Las 6 lecciones del coronavirus

Las 6 lecciones del coronavirus

La prevención de riesgos laborales no puede estar ajena a la pandemia del coronavirus que ha devastado al mundo entero. Un aviso y 6 lecciones que nos da la bióloga Maria José Pedragosa a la que conozco muy bien y sé de su capacidad de acertar..
20 Octubre 2020

Estamos todos confinados. De golpe y porrazo el mundo se ha paralizado y ni la serie Black Mirror habría podido reproducir una situación semejante: un virus devastador de origen incierto que se propaga con un suspiro y que ha provocado que los gobiernos de TODOS los países del mundo decretaran la orden de confinamiento de millones personas. Y  millones de personas hemos obedecido.

Lejos de amedrentarnos, debemos tomarnos esta crisis como un EXPERIMENTO UNIVERSAL cuyos resultados hay que poner en práctica inmediatamente si no queremos pasarnos la vida en cuarentena. Se trata de 6 lecciones que implican un CAMBIO de conciencia radical, para convertirnos en ciudadanos verdaderamente exigentes con nuestros gobiernos, críticos con nuestras empresas y responsables de nuestras acciones.

✔️  Lección 1: Hay que hacer caso a los científicos

Según la America Society of Microbiology, esta pandemia mundial ya fue predicha en 2007 cuando un grupo de científicos explicaba en un artículo de Clinical Microbiology Review que el tráfico de animales exóticos en el sur de China y ciertas prácticas extremas en algunos laboratorios con SARS eran una bomba de relojería. En palabras textuales, tal y como mostramos en la imagen más abajo, decían esto:

“La presencia de un gran reservorio de virus similares al SARS-CoV en murciélagos de herradura, junto con la cultura de comer mamíferos exóticos en el sur de China, es una bomba de relojería. No debe ignorarse la posibilidad de que el SARS y otros nuevos virus reaparezcan en animales o laboratorios y, por consiguiente, es necesario estar preparado”.

Sin embargo, cuando fue detectado el primer brote en Wuhan y se advirtió del riesgo que entrañaba el COV-19, de forma altiva, los gobiernos del hasta ahora llamado “primer mundo”, uno a uno, fueron ignorando o restando importancia a su gravedad, hasta que el número de muertes se disparó.

Si hemos acatado de forma obediente medidas tan radicales como paralizar la economía mundial de la noche a la mañana, ¿por qué somos tan perezosos en tomar medidas radicales para detener la destrucción del planeta? En noviembre de 2019, más de 11.000 científicos de todo el mundo advirtieron en la revista Bioscience que es inevitable “un sufrimiento humano sin par” a menos que haya cambios radicales en la actividad humana para reducir las emisiones de dióxido de carbono y otros factores que contribuyen al cambio climático.

¿Seremos capaces los seres humanos de dejar de mirar embobados lo que dicen los científicos y tomar en consideración que tenemos que cambiar nuestro modelo de producción y de consumo, y exigir a quienes nos gobiernan y abastecen que también tienen que actuar?

✔️  Lección 2: Si destruimos el hábitat natural, el riesgo de infecciones se multiplica

¿Si se talan árboles hay más peligro de que un virus nos infecte? Pues tirando del hilo veréis que MUCHÍSIMO. Los virus son elementos de una simpleza increíble: trocitos de material genético (ARN o ADN) que fabrican proteínas y necesitan células para poderse multiplicar, o sea, algo así como un molde industrial (el ADN) que fabrica un utensilio (la proteína) y necesita una máquina para hacer muchas unidades (la célula). En el caso del coronavirus el “utensilio” que fabrica es una proteína destructora que impide la entrada de oxígeno en los alveolos pulmonares provocando asfixia.

Pero los virus no pueden usar cualquier máquina, es decir, no pueden aterrizar en todo tipo de células, y muchas veces algunos de ellos no pueden infectar a los humanos, sino que necesitan otros huéspedes.

Si se talan los bosques y desaparece el hábitat, la probabilidad de contacto de un huésped infectado con humanos, es superior.

