David del Rosario, experto en neurociencia: «Tenemos déficit de sentir y nos encanta pensar la vida en lugar de vivirla»

David del Rosario, experto en neurociencia: «Tenemos déficit de sentir y nos encanta pensar la vida en lugar de vivirla»

El investigador en neurociencia y profesor universitario, David del Rosario, invita a cuestionarnos nuestra relación con los pensamientos y el cerebro en su obra 'Tú has escrito este libro'
3 maig 2024

Nos sentimos orgullosos cuando nos autodenominamos «seres pensantes» y nos dejamos guiar por nuestros pensamientos sin sospechar que estos, según propone la neurociencia, no son más que propuestas de nuestro cerebro. Y al calor de ellas tomamos todo tipo de decisiones, desde lo que estudiamos hasta la pareja con la que queremos convivir pasando por cuestiones menos relevantes como la serie que veremos esa noche. Y así, sin darnos cuenta, dejamos que lo que pensamos sea lo que constituya nuestra realidad. ¿Pero qué pasaría si aprendiésemos a ver esos pensamientos como una simple propuesta y nos sintiésemos libres de usarlos o no? Esto es lo que plantea el neurocientífico David del Rosario, que en su libro 'Tú has escrito este libro' (Diana) invita a cuestionarse nuestra relación con los pensamientos. Con él descubrimos cómo relacionarnos de una forma pacífica (sin ansiedad ni estrés ni autoexigencia) con nuestro cerebro.

En su obra explica que la razón ha fracasado en su empeño de hacernos felices y nos acerca al concepto del 'bullying' emocional. ¿Qué es y cuáles son sus efectos?

Igual que tenemos compañeros de clase preferidos, tenemos emociones preferidas. De hecho, si estudiamos cuáles son las emociones que más nos gustan, nos daremos cuenta en seguida de que tenemos adicción por las que nos dan bienestar. Hemos diseñado nuestro sistema de pensamiento orientándolo a consumir esas emociones que nos producen bienestar. Pero, ¿Cómo nos relacionamos con las emociones a las que no tenemos afecto? Normalmente tenemos un conflicto con esas ellas y adoptamos una posición de lucha-huida. Y esta posición hacia lo que estoy sintiendo y que no es lo que quiero sentir genera cambios a nivel biológico que nos predispone a una biología de la supervivencia en la que mi organismo ya no se predispone a sentir, vivir y a disfrutar, sino que se predispone para protegerse de cosas que en realidad ya está sintiendo y ya están ahí. Y ahí es donde iniciamos el ciclo de la supervivencia.

Cuando vivíamos en las cuevas tratábamos de sobrevivir a los peligros externo, pero hoy intentamos sobrevivir a los peligros internos que nosotros creamos o imaginamos. Y aquí es donde se crea la paradoja que nos lleva a entender que tenemos una forma de relacionarnos con esas emociones que impacta sobre nuestra felicidad.

Lo cierto es que no sabemos ser felices con nuestro sistema de pensamiento y con la forma de relacionarnos con lo que sentimos, a pesar de que, paradójicamente, no dejamos de perseguir de forma obsesiva la felicidad o el bienestar.

De hecho, nos invita a abrir la mente para entender que las emociones no son tan innatas ni tan universales como creemos haciendo referencia al concepto de variabilidad emocional...

Tenemos una forma de funcionar muy lógica, pero una forma de vivir muy ilógica, es decir, que no es coherente con el modo en el que funcionamos. Y esto es algo que nos ha enseñado la neurociencia. Hoy en día ya no estudiamos en el laboratorio como se hacía hace 30 años y ya no se considera que las emociones sean algo universal e innato como reflejaba la teoría que se popularizó con Paul Ekman. Ahora nos hemos dado cuenta de que las emociones son mucho más plásticas de lo que creíamos y que se construyen 'ad hoc', en cada momento y que son muchos los factores que influyen en ellas.

El contexto interno, por ejemplo, influye más de lo que creemos. Pensamos a menudo que las emociones vienen automáticamente provocadas por un contexto externo y que vivir algo genera directamente una sensación o emoción. Sin embargo, todos hemos visto alguna vez esos casos en los que, a pesar de que dos personas vivan situaciones similares, como un despido en el trabajo, por ejemplo, cada uno experimenta una emoción o sensación muy distinta: lo que para uno puede ser un alivio para otro puede ser una putada.

