Lo que perdieron las mujeres

Lo que perdieron las mujeres

Esta generación de mujeres había logrado lo que ninguna otra. Formaban parte de un cambio extraordinario en las funciones que las mujeres podían desempeñar en la sociedad estadounidense, el cual inició a finales de la década de 1970 y continúa en la actualidad: “la revolución silenciosa”, como la describe la economista Claudia Goldin.
29 Mayo 2021

En 1955, las mujeres representaban un tercio de la población económicamente activa de Estados Unidos; era poco probable que asistieran a la universidad y, si trabajaban, se esperaba que fueran profesoras o secretarias. Esa proporción se fue ampliando lentamente hasta que, en enero de 2019, las mujeres alcanzaron un hito: superaron la cantidad de hombres en la fuerza laboral y se convirtieron en mayoría.

La pandemia eliminó ese progreso en cuestión de semanas y, así como costó décadas conseguirlo, podría costar años recuperarlo. Durante la primavera pasada, 5,1 millones de madres estadounidenses con hijos pequeños dejaron de trabajar de forma remunerada. Hoy, 1,3 millones de ellas no tienen empleo. Ahora, el 56 por ciento de las mujeres estadounidenses trabajan de forma remunerada, el nivel más bajo desde 1986.

Cuando la pandemia generó una crisis de cuidado infantil, las madres se convirtieron en la solución por defecto. Incluso ahora que la sociedad empieza a reabrirse, muchas se sienten olvidadas. El cuidado de los niños, la educación y otros aspectos de la vida cotidiana siguen interrumpidos porque los niños pequeños aún no pueden ser vacunados, y los programas de permisos remunerados del gobierno han expirado.

Entrevistas con quince madres en el condado de Los Ángeles revelan los costos que se generan cuando la sociedad depende de las madres como plan de apoyo. Para las madres que han tenido que dejar de trabajar, ha sido algo más que la pérdida de un sueldo. Es una pérdida de autodeterminación, de confianza en sí mismas, de complejidad. Independientemente de los trabajos que hayan tenido, de la educación que hayan recibido o de sus orígenes, han descrito una pérdida de identidad aparte de la de ser madre.

“Los hombres que no tienen trabajo siguen siendo considerados trabajadores, pero las mujeres no porque consideramos que el trabajo para ellas es una elección”, comentó Sarah Damaske, socióloga de la Universidad Estatal de Pensilvania, cuyo libro “The Tolls of Uncertainty”, publicado este mes, trata de cómo las experiencias de los desempleados estadounidenses están determinadas por el género y la clase. “Así que, cuando pierden inesperadamente un empleo en una sociedad en la que su trabajo estuvo en duda todo el tiempo, en verdad se pone en tela de juicio la manera en que disciernen su identidad”.

Las mujeres ahora tienen más opciones sobre qué hacer con sus vidas, pero eso también significa que el hecho de trabajar a cambio de un sueldo o quedarse en casa con los niños con frecuencia se considera una elección personal. Lo que les ha ocurrido a las madres trabajadoras de Estados Unidos en este último año es la historia de lo que ocurre cuando desaparecen todas las opciones que antes tenían.

“No es: ‘Tuve que decidir’. La decisión fue tomada por alguien más en mi nombre y el de un millón de personas más”, señaló Joy Meulenberg, de 37 años, después de que su negocio de pasear perros y sus audiciones de actuación disminuyeron y la escuela de su hija cerró sus puertas.

Leah Dueñas Torres, una chica de 37 años que perdió su trabajo de ventas, había sido la primera de su familia en ir a la universidad. Estudió una maestría y mantuvo a su marido y a su familia mientras él estudiaba medicina. Luego, en lugar de ser la “madre divertida”, se convirtió en “la encargada”, pues ayudaba a Santino, su hijo autista de 7 años, y a Phoenix, de 5, a asistir a la escuela en línea.

“No era una madre que se quedara en casa, y ahora no soy el sostén de la familia”, dijo Torres, que espera un bebé que nacerá esta primavera. “Ni siquiera he dicho en voz alta alguna aspiración. Ya no sé qué voy a hacer con mi vida además de ser madre”.

“Ahora aprecio más que nunca el Zoloft”, agregó.