Científicos de la universidad de Berkeley han desvelado que los murciélagos son el mejor huésped de los virus, y pueden fácilmente infectar a otras especies. En condiciones normales, con bosques frondosos y animales salvajes, los parásitos como los coronavirus no nos afectarían, primero, porque no son “enfermedades humanas”, y segundo porque no es probable toparnos con animales salvajes huéspedes. Sin embargo, si se talan los bosques y desaparece el hábitat, la probabilidad de contacto, y por tanto, de infección, es muy superior. Se cree que en nuestro caso el COV-19 vino a partir del pangolín, un curioso mamífero con cuya carne se trafica en China.

La prestigiosa revista ‘Scientific Reports’ demuestra una asociación significativa entre los brotes de Ébola y la deforestación en los bosques africanos

Otros ejemplos similares que os sonarán son el devastador brote de ébola en África en 2013-2015 a través de murciélagos frutales que se desplazaban por la tala de árboles, o el de malaria en Malasia en 2002 a través de monos por la expansión de plantaciones de palma .

Y ¡ojo!, porque según un estudio del International Journal of Circumpolar Health el aumento de las enfermedades infecciosas emergentes también parece estar asociado con el cambio climático, apuntando que el próximo brote puede ocurrir en el Ártico.

¿Podrá el coronavirus frenar por fin los planes de deforestación de empresas madereras, o de agricultura y ganadería intensiva?  Como consumidores tenemos el poder de escoger a aquellas empresas que busquen alternativas sostenibles y, por tanto, forzar un cambio.

✔️Lección 3: Comida de calidad para que los virus no se ceben contigo.

Aunque el índice de mortalidad del Coronavirus es bajo, impacta la versatilidad de sus efectos, siendo más agresivo con personas de edad avanzada o con problemas previos de salud. El problema radica en que nuestra salud depende, en un grado muy alto, de lo que comemos y lo que respiramos, algo que tiene que ver totalmente con nuestro entorno. Y los seres humanos no hacemos nada para detener su devastación. Muchos son los sectores en los que los patrones de producción y de consumo que seguimos son perjudiciales para el medio ambiente y para nuestra salud, pero, para no extendernos, vamos a destacar dos:

Menos carne y más “veggie”

La creciente demanda de carne de bajo coste en los países occidentales primero, y orientales de después, ha hecho aumentar la ganadería intensiva de pollos, cerdos y ovejas un 600 % según la FAO desde 1961. ¿Qué significa esto? Este dato implica que para comer pollo, lejos de la idílica estampa de una granja de cuento, nos vamos a espacios donde los animales tienen tan solo un espacio de un folio DINA 4 para vivir. 

Gallinas hacinadas en una granja

Este tipo de producción industrial de carne, con millones de animales que son más o menos genéticamente homogéneos, estresados y concentrados en espacios muy pequeños exige enormes cantidades de antibióticos y da como resultado un producto de baja calidad nutritiva, así como la producción de bacterias resistentes, algo que actualmente mata a miles de personas y plantea serias amenazas para la salud humana y los sistemas de salud en todo el mundo.

O nos comemos la basura de los fondos marinos o nos llenamos de antibióticos

Los fondos marinos, son basurales-despensa llenos de toallitas, plásticos y otro residuosque después llegan a nosotros a través de los peces que comemos. Los propios pescadores nos lo contaban desesperados cuando llegaban a puerto después de una jornada larga y poco fructífera. Mirad la cantidad de toallitas que están enredadas en las redes de pesca:

La alternativa de las piscifactorías tampoco es muy halagüeña. Estas producciones intensivas generan muchos residuos y tienen repercusiones ambientales que pueden llegar a ser muy graves. En muchas instalaciones se emplean productos químicos para el tratamiento del agua y de los sedimentos, se aportan fertilizantes, desinfectantes, sustancias antibacterianas, antibióticos y otros medicamentos, plaguicidas, alguicidas, aditivos alimentarios, anestésicos y hormonas. En fin, no es por desanimar, pero, hay que hacer algo. 

Ser conscientes de los que ingerimos es el primer paso para cuidar nuestra salud. Y aunque no es fácil, debemos escoger aquellos alimentos que han sido tratados de una forma responsable y sostenible. Es el primer paso para que nuestros gobiernos y empresas empiecen a mover ficha y fomentar políticas que apunten a una producción alimentaria más sana.

