El principito, el rey y el arte de saber mandar

El principito, el rey y el arte de saber mandar

Si j’ordonnais, disait-il couramment, si j’ordonnais á un général de se changer pour un oiseau de mer, et si le général n’obéissait pas, ce ne serait pas la faute du général. Ce serait ma faute Le petit prince, chapitre X
21 febrer 2018

La galería de personajes que se va encontrando el principito por los asteroides permite a Saint-Exupéry mostrarnos mediante la parábola una descripción del mundo real, de una aparente simplicidad, pero con una profundidad envidiable no exenta de un punto de ironía y de crítica.

En el episodio X el principito se encuentra con un solitario rey, de un planeta tan pequeño, que su manto de armiño ocupa casi toda la superficie. Es un rey de un reino minúsculo, sin súbditos, sin embargo sabe muy lo que es dar una orden. En el diálogo que se abre a continuación entre ambos se explica lúcidamente la esencia de lo que es la autoridad, de lo que es dar órdenes para ser obedecidas.

 “-Si yo le diera a un general la orden de volar de flor en flor como una mariposa, o de escribir una tragedia, o de transformarse en ave marina y el general no ejecutase la orden recibida ¿de quién sería la culpa, mía o de él?

-La culpa sería de usted -le dijo el principito con firmeza.

-Exactamente. Sólo hay que pedir a cada uno, lo que cada uno puede dar -continuó el rey. La autoridad se apoya antes que nada en la razón. Si ordenas a tu pueblo que se tire al mar, el pueblo hará la revolución. Yo tengo derecho a exigir obediencia, porque mis órdenes son razonables.”

Si se ordena a un general que se convierta en ave marina difícilmente va a poder hacerlo. Claro, dicho así, puede parecer absurdo porque a nadie se le va a ocurrir dar una orden semejante, y lo admitimos porque se trata de un cuento, pero esconde una gran verdad, si tienes una posición de autoridad y tienes que dar órdenes, éstas han de estar en línea con la competencia y las posibilidades de la persona que tendrá que ejecutarlas. Es decir, pide lo posible. Y luego Saint-Exupéry redondea diciendo que la autoridad se apoya antes que nada en la razón, esta frase – aparte de cierta – podría estar en cualquier ensayo, digamos serio, y no sólo en un cuento infantil, aunque “El principito” más que un cuento infantil es un libro de filosofía

Desgraciadamente en la vida real se dan este tipo de órdenes continuamente.

El caso de un jefazo que me encargó un trabajo sobre legislación electoral en las repúblicas latinoamericanas.

Aquel jefazo solía deambular por las tardes por la planta, en aquel momento sólo había una administrativa tecleando algún escrito en el ordenador. Mi despacho daba a esa pradera, estaba como a unos quince metros de la mesa de la administrativa y tenía la puerta entreabierta por lo que pude enterarme de toda la escena. El jefazo se dirigió directamente a ella y la espetó: “Buenas tardes, necesito que me haga usted un trabajo. Si señor dígame usted – contestó la administrativa - . Por favor hágame un estudio comparado de las legislaciones electorales de las repúblicas iberoamericanas. ¿Cómo? Sí, que se meta usted en Internet y me haga un estudio comparado de las legislaciones electorales iberoamericanas, puede comenzar por la República Dominicana, aquí tengo unos papeles – y aquí el jefazo se explayó en detalles y términos jurídico-políticos, explicando con mucha prosapia qué es lo que quería, pero la administrativa no se estaba enterando de nada. Ponía una cara de total desamparo pero el jefazo no se daba cuenta y seguía su docta explicación.

Yo miraba la escena entre apenado, por el mal rato que estaba pasando mi compañera a la que estaban pidiendo descaradamente que se convirtiera en ave marina,  y divertido, por la falta de inteligencia social del jefe. También albergaba la certeza de que el trabajo acabaría en mi mesa.

Mi compañera se quejó al día siguiente a la directora de asuntos generales que hacía de madre, y lo hacía bastante bien, de todos los auxiliares y administrativos de aquella dirección general. Y ésta, vino a verme a continuación para pedirme que por favor me hiciera cargo del trabajo ya que – aunque sabía que no me correspondía – yo tenía el perfil adecuado para hacerlo y que si patatín, que si patatán. Realice el trabajo en un tiempo récord que tuve que ajustar para no incumplir la ley del tiempo de entrega.

Aquel señor era completamente insensible a la dificultad de mi compañera para realizar aquel trabajo, pero creo que no era por malevolencia, era una incapacidad suya. No sé si habría leído “El principito”, probablemente sí. Y además, conociéndole, es seguro que lo leyera en francés, pero ya fuera en francés, español o sueco, no se había enterado de su verdadero significado.

Más adelante en “El principito” nos encontramos con:

“No era sólo un monarca absoluto, era, además, un monarca universal.

-¿Y las estrellas le obedecen?

-¡Naturalmente! -le dijo el rey-. Y obedecen en seguida, pues yo no tolero la indisciplina.

