El auténtico problema: ¿cambio climático o crisis climática?
El auténtico problema: ¿cambio climático o crisis climática?
50 AÑOS DE BUENAS INTENCIONES…
El año 1972, poco antes de la primera crisis del petróleo, fue publicado el informe “Los límites del Crecimiento, encargado por el Club de Roma al Massachusetts Institute of Technology (MIT), y elaborado por un grupo interdisciplinar coordinado por Donella H. Meadows y Dennis L Meadows. El informe, traducido a más de 30 idiomas, advertía que la explosión demográfica, la explotación ilimitada de los recursos y la contaminación industrial llevarían al cabo de cien años al colapso de la Tierra.
Ese mismo[MEC1] año se celebró en Estocolmo la primera Cumbre de la Tierra de Naciones Unidas, advirtiendo sobre los serios problemas que podían afectar al planeta si no se adoptaban medidas preventivas en relación con la protección del medio ambiente para evitar el deterioro de las condiciones climáticas.
Sin embargo, ni las observaciones del informe del MIT ni las repercusiones de dicha cumbre han tenido hasta hoy un impacto relevante en materia de control de las agresiones al clima. No ha sido necesario esperar un siglo, sino solo cincuenta años, para que los informes del Grupo Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático (IPCC) confirmasen la irreversibilidad de muchas consecuencias de las agresiones que han llevado a la grave crisis climática que actualmente afecta al mundo.
Muchos pensaron que las advertencias entonces manifestadas correspondían más bien a la reacción de ilusos, de idealistas, de utópicos, e incluso, de románticos y de derrotistas. En aquellos momentos, los temas relativos al medio ambiente y a la distorsión climática no constituían asuntos de importancia ni para la sociedad ni para los gobiernos de turno. Entonces, era más urgente resolver otras prioridades que, aunque legítimas, ofrecían la posibilidad de conseguir réditos más inmediatos para una sociedad ávida de progreso, igualdad y solidaridad, que buscaba un camino más directo hacia el logro del legítimo estado de bienestar. Pasados cincuenta años desde la celebración de la Cumbre de Estocolmo, hoy es posible constatar que no solo no se han paliado las causas que conducen a la emergencia climática, sino que, en cambio, el fenómeno del calentamiento global sigue incrementándose de modo dramático.
Lo que comúnmente y en términos coloquiales se denomina “Cambio Climático” genera un sinnúmero de debates, controversias, contradicciones y especulaciones. Por este motivo, es conveniente clarificar conceptos que muchas veces son interpretados de modo erróneo, y analizar algunos de los aspectos que suscitan más confusión a la hora de extraer conclusiones objetivas sobre las condiciones ambientales, el calentamiento global y la crisis climática. Esta afirmación es aún más relevante cuando la relación entre ecología y economía, en un escenario de emergencia climática, ocupa un lugar sustancialmente sensible en la agenda social.
EL CAMBIO CLIMÁTICO A LO LARGO DE LA HISTORIA DE LA HUMANIDAD
Hablar de “problemas climáticos” es, desde las últimas décadas, una trama recurrente. El tema atrae la atención de científicos, políticos, historiadores, ambientalistas y ciudadanos, quienes se refieren a este fenómeno desde distintos puntos de vista, a menudo confundiendo los términos “cambio climático” y “calentamiento global”, que no son precisamente sinónimos, como tampoco lo son las expresiones “cambio climático” y “crisis climática”.
El calentamiento global genera un gran impacto en la opinión pública. La sociedad ha tomado conciencia de que la acción humana mal dirigida afecta a su entorno de vida y a su seguridad. La atención se ha centrado en los efectos del aumento de la temperatura global producida desde mediados del siglo XIX como consecuencia del incremento de gases de efecto invernadero en la atmósfera, atribuido principalmente a las emisiones de dióxido de carbono (CO2) por el uso desenfrenado de combustibles fósiles.
Pero el “cambio climático” como tal no es un fenómeno reciente, sino que se enmarca en una larga historia que supera incluso las barreras de la existencia humana, remontándose a los tiempos más lejanos de la evolución del Planeta. Mediante un análisis retrospectivo y riguroso de evidencias demostradas por la ciencia, es posible constatar que siglos atrás el aspecto de la tierra era muy diferente al actual. Todos los continentes estaban unidos, los océanos que hoy se aprecian como tales no existían, y formaban parte de un único y universal recipiente de agua denominado Panthalassa, el enorme océano global que rodeaba al supercontinente Pangea hacia el final del periodo Paleozoico y principios de la era Mesozoica.
