ACCIDENTE DE UN PREVENCIONISTA: Una muerte insólita
ACCIDENTE DE UN PREVENCIONISTA: Una muerte insólita
Hicimos juntos la Oposición para pertenecer a la Escala Técnica de la Dirección General de Tráfico. Ambos venteañeros y con la ilusión de toda la vida por delante. Coincidimos en Madrid en el grupo de opositores que preparaba Daniel Naranjo Mederos quien fue durante muchos años Jefe del Gabinete de Estudios de la Jefatura Central de Tráfico y quien nos empezó a introducir en el concepto de la seguridad vial. Allí lo estudiábamos para aprobar la oposición pero pronto nos dimos cuenta que esta materia contenía un campo muy amplio en el que trabajar. Mi amigo Manolo, gallego de pura cepa, y yo catalán hasta la médula, nos entendíamos perfectamente y compartimos ese proceso tan laborioso que es opositar para la Administración Pública, pero esencialmente coincidíamos en profundizar en la prevención, él como abogado me adelantaba en cómo legislar para ir extendiendo matices que tendieran a ampliar los comportamientos seguros, solidarios y convivenciales, y yo como Ingeniero entraba más en los temas de la vía pública, el vehículo, el transporte y la ergonomía como integración de la persona conductora en el tráfico general.
Superados los avatares del examen y con el título de funcionario en el bolsillo, fuimos ambos destinados a la Jefatura Provincial de Tráfico de Barcelona donde nos integramos de manera apasionada desde el principio a los pruebas de aptitud para la obtención del permiso de conducir, un saco sin fondo de oportunidades para dejar mensajes imperecederos a quienes se examinaban, tanto si aprobaban como si suspendían. Desde la vertiente de examinadores descubrimos la enorme importancia que tenían en el proyecto social de la seguridad vial, los profesores de autoescuela, los eternos profesionales clave en los programas de disminución de accidentes, a cuya selección, formación y perfeccionamiento, nos volcamos Manolo y yo durante muchos años.
A partir de ahí nuestras trayectorias profesionales se separaron. Yo estuve en los Servicios Centrales de la DGT en Madrid y Manolo siguió en Barcelona hasta que fue nombrado Jefe Provincial de Tráfico de Burgos. Pero seguíamos conectando a distancia siempre en temas de mejora de la seguridad vial. Cuando teníamos alguna duda, alguna ilusión, alguna idea o algún caso práctico que mejorar allí estábamos el uno al lado del otro por teléfono o aprovechando al máximo los encuentros profesionales. Manolo era minucioso, riguroso y siempre priorizaba la prevención por encima de la sanción. Nunca fui tan seguro en un vehiculo como cuando él conducía.
Conocí la noticia por Televisión en vivo y en directo. El Jefe Provincial de Tráfico de Burgos y su esposa e hijos habían fallecido el accidente de tráfico al precipitarse su vehículo al Canal de Castilla. Al horror de la pérdida del amigo y los suyos, me quedé perplejo e incrédulo que Manolo hubiera tenido este final.
Nunca quise entrar en detalles de cómo fue. Solo que en los momentos de silencio que me venía su recuerdo tengo la completa seguridad de que algo especialmente inesperado tuvo que ocurrir para que fueran superados todos los mecanismos preventivos que habían sido la norma de su vida personal y profesional. Es verdad de que desde entonces ya nunca más he conducido relajado pensando, iluso, que nunca me puede pasar nada. Tanto en la vía pública como en el lugar de trabajo hay que recelar que siempre se puede presentar un factor añadido de lo imprevisible, algo que momentos antes no se sospecha y que el destino puede dejar solo décimas de segundo en detectar y quizás menos tiempo en evitar.