actuales niveles de intensidad de uso del carbón y la productividad actual, ¿cuánto trabajo nos podemos permitir?
La opinión de Frey es compartida por otros investigadores como Jon Messenger, experto en tiempo y organización laboral que trabaja para la Organización Internacional del Trabajo (ILO, por sus siglas en inglés), el organismo especializado de las Naciones Unidas que se ocupa de los asuntos relativos al empleo y las relaciones laborales. En un informe para la institución, Messenger asegura que “las evidencias empíricas” sostienen que reducir las horas laborales, combinadas con unas garantías básicas en lo que respecta al mínimo de horas de trabajo para los empleados a tiempo parcial, puede conducir a numerosos resultados positivos para los trabajadores, para las empresas y para la sociedad en su conjunto”. El listado de beneficios que propone es elocuente: menos problemas de salud ocupacional y reducción de los costos de salud, más y mejores puestos, mejor equilibrio entre trabajo y vida privada y más empleados satisfechos, motivados y productivos, lo que terminará resultando en empresas más sostenibles.
También incide en lo que nos ocupa: en opinión de Messenger, “menos horas de trabajo pueden incluso contribuir de forma importante a la ecologización de las economías, porque cuanto más trabajamos, mayor será nuestra huella de carbono”. Así, “reduciendo la cantidad de días laborales y, por lo tanto, la cantidad de veces que tenemos que ir de nuestros hogares a nuestras oficinas, estaremos generando un impacto positivo también en el medio ambiente”.
¿Cuánto habría que reducir el trabajo para salvaguardar el medio ambiente? Esta pregunta tiene las mismas respuestas que economistas han cogido la calculadora. Phillipe Frey asegura en un paper elaborado para el think tank Autonomy explícitamente titulado The Ecological Limits of Work ha hecho números (tomando como referencia las emisiones de dióxido de carbón a la atmósfera por hora trabajada) y cifra en un 80% la reducción necesaria, lo que generaría una semana laboral de… nueve horas.
Antes que él, el paper publicado en 2012 titulado Reducing Growth to Achieve Environmental Sustainability: The Role of Work Hours sostenía que cada punto porcentual de reducción de horas trabajadas supondría una reducción del 1,46% en la huella de carbón y del 0,42% en las emisiones de CO2.
- Los antecedentes
Corría el año 1883 cuando un yerno de Karl Marx llamado Paul Lafargue escribía el libro The right to be lazy. En él, sostenía la necesidad de que las semanas laborales fueran de tres días. Su argumentación, el potencial emancipatorio de las nuevas tecnologías aplicadas al trabajo. Su razonamiento es el siguiente: si existe el exceso de producción (que lo existe) es porque algunos obreros han trabajado en exceso durante un cierto tiempo mientras otros mueren de hambre por no poder trabajar. Y entre tanto, en su opinión, los burgueses se llenan los bolsillos mirando cómo otros se desloman. El pensamiento resultante es que si se ha trabajado en exceso, ¿por qué no reducir ese trabajo? Así, según sus cálculos, si cada empleado currase apenas tres horas al día, la saturación de los mercados pasaría a la historia.
Medio siglo después, John Maynard Keynes profetizó que a principios del siglo XXI viviríamos en una sociedad en la que no trabajaríamos más de 15 horas semanales. Keynes fue una figura capital, pero desgraciadamente erró en sus cálculos: en la mayor parte de los países desarrollados se trabaja unas 40 horas (teóricamente).