Marina Bonilla, de 40 años, perdió su trabajo como empleada de limpieza de un hotel al inicio de la pandemia. Bonilla, quien es madre soltera, emigró a Estados Unidos de El Salvador con el fin de encontrar una vida mejor para su hija, Génesis, de 4 años. Para ello era fundamental ganarse la vida: “Estaba acostumbrada a ir a trabajar y ganar dinero para comprar lo necesario para mí y para mi hija”, comentó. “Tenía ganas de llorar”.

Estaba agradecida por tener más tiempo con Génesis, pero esta primavera, cuando encontró un trabajo como empleada de limpieza en un hospital, lo sintió como un alivio: “Doy gracias a Dios por haberme dado fuerzas para seguir adelante”.

La pérdida de opciones

De los 1,3 millones de madres que viven con bebés, niños pequeños o en edad escolar y que ya no trabajan de manera remunerada, algunas están de baja en sus empleos, otras están buscando trabajo y otras han renunciado a hacerlo por ahora, según los datos del censo.

Desde finales de otoño, más madres que viven con hijos en edad escolar han vuelto a trabajar, casi igualando a los padres, pero la vuelta al trabajo de las madres se ha estancado. El número de madres con hijos en edad preescolar o escolar que trabajan activamente ha descendido un cuatro por ciento, más o menos lo mismo que la cifra de los adultos sin hijos en casa, aunque sus motivos para no estar trabajando son muy diferentes.

Una nueva encuesta realizada por Morning Consult para The New York Times —de un grupo representativo de 1001 madres de todo el país que trabajaban a sueldo antes de que comenzara la pandemia, incluidas 448 que renunciaron— reveló que el 60 por ciento de las que renunciaron estaban satisfechas con su decisión. Otro veinte por ciento se había planteado renunciar para cuidar a sus hijos. Sin embargo, eso no significa que es lo que habrían elegido si tuvieran opciones. El 80 por ciento dijo que fueron las únicas que se plantearon renunciar; sus parejas no lo hicieron.

El empleo se redujo de forma más pronunciada en el caso de las madres sin estudios universitarios ni ingresos elevados, en el de las que no podían realizar su trabajo desde casa y en el de las mujeres negras o latinas. No obstante, la mayor diferencia entre las madres que siguieron trabajando y las que no, según la encuesta, fue simplemente si las escuelas de sus hijos estaban abiertas.

En todo el país, poco más de la mitad de los distritos ofrecen enseñanza presencial a tiempo completo, y una quinta parte adicional está abierta a tiempo parcial. Las escuelas públicas de Los Ángeles reabrieron el mes pasado, algunas durante tres horas al día, y el 55 por ciento de los alumnos de nivel primaria han regresado a clases.

Los padres, los abuelos y otras personas también han abandonado la fuerza laboral. En las familias en las que los padres se encargaban más del cuidado de los niños durante la pandemia, las madres tenían más probabilidades de seguir trabajando, según las investigaciones.

Sin embargo, en la mayoría de los casos, han sido las madres quienes han reducido su trabajo remunerado para dedicarse al cuidado de los niños. De los padres que viven con sus hijos, 600.000 siguen sin trabajo, aunque es mucho menos probable que lo hayan dejado por el cuidado de los niños, de acuerdo con el análisis del censo.

Jennifer Park Zerkel, de 42 años, que había montado un negocio de clases particulares, dijo: “Si no tuviera hijos, estaría allí, estaría a tope intentando levantar mi negocio. Pero ¿quién va a cuidar a mis hijos?”.

Su marido suele trabajar muchas horas, pero, aun cuando no lo hace, mantiene su propio horario. “Yo soy la cuidadora principal”, añade.

“Creemos que hemos progresado mucho, y luego ocurre esta pandemia y todos volvemos a este tipo de comportamientos tradicionales”, comentó Misty L. Heggeness, economista principal de la Oficina del Censo. “Y este es un buen momento para reflexionar y preguntarnos por qué lo hacemos”.

