Los golpes en el cráneo agitan al fútbol
Los golpes en el cráneo agitan al fútbol
El doctor Willie Stewart, miembro del laboratorio de neuropatología de la Universidad de Glasgow, no oculta su indignación ante lo que considera el triunfo del negocio sobre la evidencia científica. “Creo”, dice; “que los organismos reguladores del fútbol se preocupan más por la integridad del juego que por la integridad del cerebro de los jugadores”.
A finales de 2019, Stewart lanzó una piedra en el estanque. El proyectil tuvo forma de artículo: Mortalidad por enfermedades neurodegenerativas en exfutbolistas profesionales. El estudio comparó los datos médicos de 7.676 futbolistas escoceses nacidos entre 1900 y 1976, y 23.028 hombres de edad y entorno social similares que, sin embargo, no habían practicado profesionalmente deportes de contacto. El resultado indicó que el riesgo de morir por una enfermedad neurodegenerativa se multiplicaba más de tres veces entre los jugadores.Stewart no ha podido determinar las causas de la mortandad, pero ha sugerido como hipótesis que el empleo del cráneo para rematar o despejar balones puede provocar pequeños traumatismos de efecto acumulativo. “El único factor de riesgo identificado es el golpe en la cabeza”, admite el médico cuando le preguntan si maneja otro factor, además de cabecear balones; “la encefalopatía traumática crónica que se observa en los futbolistas es una patología exclusiva de aquellas personas que han sufrido golpes en el cráneo. Se repite en futbolistas, jugadores de fútbol americano, jugadores de hockey sobre hielo, boxeadores, víctimas de accidentes automovilísticos, víctimas de violencia doméstica… No los une ni la droga, ni los hábitos alimenticios, ni la tecnología empleada. El nexo son los golpes”.
Pablo Eguía, vocal de la Sociedad Española de Neurología, duda de que rematar de cabeza sea el desencadenante de la enfermedad. “Un futbolista puede sufrir una conmoción cerebral en muchos lances del juego”, opina. “Lo más frecuente es que se produzca al chocar cabeza con cabeza con otro futbolista en la lucha por un balón dividido, al golpearse con el suelo en una caída o al recibir un balonazo en la cabeza. Son estos traumatismos los que están bajo sospecha y no tanto los remates o los despejes de cabeza”.
Taylor Twellman jugó en la selección de Estados Unidos antes de convertirse en el más destacado de los activistas americanos en la lucha por proteger a los futbolistas de las consecuencias de los golpes en la cabeza. “La información que tenemos de futbolistas que jugaron hace medio siglo hay que analizarla con cuidado”, recomienda Twellman, sobre el estudio de Escocia; “porque entonces no existía ni la noción de que un golpe en la cabeza podía constituir una lesión y no había el más mínimo control médico”.
Apoyado en la alarma creada a partir de varios litigios en torno a las consecuencias de los traumatismos en el fútbol americano, Twellman abogó por cambiar las normas del soccer en categorías infantiles. La batería de medidas impulsadas en 2013 por el entonces presidente Barack Obama fue pionera. “Muchas federaciones nacionales de fútbol nos criticaron por prohibir en Estados Unidos que los niños menores de 12 años cabeceen el balón en los entrenamientos”, advierte Twellman. “Lo importante no fue prevenir que los niños cabecearan el balón, sino que se golpearan entre ellos. El mayor riesgo de lesión cerebral en el fútbol se produce cuando hay una disputa por un balón aéreo. Ahí es donde se sufren más del 60% de los traumatismos graves. Cabeza contra cabeza, codo contra cabeza, o golpes similares. Hasta el momento no se ha podido establecer científicamente que cabecear el balón repetidamente produzca demencia”.
Con el enigma científico en el aire y sin más datos que aquellos que proporcionan los escoceses muertos, la alarma se ha desatado. “Yo no cabecearía más en los entrenamientos; de hecho, a partir de los 21 años dejé de hacerlo porque me pareció peligroso”, dijo Gary Lineker, que admitió en The Sun tener rasgos hipocondríacos y anunció que se hará un escáner cerebral tras conocer los casos confirmados de demencia senil de Nobby Stiles, Jack y Bobby Chartlon, Martin Peters y Ray Wilson, seis de los campeones mundiales de 1966.
“Estas enfermedades”, advierte Eguía; “aparecen con mayor frecuencia a partir de los 65 años. Jack Charlton tenía 85. A esas edades la demencia afecta a más del 20% de las personas. Esto no es extraño”. Por si acaso, la federación inglesa ha prohibido que los menores de 12 años empleen la cabeza para golpear la pelota y el Ajax ha impuesto balones de gomaespuma en sus categorías infantiles.
