Reflexiones sobre la evaluación del confort o lo bien que nos sentimos
Reflexiones sobre la evaluación del confort o lo bien que nos sentimos
En las sociedades occidentales, el confort asociado a las prestaciones de los productos se ha convertido en un valor muy apreciado, tanto por los usuarios finales como por los propios fabricantes. Desde la ergonomía, el confort ha sido siempre uno de los objetivos principales, preocupándose de facilitar, bajo una metodología científica, ambientes laborales y herramientas confortables a los trabajadores y a los consumidores en general.
Así, se han definido métodos para la evaluación del confort, p. ej. el ambiental (véase método Fanger) y el acústico (véanse las curvas NC, NRC, índice IRO, %Alcons y criterios basados en el tiempo de reverberación) que lo valoran a partir de mediciones físicas. Por otro lado tenemos estudios sobre el confort, p. ej. de tipo postural en sillas, cinturones de seguridad y mobiliario en general , cuyo principal instrumento de medida son los cuestionarios de percepción subjetiva.
Parece que se imponen dos estrategias para valorar el confort de las personas, las mediciones de parámetros físicos y los cuestionarios de percepción subjetiva. ¿Cuál es la estrategia más acertada para valorar el confort? o ¿depende del aspecto sobre el que se quiere obtener una valoración del confort?
Para reflexionar sobre esta cuestión, consideremos la definición de confort (según la RAE) como ‘aquello que produce bienestar’. Quizás el concepto de bienestar, que ha sido ampliamente estudiado y discutido por la psicología, la economía y la filosofía nos ayuda a reflexionar sobre el confort.
En el estudio del bienestar, se diferencian claramente dos conceptos bajo términos anglosajones distintos: ‘welfare’ o bienestar objetivo y ‘well-being’ o bienestar subjetivo. El concepto de bienestar objetivo, con una fuerte tradición economicista, se vincula y cuantifica a partir de variables económicas (indicadores del nivel de vida), aunque a partir de los años setenta se fueron sofisticando los estudios añadiendo variables sociales (ingresos, salud, empleo, vivienda, etc.). Otros investigadores ampliaban el estudio correlacionando con factores demográficos y diferencias personales considerando el sexo, la edad, la clase social, estado civil, salud, etc.
En las dos últimas décadas, muchos investigadores denotaron la diferencia entre condiciones adecuadas para un buen vivir y la práctica de vivir bien. Esto abrió la línea de considerar en mayor medida la percepción de la propia persona sobre su vida que las condiciones en las que estaba. Se trata del estudio del bienestar subjetivo.
Si vemos la evolución del estudio del bienestar en los últimos cuarenta años, y considerando que los índices de confort en ambiente térmico y acústico fueron definidos hace ya unas décadas, parece necesario que la investigación en ergonomía avance en estos temas.
Pero sigamos un poco más en detalle sobre el concepto de bienestar subjetivo.
Desde el punto de vista de la psicología, se identifican dos escuelas: la ascendente (el bienestar se determina por el balance de experiencias placenteras y desagradables) y la descendente (el bienestar se deriva de atributos estables personales, predisposición). Ambas teorías se relacionan por el hecho de que las características genéticas interaccionan con factores ambientales para conformar la personalidad. Pero, ¿cómo se hace el balance? ¿tienen todas el mismo peso?
El análisis del bienestar subjetivo, desde el punto de vista de la economía, dio la respuesta con la teoría de la función de producción social (SPF) [Lindenberg, 1986], planteando que las personas producen su propio bienestar al intentar optimizar, de acuerdo a consideraciones coste-beneficio, la consecución de los objetivos universales (bienestar físico y social), con los recursos (en el caso del bienestar físico, los recursos son la estimulación/activación y el confort) y restricciones que ellos pueden tener.
Por tanto, según la teoría SPF, en la percepción subjetiva del confort de un determinado factor (p. ej. ambiente acústico o térmico) influyen las restricciones percibidas para mejorarlo, puesto que se priorizarán y valorarán más los factores que se consideren con menos restricciones.
Entonces se plantea la cuestión a la que queremos llegar ¿es válido valorar el confort de un determinado factor mediante un cuestionario de percepción univariable o deberíamos intercalar multivariables de otros factores?
De momento sólo obtenemos preguntas y dudas, pero queda clara la necesidad de investigación en el tema y que las visiones de la psicología, de la economía y de la ingeniería sobre el confort nos pueden ayudar a avanzar en la evaluación ergonómica de factores tan manidos como es el de confort acústico y otros factores que influyen en gran medida en la mejora del bienestar y de las condiciones de trabajo.