«Hemos llegado a un punto en nuestro modo de vivir en el que perseguir el bienestar es lo que más estrés nos genera» David del Rosario

Eso es lo que nos llevó a plantearnos en la investigación si el detonante no es únicamente externo. Y ahí es donde abrimos la puerta al contexto interno. ¿Y qué hay ahí? Percepciones y, sobre todo, pensamientos. Lo que vimos es que ese contexto interno influye en el caso emocional que construimos y fíjate que hablo de «caso emocional» y no de emoción. ¿Por qué? Porque hay una parte interna cognitiva que también influye en que esa emoción se construya 'ad hoc', es decir, en el momento. Esta visión, que es la 'teoría de la emoción construida' abre la puerta a una nueva forma de relacionarnos con las emociones según la cual uno no es víctima únicamente de lo que ocurre en su contexto externo (despido, ruptura de pareja, fallecimiento...) sino que puede responsabilizarse de una parte de lo que está ocurriendo. De ahí llegamos a la conclusión de que la gran mayoría de las veces no podemos cambiar el contexto externo, pero sí que nos podemos hacer responsables del contexto interno.

¿Y esto qué significa?

Que nos podemos hacer responsables de las cosas que pensamos y de cómo nos relacionamos con esas cosas que pensamos. Y tal vez alguien que haya vivido este tipo de situaciones o ese ser «superviviente» del que hablábamos al principio se esté preguntando qué es lo que tendría que hacer para sentir bienestar. Pero lo que planteo es que estamos obsesionados por alcanzar ese bienestar y convertimos una situación externa que ya de por sí puede ser complicada en la exigencia de tener que sentirse bien. Y esa propia exigencia es la que agrava el problema. Es como si fuésemos en barco y lo estuviésemos llenando de piedras. El barco terminará por hundirse. Pero fíjate que no es la situación la que lo hunde, sino que es el modo en el que se asume esa situación la me puede permitir salir a flote o dejarse arrastrar al fondo del mar.

Por tanto, lo primero que tenemos que hacer es ver lo que nos genera esa obsesión por la felicidad y el bienestar. Hemos llegado a un punto en nuestro modo de vivir en el que perseguir el bienestar es lo que más estrés nos genera. Lo último que necesita cuando estás viviendo una situación externa complicada es más estrés.

«Las emociones no están diseñadas para que las gestiones ni para que las hagas más positivas, sino para que las sientas» David del Rosario

Por tanto, invito a que te preguntes: «¿Puedes parar y mirar qué estás sintiendo?, ¿Puedes parar y darte cuenta de que vas a intentar cambiar lo que estás sintiendo y que casi nunca conseguirás cambiarlo hagas lo que hagas? , ¿Te das cuenta de que no consigues cambiar lo que sientes simplemente porque ya lo estás sintiendo?» Si te has dado cuenta de esto último, relájate. Todo está bien. Un organismo que está viviendo cosas y sintiendo cosas es un organismo sano. ¿Por qué no te permites sentir lo que sientes y pensar lo que piensas? Porque vivimos en una sociedad en la que queremos hacer el pensamiento más positivo y la emoción más positiva.

Me atrevo a decir que las emociones no están diseñadas para que las gestiones ni para que las hagas más positivas, sino para que las sientas. Y en esa lucha-huida hacia eso que estás sintiendo es donde empieza tu malestar. Y si eso se alarga el tiempo es donde empieza el sufrimiento.

¿Tan obsesionados estamos por la búsqueda del bienestar?

Sí y en realidad no hace falta pues todas las señales que necesitas para estar bien ya las tienes, pero no las ves porque estás buscando el bienestar.

¿Y cuáles son esas señales?

Por ejemplo, tu sentir está todo el tiempo diciéndote que es una brújula hacia tu bienestar, pero como lo estás intentando cambiar, no lo sientes. Y si no lo sientes no te puede enseñar cuál es el camino hacia tu bienestar.

Pensábamos que la razón era lo que nos iba a hacer felices, pero hemos descubierto, a través de la autobservación, que la razón es una herramienta muy potente que no tiene las claves del bienestar y no está diseñada para dirigir tu vida. Lo que proponemos en esta obra es que empieces a prestarte atención y a ponerte esa bata invisible de investigador para mirarte y descubrir que todo el tiempo estás sintiendo cosas y que todo el tiempo te estás relacionando con esas cosas y siempre estás en guerra con ellas. La pregunta es: «¿Puedes sacar la bandera blanca de la paz contigo mismo?» Porque ese malestar viene de ese conflicto interno que tienes con aquello que sientes y que tú crees que no debes sentir. Y es es el origen de tu malestar, no lo que estás sintiendo.