Delia Hauser, de 40 años, diseñadora de vestuario y artista, tenía una próspera carrera como trabajadora autónoma que había construido desde la cochera que convirtió en oficina. Ahora, su marido, director creativo, la utiliza. Ella está en casa cuidando a sus hijos: George, de 7 años, que tiene una discapacidad poco común y necesita ayuda para sus reuniones por Zoom, y Fred, de 4 años, cuando no está en el preescolar.

Nunca pensaron en que su marido dejara de trabajar. “Él gana mucho más dinero del que probablemente yo podría ganar jamás”, explica. “Pero, además, yo ya estaba muy a cargo del mundo de George. Siempre se espera que nosotras dejemos de hacer cosas. Nadie tiene que decirlo. Simplemente es así”.

Pérdida de autonomía

Madres de todo el espectro de ingresos y carreras profesionales describieron la devoción por los trabajos que tenían.

Ana Recinos, de 32 años, había tenido varios trabajos a la vez desde los 18 años. Cuando el colegio de su hija Josefina cerró, dejó sus trabajos a tiempo completo, como camarera y en Target, mientras su mujer seguía trabajando en el sector minorista. Ahora pasa los días cuidando a Josephine, de 10 años, e investigando sobre bancos de alimentos.

“Siento que he defraudado a mi familia”, confesó.

Damaske, de la Universidad Estatal de Pensilvania, dijo que, en su investigación, las mujeres con salarios bajos tenían un mayor apego al trabajo debido al esfuerzo que les suponía organizar un cuidado infantil adecuado. “Tanto los investigadores como el público en general pueden observar a los trabajadores con salarios bajos y no ver el esfuerzo que supone mantener y realizar esos empleos, especialmente para las mujeres con hijos”, comentó.

Para muchas madres, perder su empleo fue como perder su independencia.

Guadalupe Villegas había vivido en situación de calle, pero había recuperado la custodia de sus hijos y tenía dos trabajos como cocinera. Esos empleos desaparecieron con los confinamientos, y su mayor temor es volver a perder a sus hijos. Ahora está cuidando a sus hijos y a su madre, pues le detectaron cáncer el año pasado.

“Ahora mismo soy un barco sobrecargado”, se lamentó.

Da’Chante Bowers, de 28 años, también había salido de la pobreza. Bowers, madre soltera de Victory, de 4 años, estaba asistiendo a una universidad comunitaria.

El otoño pasado, fue aceptada en la Universidad de California, campus Irvine, su “escuela soñada”. Pero a las tres semanas de empezar el semestre, tuvo que abandonar la escuela, pues Victory era demasiado pequeña para las clases de preescolar en línea.

Viven de la ayuda del condado, “y eso no es suficiente para alimentar ni a una mascota”.

El padre de Victory no está presente. Bowers volvió a inscribirse en la universidad esta primavera y su padre le ayuda a cuidar a Victory cuando tiene clases.

“He trabajado muy arduamente para llegar al camino que quería seguir, y que se detenga tanto es abrumador”, señaló. “Creo que es la mejor manera en que podría describir la situación sin ponerme demasiado emocional”.

La pérdida del propósito en las trabajadoras

La doble identidad de las madres trabajadoras siempre ha afectado sus carreras. En un estudio en el que los investigadores enviaron currículos falsos —idénticos excepto por una línea en la que indicaban ser miembros de la Asociación de Padres y Profesores—, los padres tenían menos probabilidades de conseguir entrevistas. Las madres reciben salarios más bajos y menos ascensos. Los trabajadores que piden flexibilidad por motivos familiares suelen ser penalizados; los que ocultan el motivo, no.

La pandemia hizo que los padres no pudieran ocultar esa parte de su identidad en el trabajo.

Muchas mujeres estadounidenses han planificado cuidadosamente su vida laboral para poder atender a sus hijos. Eligen trabajos con más flexibilidad o menos horas, aunque ganen menos o estén sobrecalificadas, o crean empresas para poder controlar sus horarios. La nueva encuesta reveló que las mujeres que trabajan por cuenta propia son mucho más propensas a renunciar en la pandemia.

Lola Keyes Wood había cofundado una empresa de viajes y eventos en Hollywood, que ahora está cerrada sin planes de reabrir. Su marido, fundador de una empresa de consultoría, ha seguido trabajando y a menudo debe viajar. Para que la ayudaran con sus hijos, Hendrix, de 6 años, y Lenox, de 2, Wood se mudó a casa de sus padres en Virginia.