Esta distribución terrestre produjo el aumento de las corrientes oceánicas y una diferencia de temperatura considerable con respecto a la de hoy. Por efecto de la tectónica de placas, las tierras se fueron separando, conformando la disposición actual de los continentes. También el llamado periodo de los glaciares, ocurrido hace dos millones de años, dio lugar a un panorama muy diferente: gran parte de Sudamérica, Norteamérica y Europa se encontraban bajo una gruesa capa de hielo, que con el tiempo se fue derritiendo, dando lugar al periodo en el cual vivimos, conocido como Interglaciar.
Los estudios científicos sobre el cambio climático se iniciaron a principios del siglo XIX, cuando se sospechó por primera vez de las épocas glaciares y otros cambios naturales en el paleoclima, y se identificó el efecto invernadero natural. A finales del siglo XIX, los científicos ya argumentaron que las emisiones humanas con efecto invernadero podían alterar el clima, pero los cálculos fueron cuestionados. Teorías más avanzadas sobre el cambio climático ganaron peso, incluyendo la influencia sobre este fenómeno de fuerzas que iban desde el vulcanismo hasta las variaciones de la radiación solar.
El principal responsable del calentamiento global causante de la crisis climática es el ser humano, cuyas actividades generan emisiones de gases de efecto invernadero que hacen subir la temperatura de la tierra. La principal causa de este fenómeno es el CO2, responsable del 63% del calentamiento global, pero existen también otros componentes que contribuyen a incrementarlo, entre los cuales destacan el metano, el óxido nitroso y los clorofluorocarbonos (CFC). Estos gases se acumulan en la atmósfera y, por efecto “invernadero”, la tierra se calienta en exceso, provocando las graves consecuencias ambientales, sociales y económicas que actualmente afectan a todo el globo.
Actualmente la Tierra sufre un problema que no ofrece lugar a dudas, y que no debe ser despreciado: el hielo de los polos se derrite, los ciclos de lluvia son cada vez más dispersos, irregulares y turbulentos, se producen fenómenos meteorológicos más frecuentes y extremos, cambian caprichosamente los patrones de precipitaciones y temperaturas, y aumenta el nivel de los océanos. Los desastres naturales, tales como sequías, inundaciones, huracanes e incendios forestales, son cada vez más frecuentes e intensos, la contaminación del aire genera epidemias y enfermedades, y desaparecen componentes de la flora y de la fauna amenazando seriamente la biodiversidad. Todos estos fenómenos tienen además un serio efecto sobre los cultivos, generando, entre otras, la necesidad de desplazar las explotaciones agrícolas para adaptar las variedades de plantas a condiciones climáticas más favorables para su cultivo. Y como resultado, esta situación ejerce gran influencia sobre los procesos migratorios, el éxodo y la relocalización de las poblaciones desplazadas por el cambio de las condiciones climáticas, sin excluir dramáticas situaciones de inestabilidad social como consecuencia del problema de los refugiados, del empleo y de la salud.
Los efectos antropocéntricos de los perjuicios causados al clima deben más bien denominarse “crisis”, y no “cambio” climático, como se tiende actualmente a catalogar un fenómeno que ha sido y continúa siendo originado por la irresponsabilidad de numerosas actividades humanas. Por lo tanto, el “calentamiento global”, generador de anomalías climáticas cuyas consecuencias perturban a todo el Planeta, no es sinónimo de “cambio climático”, sino más bien la causa de lo que debería denominarse “crisis” o “emergencia” climática”.
PERCEPCIÓN Y NEGACIÓN DE LA CRISIS CLIMÁTICA
Cuando se abre el debate sobre los efectos de la crisis climática y sus consecuencias, suelen surgir opiniones que niegan que el clima se esté viendo alterado de forma extraordinaria en las últimas décadas, y cuestionan que este fenómeno sea debido a la acción del ser humano. Estudiar a lo largo del tiempo la evolución de un asunto tan complejo como el clima, con tantos factores y secuelas implicadas, no es una cuestión sencilla. Sin embargo, a lo largo de los últimos años la comunidad científica ha llegado a conclusiones que no dan lugar a más discusiones, que no hay ninguna duda razonable sobre la influencia de la actividad humana en el clima mundial, y que dicha influencia se ha traducido en el aumento de la temperatura media del Planeta a nivel global.