…………………………

-Me gustaría ver una puesta de sol... Déme ese gusto... Ordénele al sol que se ponga...

…………………………

-¿Entonces mi puesta de sol? -recordó el principito, que jamás olvidaba su pregunta una vez que la había formulado.

-Tendrás tu puesta de sol. La exigiré. Pero, según me dicta mi ciencia gobernante, esperaré que las condiciones sean favorables.

-¿Y cuándo será eso?

-¡Ejem, ejem! -le respondió el rey, consultando previamente un enorme calendario-, ¡ejem, ejem! será hacia... hacia... será hacia las siete cuarenta. Ya verás cómo se me obedece.”

En este texto Saint-Exupery habla de una segunda dimensión de las ordenes justas, la primera es que la orden se ajuste a las capacidades de la persona que va a llevarlas a cabo, no se puede pedir a un general que vuele de flor en flor como una mariposa ni se le puede pedir a una administrativa - porque no tiene formación para ello – que realice estudios de derecho internacional comparado. La segunda dimensión es que la orden también tiene que ajustarse a los medios de que se dispone. No se le puede ordenar al sol que se ponga excepto cuando está anocheciendo.

Saint-Exupéry comienza por bromear sobre la figura del monarca universal, figura medieval, que designaba – basándose en los antiguos emperadores romanos – a un monarca que tenía ascendencia sobre los príncipes y reyes, que marcaba el código moral de los gobernantes, que era reconocido como “primus inter pares” entre ellos pero que no podía legislar en todos los territorios bajo su domino. En una palabra, el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico (1). En el texto el autor habla de que no era sólo un monarca absoluto de su pequeño planetoide sino que era un monarca universal que mandaba sobre las estrellas, siempre que las condiciones fueran favorables claro está y las estrellas se movieran “per sé” siguiendo las reglas de la mecánica celeste.

No hace mucho tiempo me tocó realizar un trabajo muy urgente para una personalidad muy importante en nuestro país. Tal era la alcurnia profesional del personaje que cuando acudías a las reuniones reinaba el ambiente cortesano y sumiso que yo imaginaba para la corte del rey persa, incluso – tengo una imaginación enfermiza – acertaba a intuir que alguno de los adláteres que circulaba por las estancias palaciegas sin poner los pies en el suelo era eunuco. En ese ambiente, mi jefe Juan y yo, nos movíamos temblorosos intentado también no pesar demasiado y deslizar nuestros pies sobre la tarima flotante. Pero fue en vano, caminar de ese modo requiere un entrenamiento especial de años.

En aquella situación se nos exigía que realizáramos el proyecto en quince días cuando técnicamente era imposible hacer en menos de un mes. Podríamos haber sido más cortesanos de lo que fuimos y haber engañado, haber dicho lo que querían oír. Pero haber estudiado en la Universidad Politécnica de Madrid tiene sus servidumbres. Allí te enseñan que dos y dos suman cuatro y no dos, que para eso te dan el título de ingeniero.

No hubo manera – a pesar de todas las explicaciones técnicas que dimos, a pesar de todo el esfuerzo pedagógico que realizamos para traducir del lenguaje técnico al profano – de que aquel prohombre aceptara – como el rey de “El principito” – que el sol sólo sale a las 7:40 porque es físicamente imposible que salga a las 6:40. Nos dijo muy severo “he sido presidente de esta Organización durante seis años y sé cómo funciona esta casa. Si me decís que estará dentro de un mes, en realidad no estará ni en dos ni en tres, sino en seis”.

Me conmovió tanta confianza y tanto Juan como yo nos callamos. Cualquiera hablaba. Recuerdo que pensé que no conocía en absoluto la organización que había presidido durante un sexenio. A la Organización la conocía yo, que tengo problemas hasta para conseguir un bolígrafo o que me arreglen el teléfono cuando se estropea, en cambio, una sola palabra suya bastaba para que salieran asesores, expertos, pelotas y curritos como nosotros que resuelven sus problemas en un mes porque no existe ninguna manera humanamente posible de hacerlo en menos tiempo.

Por cierto, tuvimos terminado el trabajo dos días antes de lo que habíamos previsto, y mi látigo – por supuesto imaginario – rezumaba sangre y sudor – totalmente virtuales – de las espaldas de los esclavos – completamente ficticios – que habían participado en su desarrollo, para conseguir que todo estuviera acabado en un mes.

  1. Dante en su tratado “De monarchia” de 1316, define al monarca universal como un prototipo o modelo de un órgano supreaestatal por encima de los distintos imperios, a los que cedía el poder de la legislación, si bien obligándoles a atenerse a unas líneas generales de conducta. Remitiéndose al antiguo Imperio Romano, Dante creía poder demostrar la posibilidad real de que gobernara un monarca universal, no imitando a aquél, sino tomándolo como ejemplo, como dato histórico. Un monarca universal que garantizara un gobierno y una paz universal. Es muy interesante ese período de la historia política de Europa que se denominó la "Gran Controversia" entre el papado y el imperio y que sienta las bases de la separación entre la Iglesia y el Estado.
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