Empujado por la polémica, la semana pasada el panel de expertos médicos que informa a la International Board (IFAB), el órgano de la FIFA encargado de modificar las reglas del juego, propuso permitir una sustitución extra durante los partidos, en caso de que un futbolista sufra un golpe en la cabeza. La medida, según Stewart, resulta insuficiente si no se modifica el protocolo, que hasta ahora solo permite a los médicos de cada equipo dedicar tres minutos a la búsqueda de síntomas de lesión cerebral. “Aquí lo que vienen a decir es que, en caso de duda, hay que sentar al jugador en el banquillo”, lamenta. “Lo que la IFAB debió proponer es una regla análoga a la del rugby, que prevé la sustitución temporal de los jugadores que sufren golpes en la cabeza, para que se les pueda examinar durante diez minutos, que es lo mínimo que requiere el protocolo para determinar si hay síntomas de lesión”.
Rafael Ramos, presidente de la Asociación Española de Médicos de Equipos de Fútbol, coincide con su colega de Glasgow. “Debería ser lógico añadir una sustitución temporal”,explica; “igual que en el rugby se permite el cambio durante 15 minutos, si tras la exploración tú entiendas que puede volver, pues sacas al sustituto y vuelves a meter a Messi, por ejemplo, porque sería una pérdida importante”.
La historia del fútbol abunda en casos de jugadores que siguieron en el campo tras perder el conocimiento porque no fueron suficientemente revisados. El desmayo, que puede indicar la existencia de una lesión cerebral, puede desencadenar daños irreparables en caso de repetirse el golpe. “Tenemos que concienciar a todos del peligro” dice Pablo Eguía. “La hipótesis sugiere que en el primer impacto se provoca una alteración de la autoregulación de la circulación cerebral y en el segundo impacto, con este mecanismo dañado, se provocaría un edema cerebral. Ha habido casos de consecuencias catastróficas”.
Vincent Gouttebarge, exfutbolista profesional y actualmente médico del sindicato mundial de futbolistas FIFPRO, formó parte del panel de expertos de IFAB. Al igual que Stewart, acabó decepcionado con el desenlace. “Las normas internacionales de detección de lesiones cerebrales señalan que para un médico experto cumplir con el procedimiento supone entre diez y doce minutos”, dice Gouttebarge. “En el rugby y en el fútbol americano, si sufre un golpe en la cabeza el jugador es retirado del campo durante ese tiempo y, mientras lo revisan, en su lugar entra otro. Nuestro sindicato quiere experimentar esto en el fútbol profesional. Pero la IFAB no lo ha considerado una prioridad”.
“Desde 2013” señala Gouttebarge; “FIFPRO ha exigido a los responsables del fútbol que revise el protocolo de reconocimiento y gestión de traumatismos craneoencefálicos. Pero los responsables del fútbol se han mostrado reacios a abrir su mente para proteger a los jugadores y, en concreto, su cerebro”.
20 cabezazos para fallar el test cognitivo
Desde que Willie Stewart alertó el año pasado —sin aportar pruebas concluyentes— sobre las consecuencias devastadoras que puede tener el remate de cabeza para el cerebro, en el Reino Unido crece la ola de los arrepentidos. La nación que inventó el fútbol como un juego basado en el pelotazo y el empleo del cráneo lo mismo que el pie, ahora predica el pase a ras de hierba. Geoff Hurst, campeón del mundo en 1966, hizo acto de contrición en The Telegraph: “El peligro para mí es la cantidad de veces que cabeceas el balón durante los entrenamientos, no en los partidos. En el West Ham cabeceábamos un balón colgado del techo entre 15 y 30 veces durante 10 minutos cada día, y después practicábamos remates de cabeza durante 45 minutos. Yo creo que a los niños no hay que dejarles cabecear: también se puede disfrutar usando el pie”.
La Universidad de Hope, en Liverpool, añadió datos inquietantes este mes cuando presentó un estudio que apunta a los efectos perniciosos del cabeceo. El experimento consistió en someter a tres grupos de jóvenes al remate de 20 córners y estudiar su respuesta cerebral. Resultó que el 80% falló el test cognitivo estándar que, en el rugby, determina si un jugador puede o no volver al terreno de juego tras sufrir un golpe en la cabeza.
La estadística indica que en las cinco grandes ligas europeas —Liga, Ligue 1, Serie A, Bundesliga y Premier— el promedio del uso del cráneo es mucho menor que en el experimento de la Universidd de Hope. La media de despejes totales por partido oscila entre 14 y 18, y la media de remates, entre tres y cuatro. Considerando que los jugadores que emplean el cráneo para golpear el balón suelen ser unos seis por equipo, el ratio se reduce a menos de dos golpeos por partido y por persona.
Stewart cree que el tránsito del balón de cuero al balón de plástico puede agravar las consecuencias médicas. “La velocidad es más significativa en los traumatismos que el peso”, dice: “La pelota antigua se mojaba y era más dura; pero la nueva es ligera y vuela más rápido. Esto puede crear más problemas cerebrales”.
Rafael Ramos es más escéptico. “Científicamente no existe constancia de que cabecear el balón pueda producir daño cerebral”, observa el representante de los médicos del fútbol español. “Pero es de sentido común: un chico que llega a profesional, dependiendo del puesto, puede acumular miles de cabezazos a lo largo de su carrera. Esta problemática es más severa en el Reino Unido. Nosotros somos más jugones. Igualmente, no tiene ningún sentido que los niños se pasen tardes enteras entrenando el juego aéreo”.
Fuente: ELPAIS