El consenso científico corrobora que el calentamiento global es causado por las actividades humanas, y que a menudo se atribuye la negación de la emergencia climática a maniobras de tipo político, o a la existencia de intereses comerciales de corporaciones que producen y distribuyen productos cuyo uso y consumo afectan al medio ambiente, como es el caso, entre otros, del petróleo y del carbón. En más de una ocasión, al plantear el tema de la crisis climática, gobiernos y empresas han llegado a negarla, e incluso, a ocultarla, recurriendo a desinformar de modo tendencioso a la sociedad civil.
Lamentablemente, argumentos similares siguen siendo esgrimidos hasta el día de hoy. Quienes niegan o defienden una percepción marginal de la crisis climática, se basan en tesis superficiales que van desde negar que la modificación de los parámetros del clima es un hecho, hasta afirmar que sus efectos se deben a causas naturales. Algunos niegan que la modificación del clima pueda tener consecuencias serias, que constituya una amenaza para las personas y el medio ambiente, y defienden que, por lo tanto, no es necesario tomar medidas para corregir un fenómeno que es de índole natural, ni para atenuar sus efectos. Otros, relativizan la gravedad del problema argumentando que se dispone de otras situaciones de mayor gravedad sobre las cuales es necesario actuar con mayor urgencia, y que, en el caso del clima, hay que apostar por soluciones que ya aparecerán con el paso del tiempo y los avances de la tecnología.
Si bien es cierto que en el último cuarto de siglo el mundo ha mejorado su visión sobre conceptos tales como el calentamiento global, la emergencia climática, la energía eólica, la energía solar, las ciudades verdes y los vehículos eléctricos, aún falta mucho por hacer. Los mayores problemas a afrontar se inscriben dentro del marco económico, puesto que las soluciones a adoptar tocan intereses que se resisten al cambio, insisten en negar las evidencias, y pretenden mantener el sistema tal como está. La acción requerida para frenar el calentamiento global no solo es responsabilidad de las grandes corporaciones vinculadas a los combustibles fósiles, sino también de las naciones que poseen bajo sus suelos y aguas enormes yacimientos de estos recursos, o disponen de territorios con selvas y bosques, que consideran como recursos para sus propios negocios, y de cuya explotación no están dispuestas a prescindir. Aunque también, por motivos algo más comprensibles, se resisten a adoptar medidas contra los problemas del clima los países que no tienen recursos suficientes para acometer los cambios necesarios.
LA ACCION POR EL CLIMA EN EL MUNDO GLOBAL
Tal y como antes fue citado, en 1972 se llevó a cabo en Estocolmo la Primera Conferencia de Naciones Unidas (ONU), o Cumbre de la Tierra, sobre el Medio Ambiente, también denominada Declaración de Estocolmo. Pero el tema del clima apenas se registró en el programa del evento, que se centró más bien en aspectos como la contaminación química, las pruebas de la bomba atómica, y la caza de ballenas. Como resultado, se estableció el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA).
Diversas organizaciones internacionales, bajo el liderazgo del conjunto de instituciones del sistema de Naciones Unidas, y con el apoyo de la comunidad científica, llevan años alertando a la sociedad sobre la gravedad del fenómeno de la crisis climática, y de la necesidad de actuar para evitar sus peores consecuencias. Pese a ello, la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera, causante del calentamiento global, sigue aumentando año tras año.
Fue solo en el año 1992 que la ONU reconoció el problema: la crisis climática es una realidad, una amenaza, y un elemento de preocupación a remediar. Sobre todo, es un riesgo creado por el ser humano, y a pesar de este reconocimiento, la situación del Planeta sigue yendo a peor. El aumento del nivel de los océanos alcanzó en 2018 niveles récord como consecuencia del calentamiento global, y no se descarta que a corto o medio plazo algunas zonas costeras acaben desapareciendo, engullidas por el mar. De hecho, la Organización Meteorológica Mundial (OMM), una de las unidades científicas de Naciones Unidas, en una reciente declaración sobre el estado del clima, volvió a lanzar una advertencia al mundo, asegurando que el impacto material, social y económico de la emergencia climática sobre el planeta es cada vez mayor.
Los organismos internacionales deben seguir adelante con su misión de orientar y actuar como impulsores de iniciativas y acciones favorables a hacer del Planeta un hábitat acogedor y estable para sus habitantes. Naciones Unidas incluye en su Agenda 2030 los Objetivos de Desarrollo Sostenible, uno de los cuales, el 13, “Acción por el Clima”, pretende introducir la crisis climática como cuestión primordial en las políticas, estrategias y planes de acción, comprometiendo en este objetivo y de modo transversal a países, empresas y sociedad civil, mejorando la respuesta a los problemas, e impulsando la educación y la sensibilización de toda la población.