Si supiésemos lo bonito que es abrirse a sentir la rabia que ya estamos sintiendo... Si supiésemos lo bonito que es abrirse a sentir el miedo que ya estamos sintiendo... No tendríamos emociones preferidas y eso es una maravilla. Tenemos obsesión por pensar la vida en lugar de vivirla. Se trata de descubrir lo de convertir la vida en una información que no te sirva.

«Tu malestar viene del conflicto interno que tienes entre lo que sientes y lo que crees que debes o no debes sentir»

¿Estamos, por tanto, tan desconectados de nuestro sentir real que nos sentimos culpables porque no nos sentimos bien con las que cosas con las que se supone que nos tenemos que sentir bien?

Esto también es una cuestión de honestidad, es decir, si te das cuenta que tienes dinero, salud y amor, no te puedes quejar. Entonces tu cerebro predice (no ve el mundo, sino que lo imagina) que deberías sentir algo concreto. Pero como no lo sientes, no sientes esa felicidad que la razón te había prometido. Y como no la sientes, empieza la culpa. Pero si haces este trabajo de auto observación te das cuenta de que piensas que tu vida debería ser de una manera, pero lo que estás experimentando todo el tiempo es el sufrimiento, que es la distancia entre lo que crees que deberías sentir y lo que estás sintiendo. Cuando empiezas a asumir esto te das cuenta de que realmente no hay culpa, hay responsabilidad.

Esto que estamos haciendo para acercar la neurociencia al día a día no te va a hacer la cama ni te va a hacer más feliz, lo que sí que va a hacer es que seas más consciente de cómo es tu relación con tus pensamientos y con tus emociones y, por ende, te va a hacer más responsable. Ante una emoción tú puedes abrirte a sentirla o proyectarla en los demás. Lo que hace nuestra mente superviviente por defecto es proyectarla. Por tanto, cuando proyecto renuncio a sentir y cuando renuncio a sentir intento cambiar a aquellas personas, lugares, animales o cosas del contexto externo que creo que son el origen de mi sentir.

La propuesta consiste en probar otras cosas, pero no para sentirse mejor sino simplemente por el hecho y el disfrute de descubrirse, de averiguar por qué haces lo que haces y por qué eres cómo eres y darte cuenta de que realmente llevas toda tu vida intentando gestionar tus emociones e intentando hacerlas más positivas pero que en realidad no sabes sentir.

 ¿Cómo se reaprende a sentir?

Lo que planteo en el libro es una aproximación racional al sentir, especialmente pensada para estas personas que, cuando les preguntas cómo se sienten te dicen cosas como «no muy bien porque anoche el nene no me dejó dormir» o «tengo mucho estrés en el trabajo y estoy agobiado».. Pues en lugar de sentir lo que hacen es explicar un pensamiento. Tenemos déficit de sentir, no sabemos. Pero podemos comenzar a aprender a sentir y esto es una maravilla porque ese sentir que nos acompaña todo el tiempo tiene mucha información acerca de cómo nos relacionamos con el pensamiento y con la emoción. Y esa información es la clave para transformar la culpa en responsabilidad. Tu experiencia de vida será completamente diferente porque tu relación con aquello que piensas y sientes será mucho más responsable.

Si somos responsables del significado que damos a todo, podemos cambiarlo. Pero hay cosas que resultan muy difíciles de cambiar...

Imagina que ese pensamiento «esto es difícil de cambiar» sólo fuese una posibilidad construida por tu cerebro en base a tu experiencia pasada y a tus metas de futuro. Pero le doy al pensamiento la condición de hecho (aunque en realidad no es un hecho sino una propuesta que el cerebro hace) y entonces nos lleva a preguntarnos si la vida es como yo la pienso o si la vida es como es. Nos encanta pensar la vida en lugar de vivirla. Una cosa es la vida pensada y otra es la vida vivida. Asumir la responsabilidad de lo que sientes y lo tú piensas está a un pensamiento de distancia. Entonces te pregunto: «¿Quieres seguir relacionándote con ese pensamiento como si fuera un hecho o te atreves a darle la condición de posibilidad?»

Ya sabes lo que sucede en tu vida cuando le das la condición de hecho: piensas que eso es difícil y sigues con el mismo patrón mental. Pero si te atreves a dar a ese pensamiento la condición de posibilidad, no sabes lo que vas a vivir porque nunca te has atrevido a vivirlo. La vida no es como la piensas, la vida es como es.

