LA COMUNICACION EN TIEMPOS DE CRISIS

LA COMUNICACION EN TIEMPOS DE CRISIS

La comunicación debe ejercer la función informadora con responsabilidad y objetividad, evitando generar desconcierto en las personas. Pero también el propio ser humano debe impedir que la razón sea desplazada a segundo plano por la emoción que generan la manipulación mediática y la orientación desacertada de los medios de información.
9 Junio 2020

Hoy en día, la comunicación constituye una eficaz herramienta para transmitir información a una sociedad altamente sensibilizada en temas candentes, como son el clima, la contaminación, la escasez de recursos y la estabilidad social. La comunicación responsable obliga a diseñar en detalle las opciones que permitan impactar con eficacia en los destinatarios, eludiendo la simplificación y los enfoques partidistas que suelen ocultar intereses de dudoso valor, impulsados por la manipulación engañosa del consumo, y por la imposición de las consignas de las “modas” del momento. Los canales de comunicación han de ser transparentes, esquivando la tentación de jugar con el recelo o el sensacionalismo, descartando los extremos del fatalismo y del optimismo, para centrar la acción en la objetividad y en el sentido común. Transitar en la era global obliga a la sociedad a adoptar hábitos de consumo y comportamiento responsables, y la comunicación es una herramienta de doble filo que puede favorecer o desvirtuar este requisito, según sea empleada con responsabilidad, o atendiendo a fines meramente especulativos.

A la hora de analizar cómo la comunicación puede influir en la sociedad en tiempos de crisis, es necesario hacerlo desde dos puntos de vista: las fuentes de origen de la información y los medios que la difunden, y el entorno de quienes la reciben. Este aspecto es muy importante, puesto que de la eficacia de la comunicación dependerá la ejecución de las acciones necesarias para provocar el cambio de actitudes y modelos de producción y consumo que requiere un mundo cada vez más globalizado, y asegurar por esta vía un entorno seguro, sostenible y acogedor para las personas.

El primer punto de vista conduce directamente al análisis de los actuales medios de comunicación, cada vez más eficaces e impactantes como consecuencia de la digitalización y de la sofisticación de las herramientas empleadas para difundir a gran velocidad grandes cantidades de información a todos los rincones del mundo. Esta realidad ha dado lugar al auge de internet y de las redes sociales, que “bombardean” continuamente a las personas con cantidades crecientes de información, sin discriminar ni su calidad ni su utilidad para quienes la reciben. Los medios de comunicación social, proverbialmente poderosos y variados, juegan un papel muy importante en este terreno. A través de ellos, los grupos de presión política, social o mercantil pueden estimular tanto la creación de falsas expectativas, por la práctica de la desinformación y del sensacionalismo, como propiciar estrategias informativas objetivas que eviten la manipulación tendenciosa de los ciudadanos. Apropiadamente dirigidos, los medios de comunicación y la publicidad pueden cambiar la tendencia a imponer pautas y estilos de vida reñidos con un entorno acogedor y sostenible, siempre y cuando destierren prácticas basadas en el sensacionalismo, las “fake news” y la imposición de “modas” utilizando campañas publicitarias agresivas y provocadoras.

La comunicación, sobre todo cuando ésta se pone al servicio de las personas en momentos de crisis, se debe centrar en un espacio sujeto a la volatilidad y a los cambios que imponen tanto el rápido progreso tecnológico, como la evolución de las tendencias y de los movimientos característicos del actual contexto social y económico. El ser humano debe asumir que las “crisis” cíclicas naturales siempre han formado parte de la historia de la humanidad, pero no así las crisis “modernas” que hoy en día afectan a la sociedad de modo crónico y demoledor. Merece la pena en tal sentido recordar la crisis económica del 2008, la grave crisis climática que afecta desde hace años al planeta, y reflexionar sobre la actual crisis sanitaria. Todas ellas, no es la primera vez que se manifiestan como tales, y, al ritmo que evolucionan los acontecimientos, tampoco será la última, a menos que se elimine la única causa que se oculta detrás de cada una de ellas: la acción irresponsable del propio ser humano.

Es vital sensibilizar y motivar de modo inteligente, en lugar de centrar la atención en difundir acontecimientos dramáticos que solo llevan al desánimo y a la frustración. Se debe erradicar la influencia negativa de los medios de información y comunicación utilizados de modo irresponsable, ya que con este proceder solo se provoca el sometimiento a falsas tendencias que afectan negativamente al intelecto y a los hábitos de comportamiento racional. La capacidad de criterio y de discernimiento de las personas no debe ser moldeada por mecanismos que incluyan insinuaciones de dependencia o servilismo hacia fenómenos que solo caracterizan a una sociedad deshumanizada, tecnocrática y mercantilista, sometida a presiones que rozan la intencionalidad totalitaria. Los efectos de este deterioro intelectual se hacen evidentes en las propias personas, cuando se observa el alarmante crecimiento de estados depresivos y de ansiedad, de enfermedades y desórdenes mentales, psíquicos y fisiológicos, tan frecuentes en la sociedad consumista del mundo contemporáneo.

