“Los jóvenes aprenden más si ven que pueden cambiar su entorno”

“Los jóvenes aprenden más si ven que pueden cambiar su entorno”

La argentina Nieves Tapia es una de las mayores embajadoras del aprendizaje y servicio (ApS) en el mundo, una propuesta pedagógica que combina el currículo académico con el servicio comunitario.
12 Septiembre 2019

Nieves Tapia, experta en la pedagogía de aprendizaje y servicio

Invitada por el grupo editorial Edebé, vino a España hace unos meses para encontrarse con escuelas y explicar que cuando los niños y adolescentes se ponen a pensar cómo pueden contribuir a mejorar algún asunto de su comunidad desencadenan un efecto dominó de beneficios: aumentan la motivación escolar, mejoran el rendimiento académico, su autoestima, la responsabilidad para con los vecinos y su ciudad. Y la comunidad los ve con otros ojos. Tapia coordinó los programas nacionales de aprendizaje y servicio en Argentina desde finales de los años noventa, fundó el Centro Latinoamericano de Aprendizaje y Servicio Solidario y ocupa un puesto en la comisión directiva de la Ianys (International Association for National Youth Service).

Contenidos del currículo

“No hay que poner énfasis en los valores, hay que perseguir objetivos curriculares”

¿El ApS es como un voluntariado?

Más, porque tiene objetivos de aprendizaje concretos sobre materias curriculares como lengua, matemáticas, ciencias, historia... Se desarrollan competencias, se investiga, se reflexiona sobre la práctica... Es más que un acto solidario.

Parece un aprendizaje por proyectos.

Es un aprendizaje por proyectos, pero también consiste en una pedagogía que obliga a hacer que la solidaridad no sea sólo un contenido, sino una forma participativa de estar en la sociedad. Obliga a mirar alrededor y actuar. Diseñar un plan y ejecutarlo. Y esto puede hacerse desde párvulos.

¿Puede poner algún ejemplo?

Hubo un gran incendio en el sur de la Patagonia y los alumnos de Villa Futalaufquen decidieron repoblar el parque nacional. Eso requirió una investigación sobre el tipo de plantas adecuadas y cómo plantarlas, cómo contactar con la administración... O le podría hablar de la investigación científica que realizaron los alumnos del pueblo Ramona, también en Argentina, que descubrieron la alta contaminación del agua de los pozos y presentaron su estudio al Gobierno que instaló una potabilizadora. Ahora, los vecinos pagan una tasa por el agua que consumen que va directamente a los proyectos de esa escuela. O le hablaría de otro colegio en el que los chicos decidieron diseñar una silla de ruedas para personas que conocían en su comunidad. El profesor decía que “con trabajos tradicionales, los estudiantes trabajan para aprobar, con la silla de ruedas trabajan, aprenden, y se motivan para aprender”.

¿Aprendieron contenidos del currículo?

Desde luego, si no la silla de ruedas no funciona. La evaluación rigurosa es fundamental. Debe evaluarse el impacto en la comunidad y los objetivos curriculares definidos previamente en el centro. El riesgo es poner énfasis en los valores y perder de vista la importancia del contenido.

¿Impacta en los chavales?

Mucho, porque les conecta con una realidad, muchas veces ignorada, que evidencia unas necesidades del barrio, pueblo, ciudad. En capas menos favorecidas convierte a chavales que antes se sentían sólo víctimas en ciudadanos activos. Ven su capacidad de cambiar e influir en su entorno y descubren que son capaces de hacer grandes cosas. Ese fortalecimiento de la autoestima revierte en el rendimiento escolar y en sus expectativas vitales.

¿Eso está medido?

Según estudios, el rendimiento escolar aumenta un 10%. Pero eso no es lo más importante. En Chile, por ejemplo, escuelas con deserciones del 70% están ahora en el 2%. Aprender así, engancha.

Les obliga a agudizar la mirada sobre la ciudad.

Eso es un problema para la administración. Le contaré que en el año 2000 ganó un premio una escuela infantil que decidió criar truchas en su jardín para repoblar el río cercano y contribuir a la calidad del agua. Con ello mejoró el turismo y el empleo. Recogió el premio una niña de 5 años que tomó el micro y le dijo espontáneamente al presidente: “Señor, ahora usted cuide el agua del río o se nos morirán los pececitos”.

Esta forma de aprender parece exigente con los profesores no acostumbrados a trabajar por proyectos.

Les obliga a confiar en sus alumnos, a salir de la seguridad del aula y a prepararse a no tener respuestas. Tienen que ponerse a estudiar con ellos. Hablar con las administraciones y con entidades sociales. Es un cambio de rol. Trabajar en la incertidumbre y dedicar mucho tiempo. Hay que acompañarlos. Muchos empiezan con entusiasmo, pero la buena voluntad tiene un límite.

Dice que el ApS puede impulsarse desde párvulos, pero ¿cuándo se acaba?

En España no hay políticas universitarias que impulsen el ApS, pero sí hay experiencias. En Barcelona, la carrera de Educación, por ejemplo. Pero es cierto que aquí está más extendido en secundaria. En otros países como Chile, México, Colombia, Costa Rica, Sudáfrica, y muchos países asiáticos, se está incorporando. Harvard tiene ApS obligatoria. Con el huracán Katrina los seguros no querían pagar los desastres porque decían que no estaba en las pólizas. Y los alumnos cambiaron eso. Puede que Harvard no sea solidaria como entidad, pero sí han comprobado que esta metodología funciona.

¿Y no tranquiliza la conciencia de las clases más favorecidas sin que en el fondo se combata con la desigualdad?

Existe ese riesgo. Por eso el concepto de reflexión sobre la práctica es crítico. Por ejemplo, si hay un proyecto sobre el desplazamiento por inundaciones, podría debatirse, ¿por qué siempre les toca a los mismos?

Hay gente que de natural es más solidaria que otra. Quizás esta materia no les motiva.

No he encontrado ninguna escuela que dijera que un alumno se negó a participar. En cambio muchos descubren una realidad que les sorprende. Por otro lado, rescata la voz del adolescente en la comunidad. En algunas urbes, ser joven y, sobre todo varón, es sinónimo de ser peligroso. En una escuela marginal, los adolescentes organizaron teatro leído para ancianos y niños. Los adolescentes, antes vistos mal, acabaron siendo “los de la escuela de los libros”.

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