Esta labor no es fácil de asumir ni de llevar a cabo, habida cuenta de la complejidad del actual contexto geopolítico, que condiciona llevar a cabo actuaciones dentro de un entorno globalizado cada vez más confuso e inestable. Con el transcurso del tiempo, la influencia de los organismos internacionales en lo relativo al clima se ha hecho notar con cierta timidez y escasos avances, dando lugar a compromisos y políticas que no han llegado a producir efectos medianamente eficaces para controlar una situación de crisis que pone en riesgo a todo el Planeta. Para alcanzar esta meta se requiere atacar distintas áreas: la transición global a las energías renovables, la consolidación de infraestructuras y ciudades sostenibles y resilientes, el desarrollo de la agricultura sostenible, la correcta gestión de bosques y océanos, la resiliencia y la adaptación social frente a los impactos climáticos, y la alineación de las finanzas y de las actuaciones públicas y privadas con una economía cero emisiones. Se ha de actuar en base a planes concretos y realistas que mejoren su aportación a la resolución del problema climático a nivel local, nacional, internacional y mundial.
ACCIÓN TRANSVERSAL Y MULTILATERAL, REQUISITO CRUCIAL PARA ESTIMULAR EFECTOS POSITIVOS
El multilateralismo se manifiesta en contra de la transversalidad. Eventos como las COP, donde negocian y deben ponerse de acuerdo alrededor de 200 países, constituyen el mejor ejemplo de multilateralismo. Sin embargo, las presiones y enfrentamientos presentes en el crispado entorno geopolítico conducen a que la comunidad internacional pierda interesantes oportunidades de consensuar estrategias globales ajustadas a la necesidad de dar lugar a acciones eficaces, y agranda la desconexión que existe entre los gobiernos y la ciencia respecto a la crisis climática. Además, es vital tener en cuenta que la lucha contra el calentamiento global es una cuestión transversal que afecta por igual a ámbitos tan diferentes como las finanzas, la ciencia, la industria, la energía, el transporte, la edificación, el capital natural, la biodiversidad, la salud y la alimentación, comprometiendo los intereses políticos y económicos con el bagaje científico y técnico.
Hoy en día se manifiesta con especial intensidad la alarma social como consecuencia de la percepción del impacto de episodios climáticos de efectos dramáticos. Se ha logrado avanzar, sin lugar a dudas, pero lo que se aprecia con especial preocupación es la falta de compromiso e implicación de ciertos países con el reto y la necesidad de afrontar la crisis climática con urgencia y con sentido de responsabilidad global, estableciendo esquemas de gobernanza sólidos y transversales. El futuro de todos está en juego, y es imprescindible que todas las naciones del mundo se impliquen de modo solidario en esta tarea.
Aunque no es fácil ni es posible lograr el objetivo con la debida celeridad, la crisis climática puede ser revertida y controlada, pero solo si se toma conciencia del problema, se asume con rigor y objetividad la historia del pasado, y se actúa responsablemente en el presente para asegurar la sostenibilidad de un Planeta expuesto a un futuro sometido a escenarios cada vez más inciertos.
Los retos para afrontar con éxito la crisis climática son mayúsculos, y la situación es grave. Pero las posibilidades de avanzar con cierto éxito en este terreno son también enormes. Lo son desde el punto vista de la tecnología, de la conciencia creciente de empresas y gobiernos, y, sobre todo, por el efecto que está produciendo la reacción de la sociedad civil, con millones de personas movilizándose para reivindicar acciones eficaces. A estas alturas del juego, la humanidad y el Planeta se encuentran en alerta roja, y no es ya tiempo para la imprudencia, la irresponsabilidad, la indiferencia y la negación de las evidencias. A veces se puede tener la falsa impresión de que las cosas van en buena dirección, pero todo se pierde si no se actúa oportunamente con esfuerzo, rigor y objetividad. Nada irá bien si la acción, las ideas, las promesas y los compromisos se estancan o se pierden por el camino.
Apostar por la sostenibilidad adquiere en este escenario una importancia notable, sobre todo en momentos en que la gran mayoría de países ha llegado al consenso de considerar la crisis climática como la mayor amenaza que debe hoy afrontar la humanidad. Todo ello, sin olvidar el efecto multiplicador de las “otras crisis” que afectan al mundo de modo recurrente, sobre todo desde las últimas décadas: crisis económicas, crisis de identidades nacionales, crisis de los sistemas políticos y democráticos, de convivencia, de confusión y de extremismos sociales, todas ellas generadoras de estados de tensión amplificados por la rapidez con que se divulgan sus efectos y se manifiestan sus consecuencias.