Las malas prácticas de comunicación han llegado a alienar al ser humano, utilizando los argumentos de la sostenibilidad, de la salud, de la diversidad y del medio ambiente como arma persuasiva para presionar sobre la producción y el consumo. Tras los refinados métodos de una publicidad agresiva y distorsionadora se oculta la generación de falsas expectativas en las personas, promoviendo el consumo de productos cuya motivación de compra se genera más por imposición subjetiva, que por la adopción de una genuina conciencia racional. Estrategias de este tipo persiguen casi siempre intereses mezquinos, que logran su propósito utilizando y manipulando la sensibilidad del consumidor mal informado, o incluso, del ciudadano ingenuo, despistado, inculto o ignorante, tos ellos los más proclives a ser influenciados, provocando tensiones, agravios comparativos, relaciones de servidumbre y dominio, e implantando el culto a lo absurdo y a lo suntuario.

Es un hecho que, en un mundo globalizado, es preciso cambiar los hábitos de comportamiento y consumo de una sociedad que ha estado presionada durante años por el consumismo exacerbado y la práctica del despilfarro. El ejercicio responsable de la función comunicativa en cualquier ámbito de actividad, pero sobre todo el popular y cotidiano, debe propiciar la difusión de mensajes claros, objetivos, breves y sintéticos, alejados de la retórica y de pretensiones académicas, para así facilitar la comprensión y asimilación de la información, y traducirla en acción positiva. Tal y como ocurre con la ciencia y con la tecnología, la comunicación, canalizada y potenciada por la digitalización y el empleo de las múltiples y eficaces herramientas disponibles para ello, tales como internet, redes sociales, prensa y multimedia, puede constituir tanto un mecanismo de agresión como de formación para las personas. El resultado depende de cómo y en qué sentido sea transmitida y utilizada dicha información.

La fuerza y el valor de la información como arma de influencia sobre el ser humano es enorme, ya que afecta tanto a su intimidad física como intelectual. El ejercicio de estrategias informativas inteligentes ha de constituir el motor dinámico del cambio cultural que requiere la sociedad para ser resiliente frente a los estados de confusión, incertidumbre, ansiedad y agobio que suelen acompañar a cualquier situación de crisis. Para ello, los medios de comunicación han de ser rigurosos, no solamente al registrar, sino también al procesar, interpretar y difundir la información. Esta función se ha de practicar aportando elementos de análisis, de perspectiva y de debate constructivo a la sociedad, que solo así estará en condiciones de adoptar actitudes acertadas con el adecuado grado de lucidez.

Analizada desde otro punto de vista, más general pero no por ello menos importante, la comunicación es también una herramienta de gran eficacia cuando se utiliza como instrumento impulsor de movimientos reivindicativos que adquieren la forma de manifestaciones multitudinarias. Pero esta iniciativa puede tener efectos negativos si llama a confundir la “intención” con una acción carente de transparencia en los motivos que justifican la reivindicación. La acción responsable debe descartar las manifestaciones populistas convocadas por minorías empleando los medios de comunicación y las redes sociales, ocultando motivos diferentes de los que aparentemente desean reivindicar. Al no ofrecer propuestas ni alternativas concretas que vayan más allá de simples protestas contra el sistema establecido, adquieren rasgos de corte lúdico y carnavalesco. Además, con frecuencia la intencionalidad de este tipo de acciones reivindicativas es desvirtuada por la intromisión y manipulación mediática de activismos que en el fondo persiguen objetivos diametralmente opuestos a los originalmente proyectados. El impacto que genera este tipo de actos multitudinarios tiene efectos fugaces y de eficacia limitada, ya que a menudo suelen acabar en ejercicios de vandalismo, incivismo y agresiones contra el entorno y el orden público por parte de unos pocos exaltados. Esto solo conduce a generar alarma social, histeria colectiva, confrontación y crispación.

Desde el punto de vista de los receptores de la información, la situación requiere también ser analizada con especial rigor. Es cierto que los medios de comunicación deben ejercer la función informativa con responsabilidad, evitando manipular a las personas, pero también el ser humano es quien debe impedir que la razón sea desplazada a segundo plano por la emoción que genera la orientación desacertada de las herramientas mediáticas. El auge de la digitalización permite que la información fluya en cantidad y velocidad tales que, si no es bien seleccionada y asimilada, genera confusión en quienes la reciben, a lo cual se suman las condiciones de inestabilidad, volatilidad e incertidumbre del entorno global, que magnifica los efectos de la desinformación.