✔️Lección 4: Menos desplazamientos ayudan a mejorar la calidad del aire y la calidad de vida, y nos hace menos vulnerables.

Aquellas personas afortunadas que hemos podido seguir trabajando desde casa durante la cuarentena, nos hemos dado cuenta de que la tecnología nos ofrece la posibilidad de hacerlo con todas las garantías. Si tu actividad laboral no requiere una presencia directa en un lugar específico, el teletrabajo influye positivamente en la movilidad de las ciudades y reduce los índices de contaminación.

Lógicamente, trabajar cada día desde casa no es la panacea, y el contacto físico es muchísimas veces esencial para establecer relaciones duraderas o cerrar acuerdos, pero hay una realidad evidente: es posible reducir las emisiones de CO2 y mantener ciertas actividades que provocan un cambio positivo en la atmósfera. 

Y para muestra un botón: la contaminación del aire en China cayó notablemente durante su confinamiento por el coronavirus, que obligó a parar toda actividad personal y laboral. Así lo revelan las imágenes satelitales que ha difundido la Agencia Espacial Europea, ESA por sus siglas en inglés, en las que se puede apreciar que los niveles de Dióxido de Nitrógeno prácticamente desaparecen.

En este sentido merece la pena replantear las dinámicas de trabajo que en ocasiones suponen hasta 3 o 4 horas de viaje al día, con el consiguiente peso de estrés personal. 

¿Seremos capaces de aumentar las reuniones virtuales reduciendo así los trayectos innecesarios o eludibles, y contribuyendo a un aire más limpio y, por tanto, a tener más calidad de vida después de esta crisis? 

✔️Lección 5: El ejército y las armas de esta guerra son el personal sanitario y los respiradores. 

Durante estos, días el ejército como tal (el que viste de caqui y depende del Ministerio de Defensa) se ha movilizado en algunos países para colaborar limpiando espacios y adecentándolos para ser convertidos en hospitales, pero los verdaderos héroes y heroínas de esta guerra han sido los profesionales de la salud que se han puesto a tiro para cumplir con la misión de salvar el máximo número de vidas.

Sin embargo, como bien sabemos, hemos comprobado que el mundo no estaba preparado para una pandemia semejante, y pese a tener un enemigo común y tener cierta idea de su letalidad, los medios con los que contaban casi todos los centros de salud del mundo han sido claramente insuficientes, se han colapsado y han dejado al mundo patas arriba. 

Hasta ahora el enemigo solía disponer de armas de destrucción muy concretas como tanques, gases o metralletas, y nos armábamos hasta los dientes para responder en caso de ataque. Sin embargo, ni los tanques, ni los gases, ni las metralletas son efectivos contra este arma de destrucción masiva.

Fijémonos ahora en el enorme gasto militar de los diferentes países del mundo. En 2018, por ejemplo, significó entre el 0,9 y el 3,9 del PIB, siendo EEUU y China los que más han gastado con diferencia. 

Si el gasto en defensa es impepinable, y el nuevo enemigo tiene un arma de destrucción masiva que solo se combate con respiradores, detectores, vacunas y personal motivado, ¿por qué no darle a la sanidad pública un carácter “militar” y así invertir un porcentaje mucho mayor? No tenemos datos suficientes hoy para compararlo con el gasto sanitario en cada país, pero atendiendo a las declaraciones de este sector estos días, y a cuenta de los problemas que hemos vivido, es una propuesta que hay que tomar muy, muy en cuenta y que la ciudadanía debemos exigir.  

¿Qué tal si consideramos a la sanidad como una parte de nuestro ejército y se reorganiza el presupuesto global destinado a ella?

✔️Lección 6: Estaremos bien si los vecinos están bien: la solidaridad como estrategia clave para combatir a un enemigo común. 

