El efecto murciélago

El efecto murciélago

divendres, 18 octubre 2002

A la vuelta de mis vacaciones de verano, salgo con mi coche por la ciudad, haciendo un recorrido de rutina, de esos que parece que el propio coche los tiene aprendidos y nos transporta plácidamente; de pronto ante mí aparece una marabunta de coches en contradirección, me retiro inmediatamente al paseo central, que es mi única posibilidad de salida.

Aún sin poder creer lo sucedido y asustado por la peligrosa situación en que me había visto, veo acercarse un policía de tráfico con una nada disimulada sonrisa de oreja a oreja. El policía toma nota de la matrícula y me pide la documentación sin abandonar su sonrisa, probablemente yo no era el primero ni el segundo incauto al que multaba en ese lugar.

Tras darle todos los papeles y firmar incluso el conforme con la denuncia, le pregunto – por favor, confírmeme si la referencia sobre usted está ahí escrita, donde pone el agente denunciante, y dígame también dónde puedo ir con esto a hacerles una denuncia por negligencia criminal.

El guardia rompió el papelito y me devolvió mis documentos, al parecer, a pesar de mi tono educado, mi indignación y mi determinación le indicaron que se había cometido algo grave.

Y tan grave, se había puesto en peligro la seguridad de los conductores por no tener en cuenta EL EFECTO MURCIELAGO.

Como todo el mundo sabe los murciélagos tienen un sofisticado sistema de radar que les permite evolucionar en el espacio evitando los obstáculos. Pero lo que no sabe mucha gente, y los de tráfico menos, es que los murciélagos al igual que las personas aprenden y automatizan las acciones, y al igual que nosotros economizan tensiones y atención mediante la aplicación automática de rutinas probadas. De este modo, si cambiamos la distribución de los palos de una valla por la que pasan, los murciélagos no responden evitándolos, sino que se pegan un trastazo, hasta que aprenden la nueva situación.

Aunque todos sabemos que el verano se aprovecha, además de para subir los precios, para hacer obras en las grandes ciudades, por esas fechas casi desiertas, lo que no suponemos es que nos cambien las calles. Lo que no podemos prever y de hecho no vemos, aunque una nueva y reluciente señalización lo indique, es que esa vía por la que pasamos cada día ha cambiado de sentido.

Aunque la señalización sea correcta, no basta, se precisa una actuación especial, unas señales tremendamente llamativas o policías que indiquen el cambio hasta que los conductores lo aprecien, lo asuman y se acostumbren. Esto no se hace o al menos no se hizo en el caso que les relato, y más aún: las flechas en la dirección antigua no habían sido totalmente borradas.

¿Por qué les explico esto en prevención de riesgos laborales?; pues sencillamente porque se actúa sin conocimiento del comportamiento y reacciones de las personas, se actúa sin considerar que un ciudadano de hoy tiene una carga atroz de requerimientos estúpidos, que está atiborrado de señales, que tiene que controlar miles de detalles para salir de casa, que en cada actividad debe poner atención a multitud de pequeños detalles, desde el control de las vueltas en la compra, que en multitud de ocasiones se han equivocado en su contra, a las operaciones necesarias para consultar el saldo en un cajero, a las instrucciones para pagar en la entrada del metro, hasta la nueva manera de abrir la puerta del hotel o de encender el aire acondicionado. Es de suponer que este ciudadano economice al máximo su atención, automatizando actuaciones aprendidas, al igual que los murciélagos, actuando eficazmente sin necesidad de pensar ni de hacer consciente el proceso; en realidad además de ser una necesidad de las personas para poder enfrentar su relación con el mundo, esa es la auténtica muestra de haber adquirido una habilidad.

En un mundo ordenado y mínimamente estable las automatizaciones de procedimientos son un valor muy positivo para enfrentar situaciones conocidas, ahora bien, un cambio inesperado es más peligroso para el individuo que sabe, que para quien no conoce o quien vive en el caos.

Recientemente he estado en Lima, precisamente dando una charla sobre prevención en la Universidad Católica. Para un ciudadano de Barcelona donde la señalización de tráfico, a pesar de lo dicho, es buena, donde se respetan las señales y la conducción es relativamente correcta, Lima es una ciudad sin ley para los conductores, no se respetan los pasos de peatones, las “combis asesinas” que así se llaman los microbuses de pasajeros recogen a éstos sin parada fija, y éstos se bajan en marcha mientras se escucha una voz que dice -con el pie derecho- porque si sales con el izquierdo te la pegas, los coches cruzan una doble vía sin semáforos, si un coche no va a toda velocidad le pitan o se le cruzan o cualquier otra barbaridad inenarrable, y sin embargo no vi un solo accidente, ni un roce entre dos autos.

El conductor de Lima no tendría problema alguno ante un caso como el que les he narrado al comienzo de este escrito, el conductor de Lima no choca cuando un coche se le cruza de un modo que en Barcelona sería un accidente seguro, porque el conductor de Lima tiene dieciocho ojos y sabe que se le cruzan y sabe esquivar. En definitiva tiene LA ATENCIÓN DESPIERTA.

Saquen ustedes las conclusiones que quieran de este apunte y consideren si se está actuando correctamente en materia de prevención, centrándose casi exclusivamente en la aplicación de normas y reglas y la automatización de rutinas. Con eso sólo, seguro que los accidentes seguirán ocurriendo y los responsables políticos seguirán dando razones, en las que no se considera las características y modo de actuación de las personas y, por ende, no se pondrá el dedo en la llaga ni se arbitrarán medidas eficaces.

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