La inesperada nostalgia de la oficina

La inesperada nostalgia de la oficina

El teletrabajo ya hace mella en empleados que se sienten solos y desubicados, y las empresas empiezan a preocuparse
31 Diciembre 2020

Es casi inconfesable, pero ya hay gente que desearía volver a la oficina, hartos del teletrabajo e incluso tristes de estar solos en casa. Otros están encantados, pero hay quien lo lleva mal y los expertos tienen una explicación, que es algo así como cuando a uno le deja su pareja: se rompe un vínculo afectivo. “Estoy organizando unas sesiones de coaching de equipos online y la empresa me acaba de llamar para pedirme si puede ser presencial, porque resulta que todos sus empleados lo han pedido; quieren verse, estar juntos, compartir algo”, explica Manel Fernández Jaria, especialista en Bienestar en el Trabajo de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC).

“Es absolutamente normal, ha habido una adaptación de emergencia a una situación muy complicada, pero ahora ya hace falta una planificación psicoemocional para mantener el vínculo con la empresa. Las empresas ya lo están notando y tienen que empezar a trabajar en ello, que la gente sienta el calor de la organización y los equipos”, opina este especialista en levantar la moral en las empresas y mejorar su motivación. En esta situación, Fernandez Jaria apunta que pueden servir los encuentros presenciales periódicos para no perder el contacto entre las personas, y también la solución que parece que tiene más futuro: combinar el teletrabajo y la oficina, en fórmulas de cuatro días y uno, o tres y dos, durante la semana. “La creatividad, las ideas, solo surgen del contacto directo”.

Un estudio de Morning Consult publicado en el New York Times este mes indica que el 58% de las estadounidenses que teletrabajan se sienten desconectadas de sus compañeros, y el 44% se sienten más solos y aislados desempeñando la jornada en sus casas. Se echa de menos toda la parte de vida social que conlleva el trabajo, las conversaciones, los amigos, las pausas, los cafés y el ambiente humano. Despojado de compañía, todo se reduce a productividad. “Si todo se resume a encargos por correo, o reuniones virtuales se debilita el vínculo afectivo, se va diluyendo el compromiso. Eso está muy estudiado en psicología social: una baja tasa de compromiso conlleva una alta tasa de rotación, muchos se van, y se suelen ir los mejores. Hay que incentivar ese vínculo”, explica Francisco Díaz Bretones, profesor de Psicología Social en la facultad de Relaciones Laborales de la Universidad de Granada y coordinador del Grupo de investigación WISE (Wellbeing for Individuals, Society and Enterprises).

El asunto es aún más complejo si se considera que los que vuelven a una oficina lo hacen a lugares que no son los que eran, y esa también puede ser otra experiencia decepcionante. Por ejemplo, pasear en este momento por la zona financiera de Azca, en el centro de Madrid, da una sensación desoladora entre rascacielos medio vacíos. “Es un poco deprimente. Trabajo aquí, en Torre Europa, donde hay unas 30 ó 40 empresas, pero esto está muerto, todo vacío”, cuenta Daniel Valdrés, 28 años, de Kraft-Heinz. Fuma en la terraza de uno de los muchos bares de la zona que se han quedado sin clientes. “A esta hora normalmente esto estaba lleno de gente, mira ahora”. En su empresa son 80 empleados y van cada día cerca de 10, uno o dos días cada uno a la semana. Tienen que avisar una semana antes de que van, para organizar bien los turnos, porque hay límite de aforo, por si hay un positivo y así poder localizar a sus colegas de turno.

“Yo he agradecido volver, por tener un poco de contacto, interactuar, ver a los compañeros. La rutina es buena, te da un poco de ritmo, es importante”, comenta Sergio, de 40 años, que trabaja en Deloitte en el rascacielos de al lado, Torre Picasso. Los empleados de esta firma cuentan que han ido regresando menos de la mitad, hay un servicio médico que lo controla todo, en las salas de reuniones no puede haber más de dos personas y en cada lugar hay un código QR que debe registrarse al entrar, para que en todo momento se sepa dónde está cada uno y cuántas personas hay en cada espacio.

