Aspectos emocionales en la realidad cotidiana

Aspectos emocionales en la realidad cotidiana

La inteligencia emocional, su propia denominación, ha sido (y es) cuestionada constantemente.
24 Agosto 2020

Redacción

¿Existe una IE? La realidad es que desde los tiempos de Salovey y Mayer la propia idea en sí misma ha pasado por muchas situaciones. Ha pasado de ser la piedra filosofal que nos era útil para nuestra vida personal y cotidiana, para el triunfo profesional, para la toma de decisiones, para la empatía con los demás, etc. Todo un triunfo si conseguíamos controlar nuestras propias emociones, gestionarlas y, también, entender y controlar las emociones de los demás. De una situación tan “positiva”, tan útil para el desarrollo personal de cada uno de nosotros a lo largo y ancho de nuestra vida, se pasó a una cierta desconfianza en el término y en las ventajas que ofrecía su estudio y su puesta en práctica. En la actualidad es poco probable que se hable de IE propiamente dicha y en cambio es muy frecuente que se hable de las emociones y se consideren estas determinantes de nuestra conducta en cualquier situación.

A nuestro entender la palabra clave es “inteligencia”. Pasamos en su día de considerar que la inteligencia puramente cognitiva, la que nos hacía verdaderamente “inteligentes”, estaba marcada por el funcionamiento racional de nuestro cerebro y que la conducta que realizábamos había pasado previamente por el análisis consciente, reflexivo, analítico, desprovisto de toda “pasión” (palabra clave en la evolución del concepto “emoción “a lo largo de la historia). El cociente intelectual (CI) medido e interpretado por un montón de test y cuestionarios, evaluaba nuestra inteligencia y, en consecuencia, auguraba el triunfo de nuestra relación con el mundo. En un determinado momento supusieron los expertos que tal inteligencia no era algo a considerar en bruto sino que iba tamizada por la existencia de unas emociones. Emociones que eran ancestrales en el ser vivo e inconscientes. Se empezó a hablar de las emociones que condicionaban la actuación de los sujetos y que, de una manera u otra, determinaban realmente si el sujeto “triunfaba o no” en el marco, personal, social, económico, etc.

Se pasó de la CI a la IE. Tal vez la gratuidad del mecanismo hizo que se consideraran las dos posiciones algo así como antagónicas. Alguien con un CI muy elevado durante la carrera podía ser un verdadero fracaso por su IE baja o nula. La “competencia” entre las dos posibilidades negó durante mucho tiempo que entendiéramos que la razón y la emoción son dos “mecanismos” de nuestro cerebro que, normalmente, suelen trabajar juntos, interaccionan (salvo situaciones patológicas) y que difícilmente podemos hablar de una sin tener presente la otra. De ahí que, personalmente, creemos que el deterioro del concepto “inteligencia” aplicado a las emociones es hasta cierto punto erróneo. Creemos que sí que existe una IE pero que trabaja conjuntamente con la inteligencia puramente racional y que son ambas las que determinan el funcionamiento de nuestras acciones. Por lo tanto, sí creemos en una IE tal vez englobada en una sola palabra: inteligencia, si por ella suponemos el juego permanente de emoción y razón en virtud del cual somos y estamos en el mundo.

Parece ser que en la actualidad constatamos que son las conexiones sinápticas las que realmente pueden modificar nuestra conducta, de manera conjunta dado que se supone que nuestro cerebro tiene como misión fundamental adaptarnos al ambiente que nos rodea con el objetivo de incrementar nuestras posibilidades de supervivencia (David Bueno). Esto parece que no es ninguna novedad porque hace referencia a la evolución del ser vivo a través de los tiempos. Lo que me parece interesante es que dicha adaptación, y los mecanismos neurales, que la posibilitan o de los que depende, están formados por una amalgama en la que interviene la razón pero también las emociones. Si al conjunto lo denominamos simplemente “inteligencia” del ser vivo para dar respuesta operativa al entorno y a sí mismo, podemos entender que si una parte de la inteligencia depende de las emociones el concepto como tal las engloba.

El tema de la capacidad “práctica” de la denominada IE estriba, como ya hemos dicho, en el control de las emociones. Más en nuestro propio control, creemos, que en el control de las emociones de los demás. Ya hemos dicho que el patrón de actuación física de una emoción puede variar mucho de una persona a otra, con lo cual suponer que la percepción de cualquier movimiento, detalle o manifestación verbal del otro supone la manifestación de una emoción concreta, lo ponemos en duda.

Cierto que puede existir un denominador común que universalice discretamente las respuestas emocionales más claras y contundentes, pero de ahí a suponer que somos capaces de detectar, entender y gestionar las emociones de los demás por la simple apreciación de una modificación física de su cuerpo me pare un atrevimiento. De ahí que al hablar de emociones hagamos más hincapié en la expresión y control de nuestras propias emociones. Está claro, como decíamos, que dicho control parecía extraño cuando se empezó a hablar de IE. La experiencia, la plasticidad neuronal que supone establecer un molde cerebral ante una situación capaz de generar una emoción, posibilita que, con el tiempo, la expresión de la misma pueda ser gestionada hasta cierto punto en virtud de la eficacia que tenga dicha expresión sobre el entorno en el que vivimos. La eficacia, la positividad, de la expresión de base emocional, puede condicionar (aprendida) las respuestas posteriores que demos en situaciones familiares, por la simple razón que el “molde” se ha generado de manera oportuna.

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