Un tranvía llamado disáin

Un tranvía llamado disáin

dijous, 25 gener 2001

Durante los años 40 y 50 desaparecieron los tranvías de Ginebra. Un sector de ciudadanos añorantes del raíl urbano partieron en cruzada pro-tranviaria a fines de los 80. La reintroducción del tranvía en el paisaje urbano de esta ciudad suiza de habla francesa se debe -en buena parte- a la gesta que un puñado de jóvenes arquitectos emprendiera para recuperar los tranvías que tan cívicamente habían seguido circulando por otras ciudades europeas, y que dan a sus calles una solera con sabor a vieja Europa, que nunca tendrá la Quinta Avenida de Nueva York -de genuino sabor americano-.

Uno de los cruzados, arquitecto ginebrino , actualmente cincuentón, me contaba -con humilde orgullo- su participación en la vuelta del tranvía a su Ginebra natal. Los valores culturales del tranvía le parecían tan evidentes a mi interlocutor, que no se entretuvo en citarlos; centró su explicación en la tenacidad del grupo de devotos del tranvía que -inasequibles al desaliento y manteniéndose en sus puestos con ademán impasible- lograron por fin hacer realidad la mejora -para él obvia- del advenimiento del tranvía .

Tranvía y trolebús funcionan de manera análoga y ninguno de los dos es más ecológico que el otro en lo tocante al consumo de energía y a la contaminación del aire que respira el ciudadano. El tranvía circula sobre raíles y eso hace su instalación más costosa que la del trolebús. Los raíles fijan el trayecto de forma rígida, y así el conductor del tranvía sólo puede gobernar la velocidad del vehículo en cada momento, y en absoluto su trayectoria. El tendido de raíles entorpece la circulación durante todo el tiempo que dura la obra. Las ruedas chirrían sobre los carriles de hierro y los decibelios que producen no constituyen para todo el mundo la "música urbana" que probablemente oyen los devotos arquitectos ginebrinos cuando el 16 da la vuelta a la "place de Rive": para muchos no se trata de "música urbana" sino de un ruido más, y como tal ruido, molesto.

Pero el aspecto que me parece más peligroso es el de la seguridad de motocicleros y , sobre todo, de ciclistas, que corren riesgo de caída por entrabanque de rueda en hueco del raíl. Sacar a la luz estadísticas al respecto permitiría limpiar de subjetivismo la idea que trato de exponer, y que es: no hagamos disneylandias a costa de la seguridad del ciudadano. A la sombra de un ecologismo se predica el uso de la bicicleta y se preparan, a la vez, raíles caza-ciclistas amparándose en el mismo ecologismo -como si el trolebús fuera menos ecológico que el tranvía-. Hay que deducir que al puñado de arquitectos ginebrinos devotos del raíl le importa menos la seguridad de los ciclistas que el pintoresquismo del paisaje urbano. Con el tendido de raíles, la ciudad se maquilla de siglo XIX en vez de vestirse de siglo XXI. Como el Liceo de Barcelona.

Los tranvías de Ginebra son un ejemplo de pintoresquismo a escala de la ciudad; a la escala del objeto industrial, el mismo pintoresquismo se llama disáin. Si el estilo Internacional de la arquitectura de entreguerras consistió en una taylorización de la Arquitectura, que incorporó las ideas de la Organización Científica del Trabajo, el disáin haría bien en incorporar Ergonomía a sus productos y no instalarse en el terreno trivial de la moda. Pensar que lo artístico pueda ser antiergonómico es tan disparatado como proclamar que una buena cocina ha de ser indigesta.

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