Nadie sabe qué va a pasar, pero la idea que se va imponiendo es que quizá nada volverá a ser como era. “Esto ha cambiado para siempre, no es que vayamos a volver a lo de antes, porque las empresas han descubierto que el teletrabajo es muy rentable. Se irá a fórmulas mixtas, semipresenciales, porque las empresas también están viendo que surgen problemas, las bajas probablemente se van a disparar. Por trastornos psicosomáticos, ansiedad, problemas musculares…”, advierte Díaz Bretones. Comenta que ya hay mutuas de empresas que empiezan a ofrecerles asistencia psicológica para empleados, porque necesitan hablar y contarle a un profesional sus bajones de ánimo.

La necesidad de salir de casa y separarla del trabajo está llevando nuevos clientes a los locales de coworking. “Están viniendo muchos que se fueron y también otros nuevos, y estamos ofreciéndoles alternativas, para que puedan venir dos o tres días, si de lunes a viernes no se lo pueden permitir. Al principio nos fuimos todos a trabajar online, y ahora estamos volviendo lentamente”, razona Sonia Felipe, directora de Marketing de Impact Hub, una red de espacios de coworking implantada en todo el mundo. Sus sedes nunca han cerrado en estos meses, aunque durante el confinamiento la afluencia se desplomó, pero aseguran que desde finales de agosto muchos clientes empezaron a volver. “Se les caía la casa encima, por una necesidad de conectar, trabajar solo en remoto es muy duro. Las pequeñas empresas, start-up, buscan espacios para rotar equipos, para verse de vez en cuando, hacer reuniones”, explica. Héroe particular de esta cadena es un cliente de su centro del barrio de Prosperidad: siguió yendo a trabajar allí toda la cuarentena, él solo, porque en casa tenía tres niños y era la única manera. Un estudio de Impact Hub entre sus usuarios indica que casi el 80% va a adoptar a partir de ahora modelos híbridos, combinando oficina y teletrabajo.

En todo caso, para las empresas está siendo difícil afrontar este nuevo escenario, ya que pierden la percepción del estado de ánimo colectivo de su plantilla. Fernandez Jaria suele hacer una radiografía emocional con aplicaciones de autodiagnóstico. Cada empleado marca en su teléfono, de forma anónima, cómo se encuentra cada día entre distintas opciones de colores, desde el aburrimiento y el enfado a la felicidad. “Si te sale que el 70% de tus trabajadores están en un tono bajo o deprimidos, pues tienes un problema, ¿no?”.

¿Hacia una nueva deslocalización laboral?

Pero la distancia entre la empresa y el trabajador puede ir mucho más lejos. En junio, cuando comenzó a gestarse la nueva ley para regular el teletrabajo, el presidente de la CEOE, Antonio Garamendi, mostró su malestar ante posibles normativas demasiado rígidas y advirtió: “Si se me ponen condiciones imposibles es que yo mañana puedo contratar en Portugal”. Después, Gobierno, patronal y sindicatos llegaron a un acuerdo para regular el teletrabajo, pero esa amenaza indica hasta dónde se puede llegar. “El siguiente paso del teletrabajo puede ser la total deslocalización de la mano de obra, no ya de las empresas”, previene Francisco Díaz Bretones. Hace años que es frecuente llamar a un servicio de atención telefónica y que respondan desde otro continente, pero la irrupción del trabajo en remoto ha revelado que prácticamente cualquier cosa puede hacerse a distancia. “¿Y para qué contratar en España si puedo hacerlo en otro país pagando la mitad del sueldo?”.

Se puede ir más allá, como está haciendo Estonia, el país más digitalizado del mundo y pionero en este campo. Para captar trabajadores, empresas y talentos otorga desde 2014 la llamada residencia virtual o digital a ciudadanos de fuera de la UE. Hay más registros de nuevos estonios digitales que de nacimientos de estonios reales. Profesionales de sectores tecnológicos, financieros y de consultoría, y también empresas, operan desde el país báltico. Se benefician de entrar en el marco legal europeo y de una baja fiscalidad, y Estonia, de su impacto económico. No da derecho a la nacionalidad, ni automáticamente a la residencia fiscal, ni permiso de entrada a la UE, pero es que no les hace falta.

Fuente: ELPAIS

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