El negacionismo de la mascarilla llega a España: "Llevarla es señal de cobardía"
El negacionismo de la mascarilla llega a España: "Llevarla es señal de cobardía"
El pasado 21 de mayo, coincidiendo con la norma ministerial que decretaba la obligatoriedad de llevar mascarillas en España, un mensaje empezó a moverse por Telegram y WhatsApp. En un largo texto, se explicaba cómo participar en un recurso contencioso-administrativo contra esta ley: se detallaba cada paso, su gratuidad y se enlazaba a la web de la asociación que iba a llevar a cabo dicho recurso. El mensaje finalizaba con una frase determinante: "Me niego a no poder respirar con libertad y me niego a ponerme una mascarilla siendo una persona sana". Podría ser uno de los miles de reenvíos que aparecen estos días en internet, pero es tan solo la punta del iceberg de una nueva corriente conspiranoica que ha desembarcado en España: el negacionismo de las mascarillas.
Este movimiento busca desacreditar el uso de las máscaras protectoras tachándolas de mordazas y "bozales" para amedrentar a la población. En España, otras teorías del mismo origen como las que ponían en entredicho la eficacia de la cuarentena o apoyaban el uso de la hidroxicloroquina no habían tenido gran calado, pero la decisión del Ministerio de Sanidad de hacer obligatorio su uso —en espacios cerrados y en los abiertos si no se puede respetar la distancia de seguridad— ha abierto una puerta perfecta a esta corriente. Pero ¿quiénes lo promocionan y en qué se basan?
Estas teorías surgen principalmente en Estados Unidos, donde aparecieron impulsadas por movimientos de diverso pelaje: antivacunas, otros a favor de muchas pseudociencias o con ideologías extremistas. La idea en cualquier caso es la misma: el uso de mascarillas no responde a ninguna utilidad sanitaria y solo tienen como único fin acallar y coartar la libertad de los que piensan diferente.
Uno de los principales impulsores de esta idea en España es el abogado Luis de Miguel Ortega. Su asociación en defensa de los consumidores, ACUS, está detrás del recurso contra el uso de mascarillas, pero no es el primer recurso que ha puesto Ortega durante estas semanas. También llevó al Tribunal Supremo el decreto del estado de alarma o el uso de biocidas por parte del Ejército para desinfectar las calles. En su web, vemos cómo su asociación está en contra de la vacunación escolar obligatoria y lleva años colaborando con el conocido pseudocientífico Josep Pàmies, al que incluso apoya en la idea de que el suplemento mineral milagroso —clorito de sodio, un derivado más aguado de la lejía— cura el coronavirus, lo que ya ha sido desmentido por decenas de expertos.
En concreto, en el caso de las mascarillas, Ortega asegura haber recabado ya más de 13.000 firmas para interponer el recurso en el Tribunal Supremo, cosa que según dice ya ha hecho. En su página web se puede leer la argumentación pidiendo medidas cautelarísimas. "El fundamento sucinto de la protección que se pretende es que la imposición del uso de mascarillas en personas sanas como los demandantes no tiene ninguna utilidad en materia de salud pública y supone un menoscabo de la dignidad y la salud humana, así como de la libertad de expresión. Todo ello carece de justificación jurídica y médica y excede de racionalidad y proporcionalidad", asegura el texto.
El argumento de que es "un bozal" (término que utilizan la mayoría de negacionistas de la mascarilla) para evitar que el pueblo proteste o grite contra las decisiones del Gobierno es el principal de esta campaña, pero no el único. Junto a Ortega, aparece una médica que apoya las posturas de que la medida no tiene fondo científico, la gallega Natalia Prego.
Doctora de Medicina General y colegiada en Pontevedra, Prego ha tenido un gran protagonismo en esta crisis por defender también las posiciones contra la cuarentena y el confinamiento, llegando a viralizarse un audio suyo en WhatsApp que fue desmentido en sitios como Maldita.es. En su canal de YouTube, defiende de forma constante que, si se usa de forma generalizada, la mascarilla puede ser contraproducente y alude a la idea de que con ella nos obligamos a respirar constantemente el mismo CO2 que exhalamos y que puede generar hipoxia.
Ambas teorías tampoco tienen ningún aval científico y ya han sido desmentidas por profesionales sanitarios en medios como AFP.
