La visión cuántica como transformación del liderazgo

La visión cuántica como transformación del liderazgo

Cómo podría influir la física cuántica sobre las mentalidades emprendedora y directiva? ¿Se puede hablar de visión cuántica como un sistema óptimo para que el desarrollo de negocio y la cultura de las organizaciones se desenvuelvan en el torbellino de la economía mundial y su aceleración tecnológica?
8 Noviembre 2019

Para dar algunas pinceladas que respondan a estas cuestiones, lo primero que cabe señalar es que la razón cuántica de modo general se caracteriza por ensalzar la indeterminación. En el mundo sucede lo que sucede sin ninguna causa aparente para nuestro sentido común salvo para el estatuto dictado por las leyes de la física.

Las partículas se interrelacionan entre sí en todo momento de todas las formas en que es posible que cada fenómeno acontezca. La predicción se torna imposible salvo para un modelo avanzado de cálculo de probabilidad (denominado agente ideal bayesiano) que permitiría calcular esa totalidad infinita de mundos posibles (aquí radica el objetivo de la computación cuántica).

La mayoría de las metodologías productivas y modelos organizativos que se utilizan a diario en las empresas occidentales están construidos bien sobre el prisma newtoniano (que son la gran mayoría, basado esencialmente en la noción de control, esto es, ejercer esquemas de control sobre colectivos de personas, productos, mercados y deseos de clientes para anticipar la respuesta, minimizando la incertidumbre y generando una confianza de lógica mecanicista) bien sobre el freudiano (en desuso, y que busca unas veces apretar y otras aligerar la represión de la psique del sujeto como estrategia para propiciar un tipo de equilibrio o una pulsión emergente en su conducta y en la gestión de sus necesidades). Sin embargo, hay otro modo de concebir y proceder que nos resulta extraño e incómodo, y que fluye asiduamente por las culturas asiáticas. El núcleo de esta vía alternativa radica en la noción de ambigüedad.

La ambigüedad recae en una fraseología negativa que ante la pregunta ¿qué sucede a continuación?, responde sin alteración alguna con un natural no lo sabemos. La vaguedad y falta de cierre, moneda habitual en el trato con empresas chinas, coreanas y taiwanesas, posee una conexión con sus respectivas tradiciones religiosas y constelación de valores.

Y, al mismo tiempo, expresa una secuencia de pautas para la toma de decisiones que en absoluto se encuentra regida por lo casual o por una degradación del conocimiento, sino por una causalidad centrífuga (o dicho de otro modo, que las causas y consecuencias carecen de una coherencia lineal o evidente, con un centro claro y distinto).

Este vector centrifugado para encarar la realidad que nos rodea comprende que lo bueno es dar vueltas alrededor de un circulo de sillas o de tirar unas bolas al aire hasta que uno decide sentarse o agarrar una posibilidad de entre muchas (cuantas más se manejen mejor), ya que finalmente habrá inferido que esa será la más ventajosa.

En el tránsito hasta que algo es acogido como cierto, la ambigüedad se ha transformado en una fórmula creativa de ensayar cuál podría ser el resultado en todos los escenarios que se pueden imaginar y predecir potencialmente.

Este paradigma, contrariamente a lo que puede parecer a primera vista, no está sujeto en su raíz original a una voluntad de controlar una creciente base cuantitativa para el análisis exhaustivo de los datos sino que, siendo una cuestión de mentalidad matemática, corre sobre una respuesta intuitiva que abraza el caos con familiaridad.

El sentido de control es sustituido por otro, relativo a una confianza y seguridad especiales, que nuestra conciencia cartesiana inmediatamente categoriza como una estructura quebradiza o próxima a lo insolvente (una precipitación que se convierte en el precursor de un grado alarmante de ansiedad).

El paradigma cuántico debe tener su límite en no anular el concepto de individualidad y subjetividad por su ansia de operar con masas enormes de datos y partículas.

Por el contrario, esa confianza especial permite extraer del caos el punto exacto de homeóstasis o armonía, el algoritmo predilecto a partir del cual destapar lo oculto detrás de la verdad aceptada, para así comprender lo que no se había comprendido anteriormente porque no formaba parte del rostro de lo aparente (sino que devenía sin ser percibido ni medido).

En definitiva, la visión cuántica despliega el aprecio por la totalidad (la que está presente y la ausente), lo que permite hacer conexiones infinitas de elementos dispersos y alejados entre sí en contraste con el ensalzamiento de la fragmentación, las divisiones y la especialización. Practicarlo supone que el conocimiento puede estar inconcluso, y que el escenario válido y absoluto para el presente probablemente no lo será para todo el futuro histórico. Es una manera de hacer crítica a la propia racionalidad.

Pero es vital no destruir en el camino hacia su adopción la originalidad y singularidad de cada individuo. El paradigma cuántico debe tener su límite en no anular el concepto de individualidad y subjetividad por su ansia de operar con masas enormes de datos y partículas. De no lograr su propia contención, caerá en un totalitarismo aberrante, en el sentido de eliminar paulatinamente niveles completos de diferenciación de personas, es decir, en sustraer de las probabilidades elegidas en los lugares preferentes aquellos que suponen una oposición manifiesta a los intereses hegemónicos.

Desde una lógica cuántica, mi propuesta para la práctica empresarial, y con el advenimiento de los sistemas de inteligencia artificial ampliados, recaería en cultivar el talento de las personas en dos espacios mutuamente sincronizados: el espacio de los generadores de escenarios versus los ejecutores de escenarios.

Se debería cultivar el talento de las personas en dos espacios mutuamente sincronizados: el espacio de los generadores de escenarios versus los ejecutores de escenarios

En el primero, el eje funcional sería prodigar la imaginación mediante la capacidad asociativa y dialéctica (su misión sería sintetizar el potencial de los escenarios posibles, aprovechando positivamente la diversidad de subjetividades). En el segundo, predominaría la racionalidad práctica esforzada por demostrar materialmente la viabilidad de lo aportado por los primeros (evitando caer en sesgos cognitivos e ideológicos).

Esta relación de tesis y antítesis podría ser el catalizador para transformar los modelos tradicionales de liderazgo en el largo plazo. La voluntad del progreso tecnológico empuja hacia que el empresario y directivo aprendan a codificar esta nueva forma de reconocer familiarmente el mundo.

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