Sus hijos son demasiado pequeños para estudiar a distancia sin ayuda. Las 30 horas semanales que trabajaba antes de la pandemia ahora son diez, si tiene suerte. Trabaja en ideas de negocio dos horas y media al día mientras Lenox va a un grupo de juegos.

“Incluso con la ayuda de una niñera, la ropa sucia se acumula y la cocina se ensucia”, dice. “¿Cuándo me encargaba de las cuentas pendientes? ¿A qué hora respondía lo que llegaba por correo? No, no lo hice porque solo tengo dos horas y media al día”.

La pérdida de la seguridad de una madre

Incluso en tiempos normales, las madres estadounidenses, más que las de otros países ricos, describen sentirse culpables y estresadas. La pandemia pareció agudizar las dudas sobre sus propias capacidades.

Ahora que las vacunas están disponibles para los mayores de 12 años y con más escuelas abiertas, las madres de Los Ángeles dijeron que todavía no podían ver hacia el futuro —los horarios de las escuelas y los campamentos no han vuelto a la normalidad y algunas no sentían que la escuela fuera segura todavía—, pero podían empezar a contemplarlo.

En la encuesta nacional, el 70 por ciento de las madres que habían renunciado dijeron que pensaban volver al trabajo remunerado. El quince por ciento no lo sabía y el mismo porcentaje no pensaba volver. Sin embargo, los lugares de trabajo estadounidenses no ven con buenos ojos las brechas en los currículos, sobre todo en el caso de las mujeres que se dedican al cuidado de otras personas.

“No se trata solo de mujeres con carrera que ascienden y después descienden dos peldaños”, dijo Goldin, la economista. “Estoy muy preocupada por las mujeres que trabajan en sectores que han implosionado y que probablemente no volverán ni de lejos adonde estaban”.

Hay cosas que podrían ayudar, empezando por la apertura total de escuelas y guarderías. Incentivos como los créditos fiscales podrían animar a las empresas a volver a contratar a las madres. Los programas de búsqueda de empleo y de capacitación profesional continua podrían ayudar a los trabajadores a encontrar empleo fuera del sector de los servicios. A largo plazo, según los investigadores, la situación podría mitigarse con políticas como las bajas pagadas por enfermedad y por motivos familiares, guarderías asequibles y ayudas económicas para los cuidadores no remunerados.

“Esto ofrece la oportunidad de volver a imaginar realmente cómo podrían funcionar las cosas de manera diferente”, opinó Michelle Rhone-Collins, directora ejecutiva de Lift, una organización sin fines de lucro que ayuda a las madres y los niños que viven en la pobreza.

Por su parte, las mujeres entrevistadas en el condado de Los Ángeles dijeron estar decididas a volver a trabajar de forma remunerada. Algunas estaban agradecidas por el retroceso.

Wood, que cerró su negocio de eventos, dijo que la pandemia le dio la primera oportunidad desde la escuela de posgrado de hacer una pausa y evaluar su carrera. Está empezando un nuevo negocio, inspirado por sus hijos: una línea de piyamas con la imagen de un Santa Claus negro, la cual quiere expandir.

April Williams, de 40 años, que fue despedida tras conseguir el ascenso de sus sueños, también está empezando un negocio. Su hijo Zell, de 9 años, la ha convertido en “mamá de baloncesto”, y está planeando abrir un gimnasio de alto nivel en su barrio.

Hauser, la diseñadora de vestuario, está pensando en convertirse en defensora de los discapacitados, aprovechando las experiencias que ha tenido al ayudar a su hijo. Recinos, acostumbrada a tener dos trabajos a tiempo completo, ha empezado un curso de capacitación en línea para ser asistente médica.

Zerkel, quien inició un negocio de clases particulares, también quiere abrir un centro preescolar. Villegas está tratando de obtener la certificación de asistente de salud en casa, el trabajo que ha estado realizando con su madre.

Si Bowers termina la universidad, planea utilizar su educación para convertirse en trabajadora social: “Quiero ayudar a la gente, ser alguien con quien las personas puedan identificarse, que sepan que pueden salir adelante a pesar de cualquier cosa”.

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