Cerebro amenaza vs. cerebro seguro, ¿Qué emociones nos benefician más?
Cerebro amenaza vs. cerebro seguro, ¿Qué emociones nos benefician más?
¿Controlas tus impulsos o son ellos quienes te controlan a ti? Una parte de nuestro comportamiento funciona de manera automática. Hablamos de esa serie de emociones y reacciones que parecen estar programadas en nuestro cerebro y que, en muchas ocasiones, son útiles para librarnos de algún peligro. Sin embargo, a veces pueden desembocar en hábitos tóxicos que nos impiden llevar una vida más tranquila.
Tres tipos de cerebro y sus emociones
El propósito de nuestras emociones en relación con el cerebro es desencadenar una acción para sobrevivir, ser felices o alcanzar el bienestar. En función de la meta a alcanzar, la psicóloga Nelisha Wickremasinghe, autora de “Más allá de la amenaza” y miembro asociado de la Escuela de Negocios Saïd de la Universidad de Oxford, explica que nuestro cerebro funciona a través de tres sistemas neurológicos interconectados:
* El cerebro de amenaza: nuestro sistema de motivación más antiguo nos permite reconocer y responder al peligro. Por ejemplo, cuando estamos cruzando una carretera y aparece un coche a toda velocidad. Necesito que mi cerebro de amenaza se active para que el cortisol y la adrenalina me ayuden a moverme rápidamente y así poder esquivarlo.
* El cerebro de impulso: nos motiva a buscar experiencias placenteras y gratificantes, así como a competir y ganar. Si estoy a punto de hacer una presentación importante en público o participar en una prueba deportiva, quiero que mi cerebro impulsor esté muy activo, proporcionando una dosis saludable de dopamina que estimula la energía productiva y el entusiasmo.
* El cerebro de seguridad: nos anima a descansar, recuperarnos y formar relaciones con los demás. Cuando una mujer acaba de dar a luz, su “cerebro seguro” le proporcionará oxitocina para ayudarle a vincularse con su hijo y recobrar la vitalidad.
Pese a perseguir objetivos diferentes, es necesario que estos tres sistemas trabajen juntos y se equilibren entre sí. Pero en muchas ocasiones las personas desarrollamos hábitos inútiles o problemáticos precisamente porque uno de los tres cerebros toma el control. Por lo general, suele tratarse del cerebro de amenaza y, según Wickremasinghe, muchos de los problemas personales, sociales y laborales pueden achacarse a esto.
La amenaza que supone en sí mismo el “cerebro de amenaza”
¿Cuándo utilizamos este sistema neurológico? Es nuestro mayor aliado a la hora de evitar cualquier situación que pueda amenazar nuestra vida: resultar herido, ser asesinado, morir de hambre, etc. En los animales, el cerebro de amenazas funciona según lo previsto. Detecta y permite que el animal responda rápidamente a una crisis a corto plazo. Tal y como dice la psicóloga, su cerebro de amenazas está alerta pero no actúa o no está “activado” si no es necesario.
“El sistema de amenaza es nuestro mayor aliado a la hora de evitar cualquier situación que pueda amenazar nuestra vida”
Con los humanos funciona diferente. Nuestra capacidad de imaginar nos diferencia del resto de animales en más de un sentido. Y es que a medida que hemos evolucionado también lo ha hecho la forma en la que nos imaginamos el peligro. Las personas creamos y recreamos el peligro en nuestra mente, lo que desencadena la misma reacción de estrés biológico que el peligro real.
De esta forma, el cerebro de amenazas puede ser el responsable de problemas de salud relacionados con el estrés, puede perturbar nuestras relaciones y conducir a problemas como adicción, ansiedad crónica, vergüenza, soledad, depresión e incluso suicidio.
“Las personas creamos y recreamos el peligro en nuestra mente, lo que desencadena la misma reacción de estrés biológico que el peligro real”
Cuando estos tres sistemas están desregulados, comenzamos a experimentar dificultades.
La adicción al trabajo, la “fatiga por compasión” (preocuparse demasiado) y los trastornos de ansiedad son ejemplos reconocibles de lo que sucede cuando nuestras motivaciones cerebrales de impulso, seguridad y amenaza funcionan con sentimientos, pensamientos y acciones que son inflexibles, repetitivos, menos efectivos y, a veces, dañinos.
¿Quién no ha experimentado alguna vez que ha hecho algo sin pensar, como si su cuerpo tuviese vida propia? Cuando esos impulsos desembocan en resultados tóxicos para nosotros y los llevamos a cabo sin conciencia, es porque detrás de ellos está el cerebro de amenaza.
Cuando está siempre ‘encendido’, apaga nuestra capacidad cerebral segura y hace que nuestro cerebro de impulso funcione también de forma tóxica. En lo laboral, suele ser algo habitual en empresas donde la cultura organizacional es altamente competitiva y se recompensa ganar, competir y acumular poder.
Wickremasinghe afirma que, hoy en día, es común que las personas experimenten un estado permanente de ansiedad y miedo, impulsado por una ambición desmedida y sostenida por sentimientos profundamente arraigados de miedo, vulnerabilidad o inseguridad.
Por eso, de acuerdo con la psicóloga, cada vez es más importante que, desde las organizaciones, se estimule el cerebro seguro. Esos momentos de pausa, tranquilidad y énfasis relacional respaldan los objetivos que tienen la mayoría de las organizaciones y personas, dice la experta. Nos permite entrar en estados profundos de reflexión para gestionar nuestro enfoque y nuestra concentración. Y, en parte, debido a las hormonas y las sustancias químicas que vienen con las emociones cerebrales seguras, también nos permite involucrarnos más con las personas con las que compartimos tiempo y espacio.
Controlar el “cerebro amenaza”: la importancia de la voz interior
Para superar los problemas causados por nuestro cerebro de amenaza, primero debemos saber que el verdadero peligro somos nosotros.
¿Cómo te hablas a ti mismo? Aunque no seamos conscientes, el cerebro no descansa y pasamos los días manteniendo conversaciones con nosotros mismos. Wickremasinghe dice que la gente no es consciente de la narrativa que se desarrolla dentro de su cabeza. Para cambiar esa situación, la experta recomienda escribir las palabras reales que expresa nuestra mente cuando nos sentimos en modo de cerebro de amenaza.
La mayoría de las personas se dan cuenta de que la forma en la que se hablan empeora la situación a la que se enfrentan. Nos juzgamos con dureza. Wickremasinghe recomienda hablar contigo mismo como si fueras un amigo, no tu peor enemigo.
El desarrollo profesional no tiene por qué seguir el camino del miedo o de la autoexigencia desmedida. Puede abrirse a horizontes esperanzadores y optimistas, posibilitadores de grandes resultados, sin olvidarnos de cuidarnos a nosotros mismos.