No todo el mundo piensa con una voz interior
No todo el mundo piensa con una voz interior
Imagina que puedes leer la mente de la persona que tienes al lado. Es posible que hayas imaginado que puedes oír sus pensamientos, como si se tratara de la voz mental de esa persona. Y es posible que lo hayas imaginado así porque tú también piensas usando una voz interior parecida.
Pero a lo mejor no oirías nada. El estadounidense @KylePlantEmoji tuiteaba el 27 de enero lo siguiente: “Dato curioso: algunas personas tienen una narrativa interna y otras no. Es decir, hay gente cuyos pensamientos son frases que pueden oír, pero otras personas solo tienen pensamientos no verbales y tienen que verbalizarlos conscientemente. Y mucha gente no sabe ni que existe otra clase de persona”. Su mensaje se ha compartido más de 25.000 veces en una semana, sumando miles de respuestas e iniciando un debate sobre cómo pensamos y si todos tenemos o no esta voz en off.
El tuit fue recibido, en gran parte, con perplejidad. La mayoría de los miles de respuestas se preguntaba cómo es posible pensar sin esta voz interior, que uno comparaba con “un puñetero podcast que nunca se acaba”. Esta sorpresa es comprensible dado que la mayor parte de nosotros tenemos esta voz interior, como explica a Verne José Manuel Igoa, profesor de Psicología del Lenguaje de la Universidad Autónoma de Madrid. Eso sí, carecer de ella "no es tan extraño".
De hecho, también había quien intentaba explicar cómo se piensa sin este narrador continuo. Tras la publicación del tuit, el bloguero estadounidense Ryan Andrew Langdon entrevistaba en YouTube a una amiga suya que contaba que carece de voz interior y cuya experiencia mental es más visual. Por ejemplo, al leer y al escribir ve “la forma y la estructura” de las frases. Antes de acostarse, en lugar de decirse lo que tiene que hacer, visualiza listas de asuntos pendientes. El post y el vídeo suman más de 3.500 comentarios en menos de una semana.
Pero la sorpresa es mutua: una compañera de EL PAÍS que también piensa de forma más visual ni se imaginaba que hubiera tanta gente con este monólogo interior al estilo de, por ejemplo, James Joyce. Resulta además muy difícil explicar a otra persona cómo pensamos, cosa que intentamos hacer esta compañera y yo. Yo, que sí tengo esta voz interior, le contaba que podía organizarme la tarde hablando conmigo mismo: “Pasaré por el súper porque necesito gel de ducha y creo que también desodorante… Sí, desodorante, porque esta mañana se me ha terminado”. Ella explicaba que su forma de pensar se basa más en imágenes: ve el súper, el gel, el desodorante, la nevera que hay que llenar… Hablar consigo misma es una actividad que tiene que hacer conscientemente, no algo continuo y casi automático.
Que esto cause extrañeza a unos y a otros es comprensible. Como recuerda también Igoa, por lo general no estamos acostumbrados a reflexionar sobre cómo pensamos y menos aún a intentar explicárselo a otra persona.
El lenguaje es otra herramienta del pensamiento
Volviendo al ejemplo de leer mentes, si alguien pudiera leer la nuestra es muy posible que no entendiera casi nada. Lo explica el psicólogo Charles Fernyhough en The Voices Within: The History and Science of How We Talk to Ourselves (“Las voces de nuestro interior: la historia y la ciencia de cómo hablamos con nosotros mismos”).
Es verdad que, por lo general, pensamos mucho con palabras. Tanto que, por ejemplo, tiene sentido la pregunta “¿en qué idioma piensas?”. Pero, como advierte Fernyhough, el lenguaje “no es necesario para pensar; más bien es una herramienta que muchos humanos usamos durante gran parte del tiempo para pensar”.
En su libro, este psicólogo recoge los estudios que se han hecho sobre esta voz interior. Más del 90% de los participantes la experimentan, pero solo es el modo dominante de en torno al 17%, con variaciones considerables entre personas. Esto significa que esta voz interior es un fenómeno muy frecuente, pero hay personas que recurren a ella constantemente, otras que solo a veces y algunas que nunca. Fernyhough advierte de la principal limitación de estos trabajos: se basan en testimonios personales y, como hemos apuntado, es muy difícil describir nuestros estados mentales.
Aunque el monólogo interior no sea algo necesariamente universal, psicólogos y neurocientíficos coinciden en señalar que es una herramienta que nos ayuda a crear nuestra narrativa autobiográfica. Es una especie de voz en off de nuestras vidas, gracias a la que podemos evaluar y dar contexto a nuestros recuerdos, ideas y planes de futuro, como explica Ignacio Morgado, director del Instituto de Neurociencias de la Universidad Autónoma de Barcelona y autor de La fábrica de las ilusiones. Este es uno de los motivos por los que Morgado es muy escéptico con la posibilidad de que haya personas con una ausencia total de monólogo interior.
No solo pensamos con palabras
Como explica Lilian Vallés, neurocientífica de la Universidad de Valencia, “depende de cada persona”: hay gente para la que es más habitual el pensamiento visual, el lingüístico o el sensible. Además, todas estas representaciones se pueden mezclar. Incluso la propia voz interior cambia mucho. Puede ser un monólogo, pero también puede tomar la forma de un diálogo con nosotros mismos. A veces, pensamos palabra por palabra, pero en otras ocasiones este lenguaje está condensado, deslavazado, inconexo… Y no pocas veces somos incapaces de expresar una idea que creíamos tener clara en nuestra mente.
La profesora recuerda lo que les ocurre a algunos colegas suyos cuando empiezan a dar clase: los primeros días acaban con jaquecas, en gran parte debido al esfuerzo que les supone expresar con palabras y frases completas lo que a menudo son imágenes, mapas conceptuales o algo más parecido a notas e ideas que a discursos completos.
Nuestra forma de pensar puede variar también según lo que estemos haciendo. Hay gente que lee una novela y ve las acciones como si fuera una película, pero para otros hay una voz interior narrándoles la historia. Cástor Méndez, profesor de Psicología de la Universidad de Santiago de Compostela, añade otro ejemplo: el de los matemáticos, que piensan “usando el lenguaje formal de las matemáticas” de un modo que nos resulta difícil de concebir a los demás.
A todo esto hay que sumar que gran parte de nuestro pensamiento es inconsciente, como recuerda también Méndez: “Pensar es una actividad enormemente compleja” y en su mayor parte “uno no es consciente de cómo se procesa”.
Detenernos a pensar en cómo pensamos puede llevarnos a descubrir cosas que no sabíamos acerca de nosotros mismos. Por ejemplo, la compañera sin voz interior de la que antes hablábamos lleva varios días atenta a esta actividad interior, intentando describirse a sí misma y a los demás cómo funciona su mente. Cuenta que después de todo un día de ir fijándose y reflexionando, al acostarse se dio cuenta de que en ese momento sí oía su propia voz en su cabeza. No la había echado nunca en falta, pero quizás siempre estuvo ahí, en el banquillo, por si en algún momento la necesitaba. A lo mejor no era la primera vez que intervenía, pero sí era la primera vez que se fijaba en ella.