Sí, lo sé, parece un titular idílico, a lo John Lenon con su utopía “Imagine there’s no countries”. Sin embargo, no es algo que debamos aparcar tan fácilmente, por muy hippy que parezca, porque el COV-19 nos ha demostrado con creces dos premisas:

Que el enemigo, en este caso el coronavirus, no conoce fronteras y aislarse es del todo estéril. 
Que es mejor invertir en el bienestar de tu vecino, para salvaguardar la tuya propia. 

En cuanto a la primera, es de cajón que las políticas endogámicas y con muros no funcionan. O nos ponemos todos a una, o esto no hay quien lo pare, porque esta pandemia no entiende de países “ricos y pobres” y necesitamos un esfuerzo mundial coordinado, no solo a nivel sanitario, sino a nivel económico y social. No será fácil ponerse de acuerdo. Pera ya vemos algunos movimientos que esperamos se traduzcan en muchos más:

Solidaridad entre países

La OMS no se ha hecho esperar, pero según palabras el director general de la Organización Mundial de la Salud, Tedros Adhanom Ghebreyesus, “es posible que múltiples ensayos pequeños, con diferentes metodologías, no nos brinden la evidencia clara y sólida que necesitamos sobre qué tratamientos ayudan a salvar vidas, pero la OMS y sus socios están organizando un estudio en el que participan varios países a través del que algunos tratamientos no probados se comparan entre sí”. ¡Bien! Y esperamos que sirva de precedente y sea un terreno abonado para  avanzar.

Sin embargo, aparte de la OMS, no vemos todavía movimientos claros dentro de la estrategia mundial sin saber aun si los gobiernos viajarán por la senda de la desunión o tomarán el camino de la solidaridad mundial. Como apunta el filósofo Yuval Noah Harari, elegir la desunión no sólo prolongará la crisis, sino que probablemente dará lugar a catástrofes aún peores en el futuro. Elegir la solidaridad mundial no sólo será una victoria contra el coronavirus, sino también contra todas las futuras crisis y epidemias que puedan asolar a la humanidad en el siglo XXI.

La política del bien común como la solución más adecuada

En momentos como este es cuando salen a la luz las debilidades de ciertos sistemas, como el sanitario en Estados Unidos, que es en estos momentos el país con mayor número de infectados por el COV-19. Cuenta con 28 millones de personas sin seguro médico, y aunque se han tomado ciertas medidas extraordinarias, el coste social será enorme, provocando una ola de efectos colaterales devastadores y un aumento de la desigualdad. 

Como esperanza, querría nombrar al trabajo de Esther Duflo, que junto con su marido Abhijit Banerjee, ganó el premio nobel de Economía el año pasado. Lo que ellos claman es que la lucha contra la pobreza se debe basar en priorizar la dignidad humana a la hora de replantear prioridades económicas y creación de sistemas. Porque las personas somos algo más que números.
 

Solidaridad interpersonal

Esto ya esta en marcha. No hay más que ver los cientos de vídeos que corren sobre actos de voluntariado en todos los campos posibles: gente cosiendo mascarillas, haciendo respiradores, clases virtuales, cuidando a gente mayor. Así que en este sentido, un aplauso para todas las personas.

Conclusión

La humanidad se enfrenta a una crisis mundial. Estamos viviendo al día la mayor crisis de nuestra generación. Las decisiones que tomen los gobiernos, las empresas y nosotros mismos en estos meses que vienen moldearán el mundo durante las próximas generaciones. Tenemos ya trazada una hoja de ruta a través de los Objetivos de Desarrollo Sostenible,  lo cual nos facilita el trabajo. Lo que hemos apuntado en este artículo son tan solo unas cuantas pinceladas de a dónde debemos apuntar si queremos cambiar las cosas y escoger en qué mundo queremos vivir. De nosotros depende…

… atender a la comunidad científica y actuar.
… entender que el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, la deforestación y otros factores afectan al lugar, el momento y la intensidad con que surgen las enfermedades infecciosas.
… conocer el origen de lo que comemos y escoger a las empresas y marcas más sostenibles. 
… ser conscientes de cuánto nos desplazamos y de qué manera, para reducir emisiones. 
… exigir políticas donde la solidaridad y el bien común sean prioritarios.

¡Ánimo a todo el mundo y Carpe Diem!

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