ETICA AMBIENTAL: UN REQUISITO PARA ALCANZAR LA SOSTENIBILIDAD

ETICA AMBIENTAL: UN REQUISITO PARA ALCANZAR LA SOSTENIBILIDAD

La ética ambiental es el relato sistemático de las relaciones morales existentes entre el ser humano y el medio en que vive. Insinúa los requisitos necesarios para preservar y recuperar el equilibrio de esta relación, y asegurar la vigencia de valores que a menudo han sido distorsionados por una visión excesivamente egocéntrica del mundo.
9 Marzo 2019

Al hablar de medio ambiente se suele caer en la tendencia de analizar desde un punto de vista unidimensional. Por este motivo, se pierde frecuentemente la perspectiva polifacética que el tema posee tanto en sus componentes como en su proyección global. A través de una polémica estéril se llega así a la formulación de postulados parciales y relativos en función de los cuales se intenta atribuir a determinadas manifestaciones todo el protagonismo del contexto ambiental: cambio climático, contaminación del aire y del agua, congestión demográfica, acumulación de residuos y agotamiento de recursos, para citar sólo algunas a título de ejemplo.

Ocurre algo similar cuando se intenta efectuar un análisis de los aspectos éticos que inciden en el debate ambiental. A veces, han sido insinuadas algunas implicaciones éticas que aluden a alguna característica específica de dichos aspectos, sin que la relatividad y la subjetividad que subyacen implícitamente hayan permitido concluir la reflexión con planteamientos definitivos.

La ecología se ha transformado en una nueva teología. Constituye una auténtica doctrina para quienes abiertamente admiten que el medio ambiente humano se deteriora rápidamente, y que el ecosistema mundial tiende al colapso. También es el elemento motivador y la justificación programática de numerosos movimientos que intentan reivindicar la causa ambiental, plantear la crítica constructiva o destructiva, o implementar la acción positiva o especulativa. En paralelo a lo anterior, existen evidencias tanto para apoyar como para rechazar esta generalización, y desafortunadamente, la preocupación ecológica ha sido acompañada del principio erróneo de que la ciencia y la tecnología son, de una u otra manera, la única causa de los problemas de la humanidad. Según afirman algunos críticos ambientales, si los científicos cesaran de jugar con el mundo, la naturaleza restablecería el balance y todo volvería a estar bien.

La trayectoria evolutiva del mundo es un fenómeno cíclico, iniciado desde la aparición del ser humano sobre la tierra. Después de períodos de equilibrio global, caracterizados por etapas de progreso acelerado y de expansión optimista, ha surgido la decepción y la necesidad de evaluar los aspectos negativos de dicha evolución. Pasada la ola de optimismo, se ha manifestado la sombría realidad de los hechos, y así ha ocurrido de modo sucesivo a lo largo del paso de los años. No es extraño que durante este proceso se hayan alternado posiciones de catastrofismo y utopía, generando ciclos que se han retroalimentado dando lugar a un contexto de continuidad que ha perpetuado los problemas de la relación hombre-medio.

El ser humano, ante la incertidumbre, se ve obligado a refugiarse en una posición de espectador pasivo que basa sus actos en la improvisación, actitud que pone en riesgo la sostenibilidad del planeta. Para superar esta situación, la ecología necesita implementar las iniciativas necesarias para el equilibrio ambiental con una buena dosis de anticipación. Por lo tanto, se debe rechazar toda actitud de pensamiento parcial, ya que poco se puede lograr si no se analizan con criterios holísticos y transversales todos los aspectos que configuran un entorno de naturaleza dinámica, diversa y compleja. Intentos aislados para resolver cuestiones que requieren de un enfoque global, estratégico y pluridisciplinar, solo conducen a resultados parciales y temporales. Toda acción que genere efectos ambientales no debe ser planteada aisladamente desde el punto de vista ético si se quiere asegurar a la sociedad las necesarias condiciones de estabilidad en un entorno sostenible y solidario.

La sociedad debe asumir y desempeñar un papel activo, responsable y consciente en el área de las decisiones relativas a su entorno, para asegurar que la tierra, el agua y los demás recursos naturales no sean explotados en forma derrochadora, o utilizados de modo incompatible con el interés universal. La falta de conciencia y de abstracción, así como la presunción desmedida de conocimiento, tienden a desviar las decisiones de quienes tienen la responsabilidad de dirigir, controlar y explotar las fuerzas de la naturaleza, hacia simplificaciones extremistas y peligrosas. La creación de problemas de gran magnitud lleva también a la adopción de soluciones equivocadas, ya que la omisión de parte de los factores en juego no es apreciada oportunamente de forma significativa. De allí la necesidad de definir con rigor las obligaciones y funciones de las entidades legislativas, gubernamentales y sociales, para exigir de ellas no solo responsabilidad en el terreno material y operativo, sino además el ejercicio de principios éticos compatibles con la gestión responsable e inteligente de las relaciones del ser humano con su entorno natural.

Considerando la relatividad de los conceptos absolutos de "bien" y de "mal" o de "causa" y de "efecto", se hace necesario fijar pautas bien definidas en lo que concierne a la conservación de los recursos naturales, a la educación, y a la acción enfocada a la obtención de beneficios prácticos del conocimiento teórico y del razonamiento aplicado. Es de gran importancia saber aprovechar la experiencia y el conocimiento, siempre y cuando su aplicación se acomode a las nuevas situaciones surgidas de la propia acción. En un mundo de cambios permanentes y de relaciones complejas, es preciso abandonar los tradicionalismos y los pensamientos doctrinarios estáticos, y sustituirlos por una acción positiva y responsable. Como en toda ciencia, la ecología debe practicarse teniendo en cuenta la adopción de valores que contemplen acciones éticamente compatibles con la esencia humana.