Los mensajes de cualquier tipo circulan con velocidad asombrosa en el universo contemporáneo, y a menudo provocan efectos inesperados. Un entorno hiperconectado obliga a considerar con rigor todo lo referente a seguridad y privacidad. Dentro de este escenario, es indudable que tanto los medios de comunicación como las estrategias publicitarias han de utilizarse con transparencia, evitando los riesgos que supone su empleo con fines inadecuados, pero también las personas han de saber seleccionar, calibrar y asimilar sólo la información que les preste utilidad, evitando la “sobre información” que, de no ser controlada, les conducirá a la confusión y a la saturación informativa, paso previo a la generación de estados de ansiedad y pánico. A título de ejemplo, no hay más que observar los efectos negativos que hoy está causando el abuso de las redes sociales, especialmente del WhatsApp, que, generando desinformación a gran escala, está transformando a los ciudadanos proclives a dejarse influenciar por esta herramienta en los auténticos “autistas” del Siglo XXI, llevando a los más débiles y menos preparados para soportar este tipo de episodios de acoso a la pérdida de privacidad, y conduciendo al conjunto de todos ellos a sufrir los efectos de la alarma social y de la histeria colectiva.

Llevada a otros niveles, una situación similar es la que en su día desencadenó los escandalosos episodios que generaron ciertas plataformas en el mundo de la política, de las finanzas y de los negocios como resultado del uso abusivo y sospechoso de bases de datos y de información confidencial, haciendo tambalear de modo calamitoso la estabilidad de los sistemas afectados. Toda esta realidad se manifiesta con especial fuerza en situaciones de crisis, que generan el caldo de cultivo ideal para la manipulación colectiva. Baste como prueba de ello observar lo que está ocurriendo durante estos días de crisis sanitaria, durante los cuales los dispositivos y redes de comunicación se ven invadidos por infinidad de correos electrónicos, mensajes de texto, audios, vídeos, memes, noticias y bulos de todo tipo relacionados con la pandemia, su gestión y sus efectos. Un escenario ideal para quienes perpetran ataques digitales y ejercen la ciberdelincuencia, y un caldo de cultivo perfecto que permite sembrar la incertidumbre para engañar y estafar “on line” con absoluta impunidad.

Frente a la enorme cantidad y variedad de información que circula a gran velocidad y hostiga a diario a las personas, hay que insistir que son los propios individuos los que han de estar preparados para seleccionar, digerir y asimilar solo aquella información que realmente precisan, y que contribuya a orientar sus hábitos de modo responsable, sobre todo en tiempos en que es urgente adoptar nuevos paradigmas y modelos de comportamiento social e individual que suelen ser transgresores y disruptivos, y que exigen un importante ejercicio de responsabilidad y de voluntad por parte de todos. Los medios de comunicación permiten establecer canales eficaces que contribuyan a informar, educar a la población, y hacerla más resiliente, siempre y cuando sean gestionados con un mínimo de rigor, y que las personas sepan aprovechar la información con sensatez y sentido común.

En plena era de la “comunicación masiva”, caben actitudes que permitan aprovechar la cantidad de información disponible de modo constructivo, teniendo en cuenta la necesidad de “filtrar” la información y asimilar solo lo útil y necesario, sobre todo a la hora de utilizar fuentes tan amplias y diversas como Internet y las redes sociales. Entre otras cosas, la consolidación del modelo de trabajo a distancia o “teletrabajo” es una interesante alternativa que están destapando las crisis como medio de reconducir los hábitos de la sociedad y los modelos de ocupación. Pero esta nueva herramienta requiere ser implantada aprovechando de modo inteligente la información cada vez más voluminosa que difunden con eficacia y rapidez los medios de comunicación, factor que obligará a las personas y empresas que protagonizarán el teletrabajo a ser muy selectivas a la hora de decidir qué tipo de información necesitan, en qué cantidad, y con qué frecuencia. Este contexto implica actuar con adecuadas dosis de autocontrol y disciplina, evitar caer en el vicio de la sobreinformación y del análisis de banalidades, y evitar nadar en el desconcierto.

A nivel global, es esencial fijar las bases y normas que inviten a ejercer la comunicación con orientación ética, responsabilidad e influencia transversal. A menudo, el multilateralismo se manifiesta en contra de la transversalidad y de la geopolítica. Las tensiones y enfrentamientos presentes en el crispado entorno mundial conducen a que la comunidad internacional desprecie el valor y la oportunidad de consensuar estrategias globales ajustadas a la necesidad de dar lugar a acciones eficaces, y agranda la desconexión que existe entre las personas, puesto que la gran diversidad individual, profesional y cultural existente en el mundo condiciona y dificulta la interpretación objetiva de la información por parte de quienes reciben los mensajes.

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