Por último, la reflexión también ha llegado al terreno político y, aunque ningún gran partido defiende estas teorías por el momento, sí que aparecen nombres como El Club de los Viernes, el ‘think tank’ liberal cercano a Vox que pone en entredicho que justo se anuncie ahora su obligatoriedad. Como decimos, por ahora, ningún gran partido se ha hecho eco de las mismas, pero basta mirar hacia EEUU para ver lo lejos que pueden llegar estas teorías.
Inspirado en EEUU
Este movimiento antimascarillas tiene su origen al otro lado del Atlántico. En pleno confinamiento, muchos estadounidenses han tomado este objeto como un nuevo símbolo en la sempiterna ‘guerra cultural’ entre izquierda y derecha, que incluso ha llegado a rozar las más altas esferas, con Donald Trump y el que será, salvo sorpresa, su rival en las próximas elecciones: Joe Biden. Mientras al primero es imposible verle con una puesta, Biden intenta capitalizar su uso.
Para los defensores de la mascarilla, esta representa el principio de precaución y la voluntad de evitar contagiar al resto. Para sus detractores, supone una mordaza que les hace sumisos a una ideología que antepone irracionalmente la seguridad a la libertad individual, y que han bautizado como ‘safetyism’ o 'segurismo'.
Esta misma idea lleva varios años rondando los campus norteamericanos. El libro ‘The Coddling of the American Mind’ (traducido como 'La mimada mente americana'), de los psicólogos Greg Lukianoff y Jonathan Haidt, intelectualiza que la cultura del ‘segurismo’ está arruinando a toda una generación de jóvenes norteamericanos, inculcándoles fragilidad e impidiendo que se enfrenten a situaciones peligrosas que pueden llevarles a la madurez o al descubrimiento. La corriente que empezó señalando la sobreprotección paranoide por parte de los padres o las pantallas —televisión, móviles— que reemplazaron a las horas de juego en la calle sin estructura ni supervisión ve ahora en las mascarillas quirúrgicas su nuevo objeto de desdicha.
Para algunos conservadores —habitualmente masculinos—, los confinamientos o la mascarilla son "señal de cobardía y de ser afeminado", según apunta aquí Bradford Wilcox, un sociólogo de la Universidad de Virginia, además de interponerse en el llamado ‘estilo de vida americano’, basado en la libertad individual y el libre mercado. La mascarilla, como llevaba escrito una mujer conservadora que salió a protestar recientemente en Massachussets, "sabe a socialismo".
"Llevar mascarilla al aire libre es el símbolo más potente del control actual del 'segurismo' sobre la psique estadounidense", escribe Heather Mac Donald en la revista conservadora ‘The Spectactor’. "Por eso los medios están tan obsesionados con la negativa de Trump de cubrirse en público y por eso el resto de nosotros debemos romper esa disciplina de la mascarilla".
Hay otro factor importante en todo este movimiento, y es la crítica de la derecha al 'cientificismo' de la izquierda. Como dice la propia Mac Donald, "en realidad, llevar una mascarilla en un espacio abierto es tu forma de demostrar tu analfabetismo científico". Estos negacionistas de la mascarilla llevan razón en parte, al decir que los contagios registrados en exteriores son muy minoritarios, aunque no inexistentes. Según este análisis de 188 brotes de covid-19 analizados por Gwen Knight, investigadora del London School of Hygiene and Tropical Medicine, y recopilado aquí por Maldita, casi un 97% se produjo en interiores.
Como en España, el cambio de criterios de las autoridades con respecto a la recomendación de su uso ha añadido gasolina al fuego, aumentando la desconfianza de mucha gente hacia 'las recomendaciones científicas'. Como el Gobierno español al comienzo de la epidemia, el CDC norteamericano (Centro para el Control de Enfermedades) sostuvo que las mascarillas solo se recomendaban a trabajadores sanitarios, pacientes de covid-19 y contactos cercanos. En primer lugar, porque ofrecían poca protección, y en segundo lugar, porque debían reservarse al personal médico.
Pero el 3 de abril, Donald Trump informó de que el CDC había cambiado esta guía y ahora recomendaba llevar mascarillas caseras o pañuelos cuando se accediera a sitios públicos como un supermercado o una estación de tren. El presidente insistió en que la medida era voluntaria y él no iba a seguir esta recomendación. Esta fue la chispa que originó el fuego que ahora, con la aprobación de la orden ministerial del pasado 20 de mayo, ha llegado a España.