El comportamiento constructivo o destructivo del hombre en su medio se modifica y evoluciona a través del vínculo indisociable de todos y cada uno de los individuos con su complejo y diverso sustrato natural. El hombre se diferencia del resto de los componentes del reino animal en que estos últimos manifiestan cambios en sus relaciones con el ambiente sólo como consecuencia de su evolución a largo plazo, y dan como resultado variaciones evolutivas que pueden transmitirse hereditariamente. En cambio, el hombre influye sobre casi todos los ecosistemas, y los altera y transforma en beneficio propio. De allí que la necesidad más prioritaria para la humanidad no es asegurar la economía, sino asumir sus responsabilidades desde una perspectiva ética y social.

El ser humano tiene la responsabilidad de programar políticas y acciones serias para cuya implementación cada ciudadano, independientemente de su condición, debe aportar su parte de colaboración. En último término, esto no significa otra cosa más que el tributo obligatorio que debe pagar quien hace uso, y a veces abusa, del medio en que vive. Una de las mayores debilidades de la civilización contemporánea la constituye el excesivo valor que da a las cosas superfluas, y el abuso que hace de ellas en deterioro del medio, a menudo con fines absurdos. A pesar de que las actitudes de consumo son a menudo inconscientes, el ser humano experimenta un enorme sentido de frustración cuando es privado de un producto que utiliza por moda o rutina, sin necesidad, y sin ser consciente de las implicaciones ambientales y racionales de esta actitud.

El mercado incentiva la competitividad como argumento de crecimiento y progreso. Por otro lado, se llama a la estabilización y al control de dicha competitividad para frenar las presiones que conducen al deterioro del medio físico y asegurar un crecimiento sostenible. El ejercicio racional de la ética informativa y el desarrollo de adecuadas estrategias de formación ciudadana, pueden hacer cambiar el rumbo a quienes concentran en sus manos la producción y el mercado, elaboran las políticas, e imponen los estilos y esquemas de consumo. La acción debe ser orientada hacia objetivos fundamentados en un cambio radical de los valores éticos y ecológicos. Tal y como ocurre con la ciencia y con la tecnología, la información y la educación, según como sean enfocadas, pueden constituir herramientas muy eficaces tanto para conducir la acción hacia el deterioro del medio físico, como para orientar vías de crecimiento equilibrado y sostenido.

El nuevo mandato ético que ha de marcar las pautas de conducta racional para una supervivencia digna del hombre y de su entorno, exige cambios radicales en el modo de pensar y de actuar. Si la evolución cultural de la sociedad no va acompañada de la voluntad y de la decisión de cambiar, poco se puede esperar en este sentido. La evolución cultural, más que la biológica, ha sido la responsable de los avances y retrocesos que históricamente han marcado la trayectoria ambiental de la humanidad. La evolución cultural ha sido de tal magnitud, que ha superado el carácter biológico del ser humano, y lo ha subordinado al uso prioritario de la inteligencia. La asignatura pendiente de la humanidad es su evolución ética, que aún no ha sido manifestada como tal, por lo menos en lo que respecta a sus relaciones con el medio ambiente y consigo misma.

Las decisiones para la acción deben ser tanto de orden ético como de gobernanza, y no sólo de índole tecnológica y económica. El concepto de ética ha de prevalecer sobre cualquier otro planteamiento, ya que en esencia obliga a cada integrante de la sociedad a identificarse no sólo con las acciones globales de defensa de la integridad de su entorno, sino también con las consecuencias de los efectos negativos que puedan afectarlo como resultado de agresiones o de falta de planificación. La única fórmula viable para evitar una eventual catástrofe humana se basa en construir una sociedad diferente, que asuma nuevos modelos de producción y consumo ajustados a la capacidad de sustentación de la tierra, que fortalezca el equilibrio dinámico entre dicha sociedad y el medio físico que la sustenta, y que permita la organización de sistemas de convivencia ajustados a la ética y a la recuperación de los valores que favorezcan implantar con éxito estos principios.

Alcanzar tal objetivo requiere tanto de una nueva conciencia social como de un nuevo conocimiento económico. Gran parte del problema ambiental deriva de la propia naturaleza humana, puesto que la actitud antropocéntrica del individuo no ha variado ostensiblemente a lo largo de miles de años. Cualquier intento de reconducir esta situación debe tener en cuenta la complejidad del medio y la variedad de alternativas que deben ser implementadas de modo holístico y transversal, sin olvidar el mandato ético que obliga a asegurar la correspondencia que es obligatorio mantener entre el ser humano y el resto de manifestaciones de vida organizada que con él comparten el mismo sustrato.

El cambio de actitudes, la aceptación consciente de nuevos valores y la adopción de una ética responsable constituyen un reto ineludible para conseguir que objetivos que en principio puedan parecer utópicos, sean alcanzables. Cumplir con este requisito requiere de un mínimo de voluntad y de sensibilidad, y asumir la trascendencia de la relación que vincula indisociablemente al ser humano con su entorno.

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