Reflexiones Iniciales
Reflexiones Iniciales
Los siniestros viales siguen produciendo cifras alarmantes de muertes, lesiones incapacitantes, daños cuantiosos y, sobre todo, dolor. La sociedad parece muchas veces resignada, asumiendo que los accidentes de tránsito representan el costo ineludible que trae el progreso.
Hace no más de 50 años, desde distintas disciplinas se han ensayado acciones para enfrentar la siniestralidad de tránsito, buscando fundamentalmente prevenirla, pero también atenuar sus consecuencias en la integridad psicofísica de las personas.
Así, desde el derecho surgieron las normas de circulación, verdaderos códigos éticos de convivencia, cuyo objetivo es ordenar, sistematizar y hacer previsible el tránsito vehicular. Por su parte, la ingeniería mecánica aportó mejoras en el diseño, construcción y medidas de seguridad de los vehículos; en tanto, el área civil de esta disciplina trabajó intensamente sobre el trazado de las carreteras, puentes y caminos, buscando que éstos respondan con mayor seguridad al incremento de personas y vehículos.
En tiempos más recientes, la medicina y sus diferentes ramas comenzaron a mirar con atención a la siniestralidad vial, y la definieron como una epidemia que, al generalizarse, se transforma en una pandemia mundial. Esta visión permitió sistematizar e interpretar los datos de los accidentes viales y sus implicancias. Los abordajes científicos y humanos generaron conciencia, primero en los organismos internacionales, como la Organización Mundial de la Salud y Naciones Unidas, luego en los líderes del sector público, y más recientemente en los niveles gerenciales del ámbito privado.
Es necesario mencionar el aporte de otras disciplinas humanistas que han permitido avanzar en prácticas innovadoras. Entre ellas se destacan la Sociología, Criminología y Psicología. La lista sin dudas es incompleta, pero siendo la accidentalidad vial un problema que afecta transversalmente, ningún sector debería inhibirse de proponer lineamientos o acciones que sirvan para, por lo menos, mitigar sus efectos.
Paradójicamente, en esta temática todos tienen algo para decir, porque no existe una persona que no haya experimentado la movilidad siendo transportado, caminante o conductor de un vehículo. Esta conclusión no contradice, sino que complementa, la convicción de que la complejidad de la problemática vial requiere cada vez más profesionalismo para arribar a estrategias que la enfrenten de manera más eficaz.
A pesar de todas las acciones desplegadas, la sensación es que aún una parte importante de la sociedad no ha comprendido que la vía pública constituye un lugar cada vez más peligroso. En este espacio, conducir un vehículo requiere de un proceso de formación que debe ser impartido por profesionales abocados a enseñar metodológicamente las normas, hábitos seguros y las buenas prácticas que disminuyan los riesgos de terminar siendo víctimas o victimarios de una tragedia vial, con todas las consecuencias que ello acarrea en la propia vida y en la de muchas personas en forma directa o indirecta.
Si bien ha mejorado la difusión de los peligros viales y las normas obligatorias para desplazarse por la vía pública, aún existe una resistencia a asumir las conductas seguras y responsables.
Ante esta situación, la primera y más frecuente respuesta desde el sector público ha sido, sin mayor éxito, la de perseguir y sancionar a los infractores, cada vez con más virulencia, sostenido el concepto de que las normas severas atemorizan a la sociedad, mejorando su respeto por las reglas viales. Pero, mirando los resultados hasta ahora obtenidos, esto no se ha traducido en una mejora sustancial y sostenida de los comportamientos viales necesarios para lograr un tránsito más seguro.
En nuestra experiencia como especialistas en el tema, es la EDUCACIÓN, con sus estrategias, experiencias y virtudes, la que permite convencer y comprometer a la comunidad en el cuidado de la vida y la prevención de los riesgos que genera el tránsito terrestre.