SUPERMANZANAS: el pulso entre la vía pública y el espacio público urbano

SUPERMANZANAS: el pulso entre la vía pública y el espacio público urbano

La implantación de las supermanzanas en las ciudades busca dar respuesta a la escasez de espacios verdes, los altos niveles de contaminación, el elevado índice de ruido ambiental, los datos de accidentalidad y el sedentarismo. Es la inevitable solución para transformar zonas urbanas víctimas del tráfico en un “hábitat” de calidad de vida para los vecinos de la zona.
24 Abril 2019

La red vial, que representa generalmente del orden de entre un tercio y una cuarta parte de la totalidad de la superficie urbana, es el conjunto de calles, avenidas, plazas y bulevares que conforma el entramado de nuestras ciudades. El "boom" de la motorización comportó una constante y tenaz adaptación de esta red al automóvil en detrimento del elemento más débil del tráfico, el peatón, que paulatinamente ha visto como "su espacio" se iba reduciendo y degradando.  En la década de los setenta y hasta mediados de la de los ochenta, la red vial de las ciudades se convierte en feudo casi exclusivo del automóvil, elemento preferido por las autoridades que tienden a darle la mayor preponderancia en perjuicio del sufrido peatón y en general de los vecinos o habitantes de la ciudad. No es más que rendir culto al enorme deseo de movilidad en libertad que acumula la persona y que se intenta posibilitar con la mayor facilidad su acceso al automóvil. En consecuencia, la vía urbana se va adaptando al automóvil, a sus necesidades y a un siempre creciente volumen de tráfico y lentamente se logra que uno solo de los factores de la circulación se imponga rotundamente a las demás.

El espacio urbano no es tan solo una calzada cuyo único destino sea absorber una oleada de vehículos ni tampoco es exclusivamente un lugar de paso. El espacio urbano se caracteriza por su compleja multifuncionalidad que abarca varias actividades (lugar de encuentro, de juegos, de compras, de paseo) además de la circulación de vehículos y peatones y de ser elemento de identificación del barrio para sus habitantes.  Así pues, contemplado el problema originado, los responsables de las poblaciones tratan de conciliar la circulación rodada y sus peligros con la mejora de la calidad de vida, y es de ahí que, sobre todo al considerar la inseguridad vial que se genera al permitir y propulsar la prioridad del automóvil sobre el peatón, nace el concepto de moderación de la circulación y así se crean islas de peatones, zonas de prioridad invertida (prioridad para el más débil) y áreas de velocidad muy reducida (señalada, o con impedimentos físicos). La moderación de la circulación es pues, la fórmula que intenta conseguir llevar al coche, elemento degradante de nuestra calidad de vida, al lugar que realmente le corresponde como elemento de transporte que no como devorador de un espacio urbano que, de por sí, ya se ha convertido en un bien escaso, y será el instrumento que ayude a promover un modelo de comportamiento individual y social apaciguado y civilizado que se ha de apoyar, por encima de todo, en la recomposición de los espacios viales públicos urbanos que han de incitar a los automovilistas a reducir su velocidad, para así ofrecer un espacio más agradable para vivir. El concepto de moderación de la circulación, tomado desde su más amplio punto de vista, engloba, no sólo una fórmula para incrementar la seguridad vial, sobre todo en el ámbito urbano, sino que contempla la lucha en contra de la contaminación y el ruido, el ahorro de energía, el reparto de actividades en el espacio ciudadano, la utilización sensata del suelo urbano y, en líneas generales, es una reflexión permanente y global sobre el actual desarrollo urbano.

Desde los años 80, en las grandes ciudades se han ido realizando numerosas experiencias para disponer de más ámbitos peatonales, como las reurbanizaciones en los cascos antiguos para convertirlo en una zona exclusiva por los desplazamientos a pie y, posteriormente, la implementación del mismo modelo en casi todos los antiguos núcleos de las poblaciones que se han ido anexionando a las ciudades. Pero estos proyectos han sido lo suficientemente tímidos como para perder la batalla contra el tráfico de vehículos que sigue dominando los espacios públicos.

Hoy, la situación continúa siendo que las calles de la ciudad tienen casi exclusivamente la función de desplazamiento, con una preponderancia otorgada a la movilidad individual motorizada. Y las Corporaciones locales ya tienden con mayor determinación a apostar por un modelo de ciudad más sostenible en el que, mediante las medidas adecuadas, se pueda revertir esta situación, reducir los metros cuadrados dedicados al vehículo privado y recuperar (y mejorar) una parte de este espacio público para las personas. 

La solución más extendida, aunque también muy controvertida, es definir unas calles principales para la circulación de vehículos y transformar toda la zona interior en prioridad absoluta de los más débiles poniendo las máximas dificultades para el movimiento vehicular. Es la progresiva implantación de las supermanzanas como áreas urbanas con predominio absoluto de la seguridad, el silencio, el medioambiente, los servicios a la Comunidad y la asunción de la biodiversidad.

Ya no se trata de moderar el tráfico sino de eliminarlo en el interior de la supermanzana o al menos ponerle las máximas dificultades para que pierda su dominio histórico en beneficio de la calidad de vida de los vecinos de la zona. Estos proyectos teóricamente evidentes, no son entendidos con prontitud o con facilidad incluso por los propios vecinos acostumbrados a ser víctimas inconscientes de la motorización, pero el proceso de transformación parece irreversible

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