Propongo que utilices ese sesgo cognitivo para ver a qué tienes adicción y que, como sigues buscando esa felicidad, te invito a que sueltes esa obsesión y que conviertas eso también en una posibilidad. No sabes lo que va a pasar y desde esa ignorancia te abres a vivir y dejas de pensar la vida. Usas el pensamiento como una herramienta útil que solo es una herramienta, pero no tiene la capacidad de dirigir nuestra vida.

Si nos relacionamos con el pensamiento como si fueran hechos eso impactaría muchísimo en nuestra vida cotidiana pues nos acercaría a la culpa, no a la responsabilidad.

Aseguras, además, que influimos voluntariamente en el pensamiento gracias a la varita de la atención...

Asumir la responsabilidad de lo pienso es como un súper poder y para usarlo tienes que darte cuenta de algo que para mí fue el inicio de todo: descubrir que no pienso qué quien piensa es mi cerebro y que lo hace con la misma naturalidad con la que mi corazón bombea sangre en los pulmones. Su función es pensar... Así que llegó un momento en el que me planteé: ¿Puedo dejar tranquilo a mi cerebro igual que dejo tranquilo a mi corazón? Es decir, ¿acaso me paso todo el día criticando a mi corazón para que sus latidos sean más positivos como hago con el cerebro? Él late de tal manera que satisface mis necesidades fisiológicas y ya está. Entonces: ¿Por qué tengo esa obsesión por el pensamiento y esa obsesión por querer cambiarlo todo el tiempo? ¿Por qué lo utilizo para definirme? ¿Por qué me defino como buena o mala persona a través de lo que mi cerebro piensa? Y ahí me di cuenta de que es posible hacer las paces con el pensamiento y de que puedes permitir que tu cerebro piense sin necesidad de usar ese pensamiento como identidad.

Y ese paso es interesante porque te lleva a vivir una vida sin precedentes. Esto pasa por reconocer «no sé hacerlo» y bajar los brazos porque eso, paradójicamente, se convierte en el punto de inflexión que todos evitamos pero que en realidad todos estamos buscando. Imagina que lo que estás buscando está justo en lo que llevas toda tu vida evitando.

Tu relación con el pensamiento es muchísimo más importante que el pensamiento y entonces dejas de querer cambiarlo y empiezas a abrazarlo en lugar de darle guantazos y mamporros. Y resulta que esa relación pacífica se traduce al instante en una relación pacífica con la vida.

¿Qué pasa si me responsabilizo de lo que pienso?

Que al hacerlo me doy cuenta de que el pensamiento y la emoción van unidas y que en realidad lo que haces durante toda la vida es «pensa-sintiendo» y que tus emociones tienen más que ver con lo que piensas que con el contexto externo.

«Imagina por un momento que aquello que sientes te está hablando de la utilidad de lo que piensas, que es lo que defiende la neurociencia»

¿Qué hace David del Rosario cuando tiene estrés?

Ahora mismo en esta entrevista siento estrés porque paro, miro lo que estoy sintiendo y esa sensación la estoy categorizando como estrés. Pero si tuviera que explicar o intentar justificar por qué creo que tengo estrés te diría que creo que lo siento porque estoy en plena promoción del libro, porque tengo que compaginarlo con el trabajo en la universidad, porque tengo un niño pequeño que a veces no nos deja dormir... Esos serían los motivos que compartiríamos con un amigo, por ejemplo, en una cafetería, pero en realidad solo son las ideas racionales por las que pienso que tengo estrés.

Sin embargo, cuando asumo lo que estoy sintiendo y veo esas propuestas de mi cerebro me doy cuenta de que realmente ninguno de esos motivos justifica el estrés que estoy sintiendo sino que simplemente son pensamientos que pueden resultar coherentes con el estrés que estoy sintiendo.

El primer paso sería entonces parar, mirar lo que siento y hacer un gesto de honestidad y empezar asumirlo y ver que tengo un montón de pensamientos de estrés: tengo otra entrevista en un rato, luego tengo clase en la universidad, me gustaría llegar antes de las siete a casa para ver a mi hijo, me noto cansado porque ayer no dormí bien porque el niño se despertó... Estoy teniendo pensamientos de estrés y empiezo a asumirlos y es cuando se recupera la naturalidad: estoy teniendo esos pensamientos y siento estrés, hay coherencia entre lo que pienso y siento. Y entonces observo como mi inercia a intentar cambiar ese estrés me genera más estrés y ahí es donde